– Cuídate, viejo amigo. -Darcy sintió un nudo en la garganta al despedirse, pues el valor del hombre que tenía ante él lo llenó de gratitud y de temor-. Estás metido en un juego muy peligroso y por eso deseo de todo corazón que sobrevivas y no sufras daño alguno.

– Lo haré, Fitz -contestó Dy con la misma emoción-. No puedes imaginarte el alivio que me produce haber hablado honradamente contigo sobre eso… y lo otro. Estaré Dios sabe dónde durante los próximos meses, pero si llegaras a necesitarme envía una nota al sacristán de St. Dunstan's. Él se asegurará de que la reciba.

¿St. Dunstan's? Darcy sintió que algo del pasado parecía vibrar ante la mención de ese nombre. ¿Dónde había oído antes algo sobre St. Dunstan's?

Dy respiró profundamente.

– Entonces hasta luego, amigo mío -dijo, colocándose el sombrero sobre sus rizos bien peinados-. Cuida a la señorita Darcy y piensa en mí. Cuando volvamos a vernos, necesitaré un relato pormenorizado. -Se rió y luego preguntó-: ¿Por qué has puesto esa cara?

– ¡St. Dunstan's! ¿Dónde he oído hablar antes de esa parroquia? ¡Ciertamente no frecuento esa parte de Londres!

Brougham se rió de manera provocativa.

– ¡Ah, me sorprendería mucho que lo hicieras! ¿Dónde oíste hablar de ella? Me imagino que te cruzaste con ese nombre en las referencias que te suministró la excelente señora Annesley. -Le hizo una seña al lacayo para que abriera la puerta.

– ¡La señora Annesley! -Darcy se quedó inmóvil, mirando estúpidamente a su amigo, mientras trataba de recordar el contenido de las cartas de referencia de la mujer.

– St. Dunstan's era la parroquia de Peter Annesley, el difunto marido de la señora Annesley -dijo Dy, mientras Darcy seguía inmóvil por la sorpresa-. Te ruego que no le menciones que conocí a Peter, ni le cuentes nada sobre las notas que envíes allí cuando me necesites. Ella no sabe absolutamente nada de nuestra relación ni de los asuntos en los que estaba envuelto Peter y él quería que eso se mantuviera así.

Darcy asintió con la cabeza.

– ¡Por Dios, Dy! Y ahora ¿qué?

– ¡El final de esta maldita guerra para derrotar a Napoleón, espero! -contestó de manera sombría-. Debo irme. -Suspiró y le dedicó a su amigo una sonrisa que reflejaba todos los años de aprecio mutuo-. ¡Cuídate, Fitz! -Dio media vuelta y en unos segundos fue devorado por la oscuridad.

6 Inclinado a los pies de la culpa

La próxima vez que tú y Brougham decidáis enfrentaros, espero que me aviséis. -Sir Hugh Goforth usó su reina de tréboles para levantar las cartas de la jugada que acababa de ganar-. ¡He oído que fue una espléndida demostración de destreza con la espada!

– Nunca habría imaginado que ese petimetre pretencioso y frívolo supiera qué extremo de la espada es el que se empuña -señaló lord Devereaux, arrastrando las palabras, mientras arrojaba sus cartas al centro de la mesa-. Aunque les aseguro que, como jinete, vuela como un rayo. Creo que acabó con su caballo en Melton el año pasado. Tuvo que matarlo de un disparo.

Atrapado entre el deseo de defender a su amigo y el temor de revelar algo que no debería divulgar, Darcy reunió los naipes y se limitó a barajarlos. Había pasado más de una semana desde su enfrentamiento en el club de esgrima de Genuardi, y hasta ese día no se había acercado a Boodle's, donde la ausencia de los dos había levantado algunos comentarios.

Sir Hugh fue tomando las cartas que Darcy le repartió una a una y las fue organizando en su mano, mientras Devereaux y el cuarto jugador de la partida las agarraban todas juntas, antes de comenzar a ordenarlas. Darcy volvió a mirar por encima de la mesa a su inesperado compañero de juego. Lord Manning respondió a su mirada inquisitiva enarcando una ceja en señal de burla.

– Si hubieras estado en Cambridge y no en Oxford, Devereaux -observó Manning-, no tendrías una idea tan equivocada. Brougham es, o era, en aquel entonces, un excelente espadachín. Cuando él y Darcy no estaban compitiendo por los premios académicos, estaban midiéndose con la espada.

– ¡Ah, información confidencial! -Sir Hugh cerró el abanico de cartas-. Las apuestas están a favor de Darcy por el momento. Y tú, Manning, ¿apuestas por Brougham o por Darcy?

– Ah, por Darcy -afirmó Manning con una risita-, pero sólo para molestarlo. Él odia ser objeto del interés público. ¿No es así, Darcy?

– ¿Jugamos, caballeros? -Darcy eludió la pregunta de Manning-. Tu apuesta, Devereaux. -Una vez que su señoría hizo su apuesta, el juego y la noche siguieron su curso sin que hubiese ninguna otra mención sobre un posible encuentro en el futuro, pero Manning se encargó hábilmente de mostrar que tenía razón con un movimiento de los hombros. La aparición de su viejo antagonista en los salones del club había sorprendido a Darcy, porque aunque Manning era socio de Boodle's, también lo era de White's y había demostrado su preferencia por este último mediante la ausencia prolongada del primero. Darcy no lo había visto desde los horribles acontecimientos del castillo de Norwycke. No había ninguna explicación acerca de la razón por la cual Manning había decidido súbitamente honrar Boodle's con su presencia, excepto por el perverso placer que sentía en molestar a Darcy, tal como hacía en aquel momento. Con ese objetivo en mente, se había apresurado a ofrecerse como su compañero de partida cuando, después de recibir una nota urgente, Sandington había tenido que abandonar el juego.

Aunque no disfrutaba de su compañía, Darcy no podía negar que el hombre jugaba bien. Manning era tan hábil con las cartas como en el arte de provocar y sabía desbaratar la estrategia de sus oponentes con la misma destreza con que destruía la reputación de los otros miembros del club que pasaban a su lado. Tanto Goforth como Devereaux bufaban divertidos al oír los comentarios de Manning, mientras Darcy parecía ser el único al que le molestaba el pasatiempo del barón y deseaba estar en otro lado. Terminaron la noche triunfantes, pero Darcy no pudo alegrarse de haber ganado y tampoco le gustó la grosera expresión de satisfacción de Manning. Tras hacer un gesto de asentimiento como respuesta al parco elogio de su compañero, Darcy se levantó de la mesa con el propósito de volver a casa, cuando Manning se interpuso en su camino.

– ¿Tienes un momento? -El tono de la solicitud era casi cortés.

– Por supuesto -respondió Darcy de forma neutra, tratando de ocultar su irritación. Manning le señaló una pequeña mesa que estaba un poco apartada. Después de sentarse, quedaron nuevamente el uno frente al otro.

– ¿Qué sucede, Manning? -preguntó Darcy sin preámbulos-. Me marcho a casa y no tengo deseos de entretenerme mucho más.

– Quisiera hablar contigo… acerca de un asunto de carácter personal. -La arrogante voz de su señoría pareció quebrarse, al tiempo que desviaba la mirada de los ojos de Darcy-. Sé que debe de sonar absurdo. ¡Imaginarme a mí pidiéndote algo a ti! Pero te aseguro que sólo la más apremiante necesidad me ha impulsado a buscarte. ¡Maldición! -Manning se dejó caer sobre el respaldo de la silla, sumido en lo que parecía ser una gran lucha interna. Darcy se sintió tentado a levantarse y marcharse, pero algo en el aspecto de Manning lo hizo quedarse. Se recostó y esperó a que el barón continuara-. Se trata de Bella; ¿recuerdas a mi hermana? -El barón volvió a mirarlo a los ojos.

– Espero que la señorita Avery se encuentre bien. -Darcy enarcó las cejas. ¿Qué podría querer Manning de él, a propósito de su hermana?

– Sí… ¡y no! No está enferma, en el sentido literal de la palabra -dijo Manning, frunciendo el ceño-. Pero ¡ya sabes cómo es! Siempre como un ratoncito asustado. ¡Y con ese endemoniado tartamudeo! -Darcy frunció el entrecejo. Sí, conocía de sobra la opinión que Manning tenía de su hermana menor y el desprecio con que la trataba. Al mirar al barón con intención de comunicarle su desaprobación, se sintió complacido al ver que tenía la decencia de sonrojarse y suspender sus quejas.

– El asunto es el siguiente, Darcy -dijo, bajando la voz-. He conseguido comprender que a Bella le ha faltado la orientación apropiada. Nuestros padres murieron antes de que ella cumpliera ocho años. La institutriz que ha tenido desde entonces ha sido adecuada, pero no muy inspirada. Y yo nunca he sabido qué hacer con ella. -Volvió a levantar la voz con irritación-. Y Dios sabe que mi hermana, lady Sayre, nunca mostró el más mínimo interés, incluso antes del enojoso asunto de enero pasado. Ya he desperdiciado una temporada de presentación en sociedad y este año parece que va a ocurrir lo mismo.

– Entiendo a tu hermana y la aprecio…

– ¡Sí! -Lo interrumpió Manning-. Eso me imaginaba. Tú actuaste con ella muy bien en Norwycke. Esa es la razón por la que decidí recurrir a ti. -Darcy lo miró sin comprender-. Soy consciente de que tú estás muy unido a tu hermana.

– Sí, tengo ese honor. -Darcy miró a Manning con suspicacia.

– He notado el extraordinario afecto que sentís el uno por el otro, y Bella también lo ha notado.

– ¿Cuándo…?

– Os vimos juntos en el teatro el lunes pasado, en el recital de lady Lavinia el jueves, aunque llegasteis tarde y os fuisteis pronto, y en la ópera el sábado -dijo Manning, contando con los dedos las ocasiones-. En resumen, el asunto es éste: Bella os admira mucho a ti y a la señorita Darcy. -El rencor del barón resultaba innegable-. Y para ser franco, aunque tú eres insufriblemente correcto en todas las cosas, es obvio que haces algo más que soportar la compañía de tu hermana. Un hombre de tu inteligencia… -Darcy enarcó las cejas, fingiendo algo más de asombro del que realmente sentía al recibir el primer cumplido auténtico que Manning le hacía en la vida-. Sí, reconozco todos tus talentos y virtudes -aceptó Manning-. Un hombre de tu inteligencia y carácter no sería tan atento con su hermana menor si ella fuera una jovencita bulliciosa y díscola, por un lado, o una condenada sabihonda, por el otro. A Bella le sentaría muy bien adquirir algo de la moderación e inteligencia de tu hermana. -Manning guardó silencio cuando un criado se acercó con una bandeja-. Camarero, ¿qué lleva usted ahí?

– Brandy, milord. -El hombre se inclinó y les acercó la bandeja.

– ¡Excelente! ¡Estoy seco después de toda esta parrafada! -Manning agarró un vaso-. ¿Darcy?

– No, gracias -rechazó Darcy, mirando al barón que intentaba aliviar la incomodidad que le producía la desagradable posición en que se encontraba.

– A pesar de nuestra larga relación antagónica, ¿permitirías que la señorita Darcy conociera a Bella, propiciarías una amistad entre ellas? -La mirada orgullosa del barón, que había abandonado sólo por un instante, regresó en ese momento y desafió a Darcy a adoptar una actitud compasiva o triunfante.

Darcy se quedó inmóvil, mientras trataba de recuperarse de la sorpresa que le había causado la solicitud de Manning. ¿Cómo podía responderle? Había muchas cosas en juego: años de lo que Manning había descrito con tanta precisión como una «relación antagónica», durante los cuales Darcy había soportado la peor parte; el hecho de imponerle a Georgiana una «amiga» que ella no había elegido y el mayor contacto con Manning que implicaría dicha relación. ¡Eso sin mencionar que los parientes del barón de la familia Sayre habían caído en total desgracia social y financiera, y que una de las damas de la familia estaba metida hasta su adorable cuello en un caso de sedición! Entrecerrando los ojos para estudiar al hombre que tenía al otro lado de la mesa, Darcy trató de buscar en él algo que indicara que albergaba algún sentimiento por las dificultades de su hermana, que no fuese la irritación y el deseo de deshacerse de sus responsabilidades hacia ella. El hecho de que aquel hombre hubiese recurrido a él en busca de ayuda era extraordinario en sí mismo y hablaba en favor de algo más que la preocupación por el efecto que tenía su hermana sobre su fortuna, pero la dureza de la mirada y la arrogancia de la actitud de Manning mientras esperaba la respuesta de Darcy reducía la posibilidad de que existiera un sentimiento más profundo o delicado. Si aceptaba, parecería que ignoraba el desprecio que Manning sentía por él, un desprecio que Darcy nunca había entendido, ni tampoco la razón que lo había provocado. Si hubiese un poco de justicia en el mundo, debería aprovechar esta oportunidad para…

Aunque pidas justicia… rogamos para solicitar clemencia. Cuando Darcy apretó la mandíbula para expresar su negativa, recordó de repente la delicada promesa de Georgiana de ser su Porcia, su abogada. Para ser justos, ¿qué otra cosa podría exigir Darcy en este caso que vengarse por las afrentas contra su orgullo herido? Pero en su propia lucha, ¿lo que le había permitido salir adelante no había sido precisamente la clemencia de Georgiana y la manera en que Dy lo había ayudado a recuperarse?