– ¿Un buen amigo?

– Tal vez. En todo caso, espero haber sido un «buen amigo» para él.

El ruido de unos cascos de caballo corriendo sobre el prado a una velocidad frenética hizo que Darcy se girara rápidamente y empujara a su hermana hacia atrás, para sacarla del sendero. Caballo y jinete se dirigieron hacia ellos y sólo se detuvieron en el último minuto.

– ¡Darcy! -exclamó el jinete, jadeando y con los ojos desorbitados.

– ¡Por Dios, Dy! ¿Qué demonios estás haciendo? -gritó Darcy con furia.

– ¡No hay tiempo para eso! ¿Dónde está Trenholme? ¿Sabes dónde está?

– ¡En un barco camino de América! ¿Por qué? ¿Qué sucede? -Un terror frío le atenazó las entrañas.

– ¿Cuándo lo viste por última vez? ¿Te dijo algo acerca del paradero de lady Monmouth? -El caballo de Brougham se agitó, expresando la desesperación de la voz de su jinete.

– Anoche, y no, no dijo dónde estaba ella. Sólo que deseaba verla muerta y me advirtió que la vigilara. ¿Qué sucede, Dy? ¿Qué ha pasado?

– El primer ministro… Perceval. -Brougham miró más allá de Darcy, buscando los ojos de Georgiana. Darcy pudo identificar el momento en que sus miradas se cruzaron, porque enseguida su expresión se suavizó, pero en menos de un segundo volvió a recuperar la compostura y lo miró de nuevo-. No hace más de quince minutos, el primer ministro ha sido asesinado de un disparo en los pasillos del Parlamento.

Darcy apenas alcanzó a oír el grito de Georgiana, porque quedó enmascarado por la fuerza de su propio «¡No!».

– Es cierto. -Dy tiró de las riendas del caballo. La agitación del animal era cada vez mayor-. Tenemos al asesino, pero hay otros.

– ¿Sylvanie? -preguntó Darcy en voz baja-. ¿Crees que Sylvanie está involucrada?

– El asesino es John Bellingham, Fitz, el hombre que te insultó y que estaba tan cerca de Sylvanie durante la velada. ¡Hay que encontrar a lady Monmouth!

– ¿Qué puedo hacer yo? -Darcy agarró las riendas y se acercó a Brougham-. ¡Cualquier cosa!

Dy negó con la cabeza.

– Nada directamente. Tengo que marcharme y no puedo darte ninguna garantía de que regresaré pronto. ¡Cuida a la señorita Darcy, Fitz! Sé que lo harás, pero ¿lo harías también en mi nombre? Puede pasar algún tiempo.

– Desde luego, ¡de eso no hay duda! ¡Cuídate, y que Dios te acompañe, amigo mío!

– Y a ti. -Dy miró a Darcy con una sonrisa triste-. Señorita Darcy. -Hizo una inclinación y partió. Georgiana se abrazó a Darcy enseguida. -Ay, Fitzwilliam. ¿Qué ha sucedido? ¿Adónde va lord Brougham?

– El mundo está al revés -murmuró Darcy-, y Dy va a intentar arreglarlo.

7 Un actor mediocre

– Le aseguro que estaré perfectamente bien. -Darcy miró más allá de la cara larga de su ayuda de cámara, para hacerle un gesto de asentimiento al criado que había aparecido en la puerta de la posada para indicarle que su caballo estaba preparado-. Sólo me adelantaré unas horas, un día a lo sumo.

– Sí, señor -respondió Fletcher, dejando escapar un suspiro casi inaudible. El calor de agosto no había ayudado a que el viaje desde Londres fuera más soportable, pero el hecho de que el nuevo ayuda de cámara del señor Hurst viajara también en la diligencia de la servidumbre había alterado a todos los criados de Darcy, en especial a Fletcher.

– ¡Un caradura y un hipócrita! -había llamado Fletcher al ayuda de cámara de Hurst, mientras atendía a Darcy en su primera noche después de dejar la ciudad, y sus informes se fueron volviendo peores a medida que transcurría el viaje. El caballero no dejaba de experimentar un sentimiento de solidaridad con las quejas de su ayuda de cámara, porque la compañía de la señorita Bingley también se hacía cada vez más tediosa, con el paso de las horas interminables confinados en el carruaje. La conversación de Charles ofrecía un poco de alivio, al igual que los intentos de Georgiana por interesarla en un libro o en el paisaje, pero Darcy realmente vio el cielo abierto cuando, al llegar a la última posada antes de Derbyshire, se encontró con una nota urgente de Sherrill, su administrador, en la cual solicitaba su presencia inmediata en Pemberley. La llamada del deber no podría haber sido más dulce y su canto de sirena también llegó a los oídos de Fletcher, pero era imposible que su ayuda de cámara lo acompañara. Y él tampoco deseaba compañía. Darcy deseaba recorrer solo estas últimas millas hasta su casa, acompañado únicamente por sus pensamientos, antes de entrar en la corriente incesante de exigencias que debía atender el dueño y anfitrión de su inmensa propiedad.

Un golpe en la puerta hizo que Darcy diera media vuelta y se encontrara a su hermana parada en el umbral, con una cierta mirada de angustia en el rostro.

– ¡Preciosa! -exclamó Darcy suspirando, mientras se dirigía hacia ella-. ¡Siento mucho dejarte de esta forma!

– No creo que lo sientas tanto. -Georgiana le ofreció una sonrisa de reproche pero comprensiva-. Quisiera estar lo suficientemente cerca para poder ir a caballo yo también.

Darcy se inclinó para darle un beso en la frente.

– Cuando llegues a Pemberley…

– Todo irá mejor, ya lo sé -terminó de decir Georgiana-. No estaremos todo el tiempo juntos, en especial cuando lleguen los tíos Matlock y D'Arcy con su nueva prometida y su familia. Espero… -Se detuvo, mordiéndose el labio inferior.

– ¿Qué, querida? -Darcy miró con ternura los ojos melancólicos de su hermana.

– Que pueda encontrar una amiga entre la nueva familia que llevará D'Arcy. -Georgiana recostó la cabeza contra el hombro de su hermano-. Mi propia amiga.

– Yo también espero que así sea. -Darcy la abrazó y luego, separándola suavemente, le acarició la barbilla-. Debo irme ahora, pero te prometo que trabajaremos en eso. Tal vez tía Matlock tenga algunas sugerencias.

Darcy se puso los guantes, agarró el sombrero, las alforjas y la fusta, se despidió de su hermana y avanzó hacia la puerta. Al oír que detrás de él se abría una puerta, de la que salían unas voces femeninas, apresuró el paso y bajó las escaleras casi corriendo. Cuando llegó al primer piso, atravesó rápidamente los salones públicos y salió a la luz de lo que prometía ser un caluroso día en Derbyshire.

– ¡Darcy! -El grito de Bingley a su espalda lo hizo detenerse. Dio media vuelta y, sonriendo al ver la figura de su amigo, esperó hasta que éste lo alcanzara. Los últimos tres meses no sólo le habían traído un poco de paz después de la terrible experiencia que había vivido en Rosings, sino que habían producido cambios significativos en su amistad con Bingley, y estaba convencido que también en la propia personalidad de su amigo. El hombre que ahora avanzaba decididamente hacia él no era el mismo de hacía un año y ni siquiera de tres meses atrás. Había más confianza en su porte y más seguridad en su manera de actuar.

– ¡Bingley! -Darcy sonrió al ver la mirada de reproche que su amigo le lanzó abiertamente-. Te ruego que me perdones por salir sin despedirme, pero realmente tengo que marcharme para no llegar a Pemberley muy tarde.

– No tienes que darme explicaciones. -Bingley estrechó su mano y lo acompañó hasta donde lo estaba esperando el caballo-. Ha sido tan inesperado… sólo desearía poder acompañarte. -Se volvió a mirar el camino y, frunciendo el ceño, miró de nuevo a Darcy y le preguntó-: ¿Será prudente que vayas solo?

– Espero alcanzar dentro de una hora los vehículos que llevan el equipaje y ahí sacaré a Trafalgar. Los dos podremos atravesar los montes de Derbyshire pasando relativamente inadvertidos. -Darcy le dio una palmadita a la pistola que llevaba en la alforja-. Y en caso de que quieran asaltarnos, no estamos desprotegidos.

– Bueno, en ese caso, no te detendré más, excepto para desearte buen viaje y prometerte llevar a la señorita Darcy y a todos mis familiares hasta tu puerta mañana. -Bingley sonrió y volvió a estrechar la mano del caballero con solemnidad-. Cuídate, Darcy.

– Y tú, amigo mío -respondió Darcy, montando en el caballo-. ¡Hasta mañana!

El animal no era Nelson sino un caballo menos impetuoso, que había sido enviado diligentemente desde Pemberley por el administrador de Darcy. No obstante, el corcel tenía carácter, y la distancia entre la posada y los carruajes que llevaban el equipaje fue cubierta en menos tiempo del que Darcy había calculado. Aun así, oyó el desafiante ladrido de Trafalgar, que alternaba con un aullido de súplica, incluso antes de haber avistado los vehículos. Tras ser liberado y dejado al lado de su amo, el sabueso primero se estremeció desde el hocico hasta la cola con una evidente sensación de alegría, y luego, con igual entusiasmo, se revolcó en el polvo del camino, corrió en círculos alrededor del caballo de Darcy, trató de saltar y arañó frenéticamente la bota de su amo.

– ¡Abajo, monstruo! -rugió Darcy, tras hacer una mueca al ver la profunda marca que había dejado el animal en su bota derecha. A Fletcher no le iba a gustar nada aquello. El sabueso se sentó obedientemente, pero su cola, que no dejaba de moverse, arruinó el tremendo esfuerzo que había hecho por obedecer. Después de hacerle una señal al encargado de Trafalgar; Darcy arreó su caballo, al tiempo que gritaba «¡Vamos!». Trafalgar salió corriendo, dio una vuelta, repitió la maniobra y finalmente adoptó un trotecito a la retaguardia, con una felicidad tan plena que Darcy no pudo evitar reírse y maravillarse de lo bueno que era estar exactamente donde estaba.

Ahora que iba acompañado por el perro, Darcy disminuyó el paso hasta adoptar un ritmo constante y agradable, que calculó que lo llevaría a casa hacia el final de la mañana. ¡Pemberley! Por un lado estaba impaciente por llegar, por quitarse de encima el polvo del viaje y respirar el aire pacífico y familiar de su amada casa. Incluso sentía una agradable expectación ante la idea de poner en marcha la solución a esos problemas sobre los cuales le había informado su administrador y sumirse en la rutina de las obligaciones que le imponían sus tierras en esa época del año. Por otro lado, sentía que aquellas tres horas de soledad, sin tener que atender ningún deber u obligación que lo distrajera, aquel tiempo de reflexión y consideración era esencial para su bienestar y su futuro. Allí, en aquel camino a través de Derbyshire, ante Dios y cualquier hombre con el que pudiera cruzarse, no era más que un hombre solo con su caballo, su perro y su conciencia.

Después de los terribles días que habían seguido al asesinato del primer ministro, Darcy había sentido la necesidad urgente de acompañar personalmente a Georgiana hasta la seguridad de Pemberley. Al principio, se extendió un rumor frenético que sugería que todo el país estaba al borde de la rebelión. El desconocimiento de lo que estaba pasando en el campo aconsejaba no arriesgar la seguridad en un viaje, así que habían permanecido en Grosvenor, encerrados en su casa hasta tener algún informe fiable sobre la situación. Cuando se había establecido claramente que el gobierno seguía en pie, Londres había retomado el ritmo de sus asuntos en un tiempo impresionantemente corto. Con la seguridad de que el ataque había sido ideado solamente por John Bellingham, toda la población pareció olvidar el incidente con rapidez y retomar la temporada de eventos sociales en el lugar donde se había quedado, de forma que ya no parecía necesario marcharse de la ciudad. Lady Monmouth había desaparecido y su esposo abandonado no sabía dónde estaba; y aunque ya habían pasado casi tres meses, todavía no tenían noticias de lord Brougham. Darcy sospechaba que su amigo había decidido seguir al «un-poco-menos-honorable» Beverly Trenholme hasta América. Si ése era el caso, pasaría algún tiempo antes de que Dy volviera a aparecer en Londres.

En pocas semanas, Darcy había descubierto que su vida había vuelto a su ritmo normal, pero no a su cauce normal. En el transcurso de esa terrible época desde Hunsford, algo había cambiado en él profundamente. Ya no era el mismo hombre que solía ser. Al mirar hacia atrás, al arrogante pretendiente de la primavera anterior, Darcy se vio a sí mismo como si fuera un extraño. Todo parecía haber sucedido hacía mucho tiempo. ¡Ese hombre que había bajado con tanta seguridad las escaleras de Rosings y había recorrido el camino hasta la aldea con paso confiado le parecía ahora todo un personaje! Desde la perspectiva que le daban aquellos tres meses, Darcy vio cómo ese hombre impecablemente vestido que caminaba hacia la rectoría de Hunsford estaba demasiado seguro de sí mismo, demasiado seguro de que sería recibido y de la respuesta que encontraría. Por un momento volvió a sentir el dolor que le produjo la humillación que le esperaba. En pocos minutos, el mundo de ese extraño quedaría patas arriba y cambiaría para siempre.