– Señorita Elizabeth, ¿me haría usted el honor de presentarme a sus amigos? -La mirada con que ella respondió a su solicitud fue una curiosa mezcla de sorpresa y risa. Mientras la seguía hasta donde esperaban sus amigos, Darcy se prometió a sí mismo no defraudarla, independientemente de cuáles fueran sus expectativas.

– Tía Gardiner, tío Gardiner, ¿me permitís presentaros al señor Darcy? Señor Darcy, mi tía y mi tío, el señor Edward Gardiner y la señora de Edward Gardiner.

¡Sus tíos! Darcy los miró sorprendido. Debería haberlo adivinado, pero el tranquilo caballero y la dama que tenía ante él no se parecían en lo más mínimo a los otros miembros de la familia que él conocía.

– Es un placer, señor. -Darcy hizo una inclinación.

– El placer es mío, señor -respondió el señor Gardiner-. Llevamos un rato disfrutando de su casa y sus tierras, señor Darcy, y debo decirle en primer lugar que sus sirvientes nos han atendido espléndidamente. Nos hemos sentido mejor acogidos en Pemberley que en cualquier otra mansión de las que hemos visitado durante nuestras vacaciones.

– ¡Me alegra oír eso, señor! -Darcy sonrió al notar que el placer que dejaba traslucir la voz del hombre era auténtico-. Nos complace habernos hecho merecedores de semejante cumplido. -Darcy se volvió hacia la dama-. Señora, espero que la visita del parque no haya resultado demasiado agotadora para usted. Es un recorrido bastante largo.

La señora Gardiner le sonrió de manera abierta.

– Le confieso, señor, que estoy un poco cansada, pero rara vez me había sentido tan bien recompensada por el esfuerzo. Pemberley es más hermoso de lo que las palabras pueden describir.

– Gracias, señora. -Darcy hizo otra inclinación-. Si están de acuerdo, por favor, permítanme acompañarlos durante el camino de vuelta, en lugar de Simon. Creo que conozco casi tan bien como él todos estos senderos. -Todos accedieron de inmediato y, tras despedirse del jardinero, que regresó a sus ocupaciones, Darcy se colocó al lado del tío de Elizabeth y empezaron a andar. No necesitó más que unos cuantos minutos para descubrir que el señor Gardiner no sólo era un hombre de una inteligencia y un gusto muy especiales, sino también un aficionado a la pesca. Contento por haber encontrado algo que compartían tan íntimamente, Darcy invitó a su visitante a pescar en el río cuando quisiera e incluso se ofreció a suministrarle aparejos y le aconsejó cuáles eran los mejores lugares para lanzar el anzuelo.

En medio de las historias de pesca de los señores, las damas que iban delante descendieron hasta el río atraídas por la admiración de una curiosa planta acuática. Con una nota de fino humor, el señor Gardiner le recomendó a Darcy que se quedaran en el camino hasta que las damas terminaran su arrebato contemplativo y regresaran. Aunque le habría gustado participar en la corta expedición de Elizabeth, Darcy se quedó con su tío, observando atentamente lo que sucedía para que no ocurriera ningún accidente.

– Querido -dijo la señora Gardiner, dirigiéndose a su esposo, cuando regresaron al sendero-, te ruego que me ofrezcas tu brazo. Me temo que estoy más fatigada de lo que creía.

– Desde luego, querida. -El señor Gardiner avanzó hacia ella rápidamente. Las esperanzas de Darcy aumentaron. Mientras los Gardiner se quedaban un poco rezagados, Darcy se dirigió hacia delante para acompañar a Elizabeth; pero ella acogió esta nueva disposición en medio de un silencio absoluto y el borde de su sombrero se alzó como una especie de barrera entre ellos. Decidido en su empeño, el caballero se preparó para iniciar un nuevo intento.

– Señor Darcy -dijo Elizabeth semioculta por su sombrero-. Parece que su llegada hoy ha sido totalmente inesperada, porque su ama de llaves nos había informado de que usted no llegaría hasta mañana; y antes de salir de Bakewell nos aseguraron que no lo esperaban tan pronto en la zona. De lo contrario, jamás se nos habría ocurrido venir a invadir su privacidad.

– En efecto, ése era mi plan -reconoció Darcy-, pero ayer recibí un mensaje de mi administrador que requería mi presencia cuanto antes, y me adelanté unas cuantas horas al resto del grupo con el que venía. Ellos se reunirán conmigo mañana a primera hora. -Hizo una pausa, mientras se preguntaba cómo recibiría ella aquella información y luego continuó-: Entre ellos hay algunas personas a las que usted conoce y que desearán verla: el señor Bingley y sus hermanas. -Un gesto de asentimiento casi imperceptible le indicó que Elizabeth lo había oído. El caballero miró hacia otro lado, con los labios apretados en señal de desaliento. La conversación se estaba agotando y él no tenía idea de cómo continuar. De hecho, el simple hecho de mencionar a los Bingley podía haberla impulsado a marcharse enseguida de la comarca. ¡Pero ella no podía irse! Al menos no antes de que él le hubiese mostrado que, en efecto, era un hombre distinto de aquel que la había abordado en Hunsford, ni que Georgiana hubiera tenido oportunidad de ver a la persona que tanto había deseado conocer desde que él se la mencionara el pasado otoño. Darcy se aferró a esa idea.

– También hay otra persona en el grupo que tiene un interés particular en conocerla. -Darcy respiró hondo-. ¿Me permitirá usted, o es pedirle demasiado, que le presente a mi hermana mientras están ustedes en Lambton? -Cuando Darcy se inclinó para oír la respuesta de Elizabeth, se encontró con un conjunto de frases titubeantes en las que la joven accedía con gran placer en satisfacer el deseo de la señorita Darcy y que estaría encantada de recibir a la señorita Darcy al día siguiente de su llegada. Cuando Elizabeth terminó, el silencio volvió a descender sobre ellos, pero a él le pareció que era un silencio distinto al que los había acechado antes. Ella estaba complacida, podía notarlo, y estaba contento por ello.

Rápidamente, Elizabeth y Darcy dejaron atrás a sus tíos y se acercaron a la mansión. A medida que se iban aproximando, disminuyeron el paso. Darcy la miró y preguntó:

– Señorita Elizabeth, ¿le apetecería a usted entrar? -El caballero fue recompensado por una fugaz mirada de sus ojos-. Debe de estar deseando tomar algo o descansar, y puede usted esperar dentro a sus tíos con comodidad.

– No, gracias, señor Darcy -respondió Elizabeth-, pero en realidad no estoy cansada. -Hubo otro incómodo silencio. Él la observó con nerviosismo, mientras se preguntaba cómo debería seguir. De repente, Elizabeth comenzó a hablar acerca de las otras mansiones que había visto durante su viaje, y pudieron intercambiar observaciones y opiniones sobre las casas y los jardines de la comarca hasta que llegaron el señor y la señora Gardiner. Darcy volvió a repetir su invitación para que entraran en la casa, pero no tuvo éxito. Se sentían muy halagados, pero había sido un día muy largo y debían regresar a la posada. Enviaron un mozo al patio del establo y en pocos instantes trajeron el landó.

– Señora Gardiner. -Darcy la ayudó a subir el coche con cuidado-. Señorita Elizabeth Bennet. -Se volvió hacia ella y también le ofreció su ayuda, sin preocuparse de que sus familiares notaran la suavidad del tono de su voz o la forma de retener su mano unos instantes más. El caballero retrocedió algunos pasos, pero se quedó mirándolos bastante más tiempo de lo necesario, e incluso entonces avanzó lentamente hacia la puerta. Había hecho un pequeño avance y ella había accedido a recibirlo dentro de dos días. Eso era suficiente.


Más tarde, en la tranquilidad de su estudio, Darcy miraba con insistencia a su alrededor con creciente exasperación. ¿Acaso no había nada que pudiera distraerlo el tiempo suficiente para permitirle a su mente y a su cuerpo volver a adoptar una actitud más racional? ¿Cómo se suponía que iba a ser capaz de enfrentarse al mundo y sus obligaciones, cuando cada parte de él estaba tan pendiente de los acontecimientos de aquella tarde? Una vez que la hermosa mirada de curiosidad que Elizabeth le dirigió desde el landó hubo desaparecido, Darcy se había retirado a su estudio con intención de prepararse para la entrevista con su administrador. Pero cuando la puerta de la estancia se cerró y se encontró a salvo de las miradas indiscretas de la servidumbre, se dio cuenta de que era totalmente incapaz de hacerlo. Ya llevaba quince minutos paseándose de un lado a otro, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la sorpresa y la dicha de haber descubierto a Elizabeth en Pemberley. Las palabras que habían intercambiado, el tiempo que habían pasado de manera tan íntima, llenaban su mente y su corazón. Abriéndose espacio entre ellos estaba la expectación ante la perspectiva de su próximo encuentro, una cita que le producía una serie de sensaciones perturbadoras en todo su cuerpo. Sólo cuando Reynolds llamó a la puerta para anunciarle la llegada de Sherrill, Darcy se vio obligado a hacer una pausa en la dulce agonía de sus reflexiones para poder pensar en otra cosa.

Las preocupaciones de su administrador hicieron necesario que Darcy volviera a subirse a la silla de montar y lo acompañara para resolver varios casos difíciles entre sus colonos y examinar un obstáculo inesperado en el drenaje de un campo que bordeaba el Ere. Varias horas después, todavía estaban analizando los balances y los cálculos de producción de trigo que tenían extendidos sobre el escritorio de su estudio. Tras hacerle un gesto de asentimiento y dirigirle una sonrisa tranquilizadora, Darcy despidió por fin a su aliviado administrador, para que se fuera a cenar y a poner en práctica las instrucciones que le había dado. Ante las dificultades que había ocasionado su apresurado regreso, Darcy había sugerido soluciones más bien innovadoras, de las que no había sido fácil convencer a Sherrill. Al final, la opinión del caballero había prevalecido, una escena bastante común en el interior de aquellas paredes que habían estado en posesión de la familia Darcy a lo largo de muchas generaciones. Pero cuando miró de nuevo a su alrededor desde su escritorio, los acontecimientos de la tarde volvieron para apoderarse de él, y de repente su silla y su refugio se volvieron extrañamente pequeños para contener todo lo que ahora palpitaba en su corazón. Se levantó y respiró profundamente. Tenía que tranquilizarse y, de alguna manera, conseguir integrar el sentido de sí mismo, que había adquirido con tanto sufrimiento, en aquella oportunidad que le había concedido la providencia. Al poco rato, Darcy se encontró abriendo las puertas del invernadero, el Edén de sus padres.

Nada más entrar, lo envolvieron el aroma de la tierra fértil y las flores del verano. Las puertas se cerraron tras él por voluntad propia. En medio de la penumbra del atardecer, todavía pudo distinguir la silla favorita de su madre entre las exóticas plantas y, cerca de ella, el diván donde su padre había pasado sus últimos días, rodeado por el tributo vivo al arte de su esposa y el profundo afecto que sentían el uno por el otro. Darcy levantó la vista para mirar entre las ramas y el emparrado hacia el cielo que estaba cada vez más oscuro, y donde un grupo de estrellas ya comenzaba a ser visible, y respiró la paz que rodeaba aquel lugar. Elizabeth estaba cerca. Darcy se la imaginó sentada en la mesa con sus tíos, sonriendo pero con aire pensativo en sus adorables ojos brillantes, mientras revisaba su encuentro en la privacidad de su corazón. ¿Estaría esperanzada al pensar en su próxima entrevista? ¿Se sentiría contenta con el resultado como él se había sentido al principio? Eso sería más de lo que él se merecía. ¿O simplemente se había limitado a ser amable, atrapada como estaba en la propiedad de Darcy?

El caballero suspiró, dirigiéndose hacia el fondo del invernadero. ¡Y Georgiana! Sonrió al pensar en ella. ¡Se pondría tan contenta con la noticia! Recordaba lo mucho que su hermana había lamentado no tener la oportunidad de conocer a Elizabeth. Ella, que tanto añoraba tener una amiga del alma, nunca podría encontrar otra más perfecta. Darcy las observaría con cuidado. Si se entendían bien, como esperaba, ¿qué mejor amiga o confidente podría desear para su hermana?

Llegó a los límites del invernadero y se quedó mirando hacia la oscuridad de los jardines que rodeaban al Edén durante unos instantes, antes de dar media vuelta. Por encima de su cabeza, a través del vidrio, podía ver las paredes pálidas y las ventanas iluminadas de Pemberley, brillando en medio de la noche. Elizabeth estaba cerca, al igual que Georgiana, los recuerdos de sus padres, las responsabilidades que tenía desde la cuna y lo que éstas significaban de verdad, según había descubierto recientemente. Allí, en aquel hermoso lugar, sus padres habían cultivado su alma, impulsándola hacia lo más elevado con renovada gratitud y un sentido de paz. Volvió a cruzar el invernadero, con una sonrisa en el rostro. Sí, Georgiana se iba a sentir realmente feliz. Tanto que, tal vez, no quisiera esperar todo un día para conocer a su nueva amiga. ¡Y él esperaba con fervor que así fuera!