– Señor Darcy, ya han divisado el carruaje. -Darcy levantó la vista de su libro y le dio las gracias al lacayo, antes de insertar el marcador de páginas y dejar el volumen a un lado. Había leído poco y había entendido todavía menos, pues el libro era más una forma de enmascarar las expectativas que tenía en lo relativo al día que acababa de comenzar que un objetivo en sí mismo. Se arregló los puños y el chaleco, se dirigió a la puerta y salió al vestíbulo. La enorme puerta principal estaba abierta y por ella entraba la ligera brisa de verano. Al asomarse, alcanzó a ver su propio landó rodando a toda velocidad por el sendero, seguido de cerca por el de Bingley. Los vehículos levantaron tanto polvo que el aire arrastró un poco hacia la puerta, depositando una capa de arenilla sobre la chaqueta de Darcy, justo cuando salía a dar la bienvenida a sus invitados. Se sacudió suavemente para no arruinar los esfuerzos de Fletcher en dejarlo perfecto aquella mañana y se arregló para saludar a su hermana y sus amigos.

Varios mozos de las caballerizas salieron a detener los caballos, mientras un ejército de lacayos abría portezuelas, bajaba escalerillas y recogía los abrigos, baúles y maletas de los invitados. Tal como Fletcher había predicho al llegar en la diligencia de la servidumbre aquella mañana temprano, el cuñado de Bingley fue el primero en salir, con la cara roja y sudando copiosamente, a causa de una corbata demasiado alta y un fajín demasiado apretado para hacer un viaje. Darcy se mordió el labio al ver la apariencia de Hurst, mientras recordaba mentalmente los mordaces adjetivos con que Fletcher había descrito los talentos del nuevo ayuda de cámara de Hurst. Pero no era precisamente Hurst el que más le interesaba en ese momento, ni nadie relacionado con los Bingley. Deseaba ver a su hermana y ardía en deseos de poder comunicarle los felices acontecimientos de la tarde anterior.

– ¡Bingley! ¡Bienvenido! -Darcy le tendió la mano a su amigo.

– ¡Darcy! -Charles dejó escapar un suspiro de exasperación cuando estrechó la mano de su amigo-. ¡Gracias a Dios que hemos llegado! No te imaginas lo trabajoso que ha resultado soportar a mi familia durante un viaje de apenas tres horas. -Miró con odio la espalda de su cuñado-. ¡Y el único supuesto aliado resultó ser el peor de todos!

– Tienes toda mi solidaridad. -Darcy le dio una palmadita en el hombro-. Y en tu habitación te espera un vaso de algo que tal vez te ayude a recuperarte.

– ¡Maravilloso! -Bingley sonrió y avanzó hacia las escaleras principales.

Luego Darcy se dirigió a Hurst.

– Por favor, entre y permita que Reynolds lo atienda, señor. No tiene usted muy buen aspecto. Señoras -saludó, dirigiéndose a la señorita Bingley y a su hermana y haciendo una inclinación.

– Señor Darcy. -La señorita Bingley le tendió la mano-. ¡Por fin estamos en Pemberley! Me ha dado la sensación de que íbamos a estar viajando eternamente.

Darcy apenas rozó los dedos que la dama le ofrecía.

– Son ustedes bienvenidas. Espero que el viaje…

– ¡Tedioso a más no poder! -La señorita Bingley alzó los ojos al cielo-. ¡Pero quién no estaría dispuesto a sufrir más y gustosamente, si al final del camino está Pemberley! -Le lanzó una significativa mirada a Darcy-. ¡Tanta perfección! Sólo respirar el aire de aquí es recompensa suficiente. Tiene usted todo el derecho a sentirse orgulloso de dirigir una propiedad tan hermosa, señor.

– ¿Orgulloso, señorita Bingley? -Darcy frunció el entrecejo-. ¡Espero que no! -Luego Darcy sonrió al ver el desconcierto de la dama y señaló la puerta-. Por favor, permitan que la señora Reynolds les muestre sus habitaciones. Deben de estar deseando descansar después de un viaje tan tedioso como el que acaban de tener.

El caballero desvió entonces la mirada de la señorita Bingley y su sonrisa se hizo más amplia cuando Georgiana apareció por fin en la puerta del carruaje. Se dirigió hacia ella con rapidez y la ayudó a bajar él mismo.

– ¡Preciosa! -La besó en la frente y, metiendo una de las manos enguantadas de Georgiana debajo de su brazo, se inclinó y susurró-: Estaba esperando tu llegada ansiosamente. ¡Ha sucedido una cosa extraordinaria!

– ¿Qué puede haber sucedido? -Georgiana sonrió a su hermano-. Debe de ser una cosa realmente maravillosa a juzgar por tu sonrisa.

– Lo es -susurró Darcy-. Ve a refrescarte un poco y luego ven directamente a mi estudio. Trata de pasar inadvertida. -Darcy levantó la barbilla hacia la señorita Bingley y la señora Hurst y, apremiando a su hermana, añadió-: ¡Anda! -Con una risita de entusiasmo, Georgiana obedeció y cayó enseguida entre los brazos de la señora Reynolds, que la esperaba en la puerta para darle la bienvenida. Luego subió corriendo las escaleras. Satisfecho con la reacción de su hermana, Darcy entró en la casa detrás de ella, pero esperó hasta que todos sus invitados estuviesen arriba para enviar un mensaje a las caballerizas y después se dirigió a su estudio. No tuvo que esperar mucho tiempo. Transcurridos apenas quince minutos, Georgiana estaba sentada en el diván, con tal expresión de excitación en su rostro que Darcy no pudo evitar sonreír.

– ¿Sí? -Georgiana lo miró con intriga, pero era tanta la curiosidad y la ilusión de la felicidad que esperaba le produjera la noticia, que él no supo como empezar. En vez de eso, echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada-. ¡Fitzwilliam! -Georgiana le tiró de la mano, como solía hacer cuando era una niña-. ¡Dime qué es!

Darcy se dejó caer en el diván junto a ella y, haciendo un gran esfuerzo para controlar la risa, preguntó con la mayor solemnidad:

– ¿Te gustaría conocer a la señorita Elizabeth Bennet?

Su hermana abrió los ojos, incrédula.

– ¿La señorita Elizabeth Bennet? ¡Fitzwilliam, estás bromeando!

– ¡No, te lo juro! -Darcy volvió a reírse-. ¡Está aquí… en Lambton, o mejor, en la posada Green Man!

– Pero ¿cómo…?

– Está haciendo un viaje por Derbyshire con sus tíos. -Darcy se acomodó junto a su hermana, feliz de poder contarle todo por fin-. Su tía es de Lambton y la señora Gardiner quería visitar los lugares de su infancia. La reputación de Pemberley los trajo hasta aquí y, cuando confirmaron que no estábamos en casa, la señorita Bennet accedió a visitarla. Me encontré con ellos en el jardín ayer, cuando venía de las caballerizas.

– ¡Cómo se habrá sentido ella al verte! -murmuró Georgiana con un sentimiento de solidaridad hacia Elizabeth-. ¡Y tú! ¡Ay, hermano!

– Me quedé perplejo, sin duda. -Darcy acarició la mano de su hermana-. Casi no recuerdo qué dije, pero más tarde…

– ¿Sí? -preguntó ella. Darcy sonrió con cierta vacilación.

– Creo que lo hice mejor. -Respiró hondo-. Le pedí que me permitiera llevarte para que la conocieras.

– ¿En serio, Fitzwilliam? -Georgiana le apretó la mano.

– Sí, querida, de verdad. -Darcy volvió a sonreír-. Y ella me dio su consentimiento.

– ¿Cuándo? ¿Cuándo voy a conocerla? -Georgiana estaba tan entusiasmada como Darcy deseaba que estuviera.

– Tenía la esperanza -dijo Darcy, mirándola de reojo- de que accedieras a ir a Lambton enseguida.

– ¿Ahora? -preguntó Georgiana desconcertada-. ¡Oh!

– Sé que acabas de llegar -se apresuró a explicar Darcy-, pero hay tan poco tiempo para que puedas conocerla con total… privacidad… -Georgiana miró a Darcy con aire de complicidad-. Veo que me entiendes. Vamos, ¿estarías dispuesta a complacerme a mí y a la señorita Elizabeth Bennet? El cabriolé está en camino. -Darcy podía ver que su hermana tenía dudas, que ante la perspectiva de tener un encuentro tan precipitado, una sombra de timidez había vuelto a cubrir su expresión. Así que tomó las manos de Georgiana y las besó-. ¿Sí, Georgiana? Ella te va a encantar; ¡estoy seguro! No podría desear una amiga mejor para ti.

– Claro, Fitzwilliam. -Georgiana retiró una mano y se la llevó al corazón-. Déjame ir a buscar mi sombrero.

– Pide que alguien te lo traiga -susurró Darcy-. Debemos salir sin que nos vean. -Como todavía estrechaba una mano de Georgiana, se levantó y tiró de ella suavemente para ayudarla a ponerse en pie. Riéndose de alegría, Georgiana comenzó a avanzar detrás de él. Darcy la llevó rápidamente hasta la puerta, apoyó una mano en el pomo y la abrió, pero frenó en seco al encontrarse al otro lado con un sorprendido Charles.

– A ver, ¿qué sucede aquí? -Bingley retrocedió y se quedó mirándolos a los dos, parados en el umbral-. ¿Darcy?

– ¡Bingley! -Darcy hizo una pausa. ¿Qué podía hacer?-. Mi hermana y yo tenemos que acudir a una cita urgente en Lambton -añadió, al mismo tiempo que todos se volvían a observar el cabriolé que se detenía en ese instante delante de la puerta.

– ¿En Lambton? -Bingley enarcó las cejas-. Acabamos de pasar por Lambton.

– Sí, bueno. -Darcy trató de pensar en algo que pudiera satisfacer la curiosidad de Bingley.

– Vamos a encontrarnos con alguien -explicó Georgiana-. Alguien que está de visita.

Bingley volvió a mirar a Darcy.

– ¿En serio? Debe de ser alguien realmente muy importante como para hacer viajar de nuevo a la señorita Darcy, cuando acaba de llegar.

Darcy se quedó callado, con la esperanza de que Bingley no insistiera más, pero podía sentir la incomodidad de Georgiana con el interrogatorio de su amigo. Parecía que no le quedaba otra opción que invitar a Bingley.

– Se trata de la señorita Elizabeth Bennet -reveló Darcy en voz baja, agarrando a Bingley del brazo y empujándolo hacia la puerta-. ¡Shhh! ¡No digas nada!

– ¡Pero, Darcy! -protestó Bingley en un susurro, mientras su amigo lo sacaba de la casa-. ¿La señorita Elizabeth?

Darcy ayudó a su hermana a subir al carruaje y le entregó su sombrero, que acababan de traer.

– No, sólo la señorita Elizabeth y sus tíos de Londres. Sé que la señorita Bennet se encuentra bien -dijo Darcy, al ver la expresión de decepción de Bingley-, pero eso es todo lo que te puedo decir.

– No obstante, me habría gustado mucho ver a la señorita Elizabeth -insistió Bingley.

– Y lo harás, muy pronto -le aseguró Darcy-. Sólo quería presentar a Georgiana y la señorita Elizabeth en un ambiente más privado que el de Pemberley, con todos mis invitados. -Darcy le lanzó a su amigo una mirada de complicidad.

– Ah, sin que Caroline y Louisa estén presentes, quieres decir. -Bingley sonrió-. No necesitas dar más explicaciones, amigo mío. Lo comprendo perfectamente. -Luego miró a Georgiana-. Me mantendré alejado hasta que ustedes dos se conozcan. Pero te ruego que le preguntes a la señorita Elizabeth si puedo subir después a saludarla. ¿Lo harás, Darcy? -Bingley volvió a mirar a su amigo, que asintió en señal de aceptación-. ¡Muy bien, entonces! Vamos allá -dijo y luego añadió con expresión de felicidad-: ¡Sensacional!

El viaje de seis millas hasta Lambton transcurrió en medio del silencio, aunque cada uno de los ocupantes del vehículo tenía sus propias razones para estar callado. Mientras Georgiana se contemplaba las manos sobre el regazo y observaba el paisaje, Darcy se imaginaba que se estaba preparando para aquella inesperada entrevista, en la cual ella sabía que su hermano había depositado muchas esperanzas. En cuanto a él, se había dejado llevar por la rápida sucesión de los acontecimientos de la mañana, pero a medida que avanzaba hacia Lambton y Elizabeth estaba más cerca, comenzó a sentir una cierta inquietud en el pecho. Había vuelto a tener dudas acerca de que Elizabeth realmente quisiera conocer a su hermana, y esta vez esas dudas venían acompañadas de la perturbadora certeza de que no la habían avisado de que se dirigían a verla. Seguramente ella no se iba a mostrar agradecida ante aquel impulso que sólo podía considerarse como otro ejemplo de un comportamiento insufriblemente autoritario. ¿Acaso había vuelto a equivocarse y había sacado demasiadas conclusiones a partir de su conversación y sus miradas? Estaba seguro de que Elizabeth sería amable con Georgiana. E incluso podría recibir a Bingley con agrado. Pero ¿se comportaría de una forma fría y distante con él?

Como solía suceder, la noticia de que se aproximaba un coche que venía de Pemberley se extendió por Lambton antes de que el vehículo llegara. Darcy estaba casi dispuesto a jurar que tanto Matling, de Black's Head, como Garston, de Green Man, le pagaban a algún chico para que mantuviera una vigilancia permanente, porque cuando entraron en el pueblo los dos se encontraban delante de sus respectivos establecimientos, decididos a ganarle la partida al otro en su competencia personal por atraer la atención del señor más importante de la comarca. En consecuencia, el hecho de que el cabriolé se detuviera en el pueblo delante de Green Man constituyó un gran triunfo para el uno y una gran derrota para el otro. En unos segundos, los numerosos nietos de Garston formaron una guardia de honor desde la escalerilla del carruaje hasta la puerta de la posada, donde el propio Garston los esperaba, casi resplandeciendo de orgullo.