– Esperaré en la taberna -dijo Bingley, mientras se despedía de Darcy y Georgiana, que se preparaban para seguir al posadero escaleras arriba-. Pero, por favor, no te olvides de mí, Darcy.

Darcy agarró a Georgiana del codo para ayudarla a subir las estrechas escaleras de la posada, cuando sintió que ella se resistía a avanzar. Deteniéndose, la miró y le dijo:

– ¿Georgiana?

– Siento mucho ser tan tonta, Fitzwilliam, pero tengo tantos deseos de causarle una buena impresión… -explicó, lanzándole una mirada casi de desesperación.

– ¡Lo harás! Ella quedará encantada; no temas -le aseguró su hermano con firmeza-. Tú le caerás mucho mejor que yo -añadió con ironía-, ¡te lo prometo! -Georgiana sacudió la cabeza, pero esbozó una sonrisa al oír el comentario de Darcy y fue ella quien dio el primer paso. Segundos después, oyeron que alguien daba un golpecito en una puerta en el piso superior y que el posadero anunciaba que tenían visitas. Aunque su hermana parecía haberse convencido de la seguridad que él había expresado, Darcy sintió que la inquietud que le invadía crecía a cada paso que daba hacia Elizabeth. La puerta se abrió.

– El señor Darcy y la señorita Darcy -proclamó Garston y luego se hizo a un lado para dejar pasar a sus ilustres visitantes ante la presencia de unos huéspedes que, en su estimación, habían ganado una importancia sin precedentes.

Darcy oyó que Georgiana tomaba aire y luego… allí estaba Elizabeth. Tragó saliva con nerviosismo mientras cruzaba el umbral, sin poder quitarle los ojos de encima. La sonrisa de la muchacha, aunque un poco vacilante, estaba matizada por el vivo interés que mostró su mirada, mientras el señor Gardiner se adelantaba a saludarlos.

– Señor Darcy, sea usted bienvenido, señor. -El tío de Elizabeth se inclinó, mientras su esposa y su sobrina hacían sus respectivas reverencias. La actitud serena del hombre y su tono afable hizo que Darcy se tranquilizara un poco. Él y Georgiana entraron en la estancia.

– Señor Gardiner, señoras. -Impulsado por la costumbre, Darcy se inclinó para hacer su reverencia-. Por favor permítanme disculparme por esta intromisión, señor. Hemos venido sin anunciarnos y un día antes de lo previsto.

– No importa, señor -dijo el señor Gardiner, quitándole importancia al asunto-. ¿Acaso nosotros no llegamos a su puerta de manera inesperada? Por favor, permítanos darle la bienvenida a usted y su acompañante.

Aunque las circunstancias no eran comparables, Darcy inclinó la cabeza y, después de lanzarle una mirada a Elizabeth, respondió con una sonrisa.

– Es usted muy amable, señor. Señor Gardiner, señora Gardiner, señorita Elizabeth Bennet, por favor permítanme el placer de presentarles a mi hermana, la señorita Georgiana Darcy. -Retrocedió un poco para colocarse detrás de Georgiana mientras ella hacía su reverencia. El señor y la señora Gardiner respondieron con toda la amabilidad que se podía esperar, pero lo que más le preocupaba era la reacción de Elizabeth. Parecía encontrarse en un estado que oscilaba entre la inseguridad y la curiosidad, esperando que sus parientes aceptaran la presentación. Luego, por fin, dio un paso al frente.

Aunque había intentado protegerse con una coraza de acero, Darcy no pudo evitar que su corazón palpitara apresuradamente al ver cómo se encontraban por primera vez en la vida las dos personas que más quería en el mundo. Georgiana hizo una reverencia y le sonrió con timidez a Elizabeth.

– Señorita Elizabeth Bennet.

– Señorita Darcy, estoy encantada de conocerla. -Elizabeth contestó al saludo con una sonrisa y una voz cálidas, que tranquilizaron el corazón de Darcy. Georgiana sonrió de manera más franca y su hermano pudo soltar el aire que había estado conteniendo.

– Lo mismo digo, señorita Bennet. Es usted muy amable al disculpar nuestro apresuramiento en venir a verla.

– Por favor no piense más en eso, señorita Darcy -declaró Elizabeth-. De verdad, estamos muy contentos con la visita. Pero usted acaba de llegar. -Georgiana miró a su hermano a los ojos, al oír el comentario de Elizabeth; luego Elizabeth hizo lo mismo.

– No ha sido un viaje largo -replicó Georgiana, reclamando la atención de Elizabeth.

– ¿Ah, no? -Elizabeth enarcó una ceja de manera provocativa-. Pero, claro, una vez me dijeron que cincuenta millas eran «poca distancia». Tal vez usted sea de la misma opinión que su hermano en estos temas. -Darcy sonrió al oírla citando sus palabras. ¡Ah, cuánto había extrañado el ingenio de Elizabeth!

– ¡Cincuenta millas! ¡Para mi hermano eso realmente es poco! -respondió Georgiana con seriedad-. Pero en general yo no diría que es una distancia corta.

– La señorita Elizabeth está bromeando -intervino Darcy-. Te está repitiendo algo que yo le dije hace algunos meses. Sin embargo, señor Gardiner -dijo, dirigiéndose al tío de Elizabeth-, ¿no diría usted que un buen carruaje y un camino en buen estado pueden hacer que cincuenta millas no sean más que una distancia corta?

– Una insignificancia, señor -coincidió el señor Gardiner, pero le lanzó a su sobrina una mirada divertida, ante lo cual todos rieron.

– Entonces somos de la misma opinión tanto en esto como en nuestra afición a la pesca. Y, a propósito, espero que usted acepte ir a pescar mañana, pues hay ahora en Pemberley varios caballeros que comparten nuestra pasión. Con seguridad iremos a pescar por la mañana. -La invitación fue aceptada de inmediato y con tanta gracia que Darcy se sintió motivado a pensar que el hombre era todavía más agradable de lo que le había parecido hasta aquel momento, despertando sus ansias de tener una excursión realmente placentera. Sabía que a Bingley y a Hurst les gustaba pescar, pero Darcy podía percibir que el señor Gardiner era un verdadero apasionado de este deporte. Al pensar en Bingley, Darcy recordó su promesa y, excusándose un momento, se acercó a la puerta y le dio instrucciones al criado que esperaba afuera para que hiciera subir al joven que esperaba abajo.

Al dar media vuelta, Darcy se alegró de ver a Elizabeth y Georgiana en medio de una animada conversación. Elizabeth había tomado las riendas, pero con la delicadeza que trataba a su hermana obtenía respuestas que iban más allá de los buenos modales. La conocía lo bastante bien como para estar seguro de que el vivo interés que manifestaba su actitud y el suave estímulo que reflejaban sus ojos eran auténticos. Habían llegado al tema de la música, según parecía, y Georgiana comenzó a florecer bajo la mirada de Elizabeth, mientras cada una expresaba admiración por los reconocidos talentos de la otra. Luego Georgiana se rió, y aunque Darcy no pudo saber el motivo de esa reacción, al verlas conversar juntas sintió que, dentro de él, surgía un sentimiento nuevo. Hasta aquel instante no había sabido apreciar ni amar a Elizabeth como era debido. Lo que nacía ahora en su pecho no se parecía en nada a sus petulantes deseos de antaño. En vez de eso, Darcy sentía una alegría tan intensa que se sentía impulsado a servir a Elizabeth de cualquier manera que ella quisiera, a construir para ella ese lugar donde su talento y sus virtudes pudieran expresarse totalmente. ¡Ordéname!, susurró su corazón. ¡Ponme a prueba!

Cuando Bingley llamó a la puerta, Darcy recordó sus modales y, tan pronto como entró su amigo, lo presentó también a los Gardiner. Luego siguió una media hora tan agradable para todo el grupo, en medio de una conversación tan fluida, que Darcy tuvo la certeza de que los Gardiner no tendrían objeciones para aceptar una invitación a cenar en Pemberley. Volvió a mirar a Elizabeth. Aunque habían hablado poco, ella no había evitado su mirada. Darcy sintió una cierta incomodidad -¿o sería nerviosismo?- en su actitud hacia él. La joven no había tratado de atraer su atención y había centrado todos sus esfuerzos en Georgiana; sin embargo, de vez en cuando posaba sus ojos en él con una expresión que no podía interpretar. No, las pistas que ella le había dado ese día no eran suficientes para descubrir qué pensaba acerca de su reencuentro. Si Darcy quería descubrirlo antes de que su preciosa y breve estancia en Lambton llegara a su fin, debería propiciar más oportunidades.

– Georgiana. -Darcy apartó suavemente a su hermana de los demás-. ¿Te gustaría que los invitáramos a cenar?

– ¡Ay, sí, Fitzwilliam! -exclamó ella y se inclinó hacia él-. ¡La señorita Elizabeth Bennet es maravillosa! Ansío oírla tocar y cantar y… ¡y es tan amable!

Darcy sonrió al ver la expresión jubilosa en el rostro de Georgiana.

– Entonces, haz los honores, querida. ¡Invítalos!

– ¿Yo? -Georgiana frunció el ceño.

– Tú eres la señora de Pemberley y ellos no parecen una gente tan horrible como para rechazar tu invitación -dijo Darcy en tono de broma-. Pasado mañana. -Le apretó el hombro para darle ánimos-. ¡Vamos! -susurró.

Con la respiración un poco agitada, Georgiana dijo:

– Señor Gardiner, señora Gardiner, señorita Elizabeth Bennet. -Esperó un momento, temblando un poco, mientras todos se volvían para escucharla-. Mi hermano y yo nos sentiríamos muy honrados si ustedes aceptaran cenar con nosotros en Pemberley. ¿Les resultaría conveniente pasado mañana? -Darcy miró a Elizabeth para calibrar su reacción, pero tan pronto adivinó el propósito de las palabras de Georgiana, la muchacha volvió la cara; ni siquiera su tía pudo ver su expresión. ¿Ésa era, entonces, su respuesta? pensó Darcy. Pero luego volvió a mirar a la señora Gardiner, que tenía una curiosa sonrisa. ¿Acaso sabía algo? ¿Sería la confidente de Elizabeth? Darcy observó cómo la señora miraba a los ojos a su marido y parecían ponerse de acuerdo.

– Señorita Darcy, señor Darcy. -La señora Gardiner dio un paso al frente e hizo una reverencia-. Nos complace mucho aceptar su invitación a cenar en Pemberley.


Darcy movió las riendas y el cabriolé comenzó a avanzar. Tenía que recorrer primero las estrechas calles del pueblo hacia el puente sobre el Ere, pero cuando el caballo adoptó un trotecillo agradable y las ruedas dejaron de estrellarse contra los adoquines, el caballero pudo recrear en su mente los sucesos de la última hora. Todos estaban mucho más contentos al bajar las escaleras de la posada que al subirlas, pensó Darcy. Cuando tomó el brazo de Georgiana para ayudarla a bajar y salir al sol, había sentido lo feliz y tranquila que estaba y, si eso no fuese suficiente, la sonrisa de su rostro había confirmado sus sospechas. En cuanto a él, se había visto obligado a contenerse para mantener una actitud de neutralidad, pues sentía que la sonrisa todavía amenazaba con asomarse a la boca. Tras dirigir el caballo hacia el puente que salía de Lambton, Darcy se sintió más que complacido al notar la mano de su hermana descansando cómodamente en torno a su brazo y el cosquilleo de su respiración contra la mejilla.

– Ay, Fitzwilliam, ¡me ha parecido tan agradable! ¿Crees que…? -Georgiana se detuvo un momento-. ¿Crees que ella piensa lo mismo de mí? Fue tan amable, tan cordial…; parecía utilizar exactamente las palabras adecuadas. Y me escuchó con atención, aunque yo apenas sabía qué decir. Pero luego hablamos de música y sobre la familia y sobre ti… un poquito. -Darcy aguzó el oído al oír esto último, pero no preguntó nada-. Ahí fue más fácil.

– ¿Entonces te hace ilusión que vengan a cenar -preguntó Darcy- y no te arrepientes de haberlos invitado?

– ¡Claro que no me arrepiento! La señora Gardiner es muy gentil y el señor Gardiner parece un caballero bondadoso y amable, al que sólo una completa tonta le tendría miedo.

Darcy se rió entre dientes al oír el tono de reprimenda con que Georgiana se refería a sus temores de hacía un rato.

– Sí, sólo una completa tonta, eso seguro. -El caballo disminuyó el paso a medida que se preparaba para hacer pasar el carruaje por el punto más alto del arco que formaba el puente. El ruido del río y el golpeteo de los cascos contra los adoquines impidieron que Darcy oyera la respuesta de Georgiana. Ya en el otro lado, miró a su hermana-. Eres consciente de que es posible que la señorita Elizabeth Bennet y la señora Gardiner te devuelvan la visita mañana, ¿verdad? ¿Vas a estar bien? ¿Quieres que regrese pronto de la pesca? -Darcy hizo su oferta con la esperanza de sonar desinteresado, pero en realidad se debatía entre dos deseos igualmente fuertes. Por un lado, debería ausentarse del salón si verdaderamente deseaba apartar del camino cualquier obstáculo que pudiera interferir en la incipiente amistad entre Georgiana y Elizabeth; por otro lado, no era capaz de pensar en cómo iba a hacer para mantenerse alejado, sabiendo que Elizabeth estaba en Pemberley.

– La señorita Bingley y la señora Hurst estarán allí. ¿Acaso no se alegrarán de ver a la señorita Elizabeth?

– Yo no dependería de la alegría de ninguna de esas señoras para que la mañana resultara agradable -respondió Darcy-, pero seguramente la señora Annesley sabrá cómo hacer que tus invitadas se sientan a gusto.