– ¿En serio? -respondió Fletcher-. ¿Entonces el hombre sólo es el «bufón del tiempo»?
– Está usted citando mal a Shakespeare, Fletcher -lo corrigió Darcy-. Creo que la frase es: «El amor no es el bufón del tiempo».
Fletcher sonrió.
– Perdóneme, señor, como seguramente lo haría Shakespeare. Pero como el único amor que está sujeto al tiempo es el del hombre, es la misma cosa. En cuanto a su «inexorabilidad», es un asunto de perspectiva, ¿no le parece, señor?
– ¿A qué se refiere? ¡Sesenta minutos siempre equivalen a una hora!
– Sí, señor. Pero una hora con un dolor de muelas parece una eternidad, mientras que una hora con el ser amado es un instante. -Fletcher bajó la voz. Luego se recuperó y continuó con firmeza-: No, yo creo que el tiempo es perfectamente flexible, si tenemos la inteligencia o el valor de moldearlo o usarlo.
La inteligencia o el valor. Los requisitos de Fletcher para dominar el tiempo quedaron resonando en la cabeza de Darcy, mientras yacía despierto en su cama. El reloj de la chimenea dio la hora. Era la una de la mañana. Tiempo, lo que Darcy necesitaba para descubrir la opinión de Elizabeth era más tiempo, pero no podía contar con más tiempo que el día siguiente. Todo un día, desde la madrugada hasta la noche, era todo lo que podía utilizar; en consecuencia, no le quedaba más remedio que moldear las horas comprendidas en el día siguiente. Si tienes la inteligencia o el valor para hacerlo, se recordó Darcy con solemnidad. Entonces comenzó a revisar frenéticamente las actividades del día siguiente. Descartó de plano la idea de avanzar en su propósito a la hora de la cena. ¡En ese momento habría demasiada gente alrededor para tener la privacidad que deseaba! Además, esperar hasta entonces le dejaba todavía menos tiempo. Lo único que le quedaba, entonces, eran la mañana y la tarde.
De repente, tuvo una idea: ¡el picnic que Caroline Bingley se había ofrecido a organizar con tanta diligencia! Todos sus invitados estarían reunidos en el río para el desayuno al aire libre. En ese momento, él podría enviar sus disculpas con un criado, que les explicaría que había recibido un mensaje urgente y les pediría que por favor continuaran sin él. Ah, sí, ahí estaba la inteligencia, pero ¿qué había del valor? Darcy les haría una visita a Elizabeth y los Gardiner. ¡No había nada raro en eso! Pediría permiso para acompañarla, o a todos ellos, si era necesario, a un paseo por el camino que bordeaba el Ere. Luego, cuando se presentara la oportunidad, le daría las gracias a Elizabeth en privado, por lo amable que había sido con Georgiana. Darcy esperaba que la respuesta de la muchacha, y la conversación que siguiera a partir de ahí, le revelaran algo acerca de la opinión que tenía de él y que podría seguir desarrollando durante la cena por la noche.
Dejó escapar un suspiro cuando el reloj de la chimenea dio la campanada de la una y cuarto. No era un plan muy elaborado. Podría salir mal, pero era lo único que tenía y estaba decidido a ponerlo en práctica.
– No, Fletcher. -Darcy miró la ropa que su ayuda de cámara le mostraba-. Ropa de montar, si es usted tan amable, algo apropiado para hacer una visita. -Terminó de secarse la barbilla y las mejillas recién afeitadas y se pasó una mano por el cabello húmedo.
– ¿Ropa de montar, señor? ¡No he sido informado, señor! -Fletcher frunció el ceño con molestia por ese descuido-. ¿Debo avisar a los demás?
– No, sólo yo voy a salir. Los demás van a asistir al desayuno al aire libre de la señorita Bingley. -Hizo una pausa para ver el efecto que causaba en su ayuda de cámara ese anuncio. Fletcher, sin embargo, parecía más preocupado por la nueva tarea que tenía que desempeñar que por lo que la había causado. Aliviado por la falta de interés del sirviente, Darcy cambió de tema, con una pregunta adecuada a su talento-. ¿Cómo va eso… el picnic?
Fletcher entornó los ojos.
– La servidumbre ha tenido que sufrir cuatro cambios en el menú y tres cambios de sitio desde anoche, señor; pero siguen adelante con buen ánimo -informó, dirigiéndose al armario en busca de la ropa requerida.
– ¿Buen ánimo? -preguntó Darcy, alzando un poco la voz.
Fletcher volvió con varias prendas en la mano.
– La gente tiene ojos, señor, y oídos, y sabe que usted se preocupa por ellos. -Darcy enarcó una ceja y miró a Fletcher. El ayuda de cámara se aclaró la garganta y continuó-: Discúlpeme, señor, pero nosotros… bueno, la servidumbre, señor, podremos tolerar cualquier exigencia que se le ocurra a la dama durante el corto espacio de tiempo que permanezca aquí.
– Ya veo. -Darcy se dirigió a la ventana y se apoyó en el marco. ¡Cuánta fe tenían todos en él! ¡Cuántas esperanzas había puestas en cada una de sus decisiones! Suspiró e inclinó la cabeza. El futuro feliz que su gente deseaba para él y para todos ellos no se podría lograr tan fácilmente, porque ellos no conocían la ironía que regía sus esperanzas. Sí, el lugar de Elizabeth en su corazón era un hecho seguro, pero ese lugar significaba poco para la mujer que, durante la pasada primavera, había rechazado la oferta de matrimonio y el prestigio de Pemberley sin vacilar ni un instante. Darcy podría hacerle la misma propuesta a Caroline Bingley o casi a cualquier otra mujer en Inglaterra y estar seguro de tener éxito. Sin embargo, allí estaba, decidido a perseguir la única excepción… tal vez por esa misma razón. Sabía lo que Elizabeth valía. Si su opinión sobre él se había suavizado, si ella se inclinaba hacia él de alguna manera, no permitiría que desapareciera de su vida. La seguiría, la cortejaría de la manera apropiada y, si Dios quería, ganaría su respeto y su corazón.
Se dio media vuelta para mirar a su ayuda de cámara y examinar el atuendo que éste le estaba enseñando. Un par de pantalones de ante hasta la rodilla, claro, y unas botas perfectamente bien lustradas ya estaban listos.
– El chaleco gris plata, creo, y esa chaqueta. -Fletcher frunció el entrecejo con aire interrogante-. La verde, sí. -El caballero asintió cuando el ayuda de cámara la levantó-. ¡Ahora, páseme los pantalones… rápido, hombre!
El interior de la posada Green Man estaba oscuro y todavía fresco cuando Darcy se quitó el sombrero de copa y se inclinó a cruzar el umbral de la posada. Por primera vez en su vida adulta, había escapado a las empalagosas atenciones de su propietario y había sido recibido sólo por un criado joven, a quien le transmitió su deseo de ser llevado a las habitaciones que ocupaban los Gardiner.
– ¿Los Gardiner, señor? -preguntó el muchacho con cara de pánico, aterrado por no poder complacer los deseos del hombre más apreciado de la comarca-. Los Gardiner han salido a dar un paseo, señor. -La decepción que le causó saber que Elizabeth no estaba disminuyó un poco su ansiedad, pero Lambton no era grande. Podría encontrarlos; lo que lamentaba era tener que perder tanto tiempo.
– ¿En qué dirección…? -comenzó a preguntar, pero el criado lo interrumpió.
– La joven todavía está arriba, señor. ¿Le gustaría subir a hablar sólo con ella?
Darcy casi no pudo contener la risa al oír el tono de disculpa del muchacho. ¿Quería subir a hablar sólo con Elizabeth? Darcy sintió que su corazón se ensanchaba. Aquello era perfecto, mucho más apropiado para sus propósitos de lo que habría podido planear o esperar.
– Sí, por favor. -Le sonrió al muchacho y le hizo señas para que siguiera adelante y lo condujera a las escaleras.
El corredor del segundo piso estaba tranquilo, el salón de abajo todavía no se había llenado de clientes y los otros huéspedes de la posada estaban fuera, ocupados en sus asuntos.
El golpeteo de sus botas contra el suelo de madera resonaba en sus oídos, pero no alcanzó a ocultar el ruido de una silla que alguien arrastraba tras la puerta de los Gardiner. ¡Elizabeth! El corazón le dio un vuelco cuando se detuvo detrás del criado y esperó. El sonido de unos pasos ligeros llegó hasta sus oídos. Darcy contuvo la respiración. El criado puso la mano en el pomo y, dando un paso atrás, abrió la puerta.
Elizabeth apareció de repente, con la cara pálida, y lo miró con una expresión de dolor y desesperación. Al ver en todos los rasgos de la muchacha semejante angustia, Darcy se sobresaltó y no supo qué decir.
– Perdóneme, pero tengo que dejarle -dijo Elizabeth, jadeando-. Debo encontrar al señor Gardiner en este mismo momento, para informarle de un asunto que no puede demorarse; no hay tiempo que perder.
– ¡Dios mío! ¿De qué se trata? -preguntó Darcy, mientras la expresión de angustia de Elizabeth despertaba no sólo su alarma sino todos los sentimientos de ternura que poseía. ¿Encontrar a los Gardiner? ¡Ella no podría hacerlo en ese estado!-. No quiero entretenerla ni un minuto; pero permítame que sea yo el que vaya en busca del señor y la señora Gardiner, o que mande a un criado. -Darcy tomó el control de la situación tanto como pudo, sin conocer los detalles-. Usted no se encuentra bien; no puede ir en esas condiciones. -El caballero esperaba que ella lo contradijera y se preparó para insistir, pero Elizabeth no dijo nada, lo cual aumentó su preocupación. La muchacha vaciló un momento, mientras temblaba, antes de asentir con la cabeza. Después de llamar al criado y ordenarle que fuera en busca de sus tíos, Elizabeth se desplomó en una silla.
¿Qué debía hacer?, se preguntó. Al mirar el rostro angustiado y la actitud de derrota de los hombros de la muchacha, supo que no podía dejarla. Estiró una mano, aunque todo lo impulsaba a tomarla entre sus brazos y prometerle que todo iría bien, pero tuvo que dejar caer la mano a un lado. No tenía ningún derecho.
– Permítame llamar a su doncella -le dijo con voz suave. Al ver que ella negaba con la cabeza, decidió intentar otra cosa, pero con el mismo tono-. ¿Qué podría tomar para aliviarse? ¿Un vaso de vino? Voy a traérselo. -Elizabeth negó otra vez con la cabeza. El sentimiento de impotencia de Darcy aumentó. ¿Tal vez estaba demasiado angustiada para darse cuenta de su estado?-. Usted está enferma -le dijo Darcy con voz suave.
– No, gracias. -Elizabeth se enderezó un poco-. No se trata de mí. Yo estoy bien. Sólo estoy desolada por una horrible noticia que acabo de recibir de Longbourn. -En ese momento no pudo reprimir el torrente de lágrimas que había permanecido contenido por la angustia y ya no pudo decir más. Darcy sólo supo que la causa de su estado era una noticia que había recibido de su casa. La explicación más probable parecía ser una muerte en su familia. ¿Acaso había habido algún terrible accidente? Sintió que el corazón se le rompía, desesperado por resultar de alguna ayuda, por servir de consuelo a Elizabeth en medio de aquella expresión del más vivo dolor. Por Dios, ¿cuánto tiempo más podría ser capaz de verla así y mantener la compostura? Darcy se agarró al respaldo de la silla que estaba ante ella y se aferró a él con tanta fuerza que los dedos le dolieron.
– Señorita Elizabeth, por favor… permítame ayudarle de alguna manera -insistió él, pero la muchacha siguió llorando desconsoladamente y no había nada más que pudiera decir o hacer, excepto esperar.
– Acabo de recibir una carta de Jane con unas noticias espantosas. -Aunque hablaba de manera entrecortada, Elizabeth finalmente lo miró. Darcy se inclinó sobre ella, con intención de oír cada sílaba-. Esto no puede ocultarse. -Elizabeth tomó aire y luego continuó-: Mi hermana menor ha abandonado a sus amigos; se ha fugado, se ha rendido a los encantos de… del señor Wickham.
El impacto que sufrió el caballero fue mayúsculo. ¡Wickham! ¡Maldito demonio! Pero ¿cómo había sucedido aquello?
– Se han escapado de Brighton -siguió diciendo Elizabeth, de forma inconexa-. Usted conoce a Wickham demasiado bien para comprender lo que eso significa. Ella no tiene dinero, ni contactos, nada que lo haya podido tentar a… -Volvió a sollozar-. Está perdida para siempre.
Al oír el relato de Elizabeth y pensar en sus implicaciones, Darcy sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas, que lo invadía la rabia y se quedaba sin palabras. ¿Acaso aquel hombre no tenía ni una pizca de conciencia? Al menos con Georgiana estaba la motivación de la venganza y obtener algún beneficio, pero ¿cuál había sido su propósito con Lydia Bennet? Elizabeth tenía toda la razón; Lydia no tenía nada que ofrecer para tentarlo a casarse. Sus atractivos eran la juventud, la imprudencia y la promesa de sensualidad. Cuando Wickham se hubiese aprovechado de eso, la abandonaría sin ninguna consideración.
– Cuando pienso que yo habría podido evitarlo. Yo, que sabía cómo era Wickham -se reprochó Elizabeth con amargura-. ¡Si yo hubiese explicado a mi familia sólo una parte, algo de lo que sabía de él! Si hubiesen conocido su manera de ser, esto no habría sucedido. Pero ya es tarde para todo. -Volvió a hundir la cara entre las manos.
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