Con renovada energía, regresó al escritorio y abrió su agenda. Pasó el dedo por las páginas para revisar sus compromisos, tomó nota de sus citas y sacó papel y tinta. Su administrador se quedaría perplejo al leer su mensaje, pero no había nada que hacer. Sherrill era un buen hombre y podría enfrentarse perfectamente a las responsabilidades que Darcy estaba a punto de darle. Lo que importaba ahora era la celeridad. Debía estar en Londres lo antes posible, aunque eso significase incluso no descansar o viajar en domingo. Con una letra que reflejaba la premura, estampó su firma en una segunda carta, que debía ser enviada a la ciudad delante de él, y sopló suavemente sobre la tinta húmeda, mientras pensaba en todo lo que tenía que hacer antes de partir. Luego dobló la carta, se dirigió a la puerta y le entregó las dos misivas al primer lacayo que encontró, con instrucciones sobre sus destinatarios. El ruido de voces procedente del vestíbulo principal le advirtió de que sus invitados estaban regresando del picnic. No tenía tiempo que perder en convenciones sociales ni defendiéndose de las pequeñas tretas y estratagemas de Caroline Bingley. Se dio la vuelta hacia las escaleras, que subió de dos en dos, y cuando llegó a su habitación, tocó con insistencia la campanilla para llamar a su ayuda de cámara.

– ¡Fletcher! -Darcy se acercó antes de que el hombre tuviera tiempo de recuperar el aliento, tras ser llamado de forma tan apresurada y subir corriendo dos pisos-. Salimos mañana para Londres. Haga el equipaje sólo con lo necesario, pues no voy a asistir a ninguna velada social en la ciudad, ni desempeñaré las actividades normales.

– ¿Londres, señor? -Fletcher resolló con sorpresa-. ¿Mañana? ¡Dios nos proteja, señor!

– Ojalá así sea y Dios nos proteja. -Darcy guardó silencio mientras contemplaba la cara de desconcierto de Fletcher y se preguntaba si sería prudente confiar en su ayuda de cámara-. Vamos al rescate de una jovencita, Fletcher -añadió finalmente, con una especie de sonrisa-, una actividad en la que usted y su prometida tienen alguna experiencia, si mal no recuerdo.

– S-sí, señor -respondió el ayuda de cámara de manera vacilante-. ¿Cuándo quiere partir, señor?

– A las seis como más tarde. Eso será todo… No, espere. -Darcy detuvo al hombre antes de que pudiera hacer la inclinación-. No se lo cuente a nadie hasta esta noche; luego puede divulgarlo entre la servidumbre. Yo informaré al señor Reynolds, pero mis invitados no deben saberlo hasta que yo se lo diga.

– Sí, señor. -El sirviente hizo una reverencia.

– Y envíe a un criado en busca de la señorita Georgiana. Quiero hablar con ella enseguida.

– ¡Inmediatamente, señor Darcy! -Fletcher hizo otra rápida inclinación y desapareció por la puerta de servicio. Durante un momento, el caballero se quedó mirando la puerta cerrada, oyendo cómo se desvanecían los pasos de su ayuda de cámara. Con la conciencia tranquila, por el hecho de haber tomado una decisión sobre la que podía tener alguna influencia y sentir que estaba haciendo lo correcto, Darcy se sintió invadido por una dulce sensación de libertad.


– ¿Fitzwilliam? -Cuando Darcy le ordenó entrar, Georgiana apareció en el umbral. Levantó la vista de su maleta justo a tiempo para alcanzar a ver cómo se desvanecía la sonrisa del rostro de su hermana y se convertía en una expresión de desconcierto-. ¿Qué estás haciendo? ¿El equipaje? -Georgiana lo miró con asombro.

– Sí, preciosa, me marcho mañana a primera hora. -Darcy soltó lo que tenía en la mano y fue a su encuentro.

– Pero, nuestros invitados… -Georgiana lo miró, al tiempo que él la agarraba de las manos-. ¿Y la señorita Elizabeth?

Darcy miró a su hermana a los ojos y se sorprendió de ver la tranquila seguridad que vio en ellos. La cualidad de la clemencia… Sí, eso fue lo que Darcy vio en los ojos de Georgiana, los efectos de la clemencia y la sabiduría que ésta le había traído. Sentía la necesidad urgente de comunicarle sus planes. Georgiana, más que nadie, entendería lo que él estaba a punto de hacer.

– Es por el bien de la señorita Elizabeth que debo dejarte aquí sola para que atiendas a nuestros invitados y viajar a Londres no sé por cuánto tiempo.

– ¡Londres! ¿Por el bien de la señorita Elizabeth? -Darcy podía ver la batalla que libraban en el interior de Georgiana la curiosidad, la preocupación y el sentido de la discreción.

– Sí. Elizabeth… La señorita Elizabeth ha recibido una terrible noticia por correo justo minutos antes de que yo fuera a verla. Estaba tan conmocionada que me confió el contenido de la carta de la forma más natural. -Hizo una pausa-. Curiosamente, es un asunto que tiene cierta relación con nuestra familia, razón por la cual pienso que lo que yo pueda hacer será extraordinariamente significativo. -Miró directamente a los ojos de su hermana-. Le prometí a Elizabeth que guardaría silencio, pero es algo que tiene que ver con Wickham, querida. -Georgiana se quedó sin respiración y, por un momento, volvió a cruzar por sus delicados rasgos una mirada de dolor y vergüenza, pero esas emociones fueron rápidamente reemplazadas por la preocupación.

– ¿Wickham y la señorita Elizabeth? ¡Debes decirme de qué se trata, Fitzwilliam! -exigió Georgiana, apretando las manos de Darcy y mirándolo con intensidad.

– Wickham ha… ha comprometido la reputación de la hermana pequeña de la señorita Elizabeth…

– ¡No! -susurró Georgiana con voz ahogada.

– Me temo que sí. -Darcy la miró con inquietud, pero ella asintió y le hizo señas para que continuara-. Se la ha llevado a Londres y han desaparecido. En la carta era requerida la presencia de la señorita Elizabeth en su casa en Hertfordshire, al igual que la de su tío para que ayude al padre en la búsqueda. Supongo que ya se han marchado. Georgiana -Darcy suspiró-, no puedo dejar de pensar en que si yo hubiese hecho público el peligro que representaba Wickham, esto no habría sucedido. Tal vez estoy equivocado, pero en este momento no puedo más que sentirme culpable de comportarme de forma tan desconsiderada, sin pensar en la protección de nadie más allá de nuestra propia familia.

– ¿Entonces te vas a Londres a ayudar en la búsqueda? -Georgiana terminó por él-. Ellos no querrán que tú intervengas.

– No, no querrán; así que no les ofreceré mi ayuda sino que usaré mis propios medios en secreto. Lo que me lleva al siguiente asunto. -Darcy la miró a los ojos-. No debes decirle nada a nadie y debes quedarte aquí sola. ¿Podrás hacerlo? -Darcy levantó la cabeza. Le estaba pidiendo demasiado a su hermana menor, pero cuando puso sus manos sobre los delgados hombros de Georgiana, sintió que estaban preparados asumir la tarea que depositaba sobre ellos.

– Claro que puedo; es lo menos que debo hacer. -Georgiana lo miró directamente a la cara-. Tú guardaste silencio por mí, Fitzwilliam. Debemos corregir ese error y ayudar a la señorita Elizabeth.

Darcy sonrió al oírla hablar en plural y le acarició la mejilla.

– Te has convertido en una damita tan íntegra que ya no me atrevo a llamarte «mi niña». Lord Brougham me advirtió que así era y creo que tenía razón en eso, como en tantas otras cosas. -La besó en la frente-. Ahora debo terminar de hacer el equipaje. Durante la cena anunciaré mi partida, no antes; ¡y tú debes planear tu propia estrategia, señorita Darcy!


La profunda consternación de sus invitados cuando fueron informados de que Darcy iba a dejarlos solos habría representado una enorme satisfacción para la vanidad de un hombre menos virtuoso, pero después de agradecer rápidamente su decepción, Darcy se negó a contemplar más caras largas o malhumoradas. En vez de eso, comenzó a insistir en que durante su ausencia sus invitados se sintieran en Pemberley como en su propia casa y terminó con la única advertencia de que cualquier entretenimiento de gran alcance fuese discutido antes con su hermana.

– ¡Qué contrariedad! -exclamó Bingley al oír la noticia de aquella inesperada emergencia-. ¡Qué mala suerte! Y todo había sido tan agradable… más que agradable -murmuró-. ¿Cuándo regresarás, Darcy?

– No lo sé. El asunto está totalmente en manos de la providencia. -Darcy adoptó una expresión sombría-. Pero creo que será un asunto de varias semanas.

– Entonces tal vez deberíamos pensar en seguir hacia Scarborough. -Las palabras de Bingley fueron recibidas por un nuevo coro de exclamaciones de decepción por parte de sus hermanas, pero éste las ignoró por completo-. A menos -dijo, mirando a Darcy-, a menos de que haya alguna manera en que yo pueda ser útil. -El solícito ofrecimiento de Bingley resultaba muy gratificante, pues no hacía mucho jamás se habría atrevido a pensar en que podía prestarle algún servicio a su amigo.

– No, te lo agradezco. -Darcy lo miró a los ojos-. Si hubiese alguna forma de que pudieras ayudarme, no dudaría en aceptar tu oferta de inmediato; pero tal como están las cosas… -Dejó la frase en suspenso.

Bingley asintió con la cabeza.

– Bueno, entonces acompañaremos a la señorita Darcy. -Le hizo un guiño a su amigo-. Y, entretanto, daremos buena cuenta de tus truchas. No se me ocurre ninguna otra cosa que pueda acelerar tus asuntos en la ciudad.

– Así es. -Darcy sonrió-. Pero después de haber observado tu habilidad con el anzuelo y la caña, no creo que deba preocuparme en lo más mínimo por la salud o la seguridad de mis truchas.

Tras despedirse de sus invitados y retirarse al refugio de su habitación, Darcy encontró a su ayuda de cámara en el vestidor, con todo listo. Un solo baúl, cerrado pero todavía sin atar, esperaba discretamente en un rincón a que él lo inspeccionara. Fletcher le hizo una solemne reverencia, cuando Darcy lo sorprendió absorto en los preparativos de la noche, que sólo terminarían una vez que su patrón lo mandara a descansar.

– Buenas noches, Fletcher. -Darcy miró el baúl-. ¿Todo dispuesto?

– Sí, señor. Eso creo, señor. -El ayuda de cámara hizo un gesto hacia el baúl-. ¿Quiere usted…?

– No, tengo plena confianza en que está todo lo que necesitamos para nuestros propósitos. Mándelo abajo con mi maleta, si es tan amable. -Fletcher hizo una inclinación, se acercó al cordón de la campanilla y le dio un tirón. Luego se agachó para atar y cerrar el baúl definitivamente.

Cuando terminó, se volvió hacia su patrón, todavía con la misma actitud solemne.

– ¿Si usted me permite, señor? -El caballero asintió con la cabeza para autorizar a Fletcher a satisfacer la curiosidad que sabía había contenido con gran esfuerzo durante toda el tiempo, antes de dar media vuelta para comenzar a desnudarse-. ¿Puedo conocer algún detalle más de nuestra misión? -Retiró la chaqueta de los hombros del caballero y la puso sobre una silla-. ¿Una dama en apuros, si he entendido bien?

– ¡Sí, pero espere! -Se oyó un golpecito en la puerta de servicio y los dos hombres se pusieron alerta-. ¡Adelante! -gritó Darcy-. Ahí -le dijo al lacayo que acababa de entrar, señalándole el baúl-. Llévelo abajo para que esté listo para mañana, por favor; y recuérdele a Morley que el carruaje debe estar preparado a primera hora. Gracias.

– Sí, señor. -El lacayo levantó el baúl hasta sus hombros y volvió a salir por la puerta de servicio. Darcy esperó hasta que el sonido de sus pasos se perdiera en el silencio, antes de volverse hacia su ayuda de cámara.

– Sí. -Se desabrochó el chaleco-. Eso es correcto, o casi correcto. -Fletcher frunció el ceño-. Es posible que la dama todavía no se haya dado cuenta de que está en apuros, pero sin duda lo está. ¡De eso no cabe duda! -Se inclinó hacia el ayuda de cámara, para entregarle el chaleco-. Usted debe ser consciente de que su discreción en este asunto es extremadamente importante.

– Sí, señor. -Los ojos de Fletcher se iluminaron cuando Darcy lo miró con intensidad.

– Está relacionado con la familia Bennet.

El entusiasmo de Fletcher se convirtió en horror.

– No, señor… no se tratará de la señorita Eliz…

– ¡No! No se preocupe por eso. -Darcy comenzó a aflojarse la corbata-. Pero se trata de una de sus hermanas, la más joven. Se ha fugado con la esperanza de casarse, pero yo estoy seguro de que no será así. Conozco el carácter del hombre -explicó con amargura-. Es George Wickham.

– ¿Wickham? ¿Uno de los tenientes del coronel Forster? -preguntó Fletcher-. «Un mentiroso y un oportunista», era lo que decía de él la servidumbre en Hertfordshire, señor. Pero creía que el regimiento del coronel estaba acantonado en Brighton.

– Y así es, pero la esposa del coronel quería contar con la compañía de la señorita Lydia Bennet. Así que ella también se fue a Brighton, sin que la acompañaran sus padres ni ningún otro pariente o acompañante.

– Qué imprudencia, señor. -El ayuda de cámara sacudió la cabeza.

– Como se puede ver ahora -coincidió Darcy, entregándole la corbata-. Llegué junto a la señorita Elizabeth Bennet sólo momentos después de que hubiese recibido esa noticia. Estaba lógicamente muy conmocionada y me contó más de lo que me habría dicho en otras circunstancias, estoy seguro. Usted sabe lo que eso significa, Fletcher.