Con decisión, Darcy pasó frente al gigante y entró en la estancia, con Fletcher siguiéndolo de cerca, y detrás su anfitrión. Tanner se detuvo para cerrar la puerta y tuvo la precaución de atrancarla. Al darse la vuelta, les sonrió a sus invitados y se apresuró a poner a calentar agua sobre las brasas. Luego comenzó a buscar una taza limpia. En un instante, la inmensa figura del hombre adquirió un carácter más cómico que amenazante, mientras se afanaba por cumplir sus funciones de anfitrión dentro de los estrechos límites de aquella habitación de techo inclinado que le servía de cocina, salón y alcoba, al tiempo que se disculpaba por el desorden.
– Por favor, señor, tome asiento. -Limpió apresuradamente una vieja silla-. El agua estará lista en un segundo. Lem, ¿puedes echarme una mano? -Fletcher miró a Darcy. Este asintió con la cabeza y el ayuda de cámara siguió a Tanner hasta una mesa que estaba dedicada, por lo que podía verse, a varias funciones. Evidentemente, Darcy y Fletcher habían interrumpido la cena de su anfitrión, porque en un extremo de la mesa había un enorme trozo de asado, mientras que el otro extremo estaba cubierto por una montaña de papeles, plumas y un tintero. En pocos instantes, Tanner colocó una taza de té delante de Darcy. Después de darle otra a Fletcher, el hombre se detuvo frente al caballero y volvió a inclinarse-. ¿Señor? ¿En qué puedo ayudarlo?
– Tanner. -Darcy levantó la vista hacia los curiosos ojos de aquel hombre-. El señor Dyfed me dijo que cuando necesitara encontrarlo, debía venir aquí, pero usted dice que no está disponible.
– No, señor, y no sé cuándo lo estará. No puedo decir más, señor. -Tanner apretó la mandíbula con fuerza. Era evidente que no iba a dar más información sobre el asunto-. Pero tal vez yo mismo o algún otro de los amigos del señor Dyfed podamos ayudarle. -Tanner no se dejó intimidar por el intenso examen de Darcy y tampoco parecía sentirse incómodo en medio de su humildad. El caballero pensó en las opciones que tenía. Todo parecía indicar que Dy confiaba en ese hombre. ¿Y acaso Darcy podía decir que necesitaba contar con mayor discreción que Dy?
– Es un asunto personal que requiere la mayor confidencialidad y discreción -comenzó a decir lentamente-. La reputación de una muchacha, y la de toda su familia, dependen de que la encontremos rápidamente y la rescatemos de las manos de un miserable. Toda la información que tengo se reduce a que ella y el hombre llegaron a Londres hace una semana y han desaparecido en los barrios bajos de la ciudad.
– ¿Un secuestro, señor? -La cara fornida de Tanner se endureció.
– No. -Darcy negó con la cabeza-. La joven se fue voluntariamente y es posible que todavía esté enamorada y no desee que la rescaten. Pero hay que encontrarla y hacerla entrar en razón para arrebatársela a ese hombre. -Darcy tomó aire y fijó sus ojos en los de su anfitrión-. Sólo deseo que me ayuden a buscarla. Yo me encargaré del resto. ¿Puede usted ayudarme?
Tanner miró por un segundo a Fletcher y luego volvió a mirar a Darcy.
– Sí, señor, puedo ayudarle; y lo haré. -El hombre dejó escapar un silbido de rabia-. Es una historia bastante común, aunque todavía me hace hervir la sangre, si usted me perdona, señor.
Darcy rechazó la disculpa levantando una mano.
– El nombre del hombre es Wickham, George Wickham, y el de la dama Lydia. Me reservaré el apellido. Lydia será suficiente. Ella es una jovencita de baja estatura, tiene sólo dieciséis años y procede de una buena familia, aunque no noble. Wickham tiene el rango de teniente y se fugó sin permiso del regimiento…, destacado en Brighton. Él tiene poco dinero y pocos amigos. Es un hombre más o menos de mi estatura, pelo negro, delgado. Tiene debilidad por el juego. -Darcy sacó un pequeño paquete del bolsillo de la chaqueta-. Aquí encontrará un retrato bastante aproximado. -Se lo entregó a Tanner.
– ¡Ah, esto será de gran ayuda! -exclamó el gigante, mientras desenvolvía el paquete y acercaba la miniatura a la luz de la vela-. ¿Cómo podré ponerme yo en contacto con usted, señor? Como se imaginará, no debe volver aquí.
Darcy asintió con la cabeza.
– Dele los mensajes a uno de mis cocheros, Harry, en el callejón que conduce a los establos de Erewile House, en Grosvenor Square. Harry no tiene ni idea de este asunto, pero hará llegar oportunamente lo que le entreguen.
– Así lo haré, señor. Haya noticias o no, le mandaré recados por la mañana, por la tarde y por la noche, para informarle de lo que se ha hecho y lo que se ha descubierto.
– ¡Excelente! -Darcy se puso en pie-. ¡No puedo pedir más! -Volvió a mirar a su alrededor, sintiendo una enorme curiosidad por aquel hombre que probablemente sabía más que él sobre el verdadero Dy Brougham. Posó su mirada en el montón de papeles que había sobre la mesa, algo bastante inusual, sin duda-. Ésa es una cantidad considerable de papeles. No tenía ni idea de que un sacristán… -Darcy guardó silencio, dándose cuenta de que su curiosidad había superado toda precaución-. Si eso es realmente lo que usted es.
Tanner sonrió con cautela.
– Ah, yo soy el sacristán, señor, cuando hay tiempo. Pero la gente no molesta al sacristán en un lugar como éste, en especial a uno que habla tan mal.
– ¿Cómo has llegado hasta aquí, Tyke? -Fletcher se reunió con ellos-. Mi padre me escribió cuando te fuiste hace ocho años, y desde entonces no ha tenido noticias tuyas.
Tanner suspiró.
– Lem, fue la peor decisión que he tomado en mi vida y, sin embargo, la mejor, teniendo en cuenta la forma en que terminó. Dejé el grupo de tu padre y seguí a otra compañía hasta aquí, hasta Londres, atraído por las promesas de fama y fortuna del director. Nunca nos presentamos en un teatro respetable y pronto la situación fue tan difícil que había que elegir entre robar o morirse de hambre. Cuando dije que prefería morirme de hambre, me abandonaron. Luego contraje una neumonía. No tenía ningún sitio adonde ir y estaba enfermo como un perro y débil como un gatito. -A Tanner se le nublaron los ojos-. El pastor de esta iglesia me encontró en la calle y me recogió. Me cuidó con sus propias manos y fue recompensado contagiándose él mismo la enfermedad. -Tanner se secó las lágrimas y suspiró-. Perdóneme, señor -le dijo a Darcy-. Peter Annesley… -Al oír ese nombre, Fletcher se sobresaltó, pero enseguida Darcy lo miró y el ayuda de cámara guardó silencio-. Peter Annesley resultó ser la mejor persona del mundo. Él me presentó al señor Dyfed, y entre ambos… Bueno, muchas cosas han cambiado en mi vida. Señor Darcy… -Tanner se dirigió otra vez al caballero-. ¿Se quedará usted aquí mientras le busco un carruaje? Lo más probable es que la calle esté vacía, tan vacía como puede estar una calle en esta parte de Londres; pero ya ha podido comprobar usted la rapidez con la que un hombre de su apariencia puede llamar la atención.
– Le pedí al coche en el que vinimos que volviera a buscarnos. No debe de faltar mucho para que llegue -afirmó Darcy con más convicción de la que tenía.
Tanner lo miró con incredulidad.
– Bueno, puede ser, señor; pero yo prefiero dar una vuelta y asegurarme, antes de que usted se aventure a salir. Si tiene la bondad, señor -añadió, en tono conciliador, a pesar de que los dos sabían que Darcy tenía el privilegio de hacer lo que quisiera.
Darcy asintió.
– Como quiera, pero nosotros lo acompañaremos hasta la puerta. Fletcher -dijo por encima del hombro.
– Aquí estoy, señor. -Fletcher dejó su taza de té enseguida, se alisó las arrugas de la chaqueta y se presentó de inmediato ante su patrón. Tanner retiró la tranca de la pesada puerta y la abrió con un ligero crujido para que pudieran dirigirse a la entrada en silencio.
– Tenga la bondad de esperar aquí un momento, señor. -Las palabras de Tanner resonaron ligeramente autoritarias. Y antes de que Darcy pudiera contestar, ya había salido cerrando la puerta detrás de él. Molesto por el tono del gigante, Darcy se volvió hacia Fletcher, que desvió la mirada tan pronto como sintió encima los ojos de su patrón. Ah, sí… Fletcher. Entusiasmado con ese nuevo misterio, Darcy centró toda su atención en su ayuda de cámara.
– Fletcher, ¿tendrá usted la bondad de explicarme de qué conoce exactamente este hombre? -Darcy cruzó los brazos y retrocedió un paso, con las cejas enarcadas-. Le aseguro que estoy ansioso por oírlo.
– Ah… bueno, señor -comenzó a decir el ayuda de cámara, pero luego se quedó callado-. Ya sabe usted, señor Darcy…
– No, no sé; ésa es la razón por la cual usted me va lo a contar… ¡Quiero la verdad! Según he podido entender, Tanner formaba parte de una compañía de actores antes y después de haber dejado a su familia. -Darcy miró a su ayuda de cámara con ojos inquisitivos.
Después de soltar un pesado suspiro, Fletcher asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.
– Sí, señor. Ésa es la verdad, señor. Mis padres son, o mejor, eran… actores.
– Supongo que actores shakespearianos. -Darcy esperó la confirmación que ya conocía de antemano. ¡Aquello explicaba muchas cosas! Con razón Fletcher citaba a Shakespeare como si fuera su hijo: ¡había sido criado con sus obras!
– Sí, señor Darcy, aunque nunca fueron lo que uno podría decir «famosos». El grupo sólo se presentaba en pueblos pequeños o medianos, nunca en Londres y ni siquiera en York o Birmingham. Pero conocían a Shakespeare, señor, todas las comedias y algunas otras obras. Ahora están retirados. -Fletcher enfatizó la palabra «ahora»-. Eran respetables a su manera, señor. Nunca engañaron a un cliente ni robaron. -Se puso dolorosamente rígido-. Pero comprenderé perfectamente que usted decida prescindir de mis servicios.
– No diga tonterías, Fletcher -protestó Darcy, resoplando-. Estoy seguro de que su origen no tiene ninguna influencia sobre su posición actual. Eso podrá explicar su extravagante actitud con respecto a las corbatas y su capacidad para citar a Shakespeare con increíble facilidad, pero no hay ninguna razón para que lo despida. Y -concluyó- no tengo duda de que sus padres son personas excepcionales.
– Gracias, señor Darcy. -Fletcher relajó los hombros.
El pomo de la puerta giró y Tanner deslizó su impresionante cuerpo a través del umbral.
– El coche está esperando, señor. Debe usted irse enseguida, antes de que llame la atención.
– Gracias, Tanner. -Darcy le tendió la mano al sorprendido gigante, que la tomó con aire asombrado-. Confío en usted. Todos los gastos en los que incurra serán cubiertos, desde luego; así que no tema gastar lo que sea necesario para conseguir lo que quiero.
– Sí, señor, no se preocupe. Ahora, ¡debe irse! Pronto tendrá noticias mías. -Tanner abrió la puerta y los acompañó hasta el coche-. Grosvenor Square y ¡mucho cuidado, Jory! -le rugió al cochero-. Es amigo del señor Dyfed. ¡Nada de trucos!
El lunes por la mañana, Darcy se encontraba en el estudio de lord***, exponiéndole el caso de Lydia Bennet, en calidad de presidente de la Sociedad para devolver a las jovencitas del campo a sus familias. Su señoría escuchó con atención y tomó notas, mientras Darcy le explicaba todos los detalles que podía, sin poner en peligro la identidad de la hermana de Elizabeth.
– Un caso difícil, en verdad -dijo su señoría con un suspiro, dejando a un lado la pluma-. Desgraciadamente, no es el único. Al contrario, es bastante frecuente. Una muchacha se encuentra con un deslumbrante oficial mundano y rebosante de excitantes promesas, y no hay manera de evitar el desastre que se produce. Usted se da cuenta -miró a Darcy con seriedad- de que es probable que ella no desee dejar al oficial todavía. Dependiendo de lo directo que sea él, puede pasar algún tiempo antes de que se produzca la desilusión o hasta que él se canse de ella.
– Sí, milord, me doy cuenta.
– Me temo que si la jovencita es tan imprudente como usted dice, Darcy, sólo hay dos realidades que podrán hacerla entrar en razón. Lo mejor es que el oficial ya se haya quedado sin dinero o esté a punto de hacerlo. La otra, mucho menos deseable -dijo, bajando momentáneamente los ojos antes de volverlos a fijar en Darcy-, es que él haya sido cruel con ella.
Darcy asintió con resignación.
– Estoy preparado para las dos eventualidades, pero le agradezco la advertencia.
– Entonces haré circular esta información entre nuestra gente. -Su señoría se puso en pie y le tendió la mano a Darcy-. Tendrá noticias mías tan pronto como sepa algo. Ellos tendrían que estar muy bien escondidos en Londres para escapar a la vigilancia de la Sociedad, señor, muy bien escondidos. Los encontraremos.
Darcy apartó el resto de una cena ligera, se levantó de su escritorio y recogió las notas de Tanner, que estaban diseminadas entre los platos, y el primer borrador de una nota que le había enviado a su primo Richard. Con gesto cansado, sacó su reloj de bolsillo y lo comparó con el reloj del estudio. Las tres y veinte. La entrevista de esa mañana con el presidente de la Sociedad parecía haber tenido lugar hacía siglos, pero la hora del reloj de mesa y el de bolsillo estaba perfectamente sincronizada y cada movimiento de las manecillas marcaba otro momento que pasaba sin poder avanzar en el alivio de la desgracia de Elizabeth. La escena en la posada de Lambton, el rostro avergonzado y desesperado de Elizabeth y las lágrimas que se habían deslizado por sus mejillas estaban siempre en la mente de Darcy, alentándolo a seguir. Sin embargo, el tiempo arrastraba los pies de manera perversa, haciendo aumentar su ansiedad.
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