Se oyó un golpecito en la puerta.

– ¡Adelante! -ordenó Darcy. Sobre la bandeja que Witcher puso encima del escritorio había otra nota de Tanner.

– De Harry, señor. -El mayordomo suspiró-. Otra vez. ¿Qué puede ser tan importante para estar enviando notas toda la mañana…? -Witcher contuvo sus quejas al ver la cara expectante de su patrón.

– Gracias. -Darcy tomó la nota. Lo que leyó hizo que llamara al mayordomo, que ya se estaba retirando-. Witcher, espere un momento.

– ¿Sí, señor?

– Voy a salir y no tengo ni idea de la hora a la que regresaré. Por favor dígale a su buena esposa que me deje algo en la cocina esta noche. Ya me encargaré yo de ir a buscarlo cuando regrese.

– Se lo diré, señor. -Witcher levantó las cejas de manera amenazante-. Pero no le va a gustar, señor, sobre todo después de su forma de comportarse en los últimos días y esos horarios en los que sale.

Darcy se rió por primera vez en varios días.

– ¡Dígale que pronto podrá mimarme con su cocina! -Levantó la nota mientras hablaba con el mayordomo-. Esto puede llevarme a lo que he venido a buscar a Londres. -Se la metió en el bolsillo del chaleco-. Mande a un criado a que me consiga un coche, Witcher. Debo salir enseguida.

Media hora después, el cochero abría la portezuela de su vehículo con una inclinación, al ver la sobria elegancia de Darcy.

– ¿Adónde lo llevo, señor?

– Calle Edward -dijo por encima del hombro, mientras subía la escalerilla-. Sí -afirmó, cuando el hombre abrió los ojos y lo miró-, calle Edward, tan rápido como sea posible.

La nota de Tyke Tanner era un ejemplo de brevedad. Señora Younge. 815 de la calle Edward. -Darcy estiró las piernas tanto como se lo permitió el coche de alquiler. Le había dado a Tanner el nombre de la antigua dama de compañía de Georgiana, aunque no podía saber si la dama y Wickham habían seguido en buenos términos desde su complot contra él en Ramsgate. Por su complicidad con Wickham, había sido despedida sin derecho a referencias. Era muy posible que estuviera resentida por haber perdido una posición muy bien remunerada. Pero si los ladrones eran tan buenos amigos como decía el dicho, tal vez ella tendría noticias de aquel canalla o incluso lo habría visto.

Se recostó contra los cojines del coche alquilado y se fijó en cómo avanzaba a través de Mayfair, luego por el barrio de las oficinas estatales hasta llegar a la parte este de Londres. Agarró su bastón con empuñadura de bronce. No conocía la calle Edward, pero se imaginaba que no debía de estar en la mejor zona de la ciudad. En consecuencia, cuando el coche se detuvo en un vecindario de clase trabajadora, pero no tan pobre, Darcy se sintió, en cierta forma, aliviado al pensar que el bastón que llevaba no tendría más función que aquella para la que estaba destinado, un complemento de distinción.

– Calle Edward, señor -gritó el cochero-. ¿Alguna dirección en particular?

– No, déjeme aquí -indicó Darcy-. Quiero caminar. -El cochero bajó del pescante y abrió la portezuela. Darcy le pagó la carrera y le dio dos chelines de propina-. Dé un par de vueltas a la manzana hasta que yo termine. Le prometo que no perderá su tiempo.

– A sus órdenes, señor. -El cochero hizo una inclinación-. Mi yegua y yo tomaremos un poco el aire, por decirlo de alguna manera.

Darcy asintió y, metiéndose el bastón bajo el brazo, comenzó a recorrer la calle. Parecía un vecindario respetable. Si Wickham y Lydia Bennet se habían refugiado allí, al menos le daría a Wickham el crédito de haberla protegido de los ambientes más duros de la ciudad. No todos los edificios tenían número, pero el 815 se veía muy bien, pues el número estaba pintado artísticamente en la puerta, debajo de la ventana que daba al oeste. Darcy se preparó para la confrontación, subió los escalones de lo que parecía una pensión y golpeó en la puerta con el bastón. Le abrió una criada joven.

– Lo siento, señor, pero no hay habitaciones disponibles. Inténtelo en la posada que hay más abajo. -Señaló un carruaje que bajaba por la calle-. Sólo siga ese coche, señor, y lo verá.

– Gracias -respondió Darcy por la forma servicial en que le había atendido la muchacha-, pero he venido a ver a la señora Younge. Me han dicho que vive aquí.

– ¿La señora? -La muchacha lo miró, mientras calculaba la calidad de la chaqueta y su porte-. Nadie me ha dicho que la señora estuviese esperando a un caballero. -Miró con cautela la tarjeta de visita que él le entregó, sobre la cual Darcy había puesto delicadamente un chelín. Más rápidamente que un ladronzuelo de Covent Garden, la muchacha hizo desaparecer la moneda, escondiéndosela en el escote, mientras agarraba la tarjeta-. ¿Sería tan amable de seguirme, señor? -Se retiró de la puerta y lo dejó entrar.

En lugar de pedirle que esperara mientras ella subía a informar a la señora Younge de que tenía visita, la muchacha siguió avanzando por el corredor hasta una habitación del fondo y llamó a la puerta.

– El señor Darcy ha venido a verla, señora. -Le hizo una inclinación a la ocupante del cuarto y rápidamente retrocedió para hacerlo pasar. Desde el interior llegó un grito ahogado.

– No… ¡Oh! ¡Niña estúpida! ¡Cierre la puerta! -Darcy se detuvo en el umbral, para ver a su antigua empleada que se levantaba del escritorio, claramente agitada. Blanca como el papel, la mujer se quedó mirando a Darcy como si fuera un fantasma-. ¡S-señor Darcy!

– Señora Younge. -Darcy le dirigió una burlona inclinación, mientras ella le hacía una reverencia.

– Espero… que usted se encuentre bien, señor. -La mujer lo examinó con discreción y era evidente que estaba luchando por recuperar la compostura.

– Estoy bien, señora Younge, al igual que mi hermana. La señorita Darcy está muy bien, de hecho. -Miró fijamente a la mujer a los ojos-. Pero no la he interrumpido para intercambiar cortesías.

– No me puedo imaginar…

– ¿De verdad, señora? Piense un poco, se lo ruego. -La mujer le dio rápidamente la espalda, pues no quería o no podía sostenerle la mirada-. ¿Qué relación puede existir todavía entre nosotros que me haya forzado a venir hoy hasta su establecimiento?

La mujer se volvió lentamente hacia Darcy, con una mirada de cautela mezclada con algo de astucia.

– Wickham. -Estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo-. ¿La señorita Darcy…?

– Está muy bien, como le he dicho, y no tiene ninguna relación con lo que me ha traído hoy hasta aquí.

– Ya veo. -La mujer se dejó caer en la silla, detrás del escritorio-. Y, entonces, ¿cuál es su asunto con Wickham, señor Darcy?

– ¿Así que usted lo ha visto? -se apresuró a decir Darcy, haciendo conjeturas sobre las palabras de la mujer.

Un cierto temblor en la comisura de los labios de la señora Younge dejó traslucir la molestia que le había causado su imprudencia.

– Tal vez. -La mujer reorganizó los papeles que tenía sobre el escritorio, delante de ella, y luego levantó la vista hacia Darcy-. ¿Qué quiere usted de él, señor? ¿Lo está buscando como amigo o enemigo?

– Eso dependerá enteramente de Wickham, señora. Si alguien puede hacerle ver rápidamente qué es lo que más le conviene, puede que al final se alegre de que lo hayan encontrado.

– ¿En serio? -Ahora la codicia se había sumado claramente a la astucia-. ¿Hasta dónde puede llegar la alegría?

– Eso es un asunto entre Wickham y yo. -Darcy se inclinó sobre ella y le clavó una mirada penetrante e inflexible-. Dígame, señora -preguntó-, ¿sabe usted dónde está Wickham? ¿Está aquí?

La mujer apretó los labios, devolviéndole la mirada con descaro.

– No puedo ayudarlo.

– ¿No puede o no quiere? -respondió el caballero en voz baja y luego miró alrededor de la pequeña estancia-. Me imagino que, como mujer de negocios que es usted, sólo invierte en aquellas causas que pueden traerle algún tipo de ganancia.

La mujer inclinó la cabeza como señal de que admitía las palabras de Darcy y esbozó una sonrisa.

– Cuando fui despedida de su casa, perdí una posición muy buena. Tuve suerte de sobrevivir. Hace mucho tiempo aprendí que debo velar por mis propios intereses, de cualquier forma que se presenten.

Darcy recordó de repente la manera en que aquella mujer había engañado a Georgiana. El descaro aquellas afirmaciones despertó una oleada de rabia, pero aquél no era momento para eso. Los dos debían medir cada palabra.

– Eso me quedó muy claro el verano pasado en Ramsgate, señora -respondió Darcy, con el mismo tono de serenidad-. Usted no permite que el futuro de nadie interfiera con sus intereses.

La señora Younge se atrevió a encogerse de hombros.

– Así es la vida, señor Darcy, tanto en su mundo como en el mío.

– No, así no es todo el mundo, señora Younge. -Darcy se enderezó y dio un paso atrás-. Recompensaré bien a quien pueda llevarme hasta Wickham. -Hizo ademán de marcharse, pero dio media vuelta en la puerta-. Debe saber, señora, que usted no es mi único recurso. Otras personas, que no tienen más interés personal que hacer el bien, también lo están buscando. Si yo fuera usted, no esperaría mucho para decidirme a colaborar. Ellos pueden encontrarlo primero y eso, según creo, no le convendría a usted. Ya sabe adonde enviar un mensaje. -Darcy hizo una inclinación-. Que tenga un buen día, señora.

Atravesó rápidamente el corredor, le hizo un gesto con la cabeza a la criada y salió. El coche estaba dando la vuelta para volver a subir la calle, cuando él salió a la acera y levantó el bastón. El cochero detuvo el caballo delante de él. Estaba a punto de poner un pie en la escalerilla, cuando notó un movimiento con el rabillo del ojo y, al mirar por encima del hombro, alcanzó a ver a un chiquillo de no más de ocho años, que desaparecía lentamente por el callejón que separaba el número 815 de la calle Edward y la casa vecina.

– Espere un momento -le ordenó al cochero y se metió por el oscuro pasadizo.

– No se preocupe, patrón -lo saludó una voz joven desde el fondo del callejón. Darcy se detuvo y entrecerró los ojos para ver mejor en la penumbra. Apenas alcanzó a divisar la cara de su presa, cuando el niño se asomó entre un montón de barriles y cajas-. Váyase a casa -siguió diciendo la voz-. Estaré vigilando a la vieja y le mandaré razón si hace algún movimiento. -El chico inclinó la cabeza-. Saludos del señor Tanner, señor.

– Lo mismo para él -respondió Darcy y dio media vuelta, hacia el coche que lo esperaba.


– ¡Fitz! ¿Qué demonios pasa? -Richard entró en el estudio de Darcy antes de que Witcher tuviera oportunidad de anunciarlo-. ¡La aldaba no está en la puerta, instrucciones para que no diga que estás en la ciudad y la imperiosa solicitud de presentarme a la mayor brevedad!

– ¿Te pareció imperiosa? Te ruego que me disculpes, primo. -Richard enarcó las cejas con asombro al oír la disculpa de Darcy, pero no dijo nada-. Atribúyelo a la urgencia del asunto en que necesito que me ayudes -siguió diciendo Darcy.

– ¿Mi ayuda? -El asombro se convirtió en perplejidad. Richard se dejó caer en una silla-. ¡Habla!

– Necesito tu ayuda o, mejor, la de tus conexiones, para encontrar a Wickham.

– ¡Wickham! ¡Por Dios, no será que Georgiana…! -Comenzó a levantarse de su asiento.

– No… no, algo totalmente distinto, pero sobre lo cual no puedo hablar. Ha huido de su regimiento y tengo razones para creer que está aquí, en Londres. ¿Dónde podría esconderse un hombre así de las autoridades militares? ¿Hay algún lugar o gente a la que pudiera recurrir?

– Tal vez… probablemente. En todo caso, sé por dónde empezar a indagar. -El coronel miró a su primo con curiosidad y preocupación-. ¿No puedes decirme nada? Tratándose de Wickham, no dudo de que se trate de alguna perfidia, ¡esa maldita comadreja! Ya nada podría sorprenderme.

Darcy hizo una mueca para mostrar que estaba de acuerdo, pero negó con la cabeza.

– No, lo siento, pero no puedo decir nada más. Involucra a otras personas que no puedo nombrar. -Se sentó en el sillón que estaba frente a su primo-. No quiero que hagas otra cosa que averiguar dónde está; yo haré el resto. ¿Entiendes?

– Sí… y no -dijo Richard lentamente-. Pero haré lo que me pides. -Se quedó callado un momento y miró a su primo con el ceño fruncido-. ¿Te has dado cuenta de lo cansado que pareces? ¿Cuándo llegaste a la ciudad?

– Ayer por la noche.

– ¿Tarde?

– Tarde… y, antes de que preguntes, salí de Pemberley por la mañana.

– ¡Por Dios, Fitz! Entonces esto debe de ser extremadamente importante.

– Lo es. -Darcy suspiró, mientras se frotaba los dedos de manera distraída contra los brazos del sillón-. Debo encontrarlo tan pronto como sea posible. -Miró la cara de preocupación de Richard. Darcy sólo quería que su primo se dedicara enseguida a la tarea que le había encomendado, pero las normas de cortesía y el hecho de que fuera tan tarde exigían mostrar un poco de hospitalidad-. Pero creo que estoy libre por el resto de la noche. ¿Ya has cenado?