– ¡No si se trata de la cocina de la señora Witcher! -exclamó Richard sonriendo.

– ¿Una partida de billar después?

– Una. Esta noche tengo que supervisar un nuevo grupo de ingenuos oficiales jóvenes. ¡Qué digo oficiales! ¡Niños! -resopló Richard-. Pero comenzaré mis averiguaciones mañana mismo y te enviaré un aviso si descubro algo.

– Gracias, Richard. -Darcy se puso en pie y estrechó vigorosamente la mano de su primo.

– De nada, primo -dijo Richard, sonriendo-. Pero más que tu gratitud, preferiría un poco del pastel de ciruela de la señora Witcher. ¿La cena estará lista pronto?


Con una sensación de satisfacción más bien triste, Darcy observó la tarjeta que había llegado por la mañana, mientras estaba desayunando. Desde luego, era de la señora Younge. La tarjeta llevaba impreso el nombre de la pensión de su propiedad y en el reverso había nota sencilla y directa: 11 en punto. 300 £. Sí, pensó Darcy con el ceño fruncido, guardándose la tarjeta en el bolsillo del chaleco; la mujer sabía lo que le convenía y eso no incluía ser demasiado reservada a la hora de traicionar a un antiguo compinche. Había tardado tres días en llegar a la extravagante suma de trescientas libras, pero había que empezar por alguna parte y el tiempo era precioso para los dos. Cuanto más tiempo pasara la hermana de Elizabeth sin la compañía de un pariente durante su estancia en Londres, más difícil sería controlarla, si es que todavía era posible.

Sólo tardó unos minutos en liquidar aquel asunto, y enseguida Darcy se encontró de nuevo en un coche de alquiler, con una segunda tarjeta en la mano, que esta vez tenía anotada la dirección de un lugar completamente distinto de la ciudad. Cuando Darcy le dio la dirección al cochero, el hombre pareció más que sorprendido, pero luego se encogió de hombros, cerró la portezuela del vehículo, se subió al pescante y arreó el caballo. Mientras el coche arrancaba, Darcy se recostó contra los ajados cojines y meditó sobre la tarea que tenía ante sí. Tal como había planeado durante el trayecto entre Pemberley y Londres, hablaría inicialmente con la hermana de Elizabeth. La respuesta que obtuviera de ella decidiría el siguiente paso que daría. Si Lydia Bennet se mostraba testaruda, tal como había sugerido lord***, de la Sociedad, entonces el éxito de su misión residiría totalmente en su negociación con Wickham. Darcy sabía que lo más probable es que tuviera que enfrentarse a lo segundo. Tendría que comprar a Wickham, y comprarlo con mucho dinero, para poder lograr que accediera a las condiciones que permitirían recuperar la reputación de todas las personas que había arrastrado a la desgracia. Pero lo que más le preocupaba no era la cantidad de dinero que iba a necesitar. Lo que le inquietaba era que se trataba de Wickham, pensó, mientras apretaba la mandíbula.

El coche fue avanzando lentamente por calles cada vez más sórdidas, hasta que el conductor se detuvo y, tras dar un golpe en la puerta, anunció que no podría llevarlo más allá. Darcy agarró con firmeza el bastón con empuñadura de bronce y descendió del coche; le dio dinero al cochero para comprar su tiempo y arrancarle la promesa de esperarlo hasta que regresara y se encaminó hacia su destino, siguiendo las vagas instrucciones del hombre. Después de caminar durante unos momentos por un verdadero laberinto de calles rodeadas de construcciones desconchadas y miserables, se sintió totalmente perdido y tuvo que detenerse a pedir indicaciones. Sí, el elegante caballero estaba en el barrio correcto, sólo que una calle más allá de la dirección que buscaba y, sí -Darcy vio que le tendían una mano-, unos cuantos chelines serían muy apreciados. Hurgó en su bolsillo y dejó caer unas monedas sobre la sucia palma de la niña. ¡Por Dios!, pensó, reanudando continuaba su camino, ¿en qué clase de lugar se ha refugiado Wickham? La idea de ver a la hermana de Elizabeth en semejante sitio le asqueó. ¡Elizabeth estaría horrorizada! Darcy sólo podía esperar que Lydia Bennet tuviera al menos un poco de la sensatez de su hermana. Tal vez estuviera ansiosa de que alguien la rescatara.

La pensión que correspondía a la dirección que llevaba en la tarjeta era una construcción algo menos deteriorada que sus vecinas, aunque no era precisamente una maravilla. Darcy observó el fallido intento de blanquear las paredes y el patio interior. Todo eso era señal de que había habido tiempos mejores, antes de sufrir una decadencia que corría pareja al resto del barrio. Volvió a mirar la tarjeta. Con toda seguridad, aquél era el lugar. Darcy respiró hondo y sus pulmones se llenaron con el aire rancio del triste lugar. Había llegado la hora. Sintió que el corazón se le encogía. No, no… ¡debía contener las viejas emociones! Se obligó a relajarse. La felicidad a la que Elizabeth tenía derecho, la que él deseaba para ella con tanta vehemencia, dependía de la manera de enfocar aquella entrevista.

Al entrar en el patio interior, observó las pequeñas ventanas del piso superior que rodeaba el patio. En una de ellas alcanzó a ver un rápido movimiento y al fijar la mirada a través del cristal opaco vio una cara de rasgos delicados que lo miraba desde arriba. Sintió que el corazón dejaba de palpitarle. Era Lydia Bennet, pero el parecido con Elizabeth fue suficiente para estremecerlo. La cara de Lydia desapareció. Tenía que actuar rápidamente. Darcy saltó hacia la puerta. Bajó la cabeza al entrar, atravesó la taberna con paso veloz y subió las estrechas escaleras corriendo, hasta el pasillo al que se abrían las habitaciones.

– Wickham. -Al llegar al corredor, Darcy pronunció el nombre con un tono que esperaba respuesta. Durante varios minutos reinó el silencio, pero, de repente, se abrió una puerta y allí estaba Wickham, con la corbata floja y sucia, pero la cabeza erguida.

– Darcy -lo saludó con una sonrisita afectada, abrochándose el chaleco.

El caballero avanzó hacia él.

– He venido a buscar a la señorita Lydia Bennet. -Se detuvo frente a Wickham, mirándolo directamente a los ojos-. Sé que ella está ahí.

Una sombra cautelosa cruzó el rostro de Wickham, pero luego desapareció.

– ¿Ella es la razón de que estés aquí? -preguntó con tono de incredulidad. Wickham se enderezó y echó los hombros hacia atrás, intentando tapar la visión a Darcy-. ¿Y qué puedes querer tú de ella?

– En este momento, el asunto que debo solventar es contigo, pero también deseo hablar con ella, a solas. Espero que no pongas objeción. -Miró a Wickham con indiferencia, tratando de dejar traslucir los menos sentimientos posibles a través de su expresión o de su voz.

– Desde luego que no tengo objeción… si se trata de negocios -respondió Wickham. Se apartó y gritó-: ¡Lydia! Tienes una visita. -Luego se volvió hacia Darcy con una mirada interrogante.

El rostro ruborizado de Lydia con los ojos muy abiertos apareció junto al hombro de Wickham.

– El señor Darcy… ¿quiere verme a mí? -La muchacha lo miró con incredulidad.

Darcy le hizo una inclinación.

– Señorita Lydia Bennet, ¿puedo hablar con usted unos momentos? -preguntó y luego, lanzándole una mirada a su acompañante, añadió-: En privado. -Al ver el gesto de asentimiento de la jovencita, Darcy se inclinó y le dijo a Wickham-: Entonces, ¿bajamos?

Wickham se encogió de hombros y se abrochó el chaleco.

– Si quieres… -Tras besar fugazmente a Lydia en la mejilla, a modo de despedida, dio media vuelta y comenzó a avanzar por el corredor, sin mirar hacia atrás, mientras Darcy lo seguía.

Wickham bajó la cabeza para entrar en la taberna y luego se enderezó, señaló una mesa un poco aislada, junto a la pared del fondo, y miró a Darcy con una ceja levantada. Darcy asintió secamente y avanzó hacia la mesa, mientras Wickham informaba al posadero de que necesitaría lo mejor de la casa.

– Pero yo quiero saber quién va a pagar por eso -gruñó el hombre-. Porque hasta ahora no he visto ni una moneda…

– Mi acompañante pagará, no tema -lo interrumpió Wickham-. Dos vasos de lo mejor que tenga, y mantenga los vasos llenos. -Se volvió hacia Darcy con una sonrisita-. Mantener a Lydia no es barato y sé que esto no te va a importar. -Se sentó a la mesa y guardó silencio, mirando cómo el posadero llevaba los vasos llenos y los ponía bruscamente sobre la mesa.

– Primero el dinero -exigió. Darcy sostuvo la beligerante mirada del hombre, buscó en el bolsillo de su chaleco y dejó unas monedas en la mesa-. Bien. -El hombre tomó las monedas con su manaza. Se las puso en la palma, mirándolas atentamente durante un momento, antes de asentir para mostrar que estaba satisfecho y dejarlos solos.

Darcy se volvió hacia Wickham y alcanzó a verlo mientras éste lo estudiaba con cautela. Inmediatamente, Wickham bajó la mirada hacia la bebida que tenía delante y agarró el vaso para darle un largo trago. Darcy hizo lo mismo, pero sin quitarle los ojos de encima a su viejo enemigo. Los dos pusieron el vaso sobre la mesa casi al mismo tiempo.

– George -le dijo Darcy, dirigiéndose a él por el nombre de pila, como solía hablarle en la infancia.

Wickham levantó la vista al oírlo. Luego se limpió la boca y se recostó contra el respaldo.

– Darcy -respondió, con la voz un poco tensa-, tal vez ahora tengas la bondad de decirme por qué estás aquí. Debe de haberte costado trabajo encontrarme. ¿Vienes en nombre del coronel Forster? Yo pensé que él estaría contento de deshacerse de un oficial tan mediocre como yo.

– ¿En serio no puedes adivinar la razón por la que he venido? -Darcy miró a Wickham con una mezcla de asombro y disgusto que tuvo que ocultar-. ¡La razón es, desde luego, la jovencita que está arriba! ¿En qué demonios estabas pensando para jugar con tanta despreocupación con una muchacha tan joven y de buena familia?

– ¡Yo no tengo la culpa! -protestó Wickham indignado-. O al menos, no toda. ¡Ella quiso venir conmigo! ¡Chiquilla estúpida!

– ¿Por qué dejaste el regimiento, entonces, si no fue para aprovecharte de ella?

– ¡Tú sabes muy bien por qué! -Wickham hizo una mueca de rabia-. Resulta que estoy horriblemente endeudado. Mi honor fue puesto en duda por ciertos mocosos malcriados, cuya renta trimestral me daría para vivir un año entero. Poco después exigieron el cumplimiento inmediato de mis obligaciones. Naturalmente, ¡tuve que huir!

Darcy apretó los labios para contener un profundo suspiro. Siempre sucedía lo mismo con George Wickham.

– ¿Y ahora qué, George? ¿Cuáles son tus planes?

– ¡Todavía no tengo la menor idea! -Wickham hizo una pausa para beberse el resto del contenido de su vaso y luego golpeó la mesa con la palma de la mano, para llamar la atención de la desaliñada mujer que estaba tras la barra-. Otra ronda, por favor. -Pero en lugar de la mujer, un chiquillo flacucho salió con una jarra de la espumosa bebida desde atrás del mostrador oscurecido por el humo y llenó con cuidado los vasos.

– ¿Todo bien, patrón? -preguntó lentamente e hizo un guiño que sólo Darcy pudo ver.

– Sí, así está bien. -Darcy reconoció al pilluelo que Tyke Tanner había mandado seguirlo. Bien, pensó, así Wickham no podrá desaparecer. El chico hizo una inclinación y se retiró al otro extremo de la taberna.

– Voy a renunciar, claro, pero todavía no sé adónde voy a ir o de qué voy a vivir. -Wickham puso cara de preocupación y le dio un sorbo a la espuma que amenazaba con desbordar el vaso.

– ¿Y la joven que está arriba? -insistió Darcy-. ¿Por qué no te has casado con ella todavía? ¡Aunque no se puede decir que su padre sea rico, podría hacer algo por ti!

– ¿Casarme con Lydia? ¡Por Dios! -Wickham miró a Darcy con fingido horror.

– Debes de sentir algo por ella, para haber conquistado su afecto hasta ahora y haberla convencido de que huyera contigo.

– Te aseguro que no fue necesario persuadirla de nada. -Le dio un sorbo a la cerveza-. Estaba muy entusiasmada con la idea de tener una aventura.

– ¡Aventura! ¡Wickham, ella es una muchacha de buena familia! Después de esto, no podrá volver a su vida de antes sin casarse.

– Yo no le prometí más que un poco de diversión y la oportunidad de molestar a aquellos que no apreciaban la vivacidad de su carácter. -Wickham se inclinó sobre la mesa, agarrando con fuerza su cerveza-. Su alocado comportamiento es el único responsable de las consecuencias. -Al ver que Darcy guardaba silencio, se recostó contra el respaldo y dio otro sorbo-. ¡Nunca pensé en casarme con esa chiquilla! -gruñó-. Su familia apenas tiene dinero para satisfacer mis exigencias. Créeme, Darcy. -Levantó el vaso como si fuera a brindar-. Finalmente, he comprendido mis limitaciones. Mi única salida es casarme bien, muy bien, y no es probable que eso ocurra en esta parte del país, con mis deudas ensombreciendo el camino. No, tendré que ir a algún otro lado. Escocia, tal vez, o tengo entendido que hay americanos extremadamente ricos que piensan que un yerno inglés es lo que necesitan para garantizar la respetabilidad de su apellido.