Minutos después, estaban en el umbral de una taberna frecuentada por un gran número de oficiales de su majestad, la mayoría de los cuales miraron con curiosidad a Darcy, después de hacerse a un lado y saludar a su acompañante.

– No hay muchos civiles lo suficientemente valientes como para atreverse a cruzar el «Mar Rojo» -explicó Richard, escoltando a su primo hasta una cómoda mesa en el rincón-. Se están preguntando quién eres tú. Ahora, ¡dime cómo demonios has hecho para encontrar a ese bellaco sarnoso antes que yo!

Darcy sacudió la cabeza.

– En otra ocasión, tal vez. Necesito tu ayuda en algo en lo que tú eres particularmente experto. -Richard le sonrió con picardía-. ¿Qué? ¡No! Me refiero a tus conocimientos militares, mi querido primo.

Richard se recostó contra la silla, con actitud de suficiencia.

– ¡Habla! ¿Qué quieres saber?

– ¿Cuánto cuesta un cargo de teniente?

– ¿Un cargo de teniente? Depende de la unidad y del lugar donde esté destacada. Está entre las quinientas y las novecientas libras. -Frunció el entrecejo-. ¿Por qué…? ¡Espera un minuto! -El coronel se inclinó hacia delante y clavó una mirada horrorizada en Darcy-. ¡No estarás pensando en Wickham!

– ¡En un segundo! -Darcy sonrió al ver la expresión de su primo-. ¡Nunca entenderé por qué D'Arcy dice que eres lento!

– ¡Porque es un idiota! Pero eso no viene al caso. -Richard entrecerró los ojos y golpeó la mesa con un dedo-. Quieres comprarle un cargo de teniente a Wickham. Wickham, el canalla que casi arruinó… -Se detuvo y se mordió el labio, luego continuó-: Que te ha arrojado a la cara todo lo bueno que has hecho por él, que le debe dinero a todos los comerciantes y una disculpa al padre de todas las jovencitas que hay desde aquí hasta Derbyshire. -Richard se iba poniendo cada vez más rojo con cada acusación-. ¿Qué ha hecho para que abandone su regimiento en la milicia y tú lo recompenses con una carrera en el ejército regular? ¡Teniente! -exclamó Richard resoplando-. ¡Déjalo empezar desde abajo y aprender disciplina y respeto, si tiene tantas ganas de entrar en el ejército!

– No te lo puedo decir; no tengo derecho a revelar los detalles -le recordó Darcy a su primo, que se recostó contra la silla y comenzó a sacudir la cabeza lleno de frustración. Luego cedió un poco-. Debes saber que no hago esto con el objeto de asegurar el bienestar de Wickham. Él ha… -Darcy se quedó callado un momento y frunció el ceño-. ¡Maldición! Ha engañado a otra jovencita, pero esta vez se trata de una muchacha de una familia a la que conozco, respetable pero modesta. Lo único que hay que hacer es obligarlos a casarse y tú sabes tan bien como yo que George no está en condiciones de mantener a una esposa. Hago esto por la jovencita y su familia. -Darcy repasó con el dedo uno de los círculos oscuros que habían dejado en la mesa innumerables vasos a lo largo de los años-. Tal vez, si hubiese sido menos orgulloso, habría tenido algo de éxito en hacerles ver la verdadera naturaleza de Wickham, antes de que pusiera en peligro a una de sus hijas.

Richard observó a su primo fijamente, mientras se acariciaba la barbilla. Darcy sabía que estaba buscando cualquier resquicio de debilidad que pudiera aprovechar.

– ¡Muy bien, muy bien! -Se rindió finalmente y levantó las manos-. Estás decidido a hacer esto, en lo cual hay mucho más de lo que se ve a simple vista, y no hay manera de hacerte cambiar de parecer. ¿Qué quieres que haga yo?

– Encuentra un puesto de teniente en una unidad destacada aquí en Inglaterra, pero en un lugar recóndito, preferiblemente donde haya pocas tentaciones para ir por el mal camino.

Richard enarcó las cejas.

– ¡Quieres enterrarlo! -Resopló-. Bueno, debo decir que tu idea suena mejor ahora que al principio. No debe de ser difícil encontrar oficiales que quieran vender un cargo sin muchas posibilidades de ascenso en medio de la nada. Tal vez tenga suerte y pueda encontrar un acantonamiento con un comandante autoritario, que crea devotamente en los beneficios de atormentar a sus subalternos para convertirlos en hombres de verdad. -Se rió con malicia-. Te enviaré una lista a Erewile House.

– La necesito lo más pronto posible. -Darcy se puso en pie, al igual que su primo.

– ¡Sí, señor! -respondió Richard enseguida, luego se inclinó para susurrarle al oído-: Pero si se llega a saber que yo tuve algo que ver con la entrada al ejército de ese miserable, no tendré compasión contigo, primo.

Esa misma noche, Witcher dejó sobre el escritorio de Darcy un sobre con la letra inconfundible de Richard.

– Una comunicación del coronel Fitzwilliam, señor -anunció Witcher desde la puerta y luego atravesó el salón, cuando Darcy lo autorizó.

– Gracias, Witcher. Eso será todo. -Tomó el sobre y comenzó a romper el sello.

Pero en lugar de salir, el mayordomo se quedó mirando la bandeja que Darcy tenía junto al brazo.

– ¿No le ha gustado la comida, señor?

– No, está muy bien. -Darcy miró con desaliento la comida primorosamente dispuesta-. En medio de todo este lío -dijo, señalando el escritorio lleno de papeles- se me olvidó que estaba ahí.

– ¿Quiere que me la lleve, señor? -A juzgar por el tono de Witcher y su larga experiencia, Darcy sabía que el hecho de mandar la comida de vuelta sin probarla, preocuparía a sus sirvientes.

– No, no, déjela ahí. Ahora que esto ha llegado -respondió, señalando el sobre-, me siento más tranquilo. Dele las gracias a su mujer, Witcher.

– Sí, señor. -El hombre suspiró con alivio-. Eso haré, señor.

Una vez roto el sello, Darcy esparció las páginas sobre el escritorio y estiró la mano para tomar una de las galletas de limón de su ama de llaves. Después de estudiar durante media hora la lista del coronel Fitzwilliam y seleccionar el regimiento que estaba más lejos de Hertfordshire y de toda sociedad respetable, sacó papel y pluma y comenzó la compra de un puesto para el oficial George Wickham.


A la mañana siguiente, siguiendo las instrucciones de su primo, Darcy presentó su solicitud ante las autoridades apropiadas y una hora después le aseguraron que, cuando se hubiesen cumplido todos los trámites militares, su solicitud para un cargo en el regimiento…, destacado en Newcastle, sería aceptada.

Al regresar a Erewile House, se embarcó en la extraordinariamente incómoda tarea de informarle a su secretario de que sería necesario hacer ciertos ajustes en sus finanzas. Por primera vez en su larga relación, Darcy vio que Hinchcliffe se sobresaltaba realmente y se quedaba mirándole fijamente.

– Señor Darcy -dijo con voz ronca, incapaz de articular bien las palabras-, ¡usted no sabe lo que está diciendo! Conseguir una suma que supera de tal manera los requerimientos normales de sus intereses implicaría un movimiento de capital bastante considerable y, por tanto, una pérdida inevitable. Señor, respetuosamente le ruego que lo reconsidere. Tal vez haya otras maneras de conseguir esa suma…

Darcy negó con la cabeza.

– Me temo que no con tanta rapidez y el tiempo corre en mi contra. -Al ver la preocupación en los ojos del secretario, Darcy continuó-: No piense que he hecho algo imprudente o deshonesto, Hinchcliffe. No me he convertido en jugador ni soy víctima de una extorsión. Al contrario, tengo la esperanza de que estos fondos sirvan para hacer un bien… para corregir un error, al menos. -Guardó silencio, dando un golpecito al escritorio-. Lo dejo en sus manos, Hinchcliffe -le dijo al hombre que le había enseñado y lo había guiado en todos los asuntos financieros desde la muerte de su padre-, y tengo plena confianza en sus decisiones. Proceda como mejor le parezca: yo firmaré sin pedir ninguna explicación o justificación.

– Como desee, señor. -El secretario se levantó y lo miró. Ya había recuperado su habitual reserva, pero todavía era evidente su preocupación por alguien que había crecido bajo su tutela-. Pero la esperanza, esa de la que usted habla, rara vez produce capital, señor, y mucho menos intereses.

– Sin embargo, si hay algo de humanidad en nosotros, debemos seguir invirtiendo, ¿no le parece? -Lo dijo en voz baja, pero con una repentina y sentida convicción.

Hinchcliffe inclinó la cabeza y luego, por primera vez, le hizo una reverencia completa.

– Su padre estaría muy orgulloso, señor, muy orgulloso. -Y diciendo esto, el secretario dio media vuelta, sin alcanzar a ver la expresión de asombro y agradecimiento en el rostro de Darcy, y salió del estudio, con los hombros en actitud de emprender una batalla financiera contra el mundo, en nombre de su patrón. Darcy sabía que las palabras de Hinchcliffe no eran producto de la ligereza. Acompañadas por aquella reverencia, eran la primera prueba del aprecio más profundo y auténtico que le había ofrecido su secretario en todos estos años. Ah, el hombre siempre había sido extremadamente cortés y paciente, incluso cuando, durante su primer encuentro, Darcy, de doce años, se había estrellado contra el joven secretario en el vestíbulo, justo frente a esa misma puerta. Su padre estaría muy orgulloso. Los ojos de Darcy buscaron el pequeño retrato de su padre que había sobre la pared y asintió en señal de agradecimiento.

– Sí, gracias, creo que lo estaría.


Después de poner en marcha las promesas económicas que le había hecho a Wickham, Darcy tenía que hablar otra vez con él, antes de poder presentarles todo a los parientes de Elizabeth en Londres como un hecho consumado. Así que volvió a subirse a un desvencijado coche de alquiler, preparado para cualquier contratiempo que pudiera surgir. Wickham siempre solía sorprender a la gente con alguna insólita acción, pues dependía de la audacia de semejantes acciones para confundir a sus adversarios. Pero esas estratagemas eran ya bien conocidas por Darcy, debido a la larga relación que existía entre ellos. Esta vez Wickham tenía mucho que perder, mientras que Darcy tenía un grupo de aliados que podrían atraparlo en cualquier lugar adónde decidiera huir.

Llegó a la posada justo antes de las tres. Cuando bajó la cabeza para entrar en la taberna, alcanzó a ver a su «sombra» vigilándolo desde el umbral que conducía a las escaleras. Con un gesto de la cabeza y un guiño, el muchacho le informó de que el par de tórtolos todavía estaban arriba. Poniendo de manera despreocupada una guinea sobre una mesa cercana, Darcy agradeció la información y fue recompensado con una mirada de sorpresa que Darcy creía que rara vez había aparecido en el curtido rostro del chico.

Esta vez, todo estaba ordenado. Wickham abrió la puerta y pudo ver que la ropa había sido recogida, habían retirado las botellas y los platos y una mesa y un par de sillas más sólidas habían reemplazado a las anteriores.

– Darcy -lo saludó con incomodidad y le hizo señas de que pasara.

– Señorita Lydia Bennet. -Darcy le hizo una inclinación a la jovencita, que estaba sentada en el marco de la ventana. Cuando vio que Wickham le hacía un gesto, la muchacha se bajó e hizo una reverencia.

– Señor Darcy -respondió con tono tímido.

– Lydia, querida, baja a la cocina y pide algo de comer. -Wickham la tomó de la mano y la condujo a la puerta-. Espera abajo y súbelo tú misma, si tienes la bondad. Darcy y yo tenemos cosas que discutir. -Con una expresión que dejaba traslucir claramente su incomodidad por tener que realizar aquella tarea, Lydia retiró la mano y salió de la habitación dando un portazo, por si había alguna duda acerca de sus sentimientos-. ¡Chiquilla odiosa! -Wickham hizo una mueca-. ¡Mira a lo que quieres atarme!

Darcy no iba a tolerar aquello.

– Eso quedó decidido cuando, por tu propia voluntad, la subiste a un carruaje en Brighton. -Se sentó en una de las sillas-. Es poco más que una niña, George, y tú alentaste una fantasía infantil que todavía tienes que cumplir. No es ninguna sorpresa que se sienta decepcionada y se comporte como la chiquilla que es.

Wickham mostró su acuerdo con un gruñido y se sentó en la otra silla. No tenía buen aspecto, a pesar de que iba bien vestido y se había afeitado. Se pasó la mano por el pelo varias veces antes de recostarse en la silla, pero ni siquiera en ese momento se relajó. Al notar la manera en que Darcy lo observaba, se rió de sí mismo.

– ¡Estoy muy nervioso! No pude dormir anoche y no sé por qué, pero siento como si me estuvieran vigilando. Tengo la piel de gallina.

– Sientes «algo en el viento» -dijo Darcy, utilizando la vieja expresión que aludía a la existencia de algún plan secreto.

– ¡Sí, exactamente! Y estoy harto de eso. -Se mordió el labio-. Ayer accediste a pagar mis deudas sin importar de donde vinieran, ¿verdad?

– Sí, desde que llegaste a Meryton hasta el día de tu boda, me haré cargo de todas.

– Puede llevar algún tiempo saber exactamente cuánto debo. Exceptuando las deudas de los oficiales, realmente no tengo ni idea de la cantidad.