– Esa será tu tarea durante la próxima semana. -Darcy levantó el maletín de cuero que traía y sacó papel, tinta y plumas-. Haz la lista de las que puedes recordar y pide que te envíen las que no recuerdas. -Al ver la mirada de alarma de Wickham, Darcy rectificó-: Pide que las manden a Erewile House.

– Ah, bueno. -Wickham volvió a respirar-. Así sí. -Miró por un momento los objetos que estaban desplegados frente a él y luego dirigió de nuevo la mirada a Darcy-. Y cuando haya hecho todo esto y me haya casado con la muchacha, ¿qué vendrá después? Si no me asignas una de tus rectorías… -Se quedó callado, pero cuando vio que Darcy no lo contradecía, continuó-: Entonces, ¿cómo voy a mantener este nuevo estilo de vida en el que tú insistes?

Aquél era el segundo obstáculo y, para que todo funcionara, había que hacer que Wickham lo superara con cierta dosis de buena voluntad.

– He adquirido para ti un cargo de teniente en el ejército regular -le respondió Darcy.

– ¿Qué?

– En un regimiento que lo más probable es que nunca tenga que realizar acciones en el exterior -le aseguró Darcy.

Wickham se desplomó contra el respaldo de la silla e hizo una mueca, tratando de asimilar aquella revelación acerca de su futuro. Lentamente pareció hacerse a la idea. Miró a Darcy.

– Pero necesitaré…

– Sé lo que necesitarás y te prestaré el dinero para comprarlo; lo indispensable y nada más. Con prudencia, podrás vivir cómodamente; si obtienes un ascenso, podrás vivir bastante bien.

– ¡Cómodamente! -Wickham se rió con desdén, poniéndose en pie-. ¿Y cuál es tu idea de comodidad, Darcy? ¿Estarías «cómodo» viviendo así? -Extendió los brazos para señalar lo que le rodeaba-. ¡No lo creo! -Se inclinó sobre la única ventana de la habitación y miró hacia el patio que había abajo.

– También está la dote de tu esposa…

– ¡Una insignificancia! -replicó Wickham.

– … y también lo que yo le daré a ella -añadió Darcy enseguida. Ante el ofrecimiento, Wickham dio media vuelta, otra vez interesado.

– ¡Dos mil libras! -exigió, como si la suma fuese negociable. Darcy enarcó una ceja-. Mil quinientas, entonces, y me volveré metodista, si quieres.

– Dudo que te quieran «aceptar», George, o que tú puedas seguir su credo durante mucho tiempo. -Sacudió la cabeza. Era hora de cerrar aquel enojoso asunto-. No, no voy a negociar contigo. Mil libras adicionales a la dote de la muchacha, tus deudas cubiertas, tu profesión garantizada, tu carácter reformado, por decirlo de alguna manera, y una esposa, eso es lo que te ofrezco para que puedas hacer lo correcto con esta muchacha y su familia.

– Mientras me porte como un caballero, ¿no fue ésa la condición? -dijo Wickham en tono de burla. No parecía esperar una respuesta, porque enseguida se volvió otra vez hacia la ventana para considerar lo que le habían ofrecido y no notó el silencio de Darcy.

Si se hubiera comportado de modo más caballeroso. Las palabras burlonas de Wickham no eran una repetición exacta de la acusación de Elizabeth, pero se parecían bastante. ¡Qué ironía que Darcy le estuviese exigiendo a Wickham precisamente aquello de lo que Elizabeth le había dicho que carecía!

– Has pensado en todo, Darcy. Te felicito. -La voz de Wickham lo volvió a traer al presente-. Aunque lo he intentado, no he podido encontrar ningún resquicio ni circunstancia alguna que pueda aprovechar. ¡Impresionante! -Cruzó la alcoba y se sentó en la mesa-. Me has atado bastante bien, tú y Lydia; pero en realidad, la perspectiva no es tan mala. Ciertamente es mucho mejor que enfrentarse a la cárcel o al tribunal militar. -Se limpió las manos en los pantalones y puso una sobre la mesa, con la palma hacia arriba-. Creo que debo aceptar tu oferta, Darcy. Aquí tienes mi mano como prueba, de un «caballero» a otro.

– En nombre de la familia de la muchacha -lo corrigió Darcy, extendiendo la mano.

– Como quieras. -Wickham se encogió de hombros y todo concluyó.

Darcy no se permitió soltar el suspiro de alivio que le oprimía el pecho hasta que estuvo solo y el caballo del carruaje de alquiler comenzó a moverse. Su mente regresó al principio, a la posada de Lambton y al momento en que descubrió a Elizabeth en medio de la terrible angustia que le destrozó el corazón, cuando había tenido que hacer un esfuerzo enorme para no correr a abrazarla y secar sus lágrimas. No tenía derecho, aunque todos sus sentimientos lo impulsaban hacia ella en nombre de la compasión y el amor. Las lágrimas de Elizabeth le habían roto el corazón, porque al instante se había dado cuenta de quién tenía la culpa de lo que había sucedido; pero lo que realmente lo había dejado desolado había sido la horrible resignación de su voz ante la vergüenza y la desgracia que la esperaban. En ese momento, había jurado que eso no sucedería, y aunque había tenido que comprar con gran esfuerzo la reconstrucción de lo que quedaba del maltrecho apellido Bennet, había tenido éxito y se había asegurado de que el honor de la familia de Elizabeth volviera a estar en perfecto estado.

Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se llenó los pulmones de aire. Luego lo dejó escapar lentamente. ¡Elizabeth! Elizabeth estaba libre. Y no viviendo a la sombra de la desgracia; podría ser otra vez la persona tan maravillosa que era, sin tener que disculparse ni sonrojarse. Sonrió abiertamente. Había corregido un grave error causado por su propio orgullo y eso era bueno. Pero el hecho de haber restaurado la imagen de Elizabeth… ¡era un tesoro que guardaría en su corazón hasta el final de sus días!


El carruaje se detuvo delante de la residencia de los Gardiner en la calle Gracechurch. Mientras Darcy esperaba que el cochero se bajara y le abriera la portezuela, miró la calle con curiosidad. Las casas no eran suntuosas, pero tampoco eran vulgares ni pretenciosas, como había querido describirlas malintencionadamente Caroline Bingley. Eran, más bien, residencias sobrias y bien cuidadas, que bordeaban la calle formando una fila de sólida respetabilidad, con un cierto toque de elegancia. Una de ellas era la que tenía enfrente y, al verla, Darcy comprendió mejor la conversación y el gusto que habían mostrado los tíos de Elizabeth en Pemberley.

Descendió del coche, subió los escalones que conducían a la entrada principal y llamó a la puerta. Se preguntó por dónde debería empezar a explicar aquella visita. El hecho de que él acudiera a visitarle sería considerado algo poco extraño, incluso excéntrico, sobre todo sin haber mandado su tarjeta advirtiendo de su llegada. Pero cuando los Gardiner oyeran las razones que le habían impulsado a ir, ¿cómo se sentirían con respecto a él?

Una criada abrió la puerta.

– ¿Sí, señor? -Parecía demasiado joven para aquel trabajo y aún no había sido debidamente entrenada en las normas de protocolo que requería aquel puesto. Lo más probable es que fuera nueva.

– He venido a ver al señor Gardiner -dijo Darcy, entregándole su tarjeta a la muchacha-. ¿Está en casa y disponible para recibir visitas? Es muy importante que hable con él.

– N-no lo sé, señor.

– ¿Si está en casa o si está disponible para recibir visitas? -insistió Darcy. ¡Definitivamente debía de ser nueva!

– Oh, sí está en casa, pero ya hay alguien con él. Y la señora todavía no ha regresado del campo -dijo la muchacha con ingenuidad-. Así que no sé si puede recibir dos visitas. Me contrataron para ayudar en la cocina; es la primera vez que abro la puerta. Los que normalmente lo hacen no esperaban que los volvieran a llamar tan pronto.

– Ya veo. -Darcy no pudo evitar sonreír, pero tenía que ver al tío de Elizabeth lo más pronto posible-. Tal vez yo podría ayudarla. Si usted me dice quién es la otra visita, podremos determinar si será prudente que me anuncie. ¿Sabe usted de quién se trata?

– El hermano del patrón -dijo la criada con convicción, pero luego la asaltó una duda-. Bueno, le llama «hermano», pero ¿cómo pueden ser hermanos si su apellido es Bennet? El cuñado, tal vez. -La muchacha pareció satisfecha con su razonamiento-. Lleva aquí varios días y ha estado muy agitado. -Sacudió la cabeza, con expresión de reproche-. Entonces, ¿lo hago pasar?

– No, creo que no. -Darcy tomó con suavidad su tarjeta de los dedos de la criada y le dio gracias al cielo por haber podido escapar al desastre de encontrarse inesperadamente con los dos hombres al mismo tiempo.

– Ah. -La muchacha pareció decepcionada, pero luego se le iluminó el rostro-. Se va mañana por la mañana, señor. Acabo de oírlo. Regresa a su casa.

– Entonces volveré mañana, gracias.

– Ha sido un placer, señor -contestó la criada y, sin preguntarle el nombre, cerró la puerta.

– ¡Bien! -resopló Darcy, sorprendido por esa súbita despedida-. ¡Será entonces hasta mañana! -Después de subirse otra vez al coche, le pidió al conductor que lo dejara en una esquina cerca de Grosvenor Square. Desde allí, se dirigió caminando a casa por entre los callejones de los establos, de forma que sus vecinos no lo vieran. Vivir clandestinamente en su propia casa había sido necesario para cumplir su objetivo, pero le estaba resultando agradable. Al liberarse de los compromisos sociales que habrían interferido en lo que tenía entre manos, también había evitado reunirse con quien estuviera obligado a hacerlo-. ¡Casi como Dy! -Al comienzo la idea le pareció divertida, pero rápidamente la diferencia de objetivos de ambos lo hizo ponerse serio. ¿Dónde estaría Dy? No había tenido noticias suyas desde que había salido volando en su caballo en persecución de los supuestos sospechosos del asesinato del primer ministro. ¿Estaría bien o habría terminado mal, al otro lado del mar, en América? Darcy deseó saber cómo se encontraba su amigo.

– ¡Ay, señor Darcy! -exclamó la señora Witcher, poniéndose una mano en el corazón, cuando ella lo sorprendió en la entrada de servicio dirigiéndose a la cocina-. ¡Nunca voy a entender por qué el dueño de la casa no puede entrar por la puerta principal!


Cuando Darcy llamó de nuevo a la puerta de los Gardiner a la mañana siguiente, la pequeña fregona había sido reemplazada por una mujer mayor que conocía perfectamente sus obligaciones. Lo hicieron pasar al vestíbulo en medio de murmullos corteses y reverencias y lo dejaron esperando unos minutos, hasta que el dueño de casa apareció en la puerta de su estudio, mirándolo con asombro.

– ¡Señor Darcy! -Se adelantó para saludarlo-. ¡Me siento muy honrado, señor!

– Señor Gardiner. -Darcy inclinó la cabeza para responder al saludo del hombre-. Espero que se encuentre usted bien.

– Vaya, sí… tan bien como es posible, dadas las circunstancias -tartamudeó-. Pero, sea bienvenido, y entre, por favor. -Señaló su estudio-. ¿Puedo ofrecerle algo? ¿Un poco de té…?

– No, gracias. Por favor, no se moleste ni moleste a sus criados.

El señor Gardiner hizo otra inclinación y se sentó en un sillón frente a él.

– ¿Qué puedo hacer por usted, señor Darcy? -comenzó-. Debo confesar que estoy realmente asombrado de verlo en mi casa, pero -se apresuró a decir, con los ojos le brillando de curiosidad- eso no significa que no esté encantado de poder devolverle la excelente hospitalidad que usted nos brindó durante nuestra visita a Derbyshire. ¿En qué puedo servirle, señor?

A pesar de la naturaleza tan delicada del asunto en que estaba a punto de embarcarse, Darcy había pensado que estaba bien preparado para aquella entrevista; sin embargo, la franqueza y afabilidad del hombre que tenía delante lo hicieron dudar. Se dio cuenta de repente de que le caía bien el tío de Elizabeth y no le gustaría que su rostro honesto y amable se endureciera con un gesto de irritación e incomodidad. Pero no había nada que hacer. Lo que Elizabeth le había revelado en medio de la desesperación, Darcy lo había convertido en algo bueno para el hombre que tenía delante de él y para su familia, y el señor Gardiner tenía que conocer todos los detalles para completar lo que él había conseguido hasta ahora.

– Su sobrina, la señorita Elizabeth Bennet, le debe de haber comentado que, casualmente, yo fui a visitarla minutos después de que ella recibiera una noticia muy perturbadora que acababa de enviarle su hermana -comenzó a decir Darcy.

Los ojos del señor Gardiner se ensombrecieron, pero luego puso una expresión afable.

– Sí… sí, lo hizo, y le agradezco mucho su comprensión… y también la de la señorita Darcy, estoy seguro. Lizzy estaba ansiosa por reunirse con su familia y ¿qué puede hacer un hombre frente a semejante súplica, excepto satisfacerla? -dijo el señor Gardiner con una sonrisa.

Darcy respiró hondo.

– Entonces, al parecer ella no le contó que, en medio de su turbación, me reveló el contenido de esa carta.

– Ah… -El señor Gardiner se recostó contra el respaldo de sillón, como si le acabaran de dar un golpe y cerró los ojos. Darcy quiso respetar aquellos momentos de silencio, pero el hombre reaccionó con asombrosa rapidez-. Lamento que usted haya tenido que enterarse de nuestros problemas, señor -repuso con voz firme-. Por favor, disculpe a mi sobrina por haber sido tan impulsiva.