Darcy le restó importancia al asunto haciendo un gesto con la mano.

– No hay nada que disculpar.

El tío de Elizabeth suspiró.

– Gracias, señor. Usted nos honra. -Se incorporó y siguió hablando, con una sensación de incomodidad-. Sé que apenas nos conocemos, señor Darcy, pero siento que yo, que mi familia, puede contar con su discreción con respecto a este lamentable asunto. -Aunque era una afirmación, no había duda de que el señor Gardiner deseaba tener plena seguridad.

– Le aseguro que mi silencio está garantizado -respondió Darcy, para alivio del señor Gardiner-. Pero, impulsado por importantes razones personales, me ha sido imposible pasar por alto la situación en la que se encuentra su familia. Francamente, señor, creo que soy en gran parte responsable de ella.

El señor Gardiner no podía estar más desconcertado.

– ¿Usted, responsable? Estoy confundido, señor, ¿cómo puede ser posible?

– Conozco a George Wickham desde hace mucho tiempo. Él es el hijo del administrador de mi fallecido padre; en consecuencia, nuestra relación se remonta a la infancia. Desgraciadamente, Wickham ha sido desde el principio un hombre taimado y calculador. Después de la muerte de mi padre, nuestra relación llegó a su fin cuando le entregué una suma de dinero que mi padre le dejó en su testamento. Después de eso, perdí la pista acerca de su paradero y sus actividades, hasta que…

– Mi querido señor -protestó el señor Gardiner-, ¡yo no veo ninguna culpa ahí! ¿Cómo podría usted haber evitado que ese hombre llegara a Meryton, o cómo habría podido prever que seduciría a mi sobrina en Brighton? ¡Perdóneme, es usted muy amable, pero se está atribuyendo demasiadas responsabilidades!

– Desearía que eso fuera cierto -contestó Darcy-. Que hubiese venido aquí sólo para tranquilizar algo mi conciencia. Pero, para mi deshonra, no es así. -Tomó aire profundamente, ansioso por la confesión que tenía que hacer-. Wickham desapareció de mi vida durante varios años, hasta que se introdujo nuevamente en ella de una manera que amenazó a mi familia y mi apellido. Señor Gardiner, -Darcy lo miró a los ojos-, ¿puedo retribuirle su gratitud por mi discreción confiando yo, a mi vez, en la suya?

– ¡Desde luego, señor! -contestó con firmeza Gardiner-. ¡Total discreción!

– El año pasado, cuando regresaba de visitar a unos amigos, llegué justo a tiempo para impedir que Wickham lograra completar sus planes de seducir a la señorita Darcy.

– ¡Santo cielo! -El señor Gardiner se pasó una mano por el cabello cada vez más ralo-. ¡Oh, ese despreciable sinvergüenza! Entonces, no me sorprende que Lydia… ¡Si es un seductor experimentado!

– Así es. Puede ser muy convincente y engañar a todo el mundo hasta que es demasiado tarde.

– ¿Qué hizo usted entonces, después de descubrirlos?

– Yo no sabía qué hacer, excepto salvar la reputación de mi hermana y evitar la desgracia familiar. Decidí expulsarlo y no decir nada, con la esperanza de que ése fuera el final de esta historia. ¡Una falsa y absurda esperanza! -Darcy hablaba con gran resentimiento al describir su error-. ¡Tenía que haberlo imaginado! Sólo lo dejé libre para que se abalanzara sobre los demás.

– Pero eso es comprensible, señor. ¿Qué otra cosa podría haber hecho usted que no le causara más dolor a la señorita Darcy?

– Tal vez, si no hubiese sido demasiado orgulloso para pedir el consejo de personas más sabias que yo, podría haber hecho algo. Pero no lo hice, pues aborrecía la idea de que mis asuntos privados se convirtieran en comidilla pública. -Darcy desvió la mirada de su interlocutor y suspiró-. Pero me temo que ya me he extendido mucho tratando de justificarme, y ésa no es la razón por la cual estoy aquí. -Se puso en pie y comenzó a pasearse por la habitación-. Así que, podrá imaginarse usted la fuerte impresión que sentí cuando, al llegar a Hertfordshire con mi amigo durante el otoño pasado, descubrí que Wickham era uno de los favoritos de la sociedad de Meryton. Como acabo de decirle, él puede ser encantador y bastante convincente, especialmente con las mujeres. Yo, por mi parte, no me esforcé mucho por agradar, en una comunidad que no conocía. Ese es un defecto que la señorita Elizabeth tuvo la bondad de señalarme.

– Ay, por Dios. -El señor Gardiner sacudió la cabeza-. Lamentablemente, la inteligencia de Lizzy no cuenta con el freno de la discreción tanto como yo quisiera, pero ella será la primera en admitir su falta… una vez se convenza de que hizo algo mal.

– No, lo que ella me hizo fue un favor; eso y mucho más. Pero déjeme continuar con mi relato, que llega al punto culminante… -Darcy se quedó quieto de repente y se detuvo frente a su interlocutor con gesto de humildad-. Porque debido a mi reserva y mi erróneo sentido del orgullo, no revelé su carácter. Si esto se hubiese sabido, Wickham no habría sido aceptado en Meryton. Las jovencitas como su sobrina habrían rehuido su compañía y los padres habrían protegido a sus hijas. Pero, en lugar de eso, elegí el camino de mi propia conveniencia, y su sobrina y su familia han tenido que pagar un alto precio por ello. Creo que soy totalmente culpable y siento que tengo la responsabilidad absoluta de hacer todo lo posible para arreglar este asunto.

El señor Gardiner lo había escuchado pacientemente. Reflexionó sobre todo lo que había oído sin pronunciar ni una palabra de indignación, a pesar de que el caballero las merecía. Darcy esperó.

Por fin el hombre levantó los ojos para mirarlo a la cara.

– Puede haber algo de culpa en sus actos, o mejor, en sus omisiones, joven, pero no puedo encontrar una responsabilidad tan grande como la que usted cree. En mi opinión, otras personas más cercanas a los sucesos en cuestión tienen más cosas por las cuales responder que usted. Si usted ha llegado a conocerse mejor, eso es algo que digno de alabanza; pero le ruego que no cargue en su conciencia con toda la culpa de este asunto.

Darcy hizo una inclinación.

– Usted es más amable conmigo de lo que merezco, pero no tengo excusa. Así las cosas, salí de Derbyshire sólo un día después que ustedes y vine a Londres con el único propósito de encontrar a su sobrina y volverla a llevar al seno de su familia.

– Lo mismo que yo, señor Darcy. ¡Pero ha sido en vano! -El señor Gardiner se dejó caer sobre el sillón y sacudió la cabeza-. Es como si se los hubiese tragado la tierra. Esto tiene tan perturbado a mi cuñado, el señor Bennet, que he insistido para que regresara a Hertfordshire.

– Ésa es la razón principal de que haya recurrido a usted, señor. Yo los he encontrado.

– ¡Que los ha encontrado! ¡Santo cielo, señor! -El señor Gardiner se levantó de inmediato y agarró a Darcy del brazo-. ¿Dónde? ¿Cómo?

– Es mejor que no sepa dónde -respondió Darcy con gravedad-, y cómo lo hice resulta irrelevante en este momento. Simplemente, los he encontrado y ya he hablado con los dos. Su sobrina está bien.

– ¿En serio? Tenía tanto miedo. -Se pasó una mano por los ojos y dio media vuelta para recuperar la compostura.

Darcy esperó unos minutos antes de continuar.

– Está bien, pero insiste en que no dejará a Wickham. Él me ha confesado en privado que nunca tuvo intenciones de casarse con ella.

– ¡Maldito demonio! -gritó el señor Gardiner, dándose la vuelta.

– Muchos han dicho eso y es mejor tratarlo como tal. Le he hecho ver la necesidad de que haga lo correcto con su sobrina.

– ¡Seguramente no apelando a su conciencia! -exclamó el señor Gardiner e insistió-: Usted habrá tenido que imponer sus condiciones de otra forma… por medio de una oferta económica, supongo. ¿Estoy en lo cierto?

– Me he hecho cargo de todas sus deudas.

– ¡Ah! -respondió el señor Gardiner-. Eso habrá sido un incentivo, sin duda; pero estoy seguro de que no fue suficiente para hacerlo aceptar. ¡Porque él puede prometer cualquier cosa y, cuando usted haya pagado a sus acreedores, desaparecer! -Alzó las manos-. ¿No es posible que, incluso en este mismo momento, ya se haya marchado?

– Está bajo vigilancia, señor, y no puede hacer ningún movimiento sin que lo vean. Él lo sabe. Y también es consciente de que si lo hace, su coronel se enterará de su paradero y será arrestado para enfrentarse a un tribunal militar. No, no se moverá.

– ¡Santo Dios, señor! -Abrumado por la emoción, el señor Gardiner estrechó la mano de Darcy con vigor-. Usted ha hecho más que cualquiera… -Tragó saliva-. Tiene que decirme cuánto le ha costado todo esto y le prometo que todo le será reembolsado.

Darcy retrocedió.

– No lo haré, señor. La suma va mucho más allá de las deudas de Wickham. Si queremos garantizar el futuro de su sobrina, hay que hacer mucho más de lo que usted o el padre de la chica podrían, si me perdona usted la impertinencia.

– No importa -respondió rápidamente el señor Gardiner-. Es deber de sus familiares recordar el carácter de la muchacha y asumir las consecuencias.

– Lo comprendo, señor, y me gustaría poder complacerlo -dijo Darcy, mirando al señor Gardiner con intensidad-. Pero es imposible.

– ¡Hummm! -resopló su anfitrión transcurridos unos segundos-. ¡Ya veremos! Entonces, ¿qué hay que hacer? ¡Debe de haber algo que yo pueda hacer!

Darcy se relajó y volvió a tomar asiento.

– Queda en sus manos, señor, presentar el asunto a la familia de su sobrina, pues nadie más, aparte de su esposa, debe enterarse de mi participación en esto. -Darcy hizo una pausa y luego se inclinó hacia su anfitrión-. ¿Aceptaría usted recibir a su sobrina y tenerla aquí hasta el día de la boda? Tiene que dar la impresión de que ella sale de su casa para casarse.

– ¡Por supuesto! -contestó el señor Gardiner y luego, haciendo una pequeña demostración de indignación, añadió-: ¡Creo que somos lo suficientemente solventes como para organizar al menos una boda!


Dos semanas más tarde, mientras se encontraba de pie en la puerta de la iglesia, Darcy se entretenía pensando que la forma en que la cálida luz de agosto entraba por las vidrieras de la iglesia de St. Clement no podría haber sido más perfecta. Probablemente aquélla sería la única perfección que vería en los próximos minutos y se detuvo para contemplarla un rato y deleitarse en ella, antes de volver a mirar hacia la calle. Los Gardiner se retrasaban. Era algo extraño en los familiares de Elizabeth, a quienes había llegado a estimar durante el curso de aquel enojoso drama, y trató de adivinar, sin temor a confundirse, de quién era la culpa. Suspirando, miró por encima del hombro hacia la puerta que se cerró detrás del novio. El corpulento Tyke Tanner se apoyaba contra el marco con una expresión de amarga resignación, mientras pensaba en todo el tiempo que tendría que esperar hasta que pudiera dar por concluida su misión. Darcy hizo una mueca y se giró de nuevo a mirar hacia la calle. Pensaba en que Gardiner tenía que imponerse y controlar a la muchacha. ¡Cuánto deseaba que todo terminara y pudiera quedar libre y con la conciencia tranquila para regresar a Pemberley! No tenía muy claro que aquel enlace fuera a ser muy satisfactorio. Evidentemente, no podía prever mucha felicidad en la vida de la pareja en cuestión, pero el peso de su deber y la esperanza de restablecer el prestigio de la familia de Elizabeth a los ojos de la sociedad era lo que lo había impulsado a seguir. Pronto concluiría todo lo que su nombre y su fortuna podían rectificar.

Un carruaje dobló la esquina y frenó hasta detenerse ante las escaleras de la iglesia. Tan pronto como bajaron la escalerilla, apareció un caballero con cara de angustia. El señor Gardiner tenía el rostro encendido, pero cuando levantó la vista hacia la puerta y vio a Darcy, no pudo ocultar la sensación de alivio. Después de hacer un gesto de asentimiento, se volvió otra vez hacia el carruaje y levantó la mano para ayudar a bajar a las damas que venían con él. Al instante apareció Lydia con un revuelo de faldas y un sombrero de alas increíblemente anchas. La novia iba seguida por la menuda pero decidida señora Gardiner. El respeto de Darcy por aquella dama había crecido todavía más desde que había sabido que, durante las semanas anteriores, se había esforzado por imprimir en su protegida un poco del decoro que se esperaba de una joven esposa respetable.

El pequeño grupo subió los escalones y el señor Gardiner le tendió la mano a Darcy para saludarlo.

– Señor Gardiner. -Darcy inclinó la cabeza cortésmente y también en señal de respeto-. ¿Cómo está? -Miró fugazmente a la novia-. ¿Están todos bien?

– Señor Darcy -respondió el hombre, jadeando un poco por la subida-. Le ruego que nos disculpe. Un asunto inesperado nos ha retrasado, pero sí, todos estamos bien y listos para proceder. ¿Y por su parte, señor?

– No hay ningún problema. El novio está preparado. ¿Entramos?