Bingley soltó la carcajada.

– ¡Vamos, entra! -Darcy siguió a su amigo hasta la biblioteca. A medida que avanzaban, vio cómo Bingley se detenía varias veces para dar instrucciones a algún criado o responder con seguridad a la pregunta de otro, hasta que finalmente estuvieron solos en su antiguo refugio, esperando a que les sirvieran un pequeño refrigerio. ¿Sólo habían sido necesarios un par de días como amo de Netherfield para producir semejante cambio de actitud? ¿De dónde había salido toda esa confianza en sí mismo? Darcy se burló de su amigo. Charles se sonrojó ligeramente al oír el cumplido y rápidamente lo atribuyó a la generosidad con que había sido recibido. Varios de los propietarios de la comarca habían venido a visitarlo horas después de su llegada, para celebrar su regreso al condado y hacerle todo tipo de invitaciones. Luego estaban los sirvientes. Eran casi todos los mismos que había tenido el año pasado, y dejaron entrever que se alegraban realmente de verlo regresar a Netherfield-. De verdad es algo extraordinario -concluyó Bingley con evidente satisfacción-. ¡Más de lo que esperaba!

Darcy sonrió y murmuró que estaba de acuerdo, complacido con las dos buenas noticias de su amigo. Al parecer, los vecinos no estaban resentidos con Bingley por los sucesos del año anterior sino que, de hecho, estaban ansiosos por renovar su amistad. Que los criados estuvieran contentos con su regreso también era un buen augurio. Sin duda, la mayor confianza de Bingley en sí mismo y la facilidad con que asumía su papel eran testimonio de los esfuerzos de todo el mundo para animarlo a quedarse. Sólo restaba el asunto de la señorita Bennet. ¿Habría tratado de verla?

La bandeja que habían ordenado llegó por fin y, cuando el criado cerró la puerta de la biblioteca, Darcy le preguntó a Bingley si había hecho alguna visita desde su llegada. Como había estado muy ocupado, sólo había ido a casa del squire Justin, contestó Bingley sacudiendo la cabeza, y porque se había encontrado con su carruaje en el camino y el hombre había insistido mucho para que lo acompañara a tomar un té de bienvenida.

– Pero ayer tomé la decisión de poner remedio a eso. -Bingley miró a su amigo con una mezcla de ansiedad y entusiasmo-. Pretendo visitar a la familia Bennet mañana.

– ¿En serio? -Darcy recibió el anuncio de Bingley sin mostrar ni un atisbo de sorpresa, pero el corazón le palpitaba como loco ante semejante perspectiva.

– Sé que la compañía de los Bennet no es tu preferida -continuó diciendo Bingley, recostándose en la silla- y las hermanas menores pueden ser bastante molestas. Podría posponerla…

– Mi querido Bingley -replicó Darcy con fingida severidad-, ¡no vas a descuidar tus obligaciones sociales con una familia tan destacada como los Bennet por mi culpa!

Su amigo soltó una carcajada y luego se calmó un poco para preguntarle:

– ¿Entonces no pones ninguna objeción?

– Ninguna. -Darcy se levantó de la silla, pues la rapidez con la que se iba a sumergir en el mundo de Elizabeth le inundó de una dicha y un temor que no estaba seguro de poder ocultar, y se acercó a la ventana que se abría a los campos y el bosque de la mansión-. ¿Vemos qué ha pasado con las tierras durante todo este año de ausencia?


Mientras se estaban tomando un oporto esa noche, Bingley decidió que, en lugar de enviar su tarjeta para anunciar la visita, sorprenderían a sus vecinos para verlos en persona. Debatiéndose entre el apremiante deseo de ver a Elizabeth y un cierto temor a que su presencia tal vez no le causara a ella, ni a su familia, tanto placer como el que Bingley pronosticaba, Darcy se limitó a asentir en señal de que aprobaba el plan de su amigo, antes de dirigir la conversación hacia otros temas. Su primera motivación al venir a Netherfield era el bienestar de Bingley y, si había cometido un terrible error al valorar los sentimientos de Jane Bennet, rectificar su delito. Cuanto más pronto determinara la verdad o la falsedad del asunto, mejor… no sólo para Bingley sino para su propia conciencia. Pero también había venido con la esperanza de descubrir qué quedaba del principio que él y Elizabeth habían tenido en Pemberley. Durante la mayor parte de su viaje hasta Hertfordshire, había reflexionado mucho acerca de cómo conseguir esos dos objetivos, pero la oportunidad de enfrentarse a ambos se le había presentado de manera milagrosa, sin tener que hacer ningún esfuerzo. No obstante, era tan vertiginosa la velocidad con que sus esperanzas y temores se iban decantando hacia una acción inevitable, que superaba cualquier cosa que él hubiese planeado o, a decir verdad, añorado.

A pesar de lo mucho que lo deseaba, no había manera de negar el hecho concreto de que al día siguiente estaría cara a cara con Elizabeth. ¿Cómo sería ese encuentro? ¿Cómo deberían actuar de ahí en adelante? Acostado en la cama esa noche, Darcy observó con amargura lo paradójico que era el hecho de que un suceso que uno ha deseado tanto, cuando está a punto de ocurrir, pudiera transformarse en algo cargado de terrible inquietud. Pasó la noche intranquilo, pero cuando finalmente amaneció, la mañana le trajo la convicción de que, con el fin de lograr lo que había venido a hacer, no era a Elizabeth a quien debía observar sino a Jane Bennet, y era a ella a quien debía dirigir la mayor parte de su capacidad de discernimiento.


Cabalgaron lentamente. Cuando Darcy se encontró con su amigo en el patio, Bingley lo saludó con su habitual cordialidad y buen ánimo y comenzó a charlar, pero eso sólo duró hasta que tomaron el camino hacia Longbourn. Luego la conversación se fue debilitando. En aquel momento, Bingley guardaba silencio y el trote de los caballos se había reducido a un paso lento. Darcy miró a su amigo con el rabillo del ojo en busca de un resurgimiento de su entusiasmo, pero Charles siguió ensimismado y él no supo cómo romper ese estado de ánimo.

Acababan de tomar la desviación que conducía directamente a Longbourn, cuando Bingley detuvo su caballo.

– Es mejor estar seguro de la verdad de un asunto, ¿no? -le preguntó a Darcy-. Uno no debe seguir adelante sin haber resuelto el pasado.

Darcy asintió con la cabeza, mirando fijamente a Bingley.

– Por lo general, ésa es la mejor política, sí.

Bingley asintió a modo de respuesta.

– Muy bien -dijo, luego se enderezó, echó los hombros hacia atrás y espoleó a su caballo. Un momento después, Darcy observó con desaliento, y no poca sensación de culpa, la actitud de su amigo. Si, tal como sospechaba, Bingley había sucumbido a la duda y la inseguridad con respecto a su acogida en Longbourn, el único culpable de eso era Darcy. Había expuesto a su amigo a ser censurado ante el mundo por mostrar una apariencia caprichosa y voluble, eso era lo que había dicho Elizabeth. Gracias al cielo, el «mundo» alrededor de Meryton parecía haber perdonado a Charles los sucesos del año anterior. ¿Serían los habitantes de Longbourn igual de amables?

Las dudas de Bingley con respecto a su aceptación debieron de evaporarse tan pronto como se desmontó del caballo. El mozo del establo que corrió a recoger el caballo, la criada que les abrió la puerta y el ama de llaves que los anunció, hicieron su trabajo con un entusiasmo contagioso que presagiaba la bienvenida que recibiría en el interior. Darcy esperaba que el placer que despertaba la visita de Bingley pudiera ampliarse hasta incluirlo a él de manera general y disminuir la incomodidad que provocaría su presencia. El ama de llaves abrió la puerta del salón y dejó entrar un rayo de sol que penetró enseguida en el vestíbulo de Longbourn. Darcy trató de contener la sensación de que el tiempo y el espacio corrían desbocados, más allá de su control.

– ¡Señor Bingley! ¡Qué estupendo que haya venido! -La voluminosa figura de la señora Bennet bloqueó el umbral-. Precisamente estábamos comentando, ¿no es así, niñas? que sería estupendo que usted nos visitara hoy. ¡Y aquí está! ¿No es maravilloso?

– ¡Señoras! -Bingley hizo una inclinación al entrar en el salón y Darcy lo siguió. Cuando se levantaron, Kitty le estaba sonriendo a Bingley. Le hizo una rápida reverencia y luego volvió a concentrarse en un montón de cintas que tenía sobre la mesa. Mary hizo una reverencia rutinaria y se alejó, para retomar su lectura en el otro extremo del salón. Darcy y Bingley se dirigieron entonces a las otras dos. La señorita Bennet y Elizabeth estaban juntas y se sonrojaron un poco cuando hicieron sus respectivas reverencias. La imagen de Elizabeth poseía tal gracia y modestia que el corazón de Darcy comenzó a palpitar con tanta fuerza dentro del pecho que le dolieron las costillas. Se permitió el lujo de contemplarla unos instantes, buscando una mirada, una sonrisa que pudiera indicar el estado de ánimo de la joven, pero Elizabeth parecía algo distraída. Entonces se obligó a desviar la mirada y ordenó a su corazón que se apaciguara.

– Por favor, tomen asiento -volvió a decir la señora Bennet-. Señor Bingley, debe usted sentarse aquí, lejos del sol. -Lo llevó hasta el sillón más cómodo del salón-. Ahí, ¿no es agradable? Y tan conveniente para conversar. ¿Les gustaría tomar algo? -Una vez que Bingley hubo murmurado que no, la señora Bennet se dirigió a Darcy-. Señor Darcy. -Movió la mano de manera desinteresada señalando el salón y fue a sentarse cerca de su invitado favorito.

Con libertad para sentarse donde quisiera, Darcy encontró una silla que estaba admirablemente bien ubicada para sus propósitos y también suficientemente cerca de Elizabeth para poder entablar una conversación sin tener que buscarla. Se hundió con gratitud entre los contornos del sillón y esperó unos pocos minutos protocolarios antes de inclinarse hacia la muchacha, para hablar de lo que consideraba un tema seguro.

– ¿Puedo preguntar por sus tíos, el señor y la señora Gardiner? ¿Se encuentran bien?

Elizabeth se sobresaltó y se sonrojó, antes de informarle, casi sin respirar, de que sus parientes se encontraban bien y deseaban que ella le agradeciera nuevamente las atenciones que él había tenido con ellos en Pemberley.

– Fue un placer -le aseguró él y luego desvió la mirada, intrigado por el hecho de que ella se hubiese desconcertado tanto por una pregunta que podía ser calificada de trivial. Miró entonces hacia el suelo, a pesar de que se moría por descubrir lo que ella estaba pensando. Intentando no sucumbir a esa tentación, Darcy volvió a mirar a Bingley, pero se vio sorprendido, a su vez, por una pregunta de Elizabeth.

– ¿Y la señorita Darcy? ¿Cómo se encuentra?

– Ella está muy bien, gracias -respondió el caballero-, y le envía sus saludos, con el deseo de que pueda usted volver a visitarnos algún día.

– Ah, es muy amable por su parte. -Es posible que Elizabeth tuviera intención de decir algo más, pero guardó silencio.

– Ha pasado mucho tiempo, señor Bingley, desde que se fue usted -declaró la señora Bennet, dominando toda la conversación-. Empezaba a temer que no fuera a volver. La gente dice que piensa usted abandonar esta comarca por la fiesta de San Miguel; pero espero que no sea cierto. -Lo miró con picardía-. Han ocurrido muchas cosas en la vecindad desde que usted se fue. La señorita Lucas se casó y está establecida. Y también se casó una de mis hijas. Supongo que se habrá enterado usted, seguramente lo habrá leído en los periódicos. -Bingley no pudo comentar nada, porque ella no le dio tiempo-. Salió en el Times y en el Courier, sólo que no estaba bien redactado. Decía solamente: El caballero George Wickham contrajo matrimonio con la señorita Lydia Bennet, sin mencionar a su padre ni decir dónde vivía la novia ni nada. -La señora Bennet se inclinó hacia Bingley, sacudiendo la cabeza con irritación-. La nota debió de ser obra de mi hermano, el señor Gardiner, y no comprendo cómo pudo hacer una cosa tan insulsa. ¿La ha visto usted?

Mientras Bingley contestaba afirmativamente y expresaba sus felicitaciones, Darcy se limitó a quedarse quieto, tratando de que no se le notara la perplejidad. Había pensado que seguramente se haría una discreta mención al matrimonio de Lydia, para explicar su ausencia, pero que dicha mención estaría marcada por una cierta prudencia, dolorosamente adquirida. Pero no, ¡no hubo nada de eso! Al lanzarle una mirada a Elizabeth, Darcy vio cómo luchaba contra la incomodidad que le causaban las palabras de su madre. Ella lo miró por un instante y luego volvió a concentrarse en su bordado.

– Es delicioso tener una hija bien casada -siguió diciendo la señora Bennet, sin mostrar la mínima moderación-, pero al mismo tiempo, señor Bingley, es muy duro que se haya ido tan lejos. -Se habían marchado a Newcastle, informó la señora Bennet, donde estaría durante algún tiempo el regimiento de su yerno-. Supongo que usted habrá oído decir que él ha dejado el regimiento del condado… y se ha pasado al ejército regular. Gracias a Dios tiene todavía algunos amigos, aunque quizá no tantos como merece. -Al decir esto, la señora Bennet dejó de mirar a Bingley y pasó a examinar el rostro impasible de Darcy.