– Charles, he interferido en tu vida de una manera que sólo puedo calificar como la mayor impertinencia que he cometido en la vida. -Darcy miró a su amigo a la cara, en la que había aparecido confusión y confianza al mismo tiempo, y sintió una oleada de arrepentimiento-. Mi única excusa, si es que tengo derecho a alguna, es que en ese momento estaba convencido de que estaba actuando sólo por tu bien. Pero he llegado a ver que estaba equivocado, muy equivocado, en todo.

– ¡Darcy! Vamos, amigo mío…

– Charles -Darcy se apresuró a detener a Bingley, antes de que éste comenzara a negar su culpa, y levantó una mano-, quiero que escuches cuál fue mi delito. -Se mordió el labio, dejando escapar un suspiro, y luego tomó aire-. Sin tener ninguna consideración por tus sentimientos, o los de ella, el otoño pasado me propuse hacer todo lo que estuviera en mi poder para separarte de la señorita Bennet.

– ¿Qué? -Bingley miró a Darcy sin entender.

– Me esforcé por evitar que alimentaras esa relación, a pesar de que tu afecto resultaba evidente. Me había convencido de que le eras indiferente a la señorita Bennet y por eso me propuse sembrar dudas sobre su carácter y convencerte de que no podías confiar en tu propio corazón. -Bajó la mirada hacia el vaso que tenía en la mano, sintiéndose incapaz de mirar a su amigo-. Mi osadía me parece tan asombrosa incluso a mí mismo que comprenderé perfectamente que me ordenes que me marche de tu casa en este mismo instante.

Bingley se puso pálido y, al poner el vaso sobre la mesa, le tembló la mano.

– ¿Todo este tiempo? ¿Quieres decir que todo este tiempo ella…? ¡Pero Caroline y Louisa me dijeron lo mismo!

– Tus hermanas no estaban de acuerdo con esa relación, Charles. Ellas tienen expectativas mucho más altas con respecto a tu matrimonio. Me avergüenza decirlo pero, para serte franco, yo conspiré con ellas en este asunto.

– ¡Santo Dios, Darcy! ¡No puedo creer que tú hayas hecho una cosa semejante! -Bingley se levantó de un salto, alejándose de él, mientras se pasaba la mano por el pelo.

– Fue una cosa absolutamente censurable. -Darcy observó con consternación y dolor cómo Bingley comenzaba a pasearse de un extremo a otro. Si pudiera terminar allí; pero, claro, había más-. Mi deshonra no termina aquí, Charles. También debo confesar que la señorita Bennet estuvo en Londres más de tres meses durante el invierno y que di instrucciones para que te ocultaran el hecho de que se encontraba en la ciudad.

– ¡Darcy!

– Y tengo que decirte que la señorita Bennet visitó a la señorita Bingley y esperó durante varias semanas a que ésta le devolviera la visita, pero cuando eso ocurrió el único propósito que tenía era acabar definitivamente con la relación. E hizo eso siguiendo mis instrucciones. -Era terrible ver la cara de Bingley. Sintió que le dolía el corazón. Cerró los ojos, tratando de buscar una disculpa apropiada.

– Siento mucho el dolor que te he causado a ti y a la señorita Bennet. Lo siento en el alma, Charles. El único remedio que puedo ofrecer es asegurarte que yo estaba equivocado respecto a la señorita Bennet y que ella, en efecto, te ama y todavía puede hacerte un hombre muy feliz.

Bingley se acercó a Darcy de manera amenazadora.

– ¡Que tú me aseguras! Primero me dices que me engañaste, que me privaste del amor de la más dulce de las mujeres y me animaste a dudar de mi propio corazón y ¿ahora se supone que debo aceptar tus opiniones?

– Tienes razón en no tener en cuenta lo que yo te diga, Charles. He demostrado ser muy mal amigo. ¡Déjame fuera de esto! Pero ¿cuál es tu propia opinión sobre la señorita Bennet?-preguntó Darcy en voz baja.

Una mezcla de emociones cruzó por el rostro de Bingley mientras trataba de asimilar lo que acababa de saber. Dio media vuelta y se sentó, y Darcy le permitió la dignidad de guardar silencio. Se tomó el resto del oporto y esperó, oyendo como el fuego chisporroteaba en la chimenea.

– ¡Lo que ha debido de sufrir mi querida Jane durante todas esas semanas en Londres, Darcy! ¡Qué habrá pensado de mí! ¡Qué habrán pensado todos los Bennet de mí! No entiendo cómo pudieron recibirme con tanta cordialidad cuando regresé.

– Charles, el hecho de que te hayan dado una bienvenida tan calurosa es una prueba más de que los sentimientos de la señorita Bennet están a tu favor.

– Sí -dijo Bingley, como si estuviera pensando en voz alta-, eso parece razonable. ¡Me recibieron bien! Aunque es cierto que la señorita Bennet y yo no tenemos una relación tan cordial como antes, hace sólo unos días que volví.

– Si me permites darte mi opinión, creo que si haces una propuesta de matrimonio tendrás una respuesta que os llenará de felicidad a los dos.

– ¿Tú crees, Darcy? -Bingley se sonrojó. Retrocedió un poco y carraspeó-. ¿De verdad?

– No tengo dudas, ¿tú sí?

– ¡No lo sé! -Bingley comenzó a pasearse otra vez-. Creo que… Anoche ella… ¡Ah, si me atreviera a preguntar! ¡Darcy! -exclamó Bingley, colocándose a su lado.

– Espera un poco si quieres, pero el asunto terminará del mismo modo, Charles, y ya no diré ni una palabra más sobre el tema.

Bingley soltó un grito y estrechó la mano de su amigo con fuerza. Luego comenzó a hablar sin parar y le aseguró que, aunque se había portado de manera abominable, no había perdido un amigo y que ese amigo le perdonaba todo a la luz de su futura felicidad.

11 La corriente del amor verdadero

Londres todavía estaba bastante vacía, pues la mayoría de sus habitantes de clase alta permanecían en los cotos de caza el mayor tiempo posible, hasta que el Parlamento y la temporada de eventos sociales reclamaban de nuevo su presencia en las frenéticas actividades de la ciudad. Mientras se tomaban una copa en Boodle's, el coronel Fitzwilliam le comentó a su primo que se había extendido ya la noticia de que Bonaparte no había podido conquistar Moscú, aunque a un terrible precio. Darcy sacudió la cabeza. ¡Qué se podía decir de la enorme desesperación que impulsaba a los hombres a quemar sus propias casas -una ciudad entera- en lugar de dejarlas en manos de aquel avaricioso monstruo!

– ¿De qué estáis cuchicheando ahora, Darcy? ¡Por Dios, parecéis un par de viejas!

Darcy se dio media vuelta al oír la voz, pero no se detuvo a fijarse en el rostro de su dueño sino que saltó de la silla para darle una fuerte palmada en la espalda.

– ¡Dy! ¡Dios mío! ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me escribiste?

Lord Dyfed Brougham levantó las manos perfectamente cuidadas en señal de protesta por semejante saludo y dio un paso atrás cuando Fitzwilliam también se levantó.

– ¿Escribir? ¡Eso es demasiado fatigoso, viejo amigo! Y tú, Fitzwilliam, puedes estrechar mi mano, pero nada más. Sí, así está bien. -Brougham les dirigió una risita triunfal a los dos y luego acercó una silla y les hizo señas para que tomaran asiento-. ¿Escribir? No, no… creí que era mejor sorprenderte, lo cual he hecho con bastante facilidad, según parece. -Darcy se volvió a sentar, mientras las absurdas palabras de Dy confirmaban el personaje que quería representar.

– ¿Y qué tal te ha ido en América, Brougham? -Fitzwilliam se sentó y estiró sus largas piernas-. No parece que te haya sentado muy bien. -Al mirar detenidamente a su amigo, Darcy vio que su primo tenía razón y cuanto más lo observaba, más alarmantes se volvían sus conclusiones. Dy estaba vestido con la elegancia de siempre, pero la ropa parecía quedarle extrañamente grande. A pesar de que nunca había tenido un rostro de anchas facciones, estaba muy demacrado y tenía las mejillas hundidas. Seguramente no le había ido bien al otro lado del mar.

– ¡Te ruego que no menciones ese lugar en mi presencia! -Dy se puso la mano en la frente de forma dramática-. ¡No sé cómo pude haberme dejado convencer para ir! ¡El viaje fue brutal, Fitzwilliam, absolutamente brutal! Los nativos carecen totalmente de cultura y no tienen la más mínima sensibilidad. ¡Fue espantoso!

Richard dejó escapar un silbido al oír la descripción de Dy y luego preguntó:

– ¿Y qué nativos eran ésos, Brougham? ¿Los algonquinos, los iroqueses…? -Miró a Darcy para pedir auxilio, pero su primo se limitó a encogerse de hombros.

– No, no, viejo amigo. -Dy lo miró como si Richard estuviera diciendo una locura-. ¡Los nativos de Boston y Nueva York! -Se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se limpió las sienes-. ¡Horrible, sencillamente horrible!

Richard miró a Darcy y entornó los ojos. Luego se puso en pie.

– Bueno, te dejaré con mi primo, que será de más ayuda que yo en tu recuperación, estoy seguro. Fitz. -Dio media vuelta y se dirigió a Darcy-: Debo regresar al cuartel. Recuerda, su señoría el conde de Matlock y mi madre nos esperan a cenar esta noche, a las nueve en punto. -Le hizo una inclinación a Brougham-. Preferiría enfrentarme a los pieles rojas que llegar tarde a una cena de su señoría. Encantado de verte, Brougham. -Dy asintió y le dijo adiós con la mano.

Tanto Brougham como Darcy se quedaron callados, mirando cómo Fitzwilliam se abría paso hasta la puerta, en medio del bullicio de camareros y miembros del club.

Darcy se volvió hacia su amigo.

– ¡Por Dios, Dy, tienes un aspecto horrible!

– ¿Tan mal estoy? -preguntó Brougham, enderezándose en la silla, y luego llamó a un criado y pidió algo de beber-. No había querido aparecer en la ciudad hasta engordar un poco -dijo suspirando-, pero llevaba tanto tiempo ausente que el Ministerio del Interior temió que perdiera mi rango si tardaba más en volver. Así que aquí estoy. -Levantó los brazos-. ¡Parezco un espantapájaros!

– ¿Qué ha sucedido? -Darcy se inclinó sobre la mesa.

– No puedo decírtelo, amigo mío. -Dy sonrió con tristeza-. Sólo puedo decir que ella logró evitarme.

– ¿Y pudiste encontrar a Beverly Trenholme?

– Él jamás puso un pie en ese barco para el que tú le diste el billete. De hecho, nunca salió de Inglaterra. Alguien más pensó que ella era más útil que Trenholme.

– ¡Sylvanie! Pero, nadie ha visto a Bev… ¡Por Dios, no querrás decir que…! -Dy asintió con la cabeza y los dos guardaron silencio. El murmullo de las conversaciones y las risas de los demás continuó con la misma intensidad. Un vaso se cayó al suelo en alguna parte y luego se oyó una discusión.

– Dime -preguntó Dy finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre los dos-, ¿cómo está la señorita Darcy?

– Ella está bien -respondió Darcy con lentitud-. Bastante bien, en realidad, aunque echa de menos tu compañía. -Brougham volvió a esbozar una sonrisa tonta, pero muy distinta de la anterior porque era sincera. Darcy se recostó contra el respaldo y trató de adoptar una actitud de absoluto desinterés, antes de dar la noticia-. Durante tu ausencia hizo amistad con alguien que conoció.

La sonrisa de Dy se evaporó al instante.

– ¿«Alguien que conoció», dices? -Pasó el dedo por el borde del vaso dos veces, y luego le dio un golpecito-. ¿Y puedo preguntar el nombre de esa persona?

– Sí puedes y ya veo lo que estás pensando. No, no es eso a lo que me refiero. -Los hombros de su amigo se relajaron y la tensión de su mandíbula desapareció-. Su nueva amiga es Elizabeth Bennet.

– ¡Elizabeth Bennet! -Dy miró fijamente a su amigo-. ¿Tu Elizabeth? ¿Y cómo demonios ha sucedido semejante cosa?

Manteniendo la misma actitud, Darcy le contó a Dy su encuentro casual en Pemberley en agosto. Brougham enarcó una ceja al oír la palabra «casual», pero no interrumpió a su amigo.

– Desgraciadamente, recibió una carta de su casa en la que le pedían que regresara a la mayor brevedad, de manera que Georgiana se vio privada de su compañía antes de lo esperado.

– Georgiana -repitió Dy con suspicacia-, ya veo. -Miró a Darcy con pesar-. Parece que la señorita Bennet no está ya tan predispuesta en tu contra como temías. ¡Qué pena que haya tenido que marcharse! ¿Y la has visto desde entonces, o has tenido noticias de ella?

Darcy asintió con la cabeza, arrellanándose en el sillón.

– Hace poco más de una semana fui a ver a mi amigo Bingley, ¿te acuerdas de Bingley, en el baile de los Melbourne? -Dy asintió-. Estuve de visita en Netherfield, la propiedad que está pensando en comprar en Hertfordshire. Fuimos a visitar a los Bennet el día después de mi llegada. Pero las cosas no salieron bien.

Dy le lanzó una mirada interrogante.

– ¿Cómo que no salieron bien?

– Ella apenas me miró, casi no habló, aunque estuvimos juntos durante varias horas.

– ¡Eso parece bastante extraño! -dijo Dy con actitud pensativa-. ¿Quieres decir que se negó a responderte cuando le dirigiste la palabra o que no quiso contestar a tu saludo?