– ¡No, por supuesto que no! -Darcy se puso a la defensiva-. Ella estaba… no era ella misma y yo… -Darcy se miró las manos-. Yo no supe qué pensar ni qué decir.

– Ah, entonces ninguno de los dos le pudo decir mucho al otro -concluyó Dy-. Bueno, eso hace que resulte bastante difícil entablar una conversación o profundizar en una relación de cualquier tipo. Sin embargo, los dos tuvisteis menos dificultades cuando ella estuvo en Pemberley. ¿Se te ocurre alguna explicación?

Darcy miró a su amigo.

– Eres persistente, ¿verdad? -Dy se limitó a encogerse de hombros y sonreír-. Sí, hubo un problema familiar del que yo me enteré, quizá más de lo que debería haberse enterado un conocido lejano.

– ¡La carta que recibió de su casa! -Dy dio un golpe en la mesa-. Sí, ahora todo encaja. ¡Ella se sentía avergonzada por lo que tú sabías de su familia! Una situación bastante incómoda para ella, después de haber criticado tu comportamiento con tanta severidad. -Se recostó contra el respaldo y, tras unos instantes, preguntó-: ¿De verdad le gustó a la señorita Darcy?

– Sí, así fue, en el poco tiempo que pasaron juntas. Georgiana expresó sus sinceros deseos de volverla a ver.

– Entonces -dijo Dy con suavidad-, ¿quieres un consejo, amigo mío? -Darcy lo pensó y después asintió con la cabeza-. Mi consejo es que tengas fe y esperes. Tu amigo está muy bien situado para que tengas razones suficientes para visitar el condado. Deja que el tiempo pase y vuélvelo a intentar cuando la tormenta se haya calmado un poco. Si ella merece la pena, también lo merecerá el tiempo y el esfuerzo que serán necesarios para conquistarla. Porque jamás he podido leer… -citó-. ¡Pero supongo que tú ya sabes eso! -Dy se levantó y miró a su amigo-. ¡Tengo que irme! Dale mis saludos a la señorita Darcy con tanto afecto como juzgues apropiado y dile que espero veros a los dos pronto. -Hizo una estrambótica reverencia y se dirigió al otro extremo del salón, donde se encontraban un grupo de caballeros jóvenes, conocidos por su ostentosa animación.

Cuando oyó que Dy preguntaba por una pelea de gallos, Darcy sacudió la cabeza y sonrió con pesar, al pensar en la vida que su amigo había elegido o, tal vez, que le había sido impuesta. Esperar había sido el consejo de Dy, esperar y tener esperanzas. Podía hacerlo, aunque le resultara doloroso.

Porque jamás he podido leer… Darcy trató de recordar las palabras de Shakespeare, mientras se levantaba para marcharse… en cuento o en historia, que se haya deslizado exenta de borrascas la corriente del amor verdadero. Acababa de recibir su sombrero y su bastón de manos de uno de los innumerables sirvientes de Boodle's, cuando otro se dirigió a él y le entregó una nota sobre una bandeja de plata.


Darcy subió los escalones de Erewile House sin mirar casi el carruaje de su tía Catherine, que estaba estacionado en la calle. Ya era bastante singular que no hubiese escrito para comunicar su intención de hacer una visita, pero debía tratarse de algo urgente si había venido directamente hasta su casa. No podía imaginar cuál podía ser la razón de lady Catherine, excepto que estuviese relacionada con la salud de Anne. La puerta se abrió antes de que él llegara al último escalón y enseguida apareció Witcher, con una expresión bastante sombría, que recogió el sombrero y el bastón.

– ¿Dónde está? -preguntó Darcy, quitándose los guantes y cruzando el vestíbulo.

– En el salón, señor. -Witcher le hizo una inclinación al tiempo que recogía los guantes-. Le ruego que me perdone, señor Darcy, pero ella insistió en que lo llamáramos.

– Y estoy seguro de que no le dio muchas opciones -le dijo el caballero a su mayordomo-. Ha hecho bien, Witcher. ¿Le han ofrecido algo de beber a lady Catherine?

– Sí, señor, pero no quiso nada. Tal vez ahora que usted está aquí…

– Traiga un poco de té, Witcher, si es usted tan amable. -Darcy subió las escaleras y se dirigió al salón. Fuese cual fuese el motivo de aquella aparición de su tía, estaba seguro de que pronto sabría más de lo que quería. ¡Ojalá no fueran malas noticias sobre su prima!

– ¡Darcy! ¡Por fin has llegado! -Lady Catherine se había adueñado del salón. Estaba de pie, tan recta y rígida como el bastón con empuñadura de plata que tenía a su lado-. ¡Ven! -Le tendió la mano con urgencia. Darcy la tomó rápidamente y, ofreciéndole el apoyo de su brazo, la acompañó a sentarse.

– ¡Mi querida tía! -exclamó Darcy, al ver lo agotada que parecía y la manera en que se dejó caer sobre el diván-. ¿Qué sucede?

– Jamás, jamás en mi vida había estado sometida a la clase de maltrato e ingratitud que he experimentado hoy. ¡No sé hacia dónde va el mundo! -Su señoría pronunció aquellas palabras de manera enérgica-. ¡Nunca me había tomado tantas molestias sólo para ser insultada!

– ¡Tía! -Darcy la miró con una mezcla de alivio y consternación. Si no se trataba de noticias sobre Anne, ¿qué habría podido impulsarla a emprender aquel viaje?

Lady Catherine le clavó la mirada.

– He decidido hacer este tremendo esfuerzo en tu nombre, sobrino. Sí -contestó ella al ver la expresión de sorpresa de Darcy-. ¡Y en nombre de toda la familia! Alguien debe ocuparse de estas cosas antes de que sea demasiado tarde, y como yo siempre estoy atenta a lo que exigen el honor y el decoro, la desagradable tarea ha recaído sobre mis hombros. Si toda la familia se une, tal vez todavía podamos evitar que esta perversa y escandalosa falsedad se extienda más.

Un golpe en la puerta interrumpió momentáneamente la asombrosa acusación de su tía. Cuando Darcy dio permiso, Witcher y un lacayo entraron en el salón con el té. Mientras lo servían, Darcy se levantó de su silla para escapar a la aguda mirada de su tía y tener oportunidad para pensar. ¿Una escandalosa falsedad? Al oír esas palabras, había pensado enseguida en Georgiana, pero luego su tía había dicho que había sido por su causa. ¿Podría tratarse de algo relacionado con los sucesos de Norwycke o lady Monmouth? Parecía poco probable, pero ¿qué otra cosa podía ser?

Después de terminar su tarea, los criados se retiraron y Darcy se volvió hacia su tía.

– No entiendo a qué se refiere. ¿Qué falsedad es ésa?

– ¿Acaso no la has oído? -Una sonrisita se escapó de los labios fruncidos de lady Catherine, pero desapareció de inmediato-. Pero, claro, es demasiado increíble para que alguien sensato lo repita. -Lady Catherine miró a su sobrino con actitud de reproche-. Sin embargo, sobrino, debe ser enérgicamente rectificada, en especial por tu parte, y hay que demostrar que quien la difundió es un mentiroso.

Darcy empezó a perder la paciencia ante aquella extraña reticencia de su tía a hablar claro.

– Señora, si yo supiera qué es lo que ha despertado tanta inquietud en usted, tal vez pudiera tranquilizarla con más facilidad.

Lady Catherine abrió los ojos con desaprobación al oír el tono de Darcy, pero él pudo ver que no estaba intimidada. En lugar de eso, parecía a punto de sufrir un ataque.

– Esa joven… por la que me interesé tanto la primavera pasada… la amiga de la esposa de mi párroco…

– ¿La señorita Elizabeth Bennet? -Darcy no dio crédito. ¡Por Dios! ¿Acaso se habían conocido sus gestiones a favor de Lydia Bennet?

– ¡La misma! Ha mostrado ser totalmente indigna de la atención que recibió por mi parte. ¡Esa mujer ha difundido el rumor de que ella va a convertirse en la señora de Fitzwilliam Darcy! -Al decir esto último, lady Catherine golpeó el suelo con la punta de su bastón y se recostó contra el respaldo, con los ojos fijos en su sobrino.

El impacto que le causaron las palabras de su tía no podía excusar, de ninguna manera, la necesidad de mantener el control, pero el corazón comenzó a latirle como loco y sentía que la sangre corría desbocada por sus venas.

– Ya veo -logró responder en un tono neutro y rápidamente se dio media vuelta para dirigirse al diván que estaba enfrente del que ocupaba su tía, al otro lado de la mesita, y se sentó.

– ¿De verdad lo entiendes, Darcy? El cuento ya se ha difundido por Hertfordshire y ha llegado a mis oídos en Kent, no hace más de tres días. He decidido tomar medidas de inmediato, claro, y he hecho lo que se podía hacer.

¿Qué había hecho su tía? Elizabeth… ¡Oh, Darcy necesitaba saberlo! Sin embargo, si quería obtener de ella toda la información que necesitaba sobre este asunto, debía ocultar sus propias emociones y aprovecharse de los prejuicios de lady Catherine con sumo cuidado.

– Lo que veo -le explicó a su tía- es que está bastante contrariada por algo que le contaron sobre la señorita Elizabeth Bennet. ¿De dónde ha salido esa historia? ¿Es fiable la fuente?

Su tía pareció relajar la tensión con que tenía agarrado el bastón y lo dejó a un lado.

– En los dos casos, proviene de la fuente más fidedigna. Mi pastor, el señor Collins, lo mencionó, y además de ser mi párroco, está emparentado con esa mujer. Y por si fuera poco, ella es la amiga íntima de su esposa. No puede haber ningún malentendido, sobrino.

– Tal vez -dijo Darcy lentamente, mientras se inclinaba sobre la mesita, para tomar de una taza de té que le sirviera de escudo. ¿Entonces lo había sabido a través de Collins? En realidad, debía de haber sido a través de su esposa. ¿Una carta de Elizabeth? ¿O una comunicación de la familia Lucas?-. ¿Y de que forma le llegó esa información?

– ¿De qué forma? ¡Lo oí de los labios del propio Collins, Darcy! -exclamó lady Catherine con tono de protesta, al ver que Darcy enarcaba una ceja, pero luego se suavizó-. Una carta de la familia de su mujer, evidentemente, en la cual le contaban la noticia del compromiso de la hija mayor de los Bennet con tu amigo. -Lady Catherine levantó la voz-. Y se supone que pronto seguirá tu boda con la siguiente hija. ¡No podemos tolerar ese pernicioso chismorreo! -Lady Catherine volvió a golpear el suelo con el bastón, que había vuelto a agarrar con vehemencia.

Darcy negó con la cabeza.

– Mi querida tía, a lo largo de los años mi nombre se ha visto unido al de innumerables jovencitas. Todo rumores. Puro cuento. ¿Por qué debería preocuparse por este último?

– Porque -replicó ella- tú… o mejor, ella… -Lady Catherine cerró la boca y durante un momento se limitó a mirar fijamente a Darcy. Él le devolvió la mirada con toda la inocencia que pudo reunir, pero la verdad es que era esencial oír la respuesta de la anciana dama. Tenía que haber algo más que un simple chisme para que su señoría se alterara de esa forma.

– Por favor, continúe, señora.

– ¡Ah! -estalló ella-. ¡Si hubieses permitido que tu compromiso con tu prima se hiciera público, esto no habría ocurrido! Para empezar, la muchacha no se habría atrevido a pensar que podía ser posible o, a falta de eso, yo habría obtenido su promesa…

– ¡Su promesa! -Darcy se puso en pie como si hubiera sido impulsado por un resorte-. ¿Qué ha hecho? ¿Acaso se ha comunicado con la señorita Elizabeth Bennet?

– No creas, Darcy, que una carta es suficiente para poner fin a asuntos como éste. Me enfrenté a ella personalmente con su…

Darcy se quedó helado.

– ¿Cuándo? -preguntó-. ¿Cuándo ha hablado con ella? ¿Qué le dijo?

– Esta mañana, señor, y fui recibida con obscena impertinencia y una ingratitud tal que espero no volver a ver nunca nada semejante.

Darcy se dirigió lentamente hasta la ventana, intentando sobreponerse al horror que le habían causado las palabras de lady Catherine. Pero aquel sentimiento dio paso de inmediato a un torrente de indignación por sí mismo, pero aún más por Elizabeth. Cuando volvió a mirar otra vez a su tía, sus emociones se habían fundido en una furia que no podía ocultar.

– ¿Me está diciendo -comenzó en un tono preciso y exigente- que ha ido a Hertfordshire para acusar a la señorita Elizabeth Bennet de ese rumor y exigirle algún tipo de promesa? ¡Por Dios, señora! ¿Con qué propósito y con qué derecho interfiere en un asunto que sólo a mí me corresponde resolver?

Los ojos de lady Catherine brillaron con una luz marcial. Se enderezó y, agarrando su bastón, volvió a golpear el suelo.

– ¡Por el derecho que me concede el hecho de ser tu pariente más cercana y pensando sólo en tus intereses! -Lady Catherine se levantó y se dirigió a Darcy con mordacidad-. ¡Sí, por tu bien! ¡Ay, yo capté tu debilidad cuando ella estuvo en Rosings durante la primavera, pero no podía creer que estuvieras tan dominado por las artes y los encantos de esa muchacha -¡y bajo mi propio techo!-, como para permitir ningún tipo de presunción! Si hubiera puesto este asunto en tus manos, ¿qué habría sucedido? Si ella no se conmueve con los argumentos del deber, el honor y la gratitud, ¿cómo se la puede convencer sino con la verdad de lo que le esperaría a semejante presunción? ¡Y yo estoy en todo mi derecho de decírselo! ¡Ella no debe atentar contra el deber que tienes con tu familia, ni puede interponerse en la felicidad de mi hija!