Darcy rodeó la mesa y le devolvió la mirada con toda la rabia que habían generado las palabras y las acciones de su tía.
– Se ha extralimitado, señora. No puede haber excusa suficiente para perdonar su intromisión en un asunto tan personal como el que describe, o para importunar a alguien tan absolutamente ajeno a usted, pero que, sin embargo, está sometido a sus caprichos por la superioridad de su rango.
– ¡Si hubiese recurrido a ti, sólo lo habrías negado! Entonces, ¿dónde estaríamos? Ella, al menos, no negó…
– ¿Negar qué? -Darcy sintió el impulso de sacudir a la mujer que tenía delante, aunque se tratase de su tía-. ¿Cómo quedaron las cosas entre ustedes?
– ¡Ella no quiso prometerme nada! Aunque le hice un recuento de todas las desventajas que resultarían de semejante matrimonio, ¡no quiso oír nada! Se negó a prometer que no aceptaría un compromiso si le fuera ofrecido. ¡Criatura tozuda y obstinada! ¡Así se lo dije! ¡Ella está decidida a arruinarte! ¡Está determinada a convertirte en el hazmerreír de todo el mundo!
Algo parecido a la esperanza penetró a través del hielo que había rodeado el corazón de Darcy. ¡Ella se había negado a prometer! ¡Había sufrido la mayor invasión de su privacidad y un escandaloso enjuiciamiento de su carácter, y sin embargo se había negado a prometer! Elizabeth… Una sensación de calidez brotó dentro de su pecho y sintió deseos de alimentarla. Si alguna vez pudiera llegar a convertirse en algo más, tenía que allanar primero el camino, una tarea que debía comenzar inmediatamente.
– Su señoría -Darcy dio un paso atrás y se inclinó-, debo ser claro con usted. Nunca podré aprobar o excusar sus acciones con respecto a la señorita Elizabeth Bennet. Sin embargo, tal vez ha sido error mío.
– ¡Hummm! -resopló su tía, cuyo rostro se iluminó con un aire de triunfo-. ¡Que yo tenga que recordarle al hijo de George Darcy su deber para con él mismo y con su familia!
– No, señora, mi error reside en algo totalmente distinto. La idea de un compromiso matrimonial entre Anne y yo es algo que ninguno de los dos desea y nunca hemos deseado. -Su señoría intentó abrir la boca en señal de protesta, pero Darcy la interrumpió-: Debí aclarar este asunto hace años, pero en lugar de eso tomé el camino más fácil de guardar silencio ante sus insinuaciones y manipulaciones, con la esperanza de que usted misma llegara a ver la imposibilidad de semejante unión. Debo rogarle humildemente que me perdone por lo que ahora veo que fue no sólo una cobardía sino una crueldad.
– Darcy, tú no puedes… Anne espera…
– Mi prima no espera casarse conmigo. Hemos hablado sobre este asunto y estamos de acuerdo. Mi crueldad reside en el hecho de permitir que usted siguiera albergando una ilusión imposible, en lugar de ser claro con respecto a la verdad de nuestra situación. Le ruego que me perdone por eso, señora. -Darcy volvió a inclinarse.
Por una vez en la vida, su tía se quedó sin palabras. Contrajo la cara por el esfuerzo que tuvo que hacer para asimilar lo que acababa de oír. Dio media vuelta, se puso de espaldas, y luego volvió a su postura original. Finalmente, con gran esfuerzo, hizo a un lado su decepción y atacó desde otro flanco.
– Aunque así sea, sobrino, ¡tú nunca le podrás imponer esa… esa… mujer a tu familia! ¡No puedes pretender hacerlo en contra de todos nuestros deseos y expectativas!
– ¡Señora! -le advirtió Darcy.
– ¡Semejante alianza va en contra de todos los intereses! ¡Ella no será bien recibida, no lo dudes! ¿Quién es su familia? No tienen ninguna influencia o posición, excepto por el hecho de ser el tema del escándalo más abominable. La hija más joven -¡seguramente lo habrás sabido!- huyó a Londres con un oficial. ¡Un matrimonio arreglado y vergonzoso!
– ¡Señora, basta ya! -rugió Darcy, y por un momento su tía se estremeció.
Buscó apresuradamente su chal y su sombrero. Aferrándose a ellos, se volvió hacia él con una rabia que él nunca había visto.
– ¡No me quedaré callada! Soy tu pariente más próxima y debo actuar en representación de tus padres. ¡Por su bien y por el tuyo, te digo que contraer matrimonio con esa mujer sería una desgracia! -Darcy se quedó mirándola en impasible silencio-. ¡Si persistes en esta locura -lo amenazó-, las puertas de Rosings quedarán cerradas para ti, tu nombre nunca volverá a ser pronunciado en mi presencia y te repudiaré!
– Que así sea, señora; como usted quiera. -Darcy le hizo nuevamente una reverencia y avanzó hacia la puerta-. ¡El carruaje de lady Catherine! -gritó y, dando media vuelta, le sostuvo la puerta abierta-. Su señoría.
– ¡No creas que yo seré la única que rechazará semejante unión! -siguió diciendo lady Catherine, mientras pasaba delante de él y comenzaba a bajar las escaleras-. ¡Le escribiré de inmediato a tu tío, lord Matlock! Él te hará entrar en razón. Te hará saber…
Sólo cuando la puerta se cerró detrás de ella, Darcy pudo soltar la respiración que había contenido por la rabia que le producían los innumerables insultos de su tía. Se dirigió a la ventana y la vio salir a la calle como una tromba. Después de que el ligero carruaje se balanceara por la fuerza de su furia, el cochero arrancó rápidamente y arreó a los caballos para que apresuraran el paso. Ojalá desapareciera a toda prisa, pensó Darcy, mientras tomaba la botella de brandy y se servía un poco. ¡Por Dios! ¡Nunca había estado tan cerca de…! Tomó el vaso y le dio un sorbo. Luego lo dejó sobre una mesa y se acercó a la puerta, pero regresó enseguida. ¡Esa insoportable mujer! Bebió otro sorbo. ¡Qué había hecho! De pie en medio del salón, con la respiración entrecortada, Darcy se pasó una mano por el pelo. ¡Elizabeth asediada de semejante forma! Sacudió la cabeza. ¿Qué podría haber oído su tía que la hiciera ir de inmediato a Hertfordshire? ¿Un simple rumor? No, decidió Darcy. Tenía que haber algo más. Contuvo el aliento, tratando de calmarse para pensar de manera racional. ¿Qué había hecho su tía? ¿Cuál había sido el resultado final de su absurda pretensión?
Se sentó en el diván y examinó los hechos de aquella terrible entrevista. Elizabeth se había negado a prometer que no lo aceptaría. Eso era lo que había enfurecido tanto a su tía. ¿Podría él atreverse, entonces, a creer lo contrario? ¿Lo aceptaría Elizabeth? La actitud de la muchacha durante su última visita nunca lo habría inclinado a creer que podría aceptarlo. Pero, entonces, ¿por qué no lo había dicho y se había ahorrado todos esos insultos? ¿Qué la había impulsado a rechazar cada exigencia de lady Catherine: su corazón o su rabia? ¿Y cómo iba a saberlo él, si no regresaba a Hertfordshire?
– ¡Witcher! -gritó escaleras abajo-. ¡Witcher!
– ¿Señor? -El viejo mayordomo apareció con una expresión angustiada, a causa de los últimos acontecimientos que habían tenido lugar entre las paredes de la, por lo general, tranquila Erewile House.
– Ordene que preparen mi carruaje y dígale a Fletcher que haga el equipaje. ¡Quiero partir por la mañana!
– ¡Sí, señor! -respondió el mayordomo y echó a correr escaleras abajo, tan rápido como se lo permitían sus viejas piernas, con el fin de transmitirle a la servidumbre, que ya estaba bastante escandalizada, las extraordinarias órdenes de su amo.
Ten fe y espera había sido el consejo de Dy. Mientras Darcy miraba por la ventanilla del landó el paisaje de Hertfordshire a la luz del atardecer, se podía imaginar la escena con facilidad. Él sabía bien lo autoritaria y antipática que podía ser su tía Catherine con el más mínimo detalle; pero este caso había despertado toda su vehemencia. Debía de haber sido terrible para Elizabeth ser el objeto de su furia, y, sin embargo, había resistido y se había negado a someterse a unas exigencias que habrían sido muy fáciles de aceptar si ella hubiese decidido que no quería tener nada que ver con él. Por enésima vez desde el día anterior, se preguntó qué pensaría Elizabeth y si estaría cometiendo la peor locura de su vida al regresar a Hertfordshire.
En menos tiempo de lo que esperaba debido a la ansiedad, el carruaje enfiló el sendero de Netherfield, y Darcy divisó la casa. No había enviado una carta anunciando su vuelta, y Bingley no sabía cuándo regresaría su amigo. Él había querido mantener las cosas así, en caso de que decidiera no volver. Era posible que Charles no estuviera en casa. Pero cuando el vehículo comenzó a acercarse, la puerta se abrió y Bingley apareció en la entrada, con una expresión de auténtica felicidad.
– ¡Darcy! ¡Darcy! -exclamó, al bajar los escalones para darle la bienvenida-. ¡Esto es extraordinario! -Tan pronto como descendió del coche, estrechó la mano de su amigo.
– Charles -comenzó a decir Darcy-, por favor, perdóname por no avisarte…
– ¡Pamplinas! -contestó Bingley-. Estoy muy contento de que estés aquí. Estaba a punto de enloquecer sin tener a nadie con quien compartir mi buena suerte. Vamos, entra. ¡Tengo tantas cosas que contarte! -Bingley ordenó que les trajeran algo de beber, mientras conducía a Darcy a la biblioteca y le rogaba que tomara asiento.
– ¡Pero, Charles, estoy cubierto de polvo! -protestó Darcy, señalando su ropa.
– ¡Al diablo con el polvo, Darcy! -se rió Bingley. Un criado llamó y entró con una bandeja, pero casi antes de que se cerrara la puerta, Bingley estalló-: ¡Estoy comprometido! ¡Comprometido con el ángel más adorable del mundo! Mi hermosa Jane ha aceptado y su padre estuvo de acuerdo. ¡Nos vamos a casar, Darcy, nos vamos a casar! -Volvió a soltar otra carcajada-. ¿Puedes creerlo? Porque yo no puedo. ¡Es demasiado maravilloso!
– ¡Claro que sí, Charles! -Darcy le puso las manos sobre los hombros-. No puedo pensar en otro hombre que se merezca más esa felicidad, de verdad que no puedo. ¿Acaso pensaste que podría rechazarte? ¡Qué absurdo! Te deseo mucha felicidad, amigo mío, a ti y a tu futura esposa. -Al oír estas palabras, a Bingley se le humedecieron los ojos. Darcy le dio una enérgica palmada en los hombros y dio media vuelta.
– Gracias, Darcy. -Bingley carraspeó-. Gracias. Ahora, ¿en qué puedo servirte?
– No sabría decirte, excepto que espero que me permitas quedarme. Puede ser sólo un día, tal vez más; todavía no lo sé.
Bingley lo miró con curiosidad.
– Mi casa está a tu disposición, ya lo sabes. Pero ¿no puedes decirme nada más?
– Desgraciadamente, no -respondió Darcy-. Es un asunto personal. Tal vez sea una locura, no lo sé. Pero -siguió diciendo con una sonrisa- no es nada que deba alterar tu felicidad, sea cual sea el resultado. Lo único que te pido es que me permitas acompañarte la próxima vez que visites a tu prometida en su casa.
– Por supuesto -contestó Bingley-. Voy a visitarla mañana. Como Jane y yo estamos comprometidos, no hay ningún momento en que no sea bienvenido. Podemos ir tan temprano o tan tarde como quieras. -Bingley siguió mirándolo con curiosidad.
– ¿Qué dices de una partida de billar antes de la cena? -Darcy propuso una distracción que siempre había funcionado con su primo.
– ¡Claro! -Bingley apretó los labios-. ¿Apostamos a quién ganará?
Al día siguiente temprano, Darcy y Bingley salieron rumbo a Longbourn, impulsados por una fresca brisa otoñal. Las hojas estaban comenzando a ponerse amarillas y ocres y los árboles multicolores enmarcaban los campos cultivados y los pastos dorados. Aunque Bingley había puesto a Darcy al día a propósito de todos los sucesos que habían ocurrido desde su marcha, dos semanas antes, todavía parecía haber algunos detalles que había que atender; así que el viaje estuvo acompañado por el desbordante entusiasmo de Bingley hacia sus futuros parientes políticos. Lejos de aburrirse, Darcy escuchó con atención, pendiente de cualquier información que pudiera darle alguna idea sobre el carácter de la familia Bennet en general y de Elizabeth en particular. Según sus descripciones, parecía que todos se encontraban en un estado de excitación y buen ánimo por la futura boda. Sobre Elizabeth, Darcy sólo supo que era muy buena con su hermana y que con frecuencia se había llevado a su madre a hacer alguna cosa, con el fin de permitirle a Bingley unos preciosos momentos de soledad con su futura esposa.
Su llegada fue recibida con toda la felicidad que Bingley había descrito, aunque Darcy fue objeto de varias miradas de curiosidad. Bastante temeroso acerca de lo que podría traer ese día, apenas pudo mirar a Elizabeth. Después de desmontar y presentar sus respetos, Bingley sugirió enseguida que, con ese día tan hermoso, todos deberían salir a dar un paseo. Su propuesta fue rápidamente aceptada y, mientras Jane, Elizabeth y Kitty subían a buscar sus sombreros y abrigos, la señora Bennet tomó a su futuro yerno del brazo y le dijo con un tono autoritario que los caminos de Longbourn eran los más hermosos de la región, aunque tenía que confesar que ella no tenía costumbre de caminar mucho.
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