Darcy resolvió asumir la culpa, pero la respuesta de Elizabeth, que habían caminado tanto que ella misma no sabía dónde habían estado, fue suficiente para satisfacer la curiosidad de todos.
Darcy echó un vistazo a la mesa. Elizabeth había tomado asiento en un lugar que estaba lejos de él, por temor a despertar especulaciones prematuras, pero ella era la única persona con quien él quería conversar y su sonrisa era la única que anhelaba. Miró con un poco de envidia a Bingley y Jane. Los novios oficiales no tenían ninguna restricción y podían hablar en medio de una cierta privacidad que le estaba negada al resto del grupo. Con creciente resignación, el caballero miró a los padres de Elizabeth y aceptó que era a ellos a quienes debía dirigir su atención. Durante sus recientes visitas a Longbourn había tenido más contacto con la señora Bennet del que deseaba, pero al señor Bennet lo conocía muy poco. ¿Por dónde podría empezar a relacionarse con aquel hombre al que muy pronto le estaría pidiendo la mano de Elizabeth?
Cuando la comida terminó, todos se levantaron y fueron al salón, donde Darcy sintió la necesidad de conversar con el padre de Elizabeth. Tras aceptar una taza de café de manos de la señora Bennet, se dirigió a su anfitrión.
– Señor Bennet -le dijo, levantando ligeramente la taza a modo de saludo.
– Señor Darcy -contestó el hombre y luego, con un gesto de la barbilla, señaló a Bingley y a Jane, que estaban solos, en un rincón del salón-. Hacen una buena pareja, ¿no le parece, señor Darcy? Aunque todas esas sonrisas y susurros son más bien molestos para el resto del mundo, la señora Bennet me asegura que eso es lo normal.
Darcy bajó la taza y se volvió hacia el señor Bennet.
– Creo que Bingley será un esposo estupendo -dijo con aire reflexivo-. Lo conozco desde hace varios años y es uno de los mejores hombres con los que he tenido el placer de encontrarme.
– ¡Ah, no lo dudo! -contestó el señor Bennet-. Se llevarán muy bien, él y Jane. Sus hijos nunca oirán de ninguno de ellos una palabra de enfado e incluso es posible que les permitan a sus padres expresar su opinión, de vez en cuando. Sin embargo, estoy contento por ella. -Le dio un sorbo a su taza-. ¿Y usted, señor? ¿Se quedará mucho tiempo en Hertfordshire, o acaso Londres reclama su presencia?
– Todavía no tengo planes definidos, pero no sería raro que me quedara algún tiempo más.
– ¡Vaya! -El señor Bennet pareció sorprendido-. Vaya -repitió-. Bueno, puede usted visitar Longbourn cuando quiera, señor Darcy. Como puede ver, tengo varias hijas que pueden ofrecerle una conversación sugerente a un hombre educado. -Señaló con la cabeza a Mary, sumergida en un libro, y a Kitty, que estaba arreglando las cintas de un sombrero. Después de dejar la taza sobre una mesa con expresión divertida, el señor Bennet se disculpó y le dijo a su esposa-: Estaré en mi estudio si alguien me necesita, querida.
Darcy miró a Elizabeth, sorprendido al ver que su anfitrión abandonaba de esa forma tan brusca a sus invitados y se preguntó si esto sería una señal para que él y Bingley se marcharan. Pero nadie más pareció notar el extraño comportamiento del señor Bennet o hacer ademán de concluir la velada; se limitaron a despedirse del dueño de la casa. A pesar de todo, ellos no se quedaron mucho tiempo y, cuando él y Bingley se pusieron en pie para marcharse, Elizabeth lo acompañó hasta la puerta y luego al exterior, tal como había hecho Jane con Bingley. Protegiéndose del frío con los brazos, Elizabeth lo vio montarse a su caballo. Al mirarla con el rostro hacia arriba bajo la luz de las estrellas, Darcy recordó la velada de un año atrás, a la salida del salón de baile de Meryton. Habían pasado tantas cosas desde esa noche que aquel día Darcy se sintió optimista con respecto al futuro. Sin embargo, al mismo tiempo estaba inquieto. Elizabeth era suya y no era suya, era la compañera de su corazón, pero todavía no estaba a su lado.
Darcy se inclinó hacia ella.
– Hasta mañana -le susurró.
Ella asintió con la cabeza.
– Hasta mañana -moduló con los labios, mientras se ponía al lado de su hermana y observaban cómo los caballos se perdían en la oscuridad de la noche.
Bingley iba canturreando cuando, después de espolear a su caballo, Darcy lo alcanzó. Con tono desafinado, la canción se perdía en la noche. Darcy sonrió al ver la distracción de su amigo y pensó en la felicidad que sentía en su propio corazón.
– ¿Y a qué criatura estás invocando a esta hora, Charles? -le dijo bromeando-. Creo que todos los animales decentes están guardados en sus establos.
– Darcy, ¡soy el más afortunado de los hombres! -dijo Bingley, ignorando el sarcasmo de Darcy-. ¡Qué día tan maravilloso!
– Sí, así es -murmuró Darcy.
Bingley se volvió hacia él.
– Supongo que no ha resultado ser tan maravilloso para ti tener que pasar toda una velada con los Bennet. Has sido muy amable al soportarlo, Darcy, te lo agradezco.
– En absoluto, Charles -dijo Darcy, restándole importancia-. Es natural que quieras estar en compañía de tu prometida el mayor tiempo posible. Y, después de todo, yo estoy aquí por voluntad propia y puedo marcharme en cualquier momento.
– Eres muy amable -contestó Bingley. Guardó silencio un momento, antes de añadir, con un tono muy distinto-: Tan amable que nos dejaste a Jane y a mí rezagados en el bosque. ¿Cómo ha sucedido eso? No os volvimos a ver a partir de la primera media hora.
– ¿Acaso no queríais estar solos?
– No me refiero a eso. -Bingley soltó una carcajada-. Bueno, yo no estaba muy preocupado, no tan preocupado como Jane, en todo caso; porque ella no había visto lo bien que os habíais llevado en Pemberley tú y su hermana. Pensé que nos habías dejado atrás a propósito, para darnos un poco de intimidad, y que no te importaba acompañar a la señorita Elizabeth mientras tanto.
– ¿Y le dijiste eso a la señorita Bennet?
– Algo parecido. ¿Acaso no he debido hacerlo?
Darcy no le respondió de inmediato. ¿Tenía algún sentido reservarse su felicidad? Pronto sería del dominio público, y Bingley era su amigo íntimo. En todo caso, Darcy deseaba pronunciar en voz alta las palabras que darían solidez a los acontecimientos de aquella tarde. Y tenía curiosidad por ver la reacción de Charles. Adelantó el caballo hasta colocarse junto a Bingley.
– Tienes razón sólo en parte, amigo mío. Confieso que pensé muy poco en ti y en la señorita Bennet esta tarde. Mi propósito, después de que tuvieras la feliz idea de sugerir dar un paseo, era encontrar la forma de hablar con la señorita Elizabeth en privado.
– ¡Hablar en privado! -Bingley le dio un tirón a las riendas y miró a Darcy bajo la luz de la luna-. Me pregunto sobre qué.
– Un asunto personal. -Darcy sonrió abiertamente.
– Claro. -Pero Bingley no se dejó intimidar-. ¿Un asunto personal acerca de qué, si puedo preguntar?
– Bueno, claro que puedes preguntar…
– ¡Darcy! -El tono de Bingley sonó amenazante.
Su amigo se detuvo y soltó una carcajada.
– Acerca del hecho de que… y puede que esto te sorprenda o no, porque ya no puedo confiar en mis propias percepciones… El hecho de que he admirado… no, más que admirado a la señorita Elizabeth casi desde que nos conocimos.
– ¡Santo cielo! -exclamó Bingley con perplejidad-. Este verano en Pemberley sospeché que había algo de afecto, pero ¿desde el otoño pasado? ¡Si lo único que hiciste fue pelearte con ella!
– Sí, eso es cierto. No nos entendimos bien el otoño pasado. Al principio, mi propio comportamiento fue el responsable de la pobre opinión que ella tenía de mí. Pero luego hubo ciertos rumores perniciosos relacionados conmigo y divulgados por Wickham, que terminaron de definir su manera de pensar.
– ¡Ese sinvergüenza! Y pensar que tendré que ser su… -Bingley guardó silencio para no hablar más de ese tema y volvió al asunto que los ocupaba-. ¡Continúa, Darcy! ¡La has amado todo este tiempo! Bueno… -Bingley tomó aire-. ¡Eso es realmente maravilloso! Parece una obra de teatro… aquella de Shakespeare. Ah, ¿cuál era… acerca de un hombre… Benedick?
Darcy se rió.
– ¡Sí, muy parecido!
– Pero ¿qué ocurrió entre el otoño pasado y Pemberley?
– La primavera pasada nos encontramos de nuevo, cuando ella fue a visitar a su amiga en Kent, cerca de la propiedad de mi tía, lady Catherine de Bourgh. Lamento decir que ahí hubo más malentendidos y conductas abominables por mi parte, pero finalmente quedó clara la naturaleza de los problemas que había entre nosotros. Cuando nos encontramos después en Pemberley, descubrimos que nos resultaba mucho más agradable estar juntos.
– ¡Por favor, continúa! -le apremió Bingley, mientras volvían a poner en movimiento sus caballos, pero lentamente.
– Fue el comienzo de algo, pero eso fue todo. Cuando ella tuvo que regresar a su casa inesperadamente, parecía muy poco probable que volviéramos a tener ocasión de hablar.
– ¡Ese sí que resultaba un gran problema! -Bingley sacudió la cabeza-. Pero luego te hablé de Netherfield. ¡No me sorprende que tuvieras tanto interés en que regresara!
– Estaré en deuda contigo para siempre, amigo mío -dijo Darcy con una sonrisa-, gracias a tu lamentable incapacidad para tomar una decisión. -Bingley aceptó su falta con un silbido de júbilo-. Eso me dio la oportunidad que necesitaba para concluir dos asuntos de vital importancia -continuó diciendo Darcy-. Primero, corregir mi imperdonable intromisión en tus asuntos y, segundo, para evaluar la inclinación de la señorita Elizabeth y ver si existía la posibilidad de que aceptara mi propuesta de matrimonio.
– ¡Propuesta de matrimonio! ¡Eso es maravilloso, Darcy! Pero bueno, claro que te aceptará… ¿Qué mujer en Inglaterra no te aceptaría?
– Ah, existe una, te lo aseguro. Esta no ha sido mi primera propuesta. -Darcy miró la cara de asombro de su amigo-. El «malentendido» al que me referí durante la primavera pasada…
Bingley tomó aire.
– ¡Increíble! ¿Elizabeth?
– ¿No es ella increíble? -Se oyó una nota de placer en la voz de Darcy. Siguieron cabalgando en silencio hasta que las luces de Netherfield aparecieron entre los árboles. Luego Darcy dijo, más pensativo esta vez-: Me rechazó de plano y sin ninguna ceremonia, Charles. Y siempre estaré en deuda con ella por eso. Me sentí muy amargado. Estuve furioso durante un tiempo. Pero ella me bajó de mi pedestal y me hizo saber que todas mis pretensiones no significaban nada para una mujer valiosa e íntegra.
– Pero ¿respondió afirmativamente a esta segunda propuesta? -Había un tono de preocupación e incertidumbre en la pregunta de Bingley.
Darcy sonrió.
– Dijo que sí.
Clavando los pies en los estribos, Bingley lanzó un grito que fue respondido por los aullidos de los mastines de Netherfield. Su caballo caracoleó al oír el escándalo y el de Darcy retrocedió.
– Darcy, ¡esto es extraordinario! -continuó, después de sentarse otra vez en la montura-. ¿Te das cuenta? ¡Vamos a ser hermanos! Ah, Jane y yo habíamos hablado de eso, lo habíamos deseado, pero pensábamos que era imposible. ¡Se va a sorprender mucho!
– Charles, te ruego que no hables de esto hasta que hagamos el anuncio oficial. -Darcy interrumpió el entusiasmo de su amigo-. Todavía tengo que hablar con el señor Bennet y eso sería embarazoso…
– No digas más. -Bingley se rió con un poco de vergüenza-. Entiendo que no debo hablar, pero, ¡ay, va a ser extremadamente difícil! -Después de unos minutos de silencio, se volvió hacia Darcy-: Entonces, ¿volvemos a perdernos mañana?
– Los senderos de Hertfordshire nos resultan totalmente desconocidos -replicó Darcy.
– ¡Así es! -confirmó Bingley-. ¡Condenado lugar!
La noche siguiente, después de la cena, Darcy se acercó a la puerta de la biblioteca de Longbourn. Un rayo de luz salía por la rendija, pero no se oía nada. Golpeó suavemente y al oír desde dentro un suave «¿Sí?», abrió la puerta.
– Con su permiso, señor. ¿Puedo hablar un momento con usted?
– ¡Señor Darcy! -El señor Bennet enarcó las cejas con asombro al verlo en el umbral. Después de recuperarse, se levantó del escritorio que tenía cubierto de papeles y libros, lo invitó a entrar y le señaló una silla frente a él-. ¿Quiere usted beber algo? ¿No? -Volvió a dejar sobre la mesa la botella que había levantado-. Muy bien. -Se sentó de nuevo-. Bueno, ¿en qué puedo servirle? Creo que mi esposa ya le ha ofrecido todas las aves de mis tierras. No la voy a desautorizar, si eso es lo que le preocupa.
– No, señor. Es muy generoso por su parte, pero he venido a hablar de un asunto muy distinto. -Hizo una pausa. Tenía que plantear el asunto sin más preámbulos.
– Es un honor informarle, señor, de que le he pedido a su hija Elizabeth que se case conmigo. Si usted lo aprueba, ella ha accedido a hacerme el más feliz de los hombres.
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