– Es una hermosa mañana de domingo, señor. Tal como debe ser en Pascua. -Fletcher levantó las manos y corrió las pesadas cortinas de damasco que habían estado ocultando la mañana hasta ese momento. Se volvió hacia su patrón y le dijo con ojos sonrientes-: Lady Catherine desea que le recuerde que la calesa saldrá a las diez en punto y que el desayuno se servirá en famille a las nueve, en el salón del desayuno.

– Como sucede todas las Pascuas, al menos desde que yo tengo cuatro años -refunfuñó Darcy, tratando de estirar los músculos de su espalda dolorida. Bostezó y se dirigió hasta la ventana para juzgar por sí mismo la exactitud de la afirmación de Fletcher sobre el día que empezaba. Entrecerró los ojos y observó el parque bañado por el sol. Sí, sería un día espléndido. Las únicas nubes que se recortaban en el amplio cielo azul parecían copos blancos de algodón, totalmente inofensivos. Una ligera brisa agitaba las hojas del bosquecillo que separaba Rosings de la aldea de Hunsford y Darcy pensó que le habría gustado traer a Nelson, su caballo, para aprovechar el día como a él le gustaba.

– Son las siete en punto, señor Darcy. -La voz de Fletcher interrumpió su contemplación de las colinas verdes y los caminos bordeados de árboles, mientras galopaba en su caballo-. ¿Desea usted que prepare…?

Un golpe enérgico en la puerta de la habitación interrumpió la pregunta del ayuda de cámara e hizo que los dos hombres se giraran sorprendidos, al mismo tiempo que la puerta se abría y aparecía la cabeza del coronel Fitzwilliam.

– ¡Oh, excelente, Fitz! ¡Estás levantado! Pero, Fletcher… -Fitzwilliam entró, cerrando la puerta tras él con suavidad-. ¡Usted todavía no lo ha afeitado! Son ya las siete.

– Sí, señor, estaba a punto de…

– Bueno, entonces, ¡póngase en marcha, hombre! El tiempo corre inexorablemente. -Richard le dirigió una sonrisa al ayuda de cámara, que se inclinó ante las órdenes de un oficial superior y enseguida se puso a preparar los útiles de afeitar. Richard se giró hacia su primo-. ¿He dicho «en marcha»? -preguntó con ironía y luego fingió un suspiro-. Supongo que llevo mucho tiempo en el ejército. ¡Pronto ya no seré buena compañía!

Darcy resopló, concentrándose de nuevo en la contemplación del parque.

– ¡No hay nada que temer! Pareces hacerlo bastante bien.

– ¡Sí, en realidad así es! -se enorgulleció Fitzwilliam-. Y ésa es la razón para que esté aquí. Quisiera agilizar un poco el protocolo de la mañana, de manera que pueda disfrutar de la compañía de las damas de la rectoría antes de que empiecen los servicios. -Hizo una pausa, esperando algún comentario de Darcy, pero como su primo no dijo nada, continuó-: Me atrevería a decir que la agradable conversación de la Bennet será una buena compensación por la tortura de oír el sermón del señor Collins.

– Por fin te has hartado de él, ¿no es verdad? Has ido de visita al menos dos veces esta semana -murmuró Darcy, mientras recorría con la mirada el camino que atravesaba el bosque. Por encima de las copas de los árboles, alcanzaba a ver una esquina de la torre de la iglesia. La rectoría estaba a la derecha, ¿no?

– ¡Más que hartarme, sin duda! Pero me habría arriesgado a soportar su aburrido parloteo más veces si hubiese sido apropiado… Si tú hubieses dejado a un lado los libros de contabilidad y me hubieses acompañado, Fitz, para mantener ocupado al buen Collins, como debe hacer todo primo devoto. ¡Que me parta un rayo si la Bennet no puede mantener fácilmente mi atención por…! ¿Qué?

Darcy se volvió bruscamente hacia su primo.

– ¿Será posible que no podamos tener una conversación sin que la señorita Elizabeth Bennet salga siempre a colación?

Fitzwilliam lo miró con asombro.

– Me imagino que sí, primo; pero nunca antes había visto que te molestara hablar de una jovencita hermosa. Si eso es lo que quieres…

– Eso es lo que quiero -interrumpió Darcy de manera enérgica y comenzó a dirigirse hacia el vestidor. Seguramente Fletcher ya estaba listo, y si afeitarse le servía de pretexto para acabar con la charla de Richard, mejor.

Fitzwilliam se encogió de hombros en señal de acuerdo, pero luego cruzó los brazos y adoptó una actitud de disculpa.

– Muy bien, pero entonces he de decirte que te traigo malas noticias.

Darcy se detuvo en el umbral con el ceño fruncido por la contrariedad.

– ¿A qué te refieres, Richard?

– Anoche, después de decir que estabas cansado y te retiraras, le sugerí a nuestra tía que invitara al párroco a tomar el té esta noche. -Se detuvo un momento para observar la curiosa expresión que adoptó su primo y luego continuó con una sonrisa pícara-: Así que no sólo te verás obligado a soportar que la señorita Elizabeth Bennet aparezca en la conversación, sino que tendrás que tolerar la presencia de la mismísima señorita Elizabeth…

Darcy cerró la puerta del vestidor con rabia y se recostó contra ella, mientras oía cómo Fitzwilliam se reía a carcajadas desde el otro lado, antes de marcharse. Miró por encima del hombro. La estancia estaba vacía y por fortuna estaba solo. Apoyó la cabeza contra la puerta y cerró los ojos. Los últimos cinco días habían sido terribles para él, y la incomodidad de la cama del cuarto de invitados importantes de su tía no era precisamente la causa principal de haber pasado las noches en vela. Sacudió la cabeza al pensar en los caprichos de la providencia, que había traído nuevamente a Elizabeth hacia él; luego se retiró de la puerta y se desplomó en la silla de afeitado. Se reclinó contra el respaldo, echó la cabeza hacia atrás y comenzó un minucioso examen del techo.

Tras la desastrosa conversación que Darcy había tenido con Elizabeth acerca de su hermana, Richard se dio cuenta de que su primo quería marcharse de Hunsford y facilitó la despedida. Pero tan pronto estuvieron lejos de la casa parroquial y de la posibilidad de que alguien del pueblo los oyera, había comenzado a preguntar a su primo por su extraño comportamiento.

– ¡Ya basta, Richard! -le había advertido Darcy tajantemente. Richard reconoció el tono de su primo y guardó silencio. Pero aunque aparentemente había hecho caso, poco le importaron los motivos de Darcy para pedirle que se callara y emprendió una nueva estrategia, en la cual comenzó a enumerar los múltiples encantos de Elizabeth, mientras le pedía a su primo su opinión en cada punto, hasta que éste le dirigió una mirada asesina.

– Sí, ella es muy agradable -había dicho Darcy de manera lacónica, con los dientes apretados, mientras regresaban a Rosings a grandes zancadas-, pero ten cuidado, Richard. Conozco bien su situación y te advierto que no hay mucho que esperar de ella y además no está muy bien relacionada. Tú, mi querido primo, eres demasiado caro para ella. -Darcy se detuvo entonces un momento, mirando a Richard con aire de desaprobación-. ¡Y ella es la hija de un caballero!

Fitzwilliam había levantado las manos en señal de protesta.

– ¡Por supuesto, Fitz! ¡Por Dios! No creerás que voy a flirtear con una mujer ante las mismísimas narices del párroco, ¿o sí? -Darcy se limitó a lanzarle una mirada penetrante como respuesta y se giró nuevamente hacia el camino-. Bueno, no puedes oponerte a que yo quiera visitarla -declaró su primo, después de alcanzarlo-. Rosings es tan mortalmente aburrido… Siempre ha sido así, desde que éramos niños. Y ahora por fin hay una diversión lo suficientemente encantadora e interesante como para hacer que esta interminable obligación pase más rápido.

– Yo no tengo tiempo para hacer visitas, Richard. Hay que revisar las cuentas, entrevistar al administrador de la propiedad e inspeccionar las granjas. Tu ayuda sería muy útil -replicó Darcy.

– Y la tendrás, Fitz -le aseguró su primo con seriedad-, pero supongo que no me necesitarás todo el tiempo. ¡Y yo me pongo insoportable cuando no tengo nada que hacer, ya lo sabes! Así que, para evitar que terminemos peleándonos, cuando no me necesites, podré ir a hacer una visita a Hunsford. ¡Ah, y tendré mucho cuidado! -exclamó al ver la mirada de Darcy-. ¡Seré todo un modelo de discreción y decoro!

Así, durante los últimos cuatro días, mientras Darcy se sumergía en los asuntos de su tía, en un esfuerzo deliberado por mantenerse lo más ocupado posible para no pensar en la huésped de Hunsford, Richard había estado disfrutando de su compañía, ¡dos veces! En ambas ocasiones había pasado antes por la biblioteca de Rosings, de la que se apoderaba Darcy durante su estancia, para preguntarle si le gustaría acompañarlo a la rectoría. Pero Darcy había logrado dar la impresión de estar tremendamente ocupado, y lo había despachado, aunque lo había mirado desde la ventana consumido por los celos, mientras desaparecía de su vista por el camino que llevaba hacia Hunsford… hacia Elizabeth. Luego había regresado a la mesa y a los libros de contabilidad que tenía abiertos, contando los minutos hasta que Richard regresaba. El muy sinvergüenza lo saludaba desde la puerta y le informaba sobre el placentero rato que había pasado con la Bennet, como la había bautizado. ¡Cómo le molestaba a Darcy ese apelativo! Aunque para él ella era «Elizabeth» desde hacía mucho tiempo, creía que al hablar de ella en público debería ser «la señorita Elizabeth Bennet»; pero si se atrevía a hacer algún comentario al respecto, su primo se lanzaría sobre él como un ave de rapiña.

Sin embargo, la intensa curiosidad que Darcy sentía por todo lo que tenía que ver con ella casi le había hecho ponerse en evidencia. Era toda una tortura oír los comentarios que Richard hacía ocasionalmente sobre sus visitas y no poder pedirle más explicaciones para analizarlos con más detenimiento. La noche anterior, por ejemplo, mientras disfrutaban de un brandy después de la cena, su primo se había referido a un libro que le había prestado a Elizabeth de la biblioteca de su tía.

– ¿Ah, sí? -había contestado Darcy, con un interés tan evidente que había hecho que Richard se quedara callado. Darcy ardía en deseos de preguntarle por el título, saber cómo se había enterado de que ella deseaba ese libro y cuál había sido su reacción cuando se lo había llevado; pero en lugar de eso bajó la cabeza, concentrándose en su brandy y se reprendió en silencio por semejante imprudencia. Darcy sabía que ella leía, bordaba, escribía, caminaba; sabía todo eso desde su estancia en Hertfordshire. Pero ahora quería enterarse de sus gustos literarios. ¿Habría retomado la lectura de Milton? ¿Qué opinaba sobre él? ¿Le gustaba bordar y disfrutaba de sus paseos? ¿Cuáles eran las preocupaciones que inquietaban su corazón y la hacían escribir? Darcy quería oír la voz de Elizabeth, disfrutar de su sonrisa y perderse en sus ojos.

Unos pasos rápidos tras la puerta de servicio le alertaron sobre el inminente regreso de Fletcher. Se enderezó en la silla cuando el ayuda de cámara entró, pero el criado lo hizo recostarse de nuevo y le puso sobre la cara una toalla caliente húmeda, para suavizar la incipiente barba que había salido durante la noche. Los movimientos familiares del sirviente le tranquilizaron. ¡Al menos algunas cosas seguían como siempre!

– ¿Señor Darcy? -La pregunta de Fletcher irrumpió en medio de la sensación de comodidad que le producía la toalla caliente-. Creo que podría usar la azul… ¿la chaqueta nueva de Weston's, señor? Y los pantalones de nanquín a la rodilla color crema con el chaleco a juego. -Darcy había pensado lo mismo. Después de todo, ¡era Pascua! Trató de alejar el pensamiento de que seguramente se iba a encontrar otra vez con Elizabeth.

– Es Pascua, señor -apostilló el ayuda de cámara, al ver que él no respondía.

– En efecto. Llevaré la azul, entonces. -El caballero sonrió para sus adentros, mientras buscaba una postura más cómoda y levantaba la barbilla para prepararse para la navaja, pero, de repente, detuvo la mano de Fletcher con súbita precaución-. ¡Con cuidado, Fletcher!

– Desde luego, señor Darcy. ¡Si usted se queda quieto!

El tradicional desayuno de Pascua en famille de lady Catherine transcurrió con la misma solemnidad de los últimos veinte años. La única diferencia que Darcy notó esa mañana fue su propia impaciencia para acabar rápidamente con el asunto para dirigirse a la iglesia de Hunsford. El hecho de que Richard también estuviese impaciente por marcharse fue una novedad que hasta lady Catherine observó, molesta.

– ¡Fitzwilliam! -exclamó lady Catherine, mirándolo con severidad-. Hago una excelente digestión, tan buena como la de cualquier súbdito del reino; de hecho, me congratulo por ello y animo a la gente joven a que siga mi ejemplo. Pero si tú no dejas de moverte con tanto nerviosismo, ten por seguro que el desayuno acabará por indigestárseme.

– Mis disculpas, señora. -Fitzwilliam se sonrojó y le lanzó una mirada de súplica a Darcy.