Charlotte llamó al timbre. No quería usar su llave y asustar a su madre, o hacerle pensar que Russell había vuelto. Annie nunca había cambiado las cerraduras y nunca las cambiaría. Vivía constantemente en el limbo.
Al final, su madre abrió la puerta de la vieja casa de par en par, vestida con una bata.
– ¡Charlotte!
– Buenos días, mamá. -Dio un fuerte abrazo a su madre antes de entrar.
El aire de la casa se notaba viciado, como si no hubiera abierto las ventanas para disfrutar de la llegada temprana del ambiente primaveral, y daba la impresión de que tuviera intenciones de pasar su día de fiesta encerrada en casa. Para variar.
– ¿No tendrías que estar en la tienda? -preguntó Annie.
Charlotte consultó la hora.
– Sí, pero Beth puede abrir por mí. De hecho, Beth puede encargarse de todo hasta más tarde. -A Charlotte se le ocurrió una idea. Hacía tiempo que quería tomarse un día libre y ahora tenía un plan perfecto para las dos-. Vístete -le dijo a su madre-. Vamos a pasar la mañana juntas. -Mientras hablaba, empujó a su madre escaleras arriba hasta su dormitorio-. Seguro que Lu Anne nos puede peinar y hacer la manicura. Compraremos ropa para el baile de San Patricio de esta noche y luego iremos a comer a Norman's. Invito yo.
Su madre echó un vistazo a la habitación ensombrecida.
– Bueno, no pensaba salir esta noche, y lo de salir ahora… -No terminó la frase.
– Nada de excusas. -Charlotte subió las persianas para que entrara la luz-. Vamos a pasarlo bien. -Se cruzó de brazos-. Y no voy a aceptar un no como respuesta, así que vístete.
Mientras Charlotte se preguntaba qué habría hecho si Roman la tomara por asalto de ese modo, su madre parpadeó y, para su sorpresa, obedeció sin rechistar. Media hora más tarde, estaban sentadas en Lu Anne Locks, un salón de belleza propiedad de otro dúo madre-hija. Lu Anne se encargaba de peinar a las señoras mientras que su hija, Pam, se ocupaba de las adolescentes extravagantes y de las jóvenes preocupadas por su estilo.
Después de la peluquería, fueron a Norman's a comer y luego se dedicaron a las compras. Charlotte no recordaba la última vez que había conseguido sacar a su madre de casa, y se alegraba de que hubiera llegado el momento.
Escogió unos cuantos vestidos para ella del colgador y, después de probárselos a regañadientes, se pusieron de acuerdo en escoger uno.
– Te queda fenomenal. Con el peinado nuevo y el maquillaje, este vestido hace que te destaquen los ojos verdes.
– No sé por qué esta noche es tan importante para ti.
– ¿Aparte del hecho de que sea una función para recaudar fondos para la liguilla de béisbol? Porque salir de casa es importante. Oye, a lo mejor te encuentras con Dennis Sterling. Sé de buena tinta que le gustas, mamá. Pasa por la biblioteca mucho más a menudo de lo que le haría falta a un veterinario.
Annie se encogió de hombros.
– No salgo con otros hombres. Estoy casada, Charlotte.
Charlotte tomó aire con expresión frustrada.
– Mamá, ¿no crees que ha llegado el momento de superarlo? ¿Sólo un poquito? Y aunque no estés de acuerdo, ¿qué tiene de malo tantear el terreno? A lo mejor incluso te gusta. -Y cuando Russell se dignara aparecer de nuevo, como hacía siempre, le resultaría beneficioso que su madre no siguiera sentada esperando a que hiciera su aparición estelar.
– Él me quiere. A ti también te quiere. Si le dieras una oportunidad…
– ¿Una oportunidad para qué? ¿Para venir a casa, decir hola y luego adiós al cabo de un momento?
Annie se acercó los vestidos al pecho, como si las capas de tejido pudieran protegerla de las palabras de Charlotte. Ésta se estremeció. No le hacía falta ver la reacción de su madre para darse cuenta de que había sido demasiado dura. En cuanto hubo pronunciado esas palabras, se arrepintió del comentario y el tono despiadado. Tocó el brazo de su madre con actitud conciliadora, sin saber qué más decir.
Annie fue la primera en romper el silencio.
– Las personas tienen formas distintas de mostrar su amor, Charlotte.
Y su padre demostraba su falta de sentimientos cada vez que se marchaba.
– Mamá, no quiero hacerte daño ni quiero discutir.
¿Cuántas veces había mantenido una conversación parecida con su madre? Había perdido la cuenta. Pero siempre que le había parecido que podía darse un paso adelante, su errante padre reaparecía por el pueblo. Charlotte pensó que era como si tuviera un radar. Estaba claro que no quería a Annie, pero tampoco quería que le olvidara. La consecuencia era que su madre vivía en el limbo. Por voluntad propia, se recordó Charlotte. Por eso sus decisiones tenían que ser claramente opuestas a las de su madre.
Annie sostuvo el vestido, contenta con todo menos con las palabras de su hija, lo que dio a Charlotte la oportunidad de mirar a su madre de nuevo. El peinado y el tinte le cubrían las canas, y el maquillaje le iluminaba las facciones. Parecía haber rejuvenecido diez años.
– ¿Por qué me miras con esa cara?
– Estás… preciosa. -Un adjetivo que Charlotte raramente utilizaba para describir a su madre, aunque sólo fuera porque Annie muy pocas veces se preocupaba de su aspecto.
Al verla ahora, Charlotte recordó la foto de boda del tocador de su madre. Russell y Annie no habían celebrado una boda lujosa, pero aun así, su madre había llevado el clásico vestido blanco y, gracias al brillo que otorgan la juventud y el amor, no había estado sólo preciosa sino exquisita. Y, a juzgar por el rubor de sus mejillas y la luz de sus ojos, en ese momento también era delirantemente feliz. Charlotte pensó que podía volver a serlo. Pero sólo si lo decidía, lo cual hacía que la situación fuera mucho más frustrante.
Charlotte culpaba a su madre de negarse a aceptar ayuda, al igual que culpaba a su padre por esfumarse como por arte de magia. Pero Annie era la más vulnerable de los dos, y estaba claro que Charlotte la quería.
– Estás realmente preciosa, mamá -repitió mientras le acariciaba el pelo.
Annie le restó importancia al halago, pero, para sorpresa de Charlotte, su madre le acarició la mejilla.
– Tú en cambio eres preciosa, Charlotte. Tanto por dentro como por fuera.
Era raro que Annie saliera de su nebulosa el tiempo suficiente para ver el mundo que la rodeaba. Y el halago era tan poco propio de ella que a Charlotte se le hizo un nudo en la garganta y por un momento no supo qué contestar.
– Me parezco a ti -dijo en cuanto se hubo recuperado. Annie se limitó a sonreír y toqueteó los suaves volantes del vestido con evidente nostalgia. Su madre estaba empezando a ceder.
– Ven al baile, mamá.
– ¿Sabes qué? Iré al baile si dejas de discutir sobre tu padre.
Charlotte sabía cuándo conformarse con algo. Salir una noche ya era avance suficiente. ¿Qué más daba cuáles fueran los motivos de Annie?
– De acuerdo. -Levantó las manos en señal de rendición-. ¿Qué te parece si pagamos esto y vamos a mi tienda? Elegiremos algunas prendas de ropa interior, daremos por concluida nuestra salida y entonces te llevaré a casa.
Al oír la palabra «casa» a su madre se le iluminó el semblante y Charlotte tomó nota mentalmente de concertar visita con el doctor Fallon. Tenía que haber algo más en esa necesidad de Annie de estar en casa, y tal vez el médico pudiera hablar con ella.
Cuando entraron en la tienda, Charlotte iba decidida a proporcionar a su madre otra media hora más de diversión fuera de casa. A juzgar por la expresión de Beth cuando Charlotte le ordenó que sacara la ropa interior más reducida y atrevida, su ayudante obedeció más que contenta.
Charlotte colgó el cartel de VUELVO EN SEGUIDA en la puerta de entrada y se volvió hacia su madre y su amiga.
– ¿Alguien se ofrece a hacer un pase de modelos? Venga, mamá. Puedes escoger lo que quieras. Libera tu yo interno para que acompañe a tu nuevo yo externo. ¿Qué te parece?
– Soy demasiado mayor para ir por ahí paseándome en paños menores. -De todos modos se rió, y ese sonido regocijó a Charlotte-. Pero os haré de espectadora.
– ¿Prometes llevarte a casa al menos un par?
Su madre asintió.
La tarde transcurrió como una fiesta entre amigas y Charlotte y Beth se probaron los conjuntos de ropa interior más seductores. Incluso Annie pareció disfrutar, no sólo del espectáculo, sino de la idea de cuidarse por una vez.
Los progresos se materializaban de distintas formas, pero Charlotte consideró que ese día había realizado unos cuantos.
– El último -dijo a su madre y a Beth, que esperaban en la zona de exposición privada, justo en el exterior de los probadores individuales.
– Vale. Estoy vestida y tu madre sigue esperando en las sillas, disfrutando del espectáculo, ¿verdad, Annie? -preguntó Beth.
– Así es. Hacéis que eche de menos mi juventud.
Que había desperdiciado con un hombre que no se la merecía, pensó Charlotte, pero sabía que no era el momento de decirlo en voz alta y estropear el que había sido un día perfecto. Así pues, se enfundó las bragas que había reservado para el final, unas de su línea de encaje hechas a mano. Nunca le había contado a su madre que había aplicado lo que le había enseñado en su trabajo, pues nunca había pensado que Annie saldría de su caparazón el tiempo suficiente como para que le importara. Pero ese día había llegado.
Alguien llamó a la puerta con fuerza.
– Ya voy -dijo Beth-. Hemos cerrado el tiempo suficiente como para despertar la curiosidad de la gente del pueblo.
– Sea quien sea, diles que esperen unos minutos, ¿de acuerdo? -A Charlotte no le preocupaba tanto el negocio como los lazos de unión que estaba estableciendo con su madre. Aquella última parte del día podía unirlas todavía más.
– De acuerdo.
Charlotte oyó cómo las dos mujeres iban hacia la puerta delantera para ver quién llamaba. Mientras tanto, se abrochó el sujetador a juego, una nueva adquisición de la línea. Aquellas prendas estaban destinadas a los juegos de seducción más íntimos.
Se miró en el espejo. No había contado con el efecto excitante de llevar esas prendas. Se le erizaron los pezones, que se marcaban a través de la fina tela, mientras notaba una dolorosa sensación de vacío en la boca del estómago.
Una vez excitada, se puso a pensar en Roman. Paseó las manos por las caderas, y giró hacia los lados, recorriendo su perfil, las largas piernas y el vientre plano. Tenía que reconocer que llenaba bien el sujetador. Si tuviera el mismo arrojo que intentaba transmitir a sus cuentas, entonces… ¿qué? Charlotte se lo preguntó a sí misma y se obligó a encontrar respuesta.
Iría a por Roman Chandler. Se permitiría dar rienda suelta a los sentimientos que albergaba por él desde el instituto. Lo que había empezado como un enamoramiento juvenil se había metamorfoseado en curiosidad y anhelo adultos. ¿Cómo era Roman ahora? ¿En qué tipo de hombre se había convertido? Para empezar, sabía que adoraba a su madre, pero había muchas más facetas que le gustaría explorar.
La única forma de saciar su curiosidad era ceder a sus sentimientos. Aceptar lo que él le ofreciera durante el tiempo que lo ofreciera y, cuando se marchara, tener el valor de seguir adelante con su vida. A diferencia de su madre, que nunca había tenido la intención de seguir adelante, Charlotte satisfaría su pasión más profunda y luego se alejaría.
Pero mientras Roman estuviera allí, siguió fantaseando, mientras fuera de ella, iría a por todas. Posaría con sus creaciones hechas a mano delante de él y observaría cómo se le dilatarían los ojos por el anhelo y el deseo. Como si estuviera representando la realidad, su cuerpo se estremeció como reacción a la osadía de sus pensamientos. Centrándose de nuevo en el aquí y el ahora, Charlotte se preguntó si tenía el valor suficiente para poner en práctica sus fantasías. Sin duda podía justificar su deseo. Después de más de diez años, era obvio que no iba a quitarse ahora a Roman de la cabeza fingiendo que no existía o que no la atraía.
Ignorando sus sentimientos no lo había conseguido. Así pues, ¿por qué no intentar superarlo materializándolos? No estaba condenada a repetir los errores de su madre si aprendía de ellos.
El corazón se le aceleró mientras se planteaba la idea de permitirse caer en la tentación. Caer en Roman. Con Roman.
– De acuerdo, estamos preparadas -anunció Beth desde la parte delantera de la tienda. El tintineo de las campanillas de la puerta la devolvió de golpe a la realidad. Por desgracia, la excitación no se esfumó con tanta rapidez.
Charlotte negó con la cabeza. Había llegado el momento de concentrarse en sus motivos para llevar esa ropa interior. Demostrar su habilidad manual y quizá hacer que Annie utilizara esa misma ropa para escapar de su prisión particular. Charlotte pensó que tanto ella como su madre tenían que dar grandes pasos en su vida.
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