Raina le dio una palmadita en la mano.

– No te preocupes. Si el hombre está interesado, en cuanto vea a tu madre esta noche, insistirá todavía más.

– ¿No te parece que está preciosa? Yo misma he elegido el vestido.

– Tienes un gusto estupendo. Tú también estás muy guapa.

– Gracias. -Sabiendo que había elegido ese atuendo pensando en el hijo pequeño de Raina, Charlotte notó que se sonrojaba. Sobre todo porque había decidido llevar algo atrevido, un conjunto que había comprado cuando vivía en Nueva York.

Roman tal vez había podido resistirse a ella lo suficiente como para apartarse, pero no sin que Charlotte notara la reacción de su cuerpo ante el de ella. Él no era inmune. Y esa noche Charlotte necesitaba subirse la moral haciendo que se fijara en ella. Por desgracia, aquella mirada azul no estaba tan interesada en observarla como ella había esperado.

– Tengo entendido que mi hijo pequeño y tú os habéis visto -dijo Raina como si hubiera captado los pensamientos más profundos de Charlotte.

El rubor de las mejillas de ésta se convirtió en ardor. ¿Cómo era posible que alguien la hubiera visto con Roman?, se preguntó mientras reproducía en su mente el encuentro erótico que habían tenido.

– Yo…, pues…, nosotros…

– En Norman's, hace unos cuantos días. Rick me lo dijo. -Raina no advirtió el suspiro de alivio de Charlotte y se limitó a darle una palmadita en la mano una vez más-. Nunca se sabe lo que puede surgir después de años de distanciamiento. Estoy aquí para darte la oportunidad de sacar partido de ese modelito tan sexy. Sam se encargará del ponche, ¿verdad? -Raina alargó la mano detrás de ella e hizo evidente la presencia del solitario del pueblo por antonomasia.

– Hola, Sam. -A Charlotte le sorprendió que hubiera decidido asistir a una función benéfica llena de gente, pero la gratuidad de la comida y la bebida quizá fuera la explicación.

– Quería preguntaros cómo os conocisteis -dijo Raina.

– Le chiflan los hombres mayores -farfulló él.

Charlotte asintió. Siempre había sentido debilidad por el solitario.

– Y a veces Sam me hace recados. -Llevar cartas a correos y cosas así a cambio de dinerillo que le permitía comprar comida, pensó ella, aunque no lo dijo en voz alta.

Se trataba de un hombre orgulloso al que pocas personas del pueblo se tomaban la molestia de conocer o comprender. Pero incluso de niña, recordaba que su madre era atenta con él. Al volver a Yorkshire Falls, a Charlotte le entristeció ver que Sam seguía llevando la misma vida solitaria, y había hecho un esfuerzo extraordinario por ayudarle sin ofrecerle caridad directamente.

– Bueno, ahora va a encargarse del ponche -informó Raina.

– Liberándote para que bailes conmigo. -Rick Chandler apareció por el otro extremo de la mesa y la acorraló delante de su madre con un guiño.

Lo único que le faltaba a Charlotte era pasar un rato a solas con otro Chandler.

– En el momento en que me relevan, necesito un poco de aire fresco.

– Pues con Rick lo tendrás -le dijo Raina.

Rick la miró fijamente.

– Necesito que me ayudes a mejorar mi reputación por estos lares. Las mujeres me rechazan a diestro y siniestro. -La miró de hito en hito y ella entendió que quería hablar sin disimulos ni distracciones. Probablemente se tratara de asuntos policiales. Todavía le debía la lista de clientes que habían comprado o encargado las bragas de encaje hecho a mano de su tienda.

Charlotte pensó que debía cooperar con la fuerza pública de Yorkshire Falls.

– Creo que un baile me irá mejor que el aire fresco.

Rick apartó la mesa para que Charlotte pudiera salir.

– Y eso significa que puedo volver con mi… -Raina dejó de hablar y se llevó una mano temblorosa al corazón.

– ¿Mamá? -exclamó Rick.

– Estoy bien. Sólo que quizá no haya sido tan buena idea salir hoy. Palpitaciones. -Desvió la mirada hacia la pared del fondo-. Le diré a Eric que se siente conmigo hasta que pueda llevarme a casa. Es mí…

– Pareja -sugirió Rick mientras deslizaba el brazo por la cintura de su madre. Dedicó a Charlotte una mirada de preocupación aunque esbozó una sonrisa, pues obviamente quería mostrarse tranquilo delante de su madre-. Puedes decirlo. Estás aquí con tu pareja.

– Estoy aquí con mi médico.

– ¿Que de repente se dedica en exclusiva a una paciente? -Rick sonrió a su madre con complicidad y luego hizo un gesto hacia el otro lado de la sala, para llamar al médico.

– Lo que tú digas, pero soy su paciente.

Sin embargo, Charlotte advirtió que Raina no era capaz de mirar a su hijo a los ojos.

– ¿Quién es la afortunada esta noche? -preguntó Raina cambiando de tema.

– Ya te he dicho que no quieren saber nada de mí. -Rick le guiñó un ojo a Charlotte.

– ¿Qué pasó con Donna Sinclair? -preguntó su madre.

– Sólo me quería por mi cuerpo.

Raina puso los ojos en blanco y Charlotte no pudo evitar reírse de la escena, aunque también le preocupaba la salud de Raina.

– ¿Erin Rollins?

– Ya es agua pasada, mamá.

– Entonces a lo mejor podrías intentar animar a Beth Hansen.

Al oír el nombre de Beth, Charlotte se sobresaltó para a continuación preocuparse.

– ¿Por qué? ¿No está con David? -Charlotte no esperaba ver allí a Beth y a su prometido teniendo en cuenta que hacía dos semanas que no se veían.

– No he visto a Beth, pero he oído decir que su prometido la ha dejado plantada, y he supuesto que le iría bien tener un hombro sobre el que llorar -explicó Raina-. Pero quizá sean sólo habladurías.

Charlotte exhaló un suspiro.

– Pasaré por su casa antes de ir a la mía y hablaré con ella.

Raina asintió.

– Alguien debería hacerlo. Bueno, Rick, dado que Charlotte se ha ofrecido para ese otro trabajo, ¿por qué no sacas a bailar a Mary Pinto? Está ahí, al lado de la silla de ruedas de su madre.

Rick negó con la cabeza.

– ¿Lisa Burton? -Raina señaló a la conservadora maestra de escuela que estaba junto a la pared.

Rick suspiró.

– Sé encontrar pareja yo solo, mamá. Además, ahora estoy aquí hablando con Charlotte. ¿Acaso quieres ahuyentarla?

– Qué curioso. Por lo que he oído sobre el comportamiento de tu hermano cuando Charlotte está cerca, pensé que era asunto suyo, no tuyo.

Antes de que Charlotte pudiera reaccionar, el doctor Fallon se acercó a ellos. Prometió a Rick que se quedaría sentado con Raina hasta que recobrara fuerzas y que luego la acompañaría a casa. Se llevó a Raina colocándole una mano en la espalda con firmeza.

Rick los observó mientras se marchaban, divertido ante la nueva pareja, pero obviamente preocupado por la salud de su madre.

– No podría estar en mejores manos -dijo Charlotte.

– Lo sé.

– ¿Alguien os ha dicho alguna vez que vosotros los Chandler sois como huracanes? -preguntó, refiriéndose a los comentarios de Raina sobre Roman.

Rick negó con la cabeza.

– Últimamente no, pero es una descripción tan buena como cualquiera otra.

– Adoro a tu madre pero a veces es…

– … muy directa -dijo Rick.

– Un rasgo admirable cuando va dirigido a los demás -dijo Charlotte con una sonrisa-. El doble de admirable cuando resulta que hace que prospere mi negocio. Sólo que…

– Te ha hecho pasar vergüenza hablando de Roman.

Charlotte asintió.

– Antes de que bailemos, ¿quieres asegurarte de que tu madre está bien?

– No. Tú misma lo has dicho. No puede estar en mejores manos que las de su médico. Así que ¿me concedes este baile? -Le tendió la mano-. Puedes susurrarme los nombres de las clientas al oído.

Charlotte rió.

– ¿Por qué no?

La tomó en sus brazos y la llevó hacia la pista de baile a tiempo para bailar un tema lento. No era el lugar más ortodoxo para hablar del ladrón. Chocaron con muchas parejas en la abarrotada pista, Pearl y Eldin incluidos. La pareja que vivía en pecado bailaba, con un exceso de lentitud en deferencia a la maltrecha espalda de Eldin. El hecho de contemplarlos, tan felices a su edad, debería haber dado esperanzas de futuro a Charlotte, pero no hizo más que aumentar su deseo por Roman.

– Clientes, Charlotte -susurró Rick mientras sus mejillas se rozaban.

– Eres un policía listo. -Se echó a reír y le susurró la información que necesitaba al oído. Por fin tenía la lista de clientas.

Pero lo mejor de la situación fue que el hecho de bailar con Rick consiguió lo que no había logrado el modelito de Charlotte: llamar la atención de Roman. Estaba mirando en su dirección, con el cejo fruncido en su apuesto rostro.

Si Roman estrangulaba a su hermano, ardería en el infierno, pero quizá valiera la pena el sacrificio si así conseguía que Rick apartara las manos de la espalda desnuda de Charlotte.

Roman apretó los puños mientras admiraba los pantalones de cuero verde que vestía y el ligero top que llevaba anudado a la espalda con un puñetero lazo, que podía deshacerse con la brisa más suave o los dedos más ágiles. Maldita fuera Charlotte por llevar un modelito tan elegante y sugerente. Por el amor de Dios, ¡aquello era una función familiar en el ayuntamiento, no un baile de solteros en Nueva York!

– Zh, Roman. -Una mano femenina le hacía señales delante de la cara. Terrie Whitehall. Había olvidado que estaba manteniendo una conversación sobre la descortesía de los clientes de los bancos con los cajeros.

– ¿Qué? -preguntó él sin apartar la vista de Charlotte y Rick. El traidor.

– Todavía no sé qué pensar de ella -declaró Terrie.

– ¿De quién? -Hacía tiempo que Roman había perfeccionado el arte de la repetición sin llegar a prestar atención.

– Charlotte Bronson. La estás mirando, así que ¿a qué otra persona iba a referirme?

Como lo había pillado in fraganti, a Roman no le quedó más remedio que centrarse en la morena que lo miraba como si hubiera perdido la cabeza.

– ¿Qué pasa con ella?

– Es mayor que yo…

– Sólo un año -le recordó él.

– Bueno, a mí no me ha hecho nada, pero de todos modos, volver al pueblo y montar una tienda tan descarada…

– Tenía entendido que la mayoría de las mujeres, jóvenes y mayores, apreciaban el toque cosmopolita que ha aportado al pueblo.

– Algunas mujeres sí.

«Pero no las celosas y reprimidas», pensó Roman, fijándose en el pelo bien echado hacia atrás de Terrie, el escaso maquillaje y la blusa de volantes abotonada hasta el cuello. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se había planteado que podría ser la madre de sus hijos?

Roman sabía perfectamente en qué había estado pensando: en encontrar a una mujer que físicamente fuera lo contrario de Charlotte. Una mujer que tuviera un trabajo respetable de nueve a cinco, capaz de darle la conversación inteligente que buscaba. Y así era, había encontrado la conversación. Inteligente en parte, cotilleo en su mayoría y sin suficiente sentido común como para captar su interés.

También había querido demostrarse que el físico no lo era todo. Y no lo era, siempre y cuando la mujer en cuestión tuviera respeto por los demás, su trabajo y su atuendo. Esa mujer en cambio miraba por encima del hombro las decisiones de Roman. La tachaba pues de su lista de candidatas a esposa.

Junto con la otra media docena de mujeres con las que había hablado o lo habían abordado esa noche. Después de dejar a Charlotte en la tienda, se había dado una ducha fría y larga para distanciarse mentalmente de la única mujer a la que deseaba, y así poder acercarse a las que no.

Una lógica estúpida, pero Roman sabía que sus planes de matrimonio también eran una estupidez. Recorrió el salón con la mirada y vio a su madre. Raina estaba sentada en una silla, enfrascada en una conversación con Eric Fallon, el médico de la familia. Esperaba que su madre no se hubiera agotado asistiendo a una fiesta tan poco tiempo después de haber estado en el hospital.

Alguien debería cuidar de ella y hablar con el médico. Se excusó ante Terrie. Con una idea en mente, Roman se acercó a Rick y, sin dirigirle la palabra a Charlotte, lo agarró por el hombro.

– Me parece que tendrías que ir a ver cómo está mamá. La veo un poco pálida y se ha pasado casi toda la noche sentada en el mismo sitio.

Rick inclinó la cabeza hacia Roman.

– Ve a verla tú. ¿No ves que estoy ocupado?

– A mí no me hace caso. Como no suelo estar en casa, se cree que exagero. -Lo cual era cierto en parte. Raina no hacía caso a nadie, ni siquiera a sus tres hijos. Pero si con esa media verdad conseguía que su hermano le quitara las manos de encima a Charlotte, Roman la daría por bien empleada.

– Vete a paseo -espetó Rick.

– Creo que Roman tiene razón. -La suave voz de Charlotte le llegó a Roman a lo más hondo, pero hizo caso omiso de la sensación de ardor-. Si Raina te hace más caso a ti, asegúrate de que está bien -le dijo a Rick.