– Por el amor de Dios, ¡está sentada con su médico!

«Un punto para Rick», pensó Roman antes de mirar con fijeza a Charlotte. Si se había dado cuenta de que lo único que quería era apartarla de Rick, no lo parecía. De hecho, cuando la miró, sus ojos normalmente cálidos le parecieron fríos como el hielo.

Él había querido su enfado. En cierto sentido, lo había buscado para que le resultara más fácil dejarla atrás y seguir con su misión. Pero el hecho de hablar con las mujeres del pueblo lo había dejado vacío. Y lo que sentía por Charlotte era cada vez más intenso.

¿Cómo demonios iba a encontrar a otra mujer con la que casarse, y acostarse, cuando la única que deseaba volvía a su mente una y otra vez?

– Rick, por favor. Si Roman está preocupado, vale la pena cerciorarse de que no pasa nada.

Como Rick no se movía, Charlotte habló:

– ¿Sabéis qué? Vosotros dos seguid discutiendo, que yo iré a ver a Raina.

Antes de que ninguno de los hermanos tuviera tiempo de reaccionar, Charlotte se soltó de Rick y se dirigió tranquilamente al otro extremo de la sala, lejos de los hermanos Chandler.

– Eres poco convincente, patético y predecible -farfulló Rick.

– Igual que tú. A ti lo único que te interesa es pasar un buen rato, así que quítale las puñeteras manos de encima. Se merece algo mejor.

Rick escudriñó a su hermano.

– Me gusta la compañía femenina. La de todas las mujeres, y no hay ninguna en este pueblo que no sepa lo que hay. No se me acercan si quieren algo más. Yo paso un buen rato, ellas pasan un buen rato, y no hacemos daño a nadie.

– ¿Tampoco a ti?

– Tampoco a mí. -Rick se encogió de hombros, pero dejó traslucir un atisbo de dolor en la mirada.

Roman se arrepintió inmediatamente del comentario mordaz que había lanzado a su hermano. Nadie merecía ser utilizado y herido como lo había sido su hermano mediano. Especialmente porque él velaba por todo el mundo a expensas de sí mismo.

– Rick…

– Olvídalo. -Le quitó importancia al comentario de Roman con la típica sonrisa de los Chandler.

Roman soltó un gruñido. Sabía que su reacción había sido exagerada. No creía que Charlotte quisiera nada de Rick aparte de amistad. Pero dicha certeza no impedía que Roman hubiera querido evitar un contacto demasiado amistoso de Rick con la piel de Charlotte.

– ¿Existe alguna posibilidad de que pudieras disfrutar de la compañía de otra mujer? -le preguntó a su hermano.

– ¿Por qué? ¿Porque es tuya?

Roman no respondió a la provocación, y Rick retrocedió y le dedicó la típica mirada de policía, como diciendo: «Ya lo voy entendiendo».

– Tú eres quien busca una esposa para mantenerla a distancia, hermanito. Si estás tan preocupado porque se merece algo mejor, me parece que será preferible que sigas tu propio consejo.

– Mierda -farfulló Roman.

– Desiste. Lanzándole mensajes contradictorios le estás haciendo daño.

Roman conocía a Rick mejor que nadie y se dio cuenta de que su hermano velaba por el interés de Charlotte y empujaba a Roman en la dirección adecuada al mismo tiempo. A Rick le daba igual si Charlotte caía en los brazos de Roman o no, siempre y cuando ninguno de los dos saliera perjudicado. Era su talante protector. Una naturaleza que ya lo había metido en problemas con anterioridad.

Pero por mucho que Roman odiara reconocerlo, Rick tenía razón. Roman transmitía mensajes contradictorios. Charlotte se había pasado más de diez años evitándolo y luego, cuando por fin respondió a sus señales ostensibles, ¿qué hacía él?: la rechazaba debido a su instinto de conservación… a costa de ella.

Rick le dio una palmada en la espalda.

– Ahora que hemos aclarado este asunto, creo que iré a ver cómo está mamá para que te tranquilices. -Dio media vuelta y se marchó en dirección a Raina y Charlotte dejando que Roman se tragara sus palabras, que le dejaron un regusto amargo.

Tras otra media hora intentando interesarse por las solteras de Yorkshire Falls, Roman se dio cuenta de su estrepitoso fracaso. Y todo por culpa de la mujer de ojos verdes que lo había hechizado desde el primer día. Luego estaba su hermano mediano, que andaba por ahí con Charlotte, atormentando y exasperando a Roman, a propósito, sin duda. Si Rick quería provocar en él alguna reacción, le faltaba muy poco para tener éxito.

Sobre todo cuando Roman se volvió hacia la puerta y vio que Charlotte y Rick se marchaban juntos, su hermano con la mano en la región baja de la espalda descubierta de ella. Mañana ya se preocuparía por el autocontrol, pensó, mientras decidía que el instinto de conservación estaba sobrevalorado.

Salió disparado hacia la noche oscura sin mirar atrás.

Raina observó que su hijo mediano se marchaba con Charlotte para acompañarla a visitar a Beth Hansen, mientras el pequeño salía corriendo tras ellos del ayuntamiento. Raina se dio cuenta de su marcha abrupta y colérica. Sus hijos sabían cómo entrar en los sitios, pero tenían que mejorar las salidas.

De todos modos, no podía negar la sensación de alivio que la embargó al verlos partir. Tendría que quedarse quieta. Aunque le encantaría bailar, no podía correr el riesgo de que el cotilleo llegara a oídos de sus hijos. Si no se andaba con ojo, podrían adivinar su jugada; eran muy listos. Cuando se le había ocurrido la idea, no pensó que fuera a costarle tanto fingir que tenía problemas de salud.

Negó con la cabeza y miró hacia donde estaba el ponche. Hacía ya rato que Samson había desaparecido y lo había reemplazado Terrie Whitehall, abandonada por Roman. Exhaló un suspiro. Por mucho que adorara a sus chicos, odiaba la devastación que dejaban a su paso. Raina se sentía especialmente protectora con Charlotte. Y lo último que quería en el mundo era que Charlotte Bronson fuese víctima de los Chandler.

Tenerla como nuera, sin embargo, sería otro asunto.

– Parece ser que se ha vuelto a encender la chispa entre Roman y Charlotte -dijo Raina a Eric, satisfecha de que su hijo pequeño mostrara emociones con respecto a Charlotte.

No dio mucha importancia a la forma en que Roman había ido mariposeando de mujer en mujer esa noche, haciendo caso omiso de la que más le interesaba. Y sabía que el interés que Rick pudiera tener por Charlotte era meramente platónico, destinado a provocar los celos de su hermano y quizá empujarle a dar algún paso más tarde o más temprano.

A Raina le agradaba la idea. Podría funcionar…, si antes Roman no mataba a Rick.

– Estos chicos me van a matar -declaró en voz alta.

Eric le hincó el diente a las zanahorias que se habían servido en un plato de plástico hacía rato.

– Ya estás otra vez entrometiéndote.

– ¿Crees que Roman ha ido a por ellos?

– ¿Crees que quiere que hagamos conjeturas?

Raina se encogió de hombros.

– Estoy convencida de que el resto de la sala está haciendo lo mismo. No puede decirse que se haya marchado con discreción. -Dio un golpecito con la uña en el asiento de la silla plegable-. Ahora que lo pienso, Annie tampoco ha sido muy discreta. Pobre Charlotte. ¿Crees que la depresión de Annie tiene cura?

Eric exhaló un suspiro.

– ¿Crees que voy a hablar de una paciente contigo?

– Paciente potencial. Charlotte dijo que quiere que trates a su madre, suponiendo que sufra alguna enfermedad, aparte de mal de amores. Charlotte es una mujer cariñosa y atenta. Sería una esposa y madre maravillosa. Y hablando de bebés…

– Déjalo. -Eric tomó otra zanahoria del plato de plástico que tenía sobre las rodillas, la mojó en un aliño bajo en grasas y se la introdujo a Raina en la boca.

Raina se habría ofendido si su tono no hubiera sido tan grave y apremiante y su tacto tan cálido. Sintió un ardor interno que hacía tiempo que había olvidado, que se le originó en la boca del estómago y se fue extendiendo por su cuerpo.

Masticó y se tragó la zanahoria, dándose tiempo para aceptar y adaptarse a la situación.

– Intentas distraerme -dijo, cuando hubo terminado de comer.

– Tus hijos se han marchado. Ya no hace falta que finjas estar tan delicada. ¿Qué tal lo hago? -Mojó otra zanahoria y se la tendió-. Me refiero a lo de distraerte.

– Para ser tan mayor no lo haces mal. -Raina sonrió, incapaz de creer que estuviera coqueteando. Le daba igual que Eric quisiera distraerla, le gustaba recibir atenciones masculinas, y descubrió que las había echado de menos más de lo que imaginaba.

– ¿A quién llamas viejo? -Le tocó la punta de la nariz con el extremo de la zanahoria y rápidamente le quitó con un beso los restos de aliño.

Era innegable que lo que Raina sentía en su pecho era deseo.

– Está claro que no me haces sentir vieja -murmuró. Ni siquiera le importaba que estuvieran en un lugar público, a la vista de todo el mundo.

– Eso espero. -Se rió y se le acercó más para poder susurrarle al oído-: Y apuesto a que con el tiempo puedo hacerte sentir todavía más joven. Tan joven que te olvidarás de tus ganas de tener nietos y pensarás sólo en mí.

– Estoy deseando ver cómo lo intentas. -Una y otra vez. Mientras continuara haciéndola sentir joven, radiante y llena de vida, tenía permiso para experimentar todo lo que quisiera. Deseó que Roman intentara hacer lo mismo.

Con Charlotte.

Charlotte salió del ayuntamiento con Rick y fueron juntos a ver cómo estaba Beth. Tenía alquilada una habitación en una vieja casa a las afueras del pueblo. Con el porche, la enorme zona de césped delantera y la luz que salía de las ventanas de la cocina, la casa resultaba muy acogedora. Era exactamente el tipo de sitio en el que Charlotte siempre había soñado vivir algún día, cuando tuviera marido e hijos. Era el sueño que albergaba cuando no fantaseaba sobre lugares lejanos de nombre exótico y paisajes increíblemente hermosos iluminados por aguas cristalinas y gloriosos rayos de sol.

A veces, Charlotte pensaba que tenía una doble personalidad, que en su interior vivían dos personas que anhelaban cosas distintas. Aun así, en ambos casos había rayos de sol y un final feliz, algo que también le deseaba a Beth.

Pero en la expresión de su amiga no había ninguna de esas dos cosas, lo cual hizo que a Charlotte le entraran ganas de estrangular al doctor Implante.

– ¿Por qué no ha podido venir este fin de semana?

Beth se encogió de hombros.

– Ha dicho que le había surgido un compromiso inesperado para dar una charla.

Beth se volvió y se puso a mirar por la ventana.

– ¿Acaso es la nueva forma de decir «me ha surgido un imprevisto»? -le susurró Charlotte a Rick.

Él le dedicó una mirada de advertencia que ella entendió. Pero no acababa de comprender por qué el prometido de Beth no se la llevaba a la ciudad o prestaba más atención a la mujer que decía amar.

– A lo mejor le ha surgido algo de repente. Una oportunidad de hablar en público que no podía rechazar. -Rick fue al lado de Beth y le pasó el brazo por los hombros de forma amistosa.

– Entonces ¿por qué no me ha pedido que fuera a Nueva York para estar con él? -Se volvió para mirar a Charlotte.

Charlotte inclinó la cabeza porque no sabía qué decirle. Su amiga tenía razón, pero no iba a reconocérselo en ese momento.

– Quizá no quería que te aburrieras -sugirió Rick-. Y a lo mejor…

– Te compensará -añadió Charlotte, por elegir algo de la lista de posibles explicaciones que sugería Rick. Estaba claro que quería proteger los sentimientos ya heridos de Beth, y tenía motivos para ello. Beth ya tendría tiempo de enfrentarse a la verdad y aceptarla, fuera la que fuese. Esa noche lo que necesitaba eran amigos.

Charlotte lanzó una mirada a Rick, que colmaba de atenciones a Beth en un heroico intento de que recuperara el sentido del humor y la autoestima. Beth incluso le reía los chistes malos. Por lo menos alguien le servía de ayuda. Charlotte estaba de demasiado mal humor como para hacerle algún bien a su amiga.

Primero, su madre había desaparecido por una puerta lateral justo cuando Dennis Sterling entraba por la puerta delantera; luego Beth se había perdido la gran noche del pueblo porque su novio había vuelto a dejarla plantada. Charlotte no sabía qué era peor: que una mujer dependiera de un hombre para ser feliz o estar sin hombre y ser desgraciada.

Tenía calambres en el estómago y sentía un nudo en la garganta. Charlotte sabía que se estaba comparando tanto con Beth como con Annie y que temía ser como alguna de las dos. Ambas eran infelices por culpa de un hombre. Aunque «desgraciada» fuera una palabra demasiado fuerte para describir el estado de Charlotte en esos momentos, era innegable que los sentimientos que Roman provocaba en su interior eran intensos.

La invitaba a que tuviera iniciativa sexual, a que se atreviera, y luego la rechazaba sin saber por qué y continuaba con el insulto ignorándola para dedicarse a desplegar todo su encanto con otras mujeres. Si sólo se tratara de atracción sexual, Charlotte podría sobrellevar mejor la situación, pero sus sentimientos hacia Roman iban más allá del plano físico. Quería conocer al hombre que había dentro de aquel maravilloso cuerpo, y eso la asustaba.