– ¿O sea que cuando Terrie se enteró de lo que le habían robado a su madre, supuso que yo debía de ser el culpable? -preguntó Roman negando con la cabeza en señal de incredulidad.

– No, sólo ha mencionado que te había visto salir corriendo del ayuntamiento. Por desgracia, no fue la única que te vio hacerlo. -Rick se puso en pie y se cruzó de brazos-. Jack Whitehall te ha señalado como posible sospechoso.

Roman no daba crédito a sus oídos.

– Es un viejo chocho…

– Estoy de acuerdo, pero cuando se formula una acusación, tengo que investigar. -Con su mejor actitud de agente de la ley, deslucida tan sólo por la media sonrisa de su rostro, Rick se dirigió a Roman y dijo-: ¿Te importaría decirme dónde has estado esta noche después de salir del ayuntamiento? ¿Y si alguien puede dar fe de tus movimientos?

Charlotte abrió la boca y la cerró en seguida. Chase se echó a reír.


Aquella noche había habido una sorpresa tras otra, pensó Charlotte mientras acompañaba a Rick y a Chase a la puerta. Como Roman permanecía detrás de ella, tenía el presentimiento de que todavía no habían acabado.

– Gracias por pasaros por aquí para informarme de que había habido otro robo -dijo Charlotte.

Rick se detuvo.

– Bromas aparte, hemos venido a advertirte. Ha habido cinco allanamientos de morada con robo con un solo vínculo: tú. No sólo vendes los artículos que roban, sino que son los que haces tú.

Roman arqueó las cejas sorprendido, pero no preguntó nada y se dispuso a asumir el mando.

– Por eso no voy a dejarla sola.

Charlotte negó con la cabeza y guardó silencio. Ya había previsto que a Roman le saldría la vena protectora, pero tenía pensado guardarse los argumentos por los que no debía quedarse para cuando estuvieran a solas.

Agradecía su consideración, pero era injustificada. El ladrón de bragas había entrado en las casas de las cuentas sin hacer daño a nadie. Iría con cuidado, pero creía estar a salvo. No podía permitir que se quedara a pasar la noche con ella. Teniendo en cuenta que cotillear era el pasatiempo preferido de la gente del pueblo, no tenía ninguna intención de que los vecinos lo vieran saliendo a hurtadillas por la puerta, o por la escalera de incendios, al amanecer.

– En casa estás segura -dijo Rick, mirando a Roman y proporcionándole a Charlotte una excusa si es que la quería-. Teniendo en cuenta que tienes vecinos a ambos lados, nadie sería tan idiota como para irrumpir aquí, pero te sugiero que mantengas esa ventana cerrada con llave. En estas circunstancias, mejor que no te arriesgues a invitar a entrar a un sinvergüenza.

Miró a Roman con el rabillo del ojo y consiguió contener la risa. Los dos sabían que él era el último sinvergüenza que había trepado hasta su ventana, pero Charlotte no veía motivos para dar más munición a sus hermanos.

Ya le estaban dando la lata lo suficiente, aunque eso sí, con cariño, algo que ella nunca había experimentado en la vida. Era hija única, y había madurado demasiado rápido después de que su padre las dejó, mientras que, a pesar de todo, los hermanos Chandler habían sido capaces de ir haciéndose mayores y conservar cierta faceta infantil. La rivalidad entre hermanos, las ganas de superarse unos a otros y el cariño eran tan obvios entre ellos que su compañía hacía que a Charlotte se le formara un nudo en la garganta. Ella no había experimentado ningún tipo de verdadera unidad familiar y ahora se daba cuenta de lo mucho que se había perdido.

Lanzó una mirada a la ventana abierta.

– Me ocuparé de ello, lo prometo.

– Estamos haciendo horas extras, pero no puedo prometerte nada hasta que pillemos al tipo, así que ojo.

Charlotte asintió una vez más.

Chase le colocó la mano en el hombro con gesto amistoso.

– En cuanto publique el artículo, tendrás a todo el pueblo pendiente de ti.

– Lo que me faltaba, que me controlen a mí y mi vida. -Dejó escapar un suspiro-. Espero que esto no perjudique el negocio. No puedo permitirme el lujo de que a la gente le dé miedo comprar mis artículos.

Rick negó con la cabeza.

– Yo creo que, como mucho, habrá un descenso en las ventas de la prenda en cuestión.

– Espero que estés en lo cierto. -Desde luego, no podía enfrentarse a un descenso generalizado de las ventas y seguir pagando el alquiler. Los ahorros de la época pasada en Nueva York no le durarían mucho más y justo ahora empezaba a recuperar la inversión inicial.

– Haremos que patrullen el barrio, ¿de acuerdo?

Charlotte asintió y por fin cerró la puerta detrás de Rick y Chase. Entonces se armó de valor y se volvió hacia Roman. Tenía un hombro apoyado en la pared, con postura sexy y expresión segura.

Si no le fallaba el instinto, Charlotte intuyó que entre ellos algo había cambiado. Una vez más.

– ¿Qué tiene de especial la ropa interior que están robando? -preguntó.

– Tú sabrás. Pudiste verla el otro día. -Tragó saliva-. En el probador.

El recuerdo oscureció sus ojos azules, que adoptaron un matiz tormentoso.

– ¿Las hiciste a mano?

Charlotte asintió. Él entrelazó su mano con la de ella y las yemas de sus dedos encallecidos causaron estragos en las terminaciones nerviosas de Charlotte, enviándole dardos de fuego incandescente por todo el cuerpo. Al final él le cogió ambas manos para vérselas mejor.

– No sabía que estuviera tratando con una artista.

Ella dejó escapar una risa nerviosa, desconcertada por el contacto y el deseo que siempre le inspiraba.

– Tampoco te pases.

– Querida, he visto esas bragas y te he visto con ellas. Ni mucho menos exagero. De hecho, entiendo por qué un hombre sería capaz de hacer cualquier cosa para conseguir unas. Sobre todo si tú las llevaras puestas. -Bajó la voz y adoptó un tono ronco y seductor.

Roman le giró la muñeca y le dio un beso estratégico, seguido de un mordisquito en un dedo. A Charlotte se le endurecieron los pezones al primer contacto, y cuando él repasó todos los dedos, un deseo ardiente embargó todo su cuerpo.

Charlotte se preguntó adónde querría ir a parar, por qué habría empezado a seducirla ahora en vez de despedirse. No comprendía aquel repentino cambio de estado de ánimo. No dudaba que el beso que se habían dado antes había sido una especie de despedida.

– ¿Sabes que esta noche no podía quitarte los ojos de encima? -Roman le lamió la cara interna de la muñeca y le sopló aire fresco en la piel húmeda.

Charlotte reprimió un gemido de placer.

– ¡Pues disimulas muy bien!

– Intentaba engañarnos a los dos. Incluso esta noche, cuando he irrumpido aquí con la idea equivocada de que podría alejarme de ti, intentaba engañarnos a los dos.

Se le formó un nudo en la garganta mientras lo escuchaba.

– Con los años he perfeccionado el arte de observar sin ser visto. Es necesario para mi trabajo. -Le recorrió el brazo con la boca, excitándola con el suave roce de sus labios-. Te estaba observando.

– Vaya. Entonces, decididamente me has engañado.

– Pero no creo que haya engañado a Terrie Whitehall -declaró al llegar a su hombro. Entonces se detuvo para acariciar la piel sensible del cuello de Charlotte.

Le flaqueaban las rodillas y Charlotte se apoyó en la pared.

– ¿Así que Terrie te ha acusado por celos?

– Eso parece -reconoció él, dejando su aliento cálido en la piel de Charlotte.

Roman apuntaló los brazos en la pared detrás de ella y la cubrió con su cuerpo duro y fibroso. Charlotte intentó respirar con tranquilidad mientras la erección de él, plena y dura, se situaba entre sus piernas. Intentó recordar de qué habían estado hablando, pero era incapaz de articular palabra.

– No puedo concentrarme -acertó a musitar.

– De eso se trata. -Introdujo los dedos en su pelo-. Deja que me quede esta noche, Charlotte. Déjame cuidarte.

Charlotte había imaginado que querría hacer de guardaespaldas.

– No es buena idea. -Por mucho que le hubiera gustado. Apoyó ambas manos en los hombros de él, pero en vez de apartarlo, saboreó el calor y la fuerza que transmitía su cuerpo contra el de ella.

– Entonces ¿por qué parece buena idea? -Roman echó las caderas hacia adelante, empujando su dureza contra el pubis de ella. Las oleadas de sensaciones cobraron vida. Charlotte cerró los párpados y disfrutó del momento.

– Parece buena idea porque el sexo no tiene nada de racional. Pero ahora soy racional. No puedes quedarte porque has venido a despedirte. Lo has dicho antes. -Recordó sus palabras con el dolor alojado en la garganta.

– Y entonces te he besado y me he dado cuenta de que no puedo marcharme de ninguna de las maneras.

– ¿Qué? -Una excitación y esperanza sin igual cobraron vida en el interior de Charlotte mientras procesaba sus palabras-. ¿Qué estás diciendo? -preguntó, porque quería estar segura.

– Siempre ha habido algo entre nosotros. Algo que no va a desaparecer. Si tienes las agallas de arriesgarte a ver adónde nos lleva, yo haré lo mismo. -La observó con su mirada azul.

El pulso empezó a desbocársele. La había pillado por sorpresa. Al parecer, él también estaba conmocionado. Ella comprendía el tira y afloja entre ellos igual de bien que Roman.

Pero a pesar de que la había pillado desprevenida, ya se había planteado esa posibilidad. Liarse con Roman no sólo era lo que quería sino lo que necesitaba. Porque dando rienda suelta al deseo que se había ido fraguando durante años, también le daba la oportunidad de que siguiera su curso.

Sin duda, Charlotte sabía que su corazón corría peligro. Se había alejado de él en el pasado y, aunque nunca lo había reconocido, ni siquiera a sí misma, lo había lamentado profundamente. Tenía que saber cómo era hacer el amor con Roman. Necesitaba tener ese buen recuerdo para poder pasar el resto de la vida sin él.

Pero le pondría fin. A diferencia de su madre, que vivía pendiente de la espera interminable, Charlotte sería fuerte y saldría de ésta con entereza.

– Di, ¿puedo quedarme? -insistió él con una sonrisa encantadora.

– ¿Porque crees que necesito protección de una amenaza inexistente o porque quieres estar conmigo?

– Los dos motivos me sirven.

– Puedo cuidarme yo sólita. Incluso Rick ha dicho que estaba a salvo. Con respecto a lo otro…, es demasiado pronto. -Charlotte no pensaba acostarse con él por mucho que su cuerpo protestara contra esa decisión.

Quería tiempo para asimilar sus intenciones. Saber que esta vez no volvería a cambiar de opinión. Pero sobre todo, quería conocerle mejor. Todo su ser. Necesitaba tiempo para entrar tanto en su cabeza como en su corazón. Porque cuando se marchara, tal como Charlotte sabía que pasaría, no tenía ninguna intención de esforzarse por olvidar. Estaba claro que no le olvidaría, aunque ella siguiera adelante con su vida.

Roman asintió a modo de aceptación de su respuesta. No quería forzarla, no cuando había hecho progresos y había conseguido traspasar sus barreras de precaución. Ella le reía las gracias, aceptaba sus cambios de actitud. Por ahora le bastaba.

Después de todos los mensajes contradictorios que le había enviado, no esperaba que le abriera el corazón y confiara en él de la noche a la mañana.

– ¿Qué te parece si duermo en el suelo y hago de guardaespaldas? -sugirió él en un último intento de compartir más tiempo con ella.

Ella negó con la cabeza y se echó a reír.

– Ninguno de los dos dormiría.

– Se da demasiada importancia al dormir. Podemos quedarnos despiertos hablando. -Por lo menos, así la tendría a su lado.

– Sabes perfectamente que no nos pondríamos a hablar. -Sus mejillas adoptaron un saludable tono rosado-. Y mis vecinos también lo sabrían.

A Roman los vecinos no le importaban, pero a Charlotte sí, y en un pueblo pequeño un negocio estaba ligado a la reputación. Se pasó la mano por el pelo en señal de frustración y se obligó a aceptar lo que ella le decía.

– ¿Me llamarás si me necesitas? ¿Si por casualidad crees que me necesitas?

Charlotte lo miró de hito en hito.

– Oh, te necesito, Roman. Pero no te llamaré para ese tipo de necesidad.

Roman suspiró con fuerza. Él también la necesitaba a ella. De una forma que iba más allá del deseo sexual. Como si le hubiera rodeado el corazón con una mano. Su única esperanza era que quisiera soltarlo cuando llegara el momento de seguir adelante.


Roman se despertó cuando los rayos del sol iluminaron su habitación de la infancia inundando su cuerpo de calor. Se había marchado del apartamento de Charlotte, pero ella había permanecido con él toda la noche, en sueños calientes y cautivadores que no llegaban a consumarse.

Cerró los ojos y se recostó en las almohadas, evocando todo lo que había observado la noche anterior. Mientras Charlotte y sus hermanos hablaban de los últimos robos, Roman había puesto en práctica su talento para escuchar una conversación y mirar todo lo que le rodeaba a la vez, y había descubierto los libros de gran formato y revistas situados en la mesa que tenía delante. En las portadas aparecían lugares lejanos y entornos glamurosos. Algunos del país, otros extranjeros, como castillos en Escocia, o exóticos, como el Pacífico Sur. Nada que no pudiera servir como tema de conversación, pensó Roman.