Se dirigió hacia la puerta.
– ¿Adónde vas?
Se volvió hacia Chase.
– A asegurarme de convencer a Charlotte de que me deje formar parte de su vida, hasta el punto de quererme para siempre.
Charlotte cerró la tienda a las cinco. Tenía la noche del sábado por delante. Se frotó los ojos y miró a Beth, que jugueteaba con un lápiz entre los dedos.
– ¿En qué estás pensando? -preguntó Charlotte a su amiga.
– En nada.
– Tonterías. Llevas las dos últimas semanas evitando hablar en serio conmigo. Necesitas a una amiga y aquí me tienes. Así que déjame ayudarte, por favor.
Beth meneó la cabeza.
– Ojalá pudiera, Charlotte, pero no lo entenderías.
Charlotte no sabía si debía ofenderse.
– ¿Tan insensible te parezco?
– No, pero eres de ideas fijas. Cualquier relación que se parezca a la de tus padres recibe inmediatamente tu desaprobación. No me apetece oírlo.
A Charlotte se le formó un nudo en la garganta mientras se acercaba a su amiga.
– Nunca he pretendido juzgarte. Siento que lo digas. Si he hecho o dicho algo que te ha dolido, perdóname. Pero Beth, eres una mujer hermosa, prometida al hombre que quieres y aun así te sientes desgraciada. ¿Por qué? -Charlotte tragó saliva porque no quería sonar reprobatoria-. ¿Porque tú estás aquí y él en la ciudad?
Beth negó con la cabeza.
– No es sólo eso.
– Por favor, explícamelo. Te prometo que te escucharé sin juzgarte. -Charlotte tiró de la mano de Beth y la condujo a los sillones de la zona de espera-. Iré a buscar algo para beber y me lo cuentas, ¿de acuerdo?
Al cabo de unos segundos, con una lata de refresco para cada una, Charlotte volvió junto a Beth. Se sentó con las piernas recogidas bajo el cuerpo.
– ¿Os conocisteis en Navidades? -Hizo que Beth empezara por el principio.
– Sí. Norman celebró su fiesta anual y David estaba en el pueblo, visitando a los Ramsey, Joanne es su tía materna. Bueno, da igual, nos presentaron, empezamos a hablar… y esa noche me enamoré. Supe que era el hombre de mi vida.
– ¿De qué hablasteis? ¿Cómo supiste que era el hombre de tu vida? -Charlotte se inclinó hacia adelante, ansiosa por oír que sus sospechas sobre David eran injustificadas, que él y Beth tenían realmente más objetivos e intereses en común de lo que ella había visto hasta el momento.
– Sobre todo de su trabajo. Tiene clientes famosos, pero también mujeres normales y corrientes que necesitan un cambio para aprovechar al máximo su potencial.
– Suena interesante -mintió Charlotte-. Y cuando te acompañó a casa, ¿te besó bajo las estrellas? -Charlotte quería para Beth la historia con final feliz que ella todavía no había vivido.
– No, de hecho se portó como un caballero. Me dio un beso en la mejilla y…
Charlotte colocó la mano encima de la de Beth.
– ¿Y qué?
– Me dio su tarjeta y me dijo que si alguna vez iba a Nueva York le hiciera una visita. Que estaba seguro de poder maximizar mi belleza.
A Charlotte se le cayó el alma a los pies al entender que sus peores temores se confirmaban.
– Beth, no quisiera equivocarme, así que corrígeme si es necesario, ¿por qué pensaste que tenías que maximizar lo que era hermoso de por sí? Nadie es perfecto, querida.
– Pues tal como era no atraía al hombre adecuado -repuso ella a la defensiva.
– Es que no puede decirse que en Yorkshire Falls abunden los hombres «adecuados». -Aparte de Roman.
Charlotte se quitó esa idea de la cabeza inmediatamente. Era el hombre equivocado, adecuado sólo para unas cuantas semanas, se recordó con crueldad. Acto seguido, volvió a centrarse en Beth.
– ¿Qué pasó a continuación?
– Fui de viaje a Nueva York. Siempre había querido ver un espectáculo de Broadway, así que convencí a mi madre para que fuéramos a pasar un fin de semana. Nos alojamos en un hotel, fuimos a ver un espectáculo, invité yo, y pasamos un buen fin de semana. -Se mordió el labio inferior-. Mandé a mamá a casa el domingo, y el lunes visité a David en su consulta. A partir de ahí, todo fue muy rápido. Al cabo de un mes estábamos prometidos.
– ¿Después de ponerte los implantes?
Beth apartó la mirada rápidamente.
– Se portó fenomenal. Totalmente centrado en mí y en mis necesidades.
En lo que quería crear, pensó Charlotte. Al hombre no le interesaba la mujer increíble que Beth ya era. Dio un sorbo al refresco.
– ¿Fuiste muchas veces a Nueva York?
Beth asintió.
– Y él vino aquí la mayoría de los fines de semana a partir de entonces. Teníamos unos planes increíbles -dijo, al tiempo que los ojos le brillaban por el recuerdo, pero sin perder el atisbo de tristeza y realidad-. Tiene un ático precioso, con vistas al East River y en una zona con muchos comercios. Hay montones de tiendas de niños. Estábamos de acuerdo en tener hijos pronto y él me dijo que quería que yo me quedara en casa a criarlos.
– ¿Puedo hacerte una pregunta personal? -Charlotte sabía que sonaría sentenciosa y sesgada, basada en la experiencia de su madre, pero, en el caso de Beth, Charlotte tenía el presentimiento de no estar equivocada.
– Adelante -dijo Beth con recelo.
– Un hombre con tanto dinero y con el que compartías los mismos sueños… ¿por qué no te propuso que te fueras a vivir con él de inmediato? Sin duda podía costeárselo, así que ¿por qué estar separados?
– ¡Porque cree en el noviazgo tradicional! ¿Qué tiene eso de malo? No todos los hombres que no se quedan en Yorkshire Falls son unos crápulas como tu padre. -Beth abrió mucho los ojos y en seguida se le empañaron de lágrimas-. Oh, cielos, lo siento. He dicho una cosa horrible.
– No, has sido sincera -repuso Charlotte con voz queda-. Te hago preguntas legítimas y estás a la defensiva. ¿De qué tienes miedo, Beth?
– De que haya encontrado a otra que le interese más. -Su amiga se secó los ojos-. Ya había estado prometido con una paciente -reconoció Beth.
– ¿Con una paciente? -Charlotte tenía la impresión de que el doctor Implante era de los que se enamoraban de sus creaciones, no de las mujeres cuyos cuerpos retocaba, y que dejaban de interesarle en cuanto descubría otro proyecto.
En Beth había encontrado a la mujer ideal, porque, a pesar de su buena presencia natural, nunca se había sentido perfecta, algo que Charlotte sabía desde que eran adolescentes, aunque nunca había alcanzado a entenderlo.
– O sea, que no le interesaste hasta que decidiste materializar sus sugerencias de cirugía estética, ¿no? -Charlotte esperaba haber logrado que Beth fuera comprendiendo la dolorosa verdad poco a poco para que llegara a esa conclusión por sí misma.
– No -repuso con voz queda-. Y hace tiempo que intuía la verdad. Incluso estando aquí se mostraba distante. Si hablábamos de algo, era sobre cambiarme. -A Beth se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas-. ¿Cómo he podido ser tan imbécil? ¿Estar tan desesperada?
Charlotte tomó la mano de su amiga.
– No eres imbécil ni estás desesperada. A veces vemos lo que queremos ver porque lo deseamos con todas nuestras fuerzas. Tú querías que un hombre te amara. -Bajó la mirada hacia el refresco de cola que tenía en la mano-. Eso es lo que queremos todas.
– ¿Tú también?
Charlotte soltó una carcajada.
– Sobre todo yo. Sólo que soy más consciente de los riesgos que la mayoría, por lo mucho que he visto sufrir a mi madre al intentar retener a un hombre que no quería estar atado. -Le dio vueltas a la lata entre las palmas-. ¿Por qué piensas que no espero más de la vida? ¿Alguien que me quiera, por ejemplo? -Al notar el calor de la mirada de Beth, Charlotte alzó la vista.
– Porque eres muy independiente. Te marchaste, fuiste en busca de tus sueños, volviste y los materializaste. Yo me quedé aquí, en un trabajo sin porvenir, hasta que me introdujiste en el mundo de la moda, algo que siempre me había gustado. Pero necesité tus agallas para atreverme a dar un paso en la dirección correcta.
– Tenías motivos para quedarte y para ti eran válidos. -Charlotte miró a su alrededor y contempló la tienda, decorada con encaje blanco de fantasía-. No habría podido hacer todo esto yo sola. Tú también tienes parte del mérito por el éxito. Mira este lugar y siéntete orgullosa. Yo lo estoy. -Volvió a mirar a Beth en espera de que su amiga reconociera la verdad con un asentimiento de cabeza-. No sé de dónde procede tu inseguridad, pero ahora que eres consciente de ella, puedes intentar reforzar tu autoestima.
– La inseguridad siempre ha estado ahí. Dudo que tú sepas lo que es…
Charlotte negó con la cabeza. ¿Cómo era posible que Beth estuviera tan ciega como para creer que la vida de Charlotte era poco menos que perfecta?
– No sabes lo equivocada que estás. Por supuesto que entiendo la inseguridad. Lo que pasa es que creo que hay que trabajársela de dentro a fuera, no viceversa. ¡Eso explica la filosofía que hay detrás de esta tienda!
– Supongo que debería aprender. -Beth esbozó una sonrisa forzada-. ¿Roman forma parte de eso que llamas «trabajárselo»? No quieres comprometerte. ¿Eso se debe a que sabes qué es lo que te conviene?
Charlotte exhaló un suspiro. ¿Cómo explicarle a Beth los cambios con respecto a Roman?
– Roman es distinto. Nuestra relación es distinta.
– Aja. O sea que hay una relación.
– Breve -puntualizó Charlotte-. Los dos conocemos las reglas del juego.
– Siempre supe que había algo entre vosotros. ¿Eres consciente de que sólo quiso salir conmigo cuando se dio cuenta de que lo vuestro no funcionaba?
Charlotte negó con la cabeza. No era el momento de agravar las inseguridades de su amiga. Además, nunca había pensado que Roman recurriera a Beth para compensar su decepción amorosa. Charlotte no había querido pensar que su amiga hubiera significado gran cosa para él. Pero al planteárselo ahora, el estómago empezó a revolvérsele ante la posibilidad.
Sin embargo, en esos momentos Beth era quien necesitaba una inyección de confianza, no Charlotte.
– Venga ya. Tú eras la animadora principal más marchosa. Eras irresistible para él -dijo, transmitiéndole lo que había creído de corazón en aquel entonces.
Beth puso los ojos en blanco, recuperando por fin el sentido del humor y disfrutando de la situación.
– Lo pasamos bien, pero eso fue todo. No fue nada serio o irresistible. Yo intentaba olvidar a Johnny Davis y Roman olvidarte a ti.
– Beth…
– Charlotte… -la imitó su amiga, con los brazos en jarras-. Ahora me toca a mí explicarte algunas cosas de la vida. Hay distintos tipos de hombres y de relaciones. Está el hombre que es para siempre y el que está superando un desengaño amoroso, también llamado «hombre de transición». Con el que te lo pasas bien y luego sigues tu vida. Eso es lo que Roman fue para mí, y yo para él. -Hizo una pausa para pensar-. Creo que ha llegado el momento de que te plantees qué es Roman para ti.
– ¿Cómo te las has apañado para desviar la conversación hacia mí? -preguntó Charlotte.
– Porque somos amigas, como has dicho. Tú me necesitas tanto como yo a ti.
– Bueno, prometo explicarte lo que es Roman algún día. -Cuando consiguiera explicárselo a sí misma.
Beth consultó su reloj.
– Tengo que irme. Rick llegará de un momento a otro.
– ¡Ese playboy es el último hombre con el que deberías relacionarte! Sobre todo mientras estés prometida.
Beth se echó a reír.
– Rick y yo somos amigos. A-M-I-G-O-S.
Charlotte exhaló un fuerte suspiro de alivio.
– Rick me escucha y me hace reír. Las dos cosas que necesito ahora mismo. De hecho, hablar con un hombre me está dando la confianza necesaria para enfrentarme a David… y a mis temores. -Su sonrisa se apagó-. Luego tendré que plantearme la vida en solitario y descubrir quién soy y qué necesito.
– ¿Y si hemos subestimado a David? -Charlotte se sintió obligada a preguntar-. ¿Y si te quiere y…?
Beth negó con la cabeza.
– Nunca sabré si se enamoró de mí o de la mujer en que creyó convertirme. ¿Te he dicho que quiere arreglarme la nariz?
Charlotte dio un respingo en el asiento.
– Ni se te ocurra…
– No voy a hacerle caso, gracias a ti y a Rick. -Dio un fuerte abrazo a Charlotte-. Eres una buena amiga.
– Lo mismo digo. -Le devolvió el abrazo.
Llamaron a la puerta y Charlotte corrió a abrir.
Samson estaba en el exterior con el pelo encanecido mojado y una pila de cartas en la mano.
– ¿No coges el correo? -farfulló-. Si dejas las cartas fuera se las llevará el viento o se mojarán con la lluvia. Toma. -Le entregó el puñado de cartas.
– Gracias, Sam. -Las cogió y buscó en el bolsillo el dinero que recordaba haber metido allí por la mañana-. Ya sabes que nunca me acuerdo de recoger el correo. -Le tendió la mano con unos billetes arrugados en el puño-. ¿Puedes ir a buscar un refresco, traerlo y quedarte con el cambio?
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