– Creía que no se te ocurriría nada lo bastante convincente, pero me equivocaba. -La soltó. A su cuerpo no le entusiasmaba la perspectiva, pero su corazón se impuso. Quería darle lo que quería, en ese caso ver a su madre, aunque deseaba que no le doliese.

– ¿No has hablado con ella desde que has vuelto?

Charlotte negó con la cabeza.

– No hemos podido hablar por teléfono.

Entonces era obvio que no sabía lo de su padre.

– Charlotte…

– Vamos. -Lo tomó de la mano-. Busquemos a mi madre, veamos el partido y, si tienes suerte, después seré toda tuya. -Se rió, y antes de que Roman replicara, echó a correr.

Con un gruñido, Roman la persiguió con la idea de minimizar el daño cuando llegara el momento fatal.

Charlotte miró por encima del hombro y se rió. Al arrancar tan rápido se había mareado, aunque el beso de Roman también contribuía al mareo; sin embargo, la salida apresurada había sido fruto del instinto de conservación. Le daba igual lo lejos que estuvieran del campo de béisbol, bastaba con mirarla para saber qué había estado haciendo. Así que, cuanto menos hiciera detrás de las gradas, mejor. Hasta más tarde. Entonces podrían retomarlo donde lo habían dejado o hacer lo que les viniera en gana.

La idea le produjo cosquilleos en la columna, se le excitaron todas las terminaciones nerviosas y se sonrojó. Echó una rápida mirada hacia atrás y vio que Roman la seguía caminando a un ritmo pausado. Él le sonrió y la saludó con la mano, pero entonces apareció Rick y le retuvo por los hombros.

Charlotte aflojó el paso, se dio la vuelta y se topó con su madre. Una versión resplandeciente de su madre, desde el rostro maquillado hasta la sonrisa deslumbrante y los ojos centelleantes.

– ¡Mamá!

– ¿De dónde vienes tan rápido? -Annie la estabilizó con un abrazo antes de soltarla.

– Estoy…, estaba…

– Besuqueándote detrás de las gradas con Roman. -Su madre alargó la mano y le acarició la mejilla con los nudillos-. Se te nota. Tu padre y yo solíamos hacerlo.

Charlotte tuvo ganas de protestar. No quería aceptar que lo que sentía por Roman fuese similar a la relación entre Annie y Russell, ni siquiera algo tan divertido e intrascendente cómo comportarse como adolescentes.

– Entonces ¿qué te trae por aquí esta noche? -le preguntó Charlotte. Se dio la vuelta en busca de Dennis Sterling y luego miró a su madre con curiosidad-. ¿O tal vez debería preguntar quién te trae por aquí esta noche?

Con el rabillo del ojo, Charlotte vio a Beth haciéndole señas a lo lejos. Si Beth tenía tanta hambre debería empezar a comer sin esperarla. Charlotte le hizo un gesto con un dedo dándole a entender que tardaría más o menos un minuto.

Annie suspiró.

– Debería haberme imaginado que no podría guardar un secreto en este pueblo.

Charlotte se volvió hacia su madre.

– Al parecer sí que puedes, porque no tengo ni idea de a qué te refieres.

Lo único que Charlotte sabía era que su madre lucía una sonrisa de oreja a oreja y se reía con una facilidad que hacía tiempo que no veía. Cuando Charlotte viera a Dennis le daría un buen beso.

Abrazó con fuerza a su madre. Al respirar, le llegó una fragancia agradable que Charlotte no reconocía.

– Perfume y maquillaje -murmuró.

– Espero que me saludes con el mismo entusiasmo, Charlie.

Esa voz y ese nombre. Charlotte se puso tensa, dejó caer los brazos y se apartó lentamente de su madre. Sintió una pesada punzada de traición en el estómago. Debería haberse imaginado que Annie no se habría interesado por nadie que no fuera el esposo ausente, Russell Bronson.

Charlotte se dio la vuelta y observó al hombre que había entrado y salido de su vida a su antojo. Estaba tan apuesto como siempre, con unos pantalones color caqui y un jersey azul marino. Llevaba el pelo bien peinado, con más canas de las que recordaba, y tenía más arrugas, pero había envejecido bien. Y parecía feliz.

A diferencia de su madre, Charlotte estaba convencida de que su estado de ánimo no dependía de si estaba con Annie o no. Pero el de su madre, sus actos e incluso su aspecto sí dependían de si Russell estaba en el pueblo o no.

La ira de Charlotte fue en aumento, no sólo contra su padre, sino también contra su madre por dejarse manipular con tanta facilidad y durante tanto tiempo.

– ¿Charlie?

Charlotte puso los brazos en jarras.

– Así que el padre pródigo ha vuelto.

Russell dio un paso hacia adelante y Charlotte uno hacia atrás. Russell adoptó una expresión de decepción, o tal vez eso fuera lo que Charlotte quería ver. La maldita semilla de esperanza que siempre había albergado en su corazón no se marchitaba, pero se negaba a guiarse por ella.

El partido de béisbol prosiguió, pero a Charlotte ya no le interesaba ni tampoco, al parecer, al resto del público. Salvo que se hubiese vuelto paranoica, sintió que docenas de pares de ojos se posaban en la disfuncional familia Bronson. La curiosidad provinciana en todo su esplendor. Se preparó mentalmente para las miradas y las habladurías, y guardó silencio esperando a que su padre hablara.

Russell suspiró.

– No es la acogida que me habría gustado -dijo finalmente.

– Pero estoy segura de que la esperabas.

Roman se le acercó y le rodeó los hombros con el brazo. «Más material para los chismorreos en Norman's», pensó ella con ironía.

– ¿Interrumpo una reunión familiar?

Charlotte negó con la cabeza.

– Roman, ¿recuerdas a mí…? -Carraspeó-. Recuerdas a Russell, ¿no?

– Por supuesto. -Le tendió la mano-. Encantado de volver a verle.

La buena de Raina había enseñado buenos modales a todos sus hijos. Una pena que no les hubiera transmitido su capacidad para asentarse y echar raíces.

Russell estrechó la mano de Roman.

– Ha pasado mucho tiempo.

– Sin duda -repuso Roman.

Charlotte apretó los dientes, sonrió sin ganas y se dirigió a Roman:

– Cierto, y puesto que llevas varios días en el pueblo y estás más al corriente de las novedades, ¿por qué no pones a Russell al tanto de lo que se ha perdido durante su última ausencia?

El brusco resoplido de Roman le atravesó el corazón, pero se negó a permitir que cambiase sus intenciones. Recordó el momento en que había salido de detrás de las gradas, riendo, contenta y excitada por el encuentro con él, ilusionada con la noche que los esperaba, cuando estaría a solas con él. Miró a su madre, sonrojada como lo había estado ella hacía un instante, y con expresión despreocupada, todo ello gracias a que Russell Bronson se había dignado volver.

Los paralelismos entre ella y Annie eran obvios. Tan obvios que podía imaginar fácilmente cómo había empezado y terminado la vida de su madre con Russell. Toda una vida en el limbo. Charlotte no se permitiría acabar de ese modo. Observó a los dos hombres capaces de romperle el corazón si les dejaba. Ahora mismo no podía mostrarse débil con ninguno de ellos.

Aunque no quería hacerle daño a Roman, representaba todo lo que temía. ¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado?

– Pensándolo bien, los dos tenéis tanto en común que resulta asombroso.

Russell miró a Roman o, para ser más exactos, a Charlotte le pareció que miraba el brazo con el que Roman le rodeaba los hombros.

– No estoy muy seguro de que eso sea cierto.

– Oh, yo sí. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte esta vez? ¿Un día? ¿El fin de semana? Tal vez más, ya que faltan varios meses para la temporada de programas piloto.

– ¡Charlotte! -exclamó su madre al tiempo que le daba un golpecito en el brazo a modo de advertencia.

Ella cubrió la mano helada de su madre con la suya. Era la última persona a la que quisiera hacerle daño.

– ¿Lo ves? No sabe qué responder, mamá. Se marchará cuando se aburra.

Charlotte miró a Roman y apartó los ojos al sentir un nudo en la garganta.

– ¿Y qué hay de ti? -le preguntó sin mirarlo-. Gracias a Dios, Raina está cada día mejor. -Señaló hacia el lugar en el que estaba Raina, sentada sobre una manta con Eric Fallón, observándolos, al igual que Fred Aames, Marianne Diamond, Pearl Robinson, Eldin Wingate y el resto del pueblo. Charlotte detestaba llamar la atención de ese modo-. Puedes largarte cuando te dé la gana. Insisto, los dos tenéis mucho en común.

Antes de perder completamente el control o lo poco que le quedaba de compostura, se dio la vuelta y se marchó. Lejos de su madre, de su padre y, sobre todo, de Roman.

Capítulo 10

Roman observó cómo Charlotte se marchaba. Lejos del campo, de su padre, de él. Su dolor era también el dolor de Roman; hundió las manos en los bolsillos y gruñó, frustrado. No podía dejar que se fuera sola, y menos estando tan disgustada. Acababa de presenciar la devastación provocada por el regreso de su padre.

– Alguien debería ir a buscarla -dijo Annie. Resultaba obvio que no se refería a sí misma, porque se había cogido del brazo de Russell con fuerza.

– Estoy de acuerdo -repitió Russell-, pero no escuchará nada de lo que yo pueda decirle.

– ¿Y eso les extraña? -Roman miró a los padres de Charlotte arqueando las cejas-. No soy quién para juzgar, pero ¿se les ha ocurrido hablar con ella en privado en lugar de convertir una reunión familiar en un espectáculo? -Roman, que sentía que estaba perdiendo un tiempo precioso, miró hacia el campo. Sintió un gran alivio al ver que Charlotte volvía a casa a pie.

Russell se encogió de hombros con una clara expresión de pesar en los ojos verdes que tanto se parecían a los de Charlotte.

– Annie estaba convencida de que Charlotte no vendría si se lo decíamos por teléfono, y que en cambio no nos dejaría plantados delante de la gente.

– Y usted no la conoce lo bastante como para saber lo que podía pasar.

Russell negó con la cabeza.

– Pero quisiera conocerla, siempre lo he querido.

La madre de Roman y Eric eligieron ese momento para ir a su encuentro. A Roman le había sorprendido ver a su madre en el partido de béisbol, pero puesto que estaba con Eric, sentada sobre la manta durante todo aquel rato, supuso que tenía ganas de estar allí y que incluso se sentía un poco mejor.

– Espero que no interrumpamos -dijo Eric.

– Al parecer, en este grupo, cuantos más, mejor -masculló Roman. Le quedaba poco tiempo para alcanzarla antes de tener que derribar la puerta de su casa si quería estar a solas con ella-. Russell, ¿podemos hablar un momento? -le preguntó mirando a su madre de forma harto significativa.

– Annie, vamos a por un poco de limonada. La he preparado yo misma, y está deliciosa.

– Pero… -El pánico se apoderó de Annie, como si temiera que durante su breve ausencia Russell fuera a desaparecer de nuevo.

Observar a Annie le permitió a Roman comprender mejor los miedos de Charlotte. No se parecía en nada a su insegura madre, pero resultaba obvio que le había inculcado un temor, el de volverse tan necesitada, patética y cerrada en sí misma como ella.

Él quería proteger a Charlotte del dolor y cuidarla toda la vida, pero ella lo apartaría antes de que tuviera tiempo de hacerle daño. La mera idea le estremeció el alma.

Porque la quería.

La quería. La verdad se asentó en su corazón y le calentó esos lugares que siempre habían estado fríos.

Admiraba el fiero deseo de luchar por su individualidad, de no acabar como su madre. Admiraba el negocio que había creado sola, en un pueblo que no estaba preparado para ello, y cómo se había ganado a los habitantes de todos modos. Le gustaba que viera lo mejor de él incluso cuando no se lo merecía. Le gustaba al completo.

Presenciar su mayor miedo de primera mano lo obligó a reconocer sus sentimientos, sentimientos que tendrían que subordinarse a las necesidades de Charlotte si no quería perderla para siempre. Tenía que decírselo, pero debía hacerlo en el momento adecuado.

No tenía ni idea de cuándo sería ese momento. La familia de Roman no era precisamente un buen ejemplo de relaciones funcionales. Chase salía con los tipos solteros del periódico, bebía cerveza, hablaba de deportes y se acostaba con alguna que otra mujer sin comprometerse a nada. Rick rescataba mujeres, ahora mismo jugaba al Príncipe Azul con Beth Hansen hasta que superara su ruptura y fuera capaz de seguir adelante con su vida. Entonces Rick haría otro tanto e iría a por la siguiente mujer.

Roman negó con la cabeza, sabía que no tenía ningún modelo de conducta que imitar. Sólo contaba consigo mismo.

– Nada de peros -intervino Eric dirigiéndose a Annie en un tono conciliador y autoritario a partes iguales-, insisto en que pruebes la limonada de Raina. Además, se supone que ella no debería pasar mucho tiempo de pie, y te agradecería que la acompañaras de vuelta a la manta hasta que yo regrese.