– Vamos, chicos, que alguien se decida -los instó Chase ante el silencio que lo rodeaba.
– No hace falta que parezca que disfrutas con la situación -farfulló Rick.
– ¿Crees que me hace gracia? -Chase dio vueltas a la moneda entre los dedos con una mueca de frustración en los labios-. Menuda tontería. Tengo claro que no quiero ver a ninguno de los dos dejar la vida que le gusta por una tontería.
Roman sabía que su hermano mayor hablaba con ese convencimiento porque él no había elegido la vida que quería. Se había visto forzado a desempeñar el doble papel de editor y padre de la noche a la mañana. Con diecisiete años cuando murió su padre, y siendo el hermano mayor, Chase se vio obligado a ocupar el lugar de su progenitor como cabeza de familia. Y ése era el motivo por el que Roman participaba en el lanzamiento de la moneda. Roman fue quien dejó Yorkshire Falls e hizo realidad sus sueños, mientras Chase se quedaba y renunciaba a los suyos.
Tanto Roman como Rick consideraban a Chase su modelo de conducta. Si Chase pensaba que la frágil salud de su madre y su profundo deseo de tener un nieto exigían un sacrificio, había que estar de acuerdo. No sólo se lo debían a su hermano, sino que compartían la misma devoción por la familia.
– Lo que ha tenido nuestra madre no es ninguna tontería -les dijo Roman a sus hermanos-. Ha dicho que con el corazón débil no debe enfrentarse a disgustos.
– Ni a decepciones -añadió Rick-. Mamá no ha empleado esa palabra, pero sabéis perfectamente que eso es lo que quería decir. La hemos decepcionado.
Roman asintió para mostrar su acuerdo.
– Así que si tener nietos la hace feliz, entonces a uno de nosotros le toca darle uno para que lo mime y disfrute de ser abuela mientras viva.
– Saber que uno de nosotros está felizmente casado reducirá el estrés que se supone que debe evitar -dijo Chase-. Y un nieto le dará motivos para vivir.
– ¿No podemos comprarle un cachorrito? -sugirió Rick.
Con treinta y un años, en los planes de vida de Roman no entraba sentar la cabeza. Hasta el momento, no se había planteado casarse y tener hijos. No es que a Roman no le gustaran las mujeres. Desde luego que le gustaban. Le encantaban: su olor y el tacto de su suave piel en contacto con su cuerpo excitado. Pero no se imaginaba dejando atrás su trayectoria para contemplar el mismo rostro femenino a la hora del desayuno el resto de sus días. Se estremeció, asombrado de que sus opciones de vida fueran a quedar decididas en ese preciso instante.
Se volvió hacia su hermano mediano.
– Rick, tú ya te has casado una vez. No hace falta que repitas. -Aunque Roman no tema ningunas ganas de convertirse en responsable de la misión, no podía permitir que su hermano repitiera su pasado: casarse para ayudar a otra persona, sacrificándose él.
Rick negó con la cabeza.
– Te equivocas, hermanito. Yo también entro en el juego. La última vez no tiene nada que ver con esto. Ahora es por la familia.
Roman lo entendió. Para los Chandler, la familia era lo más importante. Así que volvían a estar como al comienzo. ¿Retomaría su trabajo de corresponsal en el extranjero para Associated Press, seguiría aterrizando en lugares conflictivos para contar al mundo las últimas noticias o se instalaría en Yorkshire Falls, cosa que nunca había planeado? Aunque, a veces, Roman no estaba seguro de cuál era el sueño que en realidad perseguía: si el suyo, el de Chase o una combinación de ambos. Roman temía reproducir la vida de su hermano mayor, predeterminada y sin opciones.
A pesar de tener el estómago revuelto, estaba preparado y asintió en dirección a Chase. -Hagámoslo de una vez.
– De acuerdo. -Y Chase lanzó la moneda al aire. Roman inclinó la cabeza hacia Rick para que eligiera él primero.
– Cara -dijo éste.
La moneda giró y voló como a cámara lenta. Roman vio pasar ante sus ojos su despreocupada vida: las mujeres que había conocido y con las que había ligado, la especial que había durado lo suficiente como para mantener una relación con ella pero sin llegar a ser la pareja de su vida, los tórridos y apasionados encuentros ocasionales, menos habituales ahora que era más mayor y más exigente.
El sonido de la palma de Chase contra la otra mano devolvió a Roman a la realidad inmediata. Observó la expresión solemne de su hermano mayor. Un cambio de vida. La muerte de un sueño.
Roman sintió la gravedad de la situación en su fuero interno. Se enderezó y esperó mientras Rick tomaba aire de forma exagerada.
Chase levantó la mano y bajó la vista antes de mirar primero a Rick y luego a Roman. Entonces cumplió con su deber como hacía siempre, sin echarse atrás.
– Me parece que vas a necesitar una copa, hermanito. Eres el chivo expiatorio del deseo de mamá de tener nietos.
Rick dejó escapar un suspiro de alivio que no era nada comparado con el nudo de plomo que Roman sintió en el estómago. Chase se acercó a él.
– Si no aceptas, ahora es el momento de decirlo. Nadie te va a reprochar que no quieras hacerlo.
Roman esbozó una sonrisa forzada e imitó al Chase de los diecisiete años.
– ¿Os parece que elegir mujer y engendrar bebés es una tarea dura? Para cuando lo haya conseguido, desearéis estar en mi lugar.
– Búscate a una tía buena -dijo Rick con sentido práctico pero sin que sus palabras denotaran ninguna voluntad humorística. Obviamente, sentía la angustia de Roman, aunque era evidente que se sentía aliviado por no haber sido el elegido.
Roman agradeció el intento de aligerar la situación aunque no surtiera efecto.
– Es más importante que sea alguien que no espere demasiado -espetó. La mujer con la que se casara tendría que saber desde el primer momento quién era él y aceptar lo que no era.
Chase le dio una palmada en la espalda.
– Estoy orgulloso de ti, chico. Decisiones como ésta sólo se toman una vez en la vida. Asegúrate de poder vivir con ella, ¿entendido?
– No pienso vivir con nadie -farfulló Roman.
– Entonces ¿qué piensas hacer? -preguntó Rick.
– Un buen matrimonio a distancia que no cambie mi vida demasiado. Quiero encontrar a una mujer que esté dispuesta a quedarse en casa cuidando al niño y que se alegre de verme cada vez que yo vuelva de viaje.
– Así, asunto concluido, ¿no? -preguntó Rick.
Roman le puso mala cara. Su intento de aligerar la situación había ido demasiado lejos.
– De hecho, nosotros tuvimos una muy buena vida mientras éramos pequeños, y quiero asegurarme de que la mujer con la que me case le ofrezca lo mismo a mi hijo.
– Entonces, tú de viaje y tu mujer en casa. -Chase negó con la cabeza-. Más vale que tengas cuidado con cómo te comportas. Supongo que no querrás ahuyentar a las posibles candidatas demasiado pronto.
– Es imposible que eso ocurra. -Rick se rió-. No había ni una sola chica en el instituto que no fuera detrás de él antes de que se marchara a vivir la aventura.
A pesar de la situación, Roman se rió.
– Sólo después de que tú acabaras el bachillerato. Dejaste el listón muy alto.
– Por supuesto. -Rick se cruzó de brazos y sonrió-. Pero, a decir verdad, yo tuve que seguir la senda abierta por Chase, y no fue tarea fácil. A las chicas les encantaba su carácter fuerte y silencioso, pero en cuanto acabó el instituto, se fijaron en mí. -Se dio una palmada en el pecho-. Y cuando yo me marché, tuviste el terreno libre. Y les interesabas a todas.
No a todas. Sin previo aviso, el recuerdo de su amor de juventud le vino a la memoria, como le pasaba a menudo. Charlotte Bronson, una chica preciosa de pelo azabache y ojos verdes, hizo que sus hormonas adolescentes se volvieran locas. Su rotundo rechazo le seguía doliendo tanto como entonces. Consideraba que era la única que se le había resistido y nunca la había perdonado. Aunque a Roman le habría gustado considerarlo un mero capricho juvenil, había llegado el momento de reconocer que había sentido algo fuerte por ella.
En el pasado no lo había admitido delante de sus hermanos, ni pensaba hacerlo ahora. Un hombre debía mantener en secreto ciertas cosas.
Lo último que sabía Roman de Charlotte era que se había mudado a Nueva York, la capital mundial de la moda. Aunque él tenía alquilado un pequeño apartamento en la misma ciudad, nunca se la había encontrado ni la había buscado. Roman apenas pasaba en la ciudad más tiempo que el de dormir una noche, cambiarse de ropa y dirigirse a su siguiente destino.
Últimamente su madre no le había contado ningún cotilleo, y se dejó vencer por la curiosidad.
– ¿Charlotte Bronson ha vuelto al pueblo? -preguntó.
Rick y Chase intercambiaron una mirada de sorpresa.
– Pues sí -respondió Rick-. Ha montado una tienda en la calle principal.
– Y está soltera -añadió Chase por fin sonriendo.
A Roman le subió la adrenalina de golpe.
– ¿Qué tipo de tienda?
– ¿Por qué no te pasas por allí y lo ves con tus propios ojos? -sugirió Rick.
La idea le tentó. Roman se preguntó cómo sería Charlotte ahora. Si seguiría tan callada y sincera como en el pasado. Si todavía llevaría suelta su melena azabache que tan tentadora resultaba. Sentía curiosidad por saber si sus ojos verdes seguían siendo tan expresivos, una ventana abierta a su alma para quienquiera que se tomase la molesta de mirar.
Él lo había hecho, y había sido abatido por el esfuerzo.
– ¿Ha cambiado mucho?
– Ve a verla. -Chase se sumó a la sugerencia de Rick-. Puedes considerarlo tu primera oportunidad de elegir a posibles candidatas.
Como si a Charlotte fuera a interesarle. Lo había dejado con facilidad después de su única cita y había seguido su camino, al parecer sin pizca de remordimiento. Roman nunca se había creído la proclamación de desinterés por parte de ella, y no pensaba que esa impresión fuera fruto de su ego. La chispa entre ellos podría haber incendiado todo el pueblo, y la química era tan caliente que amenazaba con explotar. Pero la atracción sexual no era lo único que habían compartido.
Habían conectado a un nivel más profundo, él incluso había compartido con ella sus sueños y esperanzas de futuro, algo que nunca había hecho con anterioridad. Revelar esa parte de su alma lo había dejado expuesto, y ahora, gracias a la sabiduría que dan los años y de la que carecía en su juventud, se daba cuenta de que eso había hecho que su rechazo fuera mucho más doloroso.
– Quizá vaya a verla. -Roman fue ambiguo a propósito. No quería dar a sus hermanos ningún otro indicio sobre su renovado interés por Charlotte Bronson. Sobre todo teniendo en cuenta que necesitaba a otro tipo de mujer, una que aceptara su plan.
Dejó escapar un gemido al recordar cómo había comenzado la conversación. Su madre quería nietos. Y Roman haría todo lo posible por dárselos. Pero eso no significaba que fuera a tener una esposa con la sensación de ahogo y las expectativas que conllevaba un matrimonio típico. Él necesitaba libertad. No era un esposo para todos los días del año. Su futura esposa debería estar más deseosa de tener hijos que de tener marido y saber disfrutar estando sola. Bastaba con que fuera una mujer independiente a la que le encantaran los niños. Porque Roman tenía intención de casarse, dejar embarazada a su mujer, largarse y, en la medida de lo posible, no volver la vista atrás.
El sol se filtraba por el escaparate de cristal esmerilado e inundaba a Charlotte de una calidez increíble. Un entorno perfecto para la escena tropical que estaba montando. Anudó la tira de la espalda de un bikini al maniquí que ocuparía un lugar central en el escaparate y lo giró hacia su ayudante.
Beth Hansen, que además de su ayudante, era la mejor amiga de Charlotte desde la infancia, se rió.
– Ojalá yo hubiera nacido con ese tipillo.
– Ahora lo tienes. -Charlotte echó un vistazo al cuerpo menudo y a los pechos aumentados de Beth.
Yorkshire Falls era un pueblo pequeño, a cuatro horas de distancia de la ciudad de Nueva York, lo bastante lejos como para seguir siendo pequeño pero lo suficientemente cerca como para que valiera la pena viajar a la gran ciudad si había un buen motivo. Al parecer, una operación de aumento de pecho había sido razón suficiente para Beth.
– Tú también podrías. Ni siquiera hace falta tener mucha imaginación. -Beth señaló el maniquí-. Échale un vistazo e imagínate como ella. Para empezar, podrías levantártelo, pero si te lo aumentaras de talla atraerías todavía más el interés masculino.
Charlotte exhaló un suspiro exagerado.
– Teniendo en cuenta el interés que ha suscitado esta tienda, no me hace falta llamar más la atención.
Por lo que a los hombres respectaba, no había tenido una cita desde sus días en Nueva York hacía ya seis meses y, aunque a veces se sentía sola, no estaba preparada para reiniciar la rutina de salir con alguien: las largas comidas con silencios interminables o el beso obligado de buenas noches, cuando invariablemente tenía que sujetar la mano de su acompañante antes de que empezara a manosearla. Aunque si quería completar su vida con marido e hijos además de seguir con su profesión, tendría que volver a entrar en el juego de las citas un día no muy lejano.
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