– ¿Le habrías concedido la oportunidad? -le preguntó Beth contemplándose las uñas, sin mirar a Charlotte.

Charlotte sacudió los hombros, donde se le había acumulado la tensión fruto de esa conversación.

– No lo sé. ¿Se la concederías tú al doctor Implante? -Respiró hondo de inmediato, disgustada consigo misma-. Santo cielo, lo siento, Beth. No sé por qué la tomo contigo. -Charlotte corrió hasta el mostrador y abrazó a Beth para disculparse-. ¿Me perdonas?

– Por supuesto. No tienes una hermana a la que torturar y tu madre está muy débil. ¿Quién más te queda, salvo la pobre de mí? -A pesar de aquellas palabras rudas, cuando Beth se apartó estaba sonriendo-. De hecho, es una pregunta interesante. Le concedería la oportunidad al doctor Implante para agradecerle que me hiciera ver mis propias inseguridades. Luego le tiraría un jarro de agua fría.

– ¿De verdad te sientes mejor? -le preguntó Charlotte.

– ¿Cómo explicarlo? -Beth miró hacia el techo como si buscara la respuesta-. Me siento más consciente -repuso-. Ahora me paso el día pensando y he descubierto que todas mis relaciones pasadas tienen una cosa en común. Todos los hombres con los que he estado querían cambiarme, y se lo permití. Me adaptaba fácilmente a sus deseos. David fue el caso más radical, pero se acabó. Y os agradezco a ti y a Rick que me ayudarais a recuperarme.

– ¿A mí? -preguntó Charlotte, sorprendida-. ¿Qué es lo que he hecho?

– Ya te lo dije el otro día. Me ofreciste este trabajo porque sabías mejor que yo qué me convenía. Ahora yo también lo sé. Y esto no es más que el comienzo.

– Me alegro de haberte ayudado. ¿Qué me dices de Rick?

– Hablar y escuchar. La mayoría de los hombres no hablan. Ven la tele, gruñen, tal vez eructan un par de veces antes de asentir y fingir que prestan atención. Rick ha escuchado con atención todas mis aventuras del pasado y me ha ayudado a llegar a las conclusiones correctas.

– Ha nacido para rescatar a damiselas en apuros. Tal vez debería haber sido loquero y no poli.

– Qué va, el orden público le da sex-appeal-dijo Beth riendo.

– Dime que no te estás enamorando de él.

– De ningún modo, ni en sueños. Estaré sola una buena temporada.

Charlotte asintió y la creyó. Los ojos de Beth no brillaron de ensoñación al hablar de Rick. No parecía derretirse por el agente sexy, no del modo en que Charlotte se derretía cuando pensaba en Roman. Sintió anhelo y excitación ante la idea de volver a verle.

– Tengo que aprender más sobre mí misma -afirmó Beth interrumpiendo los pensamientos de Charlotte justo a tiempo-. Tengo que averiguar qué me gusta y qué no, no qué se espera de mí. De momento sólo necesito a mis amigos.

– Nos tienes a nosotros, querida. -Charlotte le cogió la mano con fuerza y Beth hizo otro tanto. Charlotte confiaba en no ser la siguiente en tener la necesidad de desahogarse.

– ¿Qué piensas hacer ahora que no puedes encerrarte en la oficina y ocuparte del papeleo? ¿Te vas a hacer ganchillo arriba?

Se estremeció ante la posibilidad.

– No, me duelen las manos. Debería espaciar esos trabajos. Primero iré al Gazette y hablaré con Chase sobre el anuncio para las rebajas de Semana Santa. No puedo creer que sólo falten dos semanas y media para las vacaciones.

– ¿Sabes cuál es el mejor momento de las vacaciones?

Charlotte se dio un golpecito en la frente con un dedo.

– Humm, a ver… ¿Los anuncios de las chocolatinas Cadbury? -preguntó mencionando la debilidad de su mejor amiga.

– ¿Cómo lo sabías?

– ¿Es que has olvidado que en vacaciones siempre te envío chocolatinas? Te conozco como si fueras mi hija. -Charlotte recogió el bolso del mostrador, donde lo había dejado antes.

– Este año voy a ponerme las botas. -Beth se lamió los labios pensando en las chocolatinas que se comería.

Charlotte se rió.

– Volveré cuando salga del Gazette. Si no hay trabajo, tal vez me lleve el papeleo y las facturas arriba.

– Sabía que pasaría -dijo Beth con tristeza-. Te pasas un día en casa haciendo ganchillo y te quedas enganchada a los culebrones.

– Mentira.

– ¿Vas a negarme que verás «Hospital General» mientras trabajas?

Charlotte hizo un gesto como si se cerrara los labios con cremallera. Se negaba a confirmarlo o a negarlo. Por supuesto que vería «Hospital General», porque uno de los actores le recordaba a Roman.

Cielos, oh, cielos, estaba peor de lo que se imaginaba.

– Hasta luego. -Se despidió, salió por la puerta y respiró hondo el aire fresco de la calle-. Mucho mejor -dijo en voz alta. Se colgó el bolso del hombro y comenzó a caminar.

Mientras alcanzaba las afueras del pueblo y el parterre final de césped, narcisos y otras flores variadas, vio a Samson limpiando los arriates y lo llamó. No la oyó o fingió no oírla.

– Oh, vaya. -Charlotte se encogió de hombros y prosiguió, contenta de respirar el fresco aire primaveral. Mientras caminaba, volvió a pensar en Roman. Sentía una mezcla de expectativa e inquietud por lo que se habían dicho y el nivel de compromiso que aquellas palabras tenían.

No sólo se preguntaba a qué se refería Roman con lo de llegar a un compromiso, sino si podía confiar en su amor y en el matrimonio que aseguraba desear.


Roman accedió a las oficinas del Gazette usando su llave. Todavía no había demasiada actividad. Lucy no había llegado y, a juzgar por el ambiente, Chase aún no había bajado.

Roman necesitaba un café recién hecho y un aire más fresco que el que había en la oficina, así que dejó abierta la puerta que daba a la calle y se dirigió hacia la cocina para preparar un café bien cargado.

La luz del amanecer lo había sacado de la cama de Charlotte. La había dejado dormida. La había besado en la mejilla y se había ido. El pueblo ya hablaba demasiado sobre Charlotte y su familia. No quería contribuir a los chismorreos saliendo de su apartamento de día. Irse a primera hora de la mañana era arriesgado, pero no había podido resistir la tentación de pasar la noche en su cama, junto a su cuerpo cálido y desnudo. Como lo haría el resto de su vida.

Se estremeció. Tal vez había reconocido algunas verdades -que quería dejar de huir, establecerse y que amaba a Charlotte-, pero mentiría si dijera que no estaba asustado. No lo bastante para cambiar de idea, sólo lo justo para volverlo humano, pensó Roman. Estaba a punto de experimentar un cambio vital y los nervios podían con él.

Todavía no acababa de creerse que hubiera pronunciado aquellas palabras. No es que las palabras fueran difíciles; para un escritor nunca lo son.

Pero Roman siempre pensaba detenidamente en todo antes de expresarse. Nunca había dejado que las emociones se le impusieran al sentido común. Sin embargo, lo que sentía por Charlotte llevaba gestándose más de diez años. Quería casarse con ella y la amaba. No había planeado declararse, pero la espontaneidad era algo positivo. Mantenía las relaciones como nuevas, pensó Roman con ironía.

Sin embargo, la mano le temblaba mientras preparaba el café, contaba las cucharadas y llenaba de agua la máquina. Podría haber elegido otro momento. Se había declarado en público, justo después de que Charlotte había tenido un enfrentamiento emocional con su padre, y antes de que él hubiera tenido la oportunidad de tomar decisiones cruciales para su futuro juntos. A pesar de todo, Roman admitía que Charlotte se lo había tomado mejor de lo que había imaginado.

Sin embargo, ahora, solo en la oficina en la que había pasado tanto tiempo de niño, se percató de que había hecho bien al marcharse de la cama de Charlotte. Necesitaba estar a solas para plantearse cómo equilibrar su vida en esos momentos, y no tenía ni idea de lo que sucedería a partir de entonces. Suponía que ponerse en contacto con el Washington Post para la oferta de trabajo era un buen comienzo. La mera idea de descolgar el teléfono no le infundía la necesidad de salir corriendo. Decidió que era una buena señal.

– Eh, hermanito. Te has levantado temprano. -Chase llegó a la sala principal de la redacción-. ¿Qué haces aquí? ¿A mamá se le han acabado los pastelitos de coco?

Roman se encogió de hombros.

– Ni idea. -No había tenido tiempo de desayunar en casa. Miró a su hermano mayor-. Acabo de darme cuenta de que sólo hemos hablado de mí desde que he vuelto. ¿Qué me dices de ti?

Chase se encogió de hombros.

– Lo mismo de siempre.

– ¿Mujeres nuevas? -Roman no le había visto con nadie desde que había regresado. Chase negó con la cabeza-. ¿Qué haces para no sentirte solo? -le preguntó. No se refería sólo al sexo. Los hermanos nunca hablaban de eso. Chase sabía a qué se refería Roman. Los dos habían experimentado esa maldita soledad fruto de sus decisiones. La clase de soledad de la que Charlotte se había ocupado en su caso.

– Si necesito compañía, tengo amigas en Harrington -repuso Chase-. Yorkshire Falls es tan pequeño que es imposible mantener relaciones sin que se entere todo el mundo. Pero no me falta compañía. Y sigamos hablando de ti.

Roman se rió. Chase era incapaz de mantener una conversación sobre sí mismo.

– ¿Qué dirías si te contase que el Washington Post me ha ofrecido un trabajo de redactor jefe? -le preguntó a su hermano mayor.

Chase recorrió la sala en calcetines -una de las ventajas de vivir en el piso de encima- y se sirvió una taza de café en la zona de la cocina, junto a Roman. Alzó la taza.

– Por cierto, gracias.

Roman se apoyó en la nevera.

– No hay de qué.

– Te diría que no aceptes un trabajo de oficina por lo del a cara o cruz.

Se atusó el pelo.

– No puedo fingir que no ocurrió. -Lo irónico era que Roman se alegraba de haber perdido en el a cara o cruz, de tener que quedarse en Yorkshire Falls, de plantearse el matrimonio. Las circunstancias se habían confabulado para darle una segunda oportunidad con Charlotte, la mujer a la que amaba. La mujer a la que siempre había amado.

– Ese a cara o cruz es el motivo por el que toda mi vida está a punto de cambiar. -Negó con la cabeza. No se había expresado bien. Aquel a cara o cruz le había dado el ímpetu necesario para iniciar una vida nueva. Pero se casaría con Charlotte por amor, no por obligaciones familiares.

– El matrimonio es algo serio, al igual que los hijos. Sé que mamá se muere de ganas de tener nietos, pero debes reconocer que, desde que sale con Eric, se ha calmado un poco.

– Eso es porque él la mantiene demasiado ocupada como para que nos incordie, pero créeme, yo la veo casi todas las mañanas y no ha olvidado que quiere nietos; además, sigue tomando antiácidos. -Aunque en ocasiones a Roman le parecía más activa cuando pensaba que él no la veía, supuso que era posible que fuera fruto de su imaginación-. Así que, si quieres saberlo, nada ha cambiado al respecto. -Sin embargo, lo que Roman sentía respecto a las necesidades de su madre sí había cambiado.

– Insisto en que tendrás que responsabilizarte de la decisión que tomes. -Chase se calló para sorber el café-. Rick y yo lo comprenderemos si no quieres ser el chivo expiatorio en la cruzada de mamá por tener nietos sólo porque perdiste en él a cara o cruz. Todavía estás a tiempo de echarte atrás.

Las palabras de Chase eran las que el propio Roman se había dicho a sí mismo entonces. Pero las cosas habían cambiado desde que Roman había vuelto, exhausto, de Londres.

Hasta hacía poco no se había molestado en analizar los cómos y los porqués de sus actos durante el tiempo que había pasado en casa. Agotado y desorientado, sabía que la familia tenía una necesidad y que le había llegado el momento de satisfacerla. La presencia de Charlotte en el pueblo había cambiado la situación. Se preguntaba cómo explicarle aquel cambio a Chase, el hermano que más valoraba su soledad y soltería.


Charlotte se dirigió hacia el Gazette y vio que la puerta estaba abierta. Llamó con suavidad, pero no respondió nadie. Puesto que el Gazette siempre había sido un lugar distendido en el que podía charlar un rato con Lucy, Ty Turner e incluso Chase, dependiendo de su estado de ánimo y del trabajo pendiente, Charlotte decidió entrar. Esperaba ver a Lucy al teléfono en la recepción, pero se sorprendió al observar que la sala estaba vacía.

Consultó la hora y se dio cuenta de que era más temprano de lo que creía. Sin embargo, oyó voces procedentes de la cocina y Charlotte siguió el rastro de aquellos tonos graves. A medida que se acercaba, el aroma a café era más intenso, y el estómago comenzó a rugir para recordarle que todavía no había comido nada.

Oyó una voz masculina que parecía la de Roman y se le hizo un nudo en el estómago. ¿Siempre sería así?, se preguntó. ¿Puro placer ante la idea de verle? ¿Su voz la seguiría excitando? ¿Sentiría el deseo abrumador de mirar aquellos ojos azules y de que le devolviesen una mirada también cargada de deseo? Si así fuera, esperaba que Roman sintiera lo mismo, porque presentía que aquello iba para largo.