Llegó a la puerta de la cocina. Roman miraba el techo, como si buscara respuestas allí, mientras Chase se bebía el café. Ninguno de los dos se percató de su presencia.

Estaba a punto de carraspear para hablar cuando Chase se le adelantó:

– Insisto en que tendrás que responsabilizarte de la decisión que tomes. -Chase se calló para sorber el café-. Rick y yo lo comprenderemos si no quieres ser el chivo expiatorio en la cruzada de mamá por tener nietos sólo porque perdiste en el a cara o cruz. Todavía estás a tiempo de echarte atrás.

Charlotte no terminaba de creerse lo que acababa de oír e interpretar rápidamente. ¿Raina quería nietos y Roman se los había prometido? ¿Era ése el motivo por el que el autoproclamado trotamundos había comenzado a hablar de matrimonio de repente? ¿Amor y matrimonio? Santo cielo.

El estómago se le encogió de dolor, pero se dijo a sí misma que los fisgones nunca oyen bien las cosas. Sólo había oído parte de la conversación. Sin embargo, no presagiaba nada bueno, al menos no para ella.

La buena educación le indicaba que tenía que anunciar su presencia antes de oír algo que en teoría no debía escuchar, aunque eso no significaba que olvidara lo que acababa de oír.

– ¿Qué cara o cruz? -preguntó.

El sonido de su voz sobresaltó a los dos hermanos. Ambos se volvieron rápidamente y Roman se estremeció como si Charlotte le hubiera disparado.

– ¿Cómo has entrado? -preguntó Chase con su típica brusquedad y falta de tacto.

– He llamado, pero no ha contestado nadie. La puerta estaba abierta, así que aquí estoy. -Dejó el bolso en la encimera de la cocina y pasó junto a Chase para encararse con Roman-. ¿Qué cara o cruz? -preguntó de nuevo de forma harto significativa, sintiendo que la determinación, el fervor… y el miedo se le agolpaban en la garganta.

– Ha llegado el momento de que me excuse -dijo Chase.

– Cobarde -farfulló Roman.

– Creo que él no tiene nada que ver con esto. -Charlotte creía que el corazón se le saldría del pecho mientras Chase vertía el café en el fregadero y salía de la cocina, dejándola a solas con Roman.

Un hombre cuyos secretos temía escuchar.

Capítulo 11

Roman se acercó a Charlotte, la sujetó por el codo y la condujo hasta una mesita de la cocina del Gazette. Fórmica blanca, sillas blancas, mobiliario que Charlotte sabía que en su origen había sido de Raina. Negó con la cabeza ante el extraño modo en que su mente trataba de evitar verdades dolorosas.

– Siéntate -le dijo Roman.

– Presiento que me lo tomaré mejor de pie.

– Y yo preferiría saber que no te será tan fácil darte la vuelta y marcharte. Venga, siéntate.

Charlotte cruzó los brazos y se sentó en la silla. No tenía ganas de jugar ni de andarse con rodeos.

– Por favor, dime que no me pediste que me casara contigo porque tu madre quiere nietos.

Roman la miró de hito en hito con sus fríos ojos azules.

– No te lo pedí por ese motivo.

A Charlotte el corazón le latía a un ritmo desbocado.

– Entonces ¿a qué trato llegaste con tus hermanos?

– Venga ya, ¿no te dije anoche lo muy ridículos que pueden llegar a ser los hermanos? -Le cogió la mano-. Da igual lo que pasara entre nosotros tres.

Roman acababa de confirmarle sus dudas sobre cuán serias serían las revelaciones.

– No da igual, o no evitarías contármelo. -Le bastó observar su expresión seria para darse cuenta de que tenía razón.

– Volví a casa porque mamá fue hospitalizada por los dolores en el pecho, ¿lo recuerdas?

Charlotte asintió.

– Nos contó que los médicos le habían dicho que evitara forzar el corazón. Y tenía un deseo que sabíamos que deberíamos materializar.

Charlotte tragó saliva.

– Un nieto.

– Exacto. Pero puesto que ninguno de nosotros tenía una relación seria con una mujer…

– Ni pensaba casarse jamás -añadió Charlotte.

Roman le dedicó una sonrisa pícara.

– Puesto que ninguno estaba en situación de que eso ocurriera, tuvimos que decidir quién daría el paso.

– Así que echasteis una moneda a cara o cruz para ver quién le daría un nieto a Raina, y te tocó. -Sintió que la bilis le subía a la garganta.

– Sé que suena terrible…

– Ni te imaginas cómo suena -repuso Charlotte con amargura-. ¿Qué sucedió después? ¿Me arrojé en tus brazos y me convertí en la afortunada candidata?

– Si haces memoria, recordarás que me aparté. Me esforcé por mantenerme alejado porque eras la única mujer a la que no podía hacerle algo así. -Se pasó la mano por el pelo, frustrado.

– ¿Qué es lo que no podías hacerme?

– Empeorará para luego mejorar -le advirtió Roman.

– Lo dudo.

– Dije que nunca te mentiría y no empezaré ahora, pero tendrás que oír toda la verdad antes de juzgarme. -Bajó la mirada y siguió hablando sin mirarla-. Creía que encontraría a una mujer que quisiera hijos. Me casaría, la dejaría embarazada y luego me iría al extranjero de nuevo. Supuse que podía cumplir con mis obligaciones económicas y venir a casa cada vez que me fuera posible, pero que mi vida no cambiaría demasiado.

– Como mi padre. -Roman Chandler se parecía más a Russell de lo que Charlotte se había imaginado. Sintió repugnancia, pero antes de que pudiera recobrar el aliento, Roman continuó.

– Sí, y precisamente por eso te descarté de inmediato, por muy intensa que fuera la atracción. No podía hacerte algo así. Incluso entonces te quería demasiado como para causarte dolor. Pero creía que, con cualquier otra mujer, si dejábamos las cosas bien claras, nadie saldría mal parado.

– Cualquier otra mujer -repitió Charlotte a duras penas-. Como si tal cosa. De decir que me quieres pasas a aceptar la idea de acostarte con otra mujer. Como si nada. -Contuvo las lágrimas.

– No. -Roman le apretó la mano con fuerza-. No. Cuando volví a casa estaba hecho un lío. Hasta ahora no había pensado en todo esto. Estaba desorientado, preocupado por mi madre, y en un sola noche acepté cambiar de vida. No pensaba con claridad, lo único que sabía era que no quería hacerte daño. Así que me alejé.

– Qué noble.

Roman se mantuvo en silencio. Sólo el ruidoso tictac del reloj de pared rompía el silencio, pero Charlotte no pensaba ponérselo fácil.

Roman se aclaró la garganta.

– Pero me costaba mantenerme alejado de ti. Cada vez que nos acercábamos, la situación se desbocaba. No sólo a nivel sexual, sino también emocional. Aquí. -Se señaló el pecho-. Y supe que nunca podría estar con otra mujer. -Levantó la cabeza y se encontró con la mirada de Charlotte-. Nunca más.

– No. -Charlotte negó con la cabeza; era tal el dolor que sentía en la garganta y el pecho que le costaba hablar-. No trates de decir las cosas correctas para intentar arreglar lo que no tiene arreglo. No lo tiene. Entonces me elegiste -dijo retomando el hilo de la conversación para impedir que las emociones pudieran más que ella- porque la atracción era intensa. ¿Qué fue del cariño del que hablabas?

– Se convirtió en amor.

Se le formó un nudo en la garganta. Pero aunque quería creerle, también se enfrentaba a la verdad.

– Las palabras perfectas para convencerme de que me case contigo y le dé a tu madre el nieto que quiere.

– Palabras que nunca le había dicho a nadie. Palabras que no diría si no las sintiera. -Y las sentía, pero Roman sabía que Charlotte no le creería. Lo había escuchado; sin embargo, sus conclusiones no se basaban en sus emociones, sino en hechos innegables.

Qué irónico, pensó Roman. Los hechos dictaban su vida de periodista. Ahora quería que Charlotte descartara esos hechos y basase su futura felicidad en algo intangible. Quería que creyera en él, en su palabra, aunque los hechos apuntaran en dirección contraria.

Charlotte apartó la mano y sostuvo la cabeza entre sus manos. Roman esperó y le dio tiempo para que pensara y recobrara la compostura. Cuando alzó la mirada, a Roman no le gustó su expresión fría y tensa.

– Dime una cosa: ¿pensabas dejarme en Yorkshire Falls mientras retomabas tu querido trabajo?

Roman negó con la cabeza.

– No sé qué planeé, salvo que quería a toda costa que funcionase. El Washington Post me ha ofrecido un trabajo que me obligaría a quedarme en Washington. Pensaba que podría probarlo…, que podríamos probarlo -dijo, inspirado por aquella idea repentina-. Juntos podríamos llegar a un acuerdo laboral llevadero. -El corazón le palpitó al darse cuenta de lo mucho que lo deseaba.

El cambio de vida ya no le asustaba, ahora temía perder a Charlotte para siempre. La idea le produjo un sudor frío.

Los ojos verdes y tristes de Charlotte se encontraron con los suyos.

– Un acuerdo laboral llevadero -repitió-. ¿En nombre del amor o en nombre del a cara o cruz perdido?

Roman entrecerró los ojos, dolido a pesar de todo.

– No tendrías ni que preguntarlo.

– Bueno, perdóname, pero te lo pregunto. -Se reclinó y cruzó las manos en el regazo.

Roman se inclinó hacia adelante y percibió la fragancia de Charlotte. Estaba enfadado con ella por no confiar en él, aunque no había hecho nada para ganarse su confianza. También estaba furioso consigo mismo e increíblemente excitado.

– Sólo lo diré una vez. -Ya lo había pensado bien mientras hablaba con Chase-. El a cara o cruz me condujo hasta ti. Fue el catalizador de todo lo que ha ocurrido desde entonces. Pero el único motivo por el que estoy aquí contigo ahora es el amor.

Charlotte parpadeó. Una lágrima solitaria se le deslizó por la mejilla. Llevado por un impulso, Roman la atrapó con la yema del dedo y saboreó el agua salada. Había saboreado su dolor. Ahora quería que desapareciese. Charlotte se estaba ablandando. Roman lo notaba y contuvo el aliento mientras esperaba que ella hablara.

– ¿Cómo lo sabré? -preguntó Charlotte pillándole desprevenido-. ¿Cómo sabré que estás conmigo porque así lo quieres y no porque les prometiste a tus hermanos que serías el que le daría un nieto a tu madre? -Negó con la cabeza-. Todo el pueblo sabe que la lealtad es el pilar de la familia Chandler. Chase es el ejemplo perfecto, y tú sigues sus pasos.

– Me enorgullezco de mi hermano mayor. No creo que sea un error seguir sus pasos, sobre todo si me llevan en la dirección correcta. -No tenía nada más que añadir, ya le había asegurado que sólo lo diría una vez. Nada de lo que dijera la haría cambiar de idea a no ser que quisiera creerle.

– Arriésgate, Charlotte. Arriésgate conmigo. -Le tendió la mano. Su futuro se extendía ante él… ¿estaría lleno o tan vacío como la palma de su mano en aquel momento?

Se le encogió el estómago de miedo al ver que Charlotte apretaba los puños. Ni siquiera se había acercado un poco.

– No…, no puedo. Quieres que confíe en ti cuando sé de sobra que los Chandler sois solteros empedernidos. Ninguno de vosotros quiere comprometerse. Tuvisteis que jugároslo a cara o cruz para decidir quién renunciaría a su vida por el bien de la familia. -Se levantó-. Ni siquiera puedo decir que yo sea tu premio, sino un castigo que conlleva perder todo lo que apreciabas.

Charlotte había erigido muros que Roman no creía posible poder franquear. Al menos no de momento. Se puso de pie y le tomó la mano por última vez.

– No soy tu padre.

– Para mí no hay tanta diferencia.

Y ése era el problema, pensó Roman. Charlotte era incapaz de ver más allá de los problemas de su familia. Resultaba obvio que tenía miedo, miedo a repetir la vida de su madre. Condenados Annie y Russell, pero no podía echarles toda la culpa. Charlotte era una mujer adulta, capaz de ver la verdad y tomar sus propias decisiones.

Se moría de ganas de abrazarla, pero dudaba que fuera conveniente.

– Nunca he creído que fueras cobarde.

Charlotte entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.

– Tú también me has decepcionado. -Giró sobre los talones, salió corriendo de la cocina y lo dejó solo.

– Maldita sea. -Roman se dirigió a la habitación contigua y le propinó una patada al primer cubo de la basura que vio. El cubo de metal rebotó estrepitosamente en el suelo y chocó contra la pared con un ruido sordo.

– Supongo que las cosas no han ido bien. -Chase se topó con Roman al pie de la escalera que conducía a la oficina de la planta de arriba.

– Eso es un eufemismo -gruñó-. No tendrían que haber salido así.

Chase cerró la puerta.

– Así no nos molestarán los rezagados. A ver, ¿quién ha dicho que la vida sería fácil? Has tenido suerte durante una temporada, pero se ha acabado la buena vida, hermanito. Esta vez tendrás que trabajártelo. -Se volvió y se apoyó en el marco de la puerta-. Si eso es lo que quieres.

Roman tenía ganas de largarse de aquel pueblo y alejarse del dolor y las contrariedades. Del corazón debilitado de su madre y del corazón roto de Charlotte. Por desgracia, no tenía adónde huir. Las emociones que había removido le perseguirían fuera a donde fuese. Ese viaje de vuelta le había enseñado que Yorkshire Falls no era un lugar cualquiera, sino su hogar, con todo el equipaje que ello conllevaba. El equipaje del que había estado huyendo toda la vida.