– ¿Samson? -La sorpresa dio paso al asombro. Corrió por el camino de arenisca azulada-. Sal de los arbustos ahora mismo. -Tiró de la camisa verde que se confundía con el follaje-. ¿Qué estás haciendo?
Samson se levantó.
– No deberías estar aquí.
– Tú tampoco. ¿Qué pasa? -Se fijó en su mano derecha enguantada, que parecía sujetar unas bragas. Las bragas de encaje que ella vendía, se corrigió mentalmente. Vaya sorpresa más extraña…-. Dámelas. -Tendió la mano.
– No es asunto tuyo -le gruñó.
– Si vistieras ropa del sexo contrario y no fuera un robo, no sería asunto mío, pero puesto que las has robado, te aseguro que sí es asunto mío. Y pienso averiguar por qué, pero primero vuelve a la casa y deja las bragas donde estaban.
– No. -Cruzó los brazos como un niño enfurruñado.
– Los Carlton volverán del partido en cualquier momento, así que las devolverás ahora mismo y luego hablaremos. -Miró hacia la puerta de la entrada, y supuso que los Carlton no la habrían cerrado con llave.
El maldito pueblo seguía viviendo en una época en la que todos confiaban en todos. Incluso después de los robos de las bragas nadie se lo tomaba lo bastante en serio como para cerrar las puertas con llave. En el caso de George y Rose, seguramente creían que Mick hacía de vigilante, pero Charlotte no terminaba de imaginarse qué le haría ese sabueso viejo y artrítico a un intruso.
Hablando del perro…
– ¿Dónde está Mick? -preguntó Charlotte con cautela.
– Comiéndose un bistec. -Charlotte dejó escapar un suspiro. Los ojos de Samson se oscurecieron-. ¿A qué viene eso? No creerás que le haría daño, ¿no?
Charlotte negó con la cabeza. No lo creía, y no sólo porque nadie había sufrido daño alguno durante el transcurso de los otros robos, sino porque confiaba en el viejo gruñón y creía que ese extraño vuelco de los acontecimientos tendría una explicación comprensible. Eso esperaba.
Antes de que pudiera sopesar cuáles eran los motivos de Samson, el sabueso en cuestión salió corriendo de su caseta y comenzó a aullar y a dar vueltas alrededor de Sam. Charlotte suspiró.
– No te queda más bistec en los bolsillos, ¿no?
Sam negó con la cabeza.
– No se suponía que fuera a hacerme falta. Si no me hubieras detenido, me habría marchado hace rato.
Charlotte puso los ojos en blanco y se inclinó para alzar al pesado perro entre sus brazos. No quería que decidiera atacar a Samson mientras estuviera dentro, aunque tampoco podía decirse que Mick tuviera fama de arisco. Esa característica era más propia de Samson.
Mick no sólo pesaba mucho, sino que además le babeó el brazo.
– Ya le tengo, y ahora deja las bragas dentro de la casa antes de que me hernie -siseó-. Yo montaré guardia.
Samson la fulminó con la mirada, pero afortunadamente se volvió, subió la escalera y entró en la casa. En ese momento, Charlotte se dio cuenta de que, al llevar las manos enguantadas, Samson no dejaría huellas. Gruñó y cambió de postura. Las patas delanteras de Mick le tocaron el hombro, y su cuerpo cálido y regordete se acurrucó contra el de Charlotte.
– ¿Bailamos? -le preguntó.
Él le lamió la mejilla a modo de respuesta.
– Oh, amigo. Bueno, al menos tú sabes cómo besar a una dama. -Comenzó a dar vueltas por el seto frontal hasta que cayó en la cuenta de que parecería una trastornada mental, tras lo cual se ocultó detrás de un árbol. Si alguna vez le preguntaban al respecto, diría que se trataba de un amor repentino por los perros y se compraría una mascota. Lo que fuera con tal de encubrir aquella situación.
Por suerte, Samson salió antes de que los Carlton regresasen y se viera obligada a explicarles por qué sostenía en brazos a su perro de dos toneladas. Dejó a Mick en el suelo y el animal entró en la casa corriendo. Había olvidado a Charlotte de inmediato.
– Típico de los hombres -farfulló.
Sin mediar palabra, cogió a Samson por el brazo y lo arrastró por el patio y la calle hasta una distancia prudente antes de sonsacarle la verdad.
– Cuéntame, y no me vengas con rollos tipo «no es asunto tuyo»: ¿por qué robas las bragas? Las bragas que yo he hecho -le preguntó.
– ¿Es que un hombre no tiene intimidad?
– A no ser que quieras que vaya a ver a Rick Chandler ahora mismo, más te vale que me lo expliques. -Continuaron caminando hacia el pueblo, pero Samson se mantuvo en silencio. Frustrada, Charlotte se paró en seco y le tiró de la manga-. Samson, si me lo pones difícil esto no acabará bien. Te procesarán y seguramente te encarcelarán una temporada o te enviarán al psiquiatra, y entonces…
– Lo hice por ti.
Ésa era la respuesta que menos se esperaba.
– No lo entiendo.
– Siempre me has gustado. -Bajó la mirada y le dio una patada al suelo con las playeras desgastadas-. Siempre eras muy amable. Las demás me evitaban, pero tú siempre me saludabas, como tu madre. Cuando regresaste no habías cambiado. Siempre tenías tiempo para un desconocido.
– Entonces ¿robaste las bragas porque…?
– Quería que la tienda funcionase para que te quedaras en el pueblo.
Por extraño que pareciera, aquellas palabras le emocionaron. Samson la apreciaba, aunque fuera de un modo peculiar.
– ¿Qué te hizo pensar que robar bragas ayudaría a la tienda?
– Al principio creí que serviría para darte a conocer.
– Creo que los anuncios que he puesto han hecho precisamente eso.
– No a gran escala. Planeé sólo un par de robos, y cuando me enteré de que el menor de los Chandler había regresado, recordé las bragas que robó en su travesura juvenil. -Samson se dio un palmadita en la cabeza-. Memoria de película.
– Querrás decir memoria fotográfica -corrigió Charlotte.
– Quiero decir que no olvido nada. Y cuando me di cuenta de que los demás también lo recordaban y vi que había cola en tu tienda, supe que había obrado bien. Además, con el joven Chandler en el pueblo tenía una buena tapadera.
A Charlotte le asombraban los razonamientos de Samson.
– ¿No te preocupaba que culparan a Roman de tu…, esto…, delito?
Hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
– No creía que el agente Rick detuviese a su hermano sin pruebas, y puesto que Roman no era culpable, entonces no podían encontrar pruebas. -Volvió a agitar las manos enguantadas, obviamente satisfecho de sí mismo.
Sin embargo, Charlotte no lo estaba.
– ¡Deberías avergonzarte! Me da igual que el robo fuera menor o que tus intenciones fueran buenas, no deberías haber hecho algo ilegal. Y menos por mí.
– Eso es lo que yo llamo gratitud -farfulló en tono hosco.
Charlotte lo miró con cautela.
– Roman lleva una semana fuera. ¿Te importaría decirme a qué viene el robo de esta noche?
Negó con la cabeza y suspiró de forma exagerada, como si diera a entender que Charlotte era corta y él lo sabía.
– Le había metido en problemas y tenía que echarle un cable, ¿no?
– ¿Te has arriesgado por ayudar a Roman? -¿Acaso no iban a acabarse las sorpresas?
– ¿Has escuchado lo que te he dicho? -preguntó, enfadado-. Lo he hecho por ti. Porque me sonríes y nadie más lo hace, menos tu madre cuando viene al pueblo. Porque me pagas los recados con dinero y no con caridad. ¿Cómo crees que sabía quién compraba las malditas bragas? Las enviaba yo, ¿no? Además, la señora Chandler también es buena conmigo.
– ¿Raina?
Samson asintió, mirando de nuevo hacia el suelo.
– Una señora muy guapa. Me recuerda a alguien con quien solía…, da igual, no importa. Pero las dos os preocupáis por Roman. Por cierto, qué nombre tan raro, ¿no?
– Tan raro como el tuyo. Venga, no te vayas por las ramas.
– Maldita sea, mira que sois impacientes las mujeres. -Suspiró-. ¿No es obvio? Ahora que Roman no está en el pueblo, otro robo de bragas demostraría su inocencia.
Charlotte parpadeó.
– Muy admirable por tu parte. Creo. -Charlotte no sabía qué pensar de todo aquello, aunque ahora tenía más sentido. Entendía cómo era posible que el ladrón supiera en qué casas debía entrar… Samson repartía sus pedidos y siempre andaba por el pueblo, escuchando sin llamar la atención-. Dime que has acabado, que no robarás más.
– Claro que no. Se ha complicado mucho, sobre todo con entrometidas como tú fisgoneando por ahí. Bien, si has acabado con el interrogatorio, tengo cosas que hacer en casa.
Charlotte no le preguntó qué. Como Samson le había dicho, su vida no era asunto suyo.
– He terminado. Pero quiero que sepas -¿cómo agradecerle que robase bragas para ayudarla?-… que agradezco la motivación de tus actos. -Asintió. Eso era.
– Entonces podrías devolverme el favor.
Esas palabras le recordaron a las de Fred Aames.
– No pienso hacerte unas bragas -repuso Charlotte. Se refería a que no se las haría a la novia que dudaba que tuviera, pero prefirió no corregirse.
– Claro que no, no soy mariquita. Además, me quedan seis bragas y no sé qué hacer con ellas.
Charlotte respiró hondo.
– Te sugiero que las quemes -dijo con los clientes apretados.
– Sigo queriendo un favor.
¿Es que pensaba extorsionarla? Suponía que quería que le prometiese que no le contaría a nadie lo de sus correrías nocturnas para robar bragas.
– No te entregaré a la policía -dijo adivinándole el pensamiento, aunque no podía dejar a Rick con un delito sin resolver y no tenía ni idea de qué le contaría.
Samson agitó la mano, como si no le importara lo más mínimo.
– Sabes que la gente no se fija en mí a no ser que corran en sentido contrario o me ignoren. Puedo pasarme el día entero junto a alguien mientras hablan de sexo porque creen que soy idiota y no me entero.
Charlotte le tendió la mano para ofrecerle consuelo, pero Samson frunció el ceño y ella apartó la mano de inmediato.
– Pero también oigo otras cosas. El otro día oí a tus padres. Están sufriendo.
Charlotte tensó los hombros.
– Eso sí que no es asunto tuyo -repuso devolviéndole la pelota.
– Cierto, pero como siempre le das una oportunidad a un viejo que apenas conoces… creo que deberías hacer lo mismo con los tuyos. -Se dispuso a cruzar la calle, en sentido contrario al pueblo, hacia la casucha destartalada en la que vivía. De repente, giró sobre sus talones-. Algunos no tenemos familiares ni parientes. -Se volvió y continuó el solitario camino a casa.
– ¿Sam? -le gritó Charlotte, pero él no se dio la vuelta-. Tienes amigos -dijo en voz alta.
Samson siguió caminando hacia su casa como si no hubiera oído nada, pero Charlotte sabía que la había oído.
Samson la dejó sola, emocionada y confundida por sus actos. Ya sabía que tendría que lidiar con Russell, aunque no esperaba ese momento con ansia. En esos instantes le preocupaba Samson. ¿Qué demonios le contaría a Rick?
Se le ocurrieron varias expresiones terribles, «obstrucción a la justicia» y «cómplice del delito» entre otras. Pero no podía entregar a Samson, y su papel montando guardia esa noche no tenía nada que ver. Sus delitos eran de poca monta y los robos se habían acabado. Le había creído cuando se lo había dicho. Debía al cuerpo de policía una explicación que les permitiera cerrar el caso, pero quería proteger a Samson.
Charlotte se mordió el labio inferior. El sol se había puesto y había anochecido a su alrededor. El aire nocturno helaba, por lo que comenzó a caminar con brío hacia casa sin dejar de preguntarse qué hacer.
Ojalá Roman estuviera en el pueblo para aconsejarle. Pensó en ello de repente, de forma espontánea. Roman, el periodista, el defensor de la verdad. Sin embargo, si estuviera en el pueblo le confiaría el secreto porque sabía que él tampoco permitiría que Samson saliese mal parado. El corazón empezó a palpitarle.
¿Cómo podría confiarle un secreto tan importante y no creer las palabras que le había dicho? «Te quiero.» «Nunca se lo había dicho a nadie.» «No quiero perderte.» Recordaba su expresión afligida mientras le contaba la verdad, cuando podría haber mentido o disimulado para que no la supiera y así asegurar el matrimonio, los hijos y la promesa familiar.
No le había mentido. Le había explicado lo del a cara o cruz sabiendo que se arriesgaba a perderla al hacerlo.
¿Qué estaba dispuesta a arriesgar Charlotte a cambio?
El sol matutino se colaba por el escaparate frontal mientras Charlotte repasaba la lista de cosas pendientes.
– Acuérdate de colocar un plato con huevos de chocolate la semana que viene -le dijo a Beth al llegar al sexto punto de la lista-. Pero colócalo al lado de la caja, porque no quiero que la mercancía se manche de chocolate. -Mordisqueó el tapón del bolígrafo-. ¿Qué te parece si alquilamos un disfraz de conejo de Pascua del sitio ese de Harrington para la Semana Santa? A lo mejor podemos compartir el gasto entre todos los propietarios de tiendas de la calle.
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