– Y yo siempre lo supe. -Annie habló por primera vez y luego le secó una lágrima a Charlotte de la mejilla.
Charlotte se levantó, se acercó a la ventana y se agarró al alféizar para mirar hacia fuera.
– ¿Sabes que soñaba con que nos llevarías a California contigo? Tenía una maleta preparada debajo de la cama por si acaso. No sé cuántos años me aferré a esa fantasía. Al final acabé dándome cuenta de que ser actor era más importante para ti que nosotras. -Se encogió de hombros-. Sin embargo, no puedo decir que lo aceptara.
– Me alegro. A lo mejor en algún lugar aquí dentro… -Señaló su corazón-. A lo mejor te diste cuenta de que no era verdad que me importara más mi carrera que vosotras.
– Entonces ¿por qué no me cuentas qué pasaba en realidad?
Russell deseó que la explicación fuera tan concisa y sencilla como ella parecía creer. Pero había sentimientos de por medio. Los de él, los de Annie…, no era fácil. Durante todo aquel tiempo, Russell había pensado que alimentando la necesidad de Annie de tener una familia y la de una hija de estar con su madre las ayudaba a las dos. Pero al ver que su hija lo observaba con aquellos ojos enormes y acusadores, se dio cuenta del craso error que había cometido.
Respiró hondo sabiendo que las palabras que iba a pronunciar a continuación iban a hacerle tanto o más daño que sus largas ausencias.
– Cada vez que volvía, incluida ésta, le pedía a tu madre que viniera a California conmigo.
Charlotte dio un paso atrás, titubeando por la información que acababa de recibir. Había construido toda su vida basándose en la asunción de que su padre no las quería lo suficiente como para llevárselas con él. Annie había fomentado esa idea. No había dicho ni una sola vez que Russell le hubiera pedido que fueran con él.
Charlotte empezó a temblar por la negativa a aceptarlo.
– No, no. Mamá habría ido a California. No habría decidido quedarse aquí sola, añorándote. Permitiendo que la gente hablara de nosotros. Permitiendo que los demás niños se burlaran de mí por no tener un padre que me quisiera. -Miró a su madre en espera de confirmación.
Porque enterarse ahora de lo contrario significaría que había pasado muchos años sin padre innecesariamente. Aunque no estuviera en el pueblo, si hubiera sabido que la quería, que la amaba, sus pilares emocionales habrían sido más sólidos.
Seguro que su madre habría sabido una cosa así.
– ¿Mamá? -Charlotte odiaba la vocecilla infantil que le salió, y se enderezó. Asumiría lo que viniera a continuación.
Por increíble que pareciera, Annie asintió.
– Es…, es verdad. No podía dejar el pueblo y todo lo que me resultaba familiar. Y no podía soportar separarme de ti, así que nos quedamos aquí.
– Pero ¿por qué no me dijiste por lo menos que papá nos quería? Sabías que a ti te quería. Tenías ese conocimiento que te dejaba dormir tranquila por las noches. ¿Por qué no quisiste lo mismo para mí?
– Quería lo mejor para ti. Pero me avergüenza reconocer que hice sólo lo que a mí me convenía. Por cómo reaccionabas cuando tu padre se marchaba y por cómo investigabas en los libros sobre Hollywood, temía perderte si te enterabas. Siempre te pareciste más a tu padre que a mí. -Se sorbió la nariz y se secó los ojos con el dorso de la mano-. Pensé que te marcharías con él y me dejarías. Sola.
Charlotte parpadeó. Se sentía abotargada y se dejó caer en el sofá.
– Te he culpado todos estos años. -Miró a su padre de hito en hito.
– Yo permitía que lo hicieras, cariño.
Era verdad. Si bien su madre había permitido que su hija sufriera, su padre había perpetuado la mentira de que las había abandonado a ambas.
– ¿Por qué?
El dejó escapar un gemido.
– Al comienzo fue por amor y respeto a los deseos de tu madre. Tenía tanto miedo de perderte que no pude evitar pensar que te necesitaba más que yo. ¿Y cómo se explica todo eso a una niña?
– ¿Y después?
– Te convertiste en una adolescente resentida. -Ahuecó la mano en la nuca, negó con la cabeza y empezó a masajearse la zona.
– Cuando viajaba a casa ni siquiera querías mantener una conversación civilizada conmigo sobre el tiempo. Luego fuiste a la universidad, te trasladaste a Nueva York y ya tuviste edad suficiente para planificar tus viajes a casa de forma que me evitaras.
Era cierto, reconoció Charlotte con una tristeza y un sentimiento de culpabilidad repentinos e inesperados. Quizá todos tuvieran su parte de culpa, pensó.
– Supongo que no me esforcé lo suficiente.
Charlotte exhaló con fuerza.
– Y yo no me esforcé lo más mínimo. -No era fácil reconocer tal cosa.
– Es culpa mía pero hay una explicación. No es que quiera quitarme las culpas de encima pero… -Con manos temblorosas, Annie extrajo un pequeño frasco de medicinas-. El doctor Fallon dice que parece que soy un caso de depresión grave.
¿Acaso Charlotte no se había dirigido al médico por intuir esa posibilidad?
Annie contuvo las lágrimas.
– Quizá tendría que haber empezado a medicarme antes, pero no era consciente de que necesitara ayuda. Tu padre dijo…, dijo que el doctor Fallon había hablado contigo y que pensabas que podía haber algún problema. No lo sabía. Pensaba que era normal sentirse así. Pensaba que era normal. Quiero decir que siempre me he sentido así. -Se le quebró la voz pero continuó hablando- Y no podía soportar perderte. Sabía que te causaba dolor debido a mí… enfermedad y lo siento. -Annie abrazó a Charlotte con fuerza-. No sabes cuánto lo siento.
Su madre olía a madre, cálida, suave y reconfortante. Pero Annie siempre había tenido un componente infantil. Charlotte se dio cuenta de lo frágil que siempre había parecido. Hasta el trabajo de bibliotecaria era perfecto para ella por el silencio y las voces bajas del entorno.
– No estoy enfadada contigo, mamá. -Todo aquello la había pillado desprevenida y la confundía. El nudo que tenía en la garganta era tan grande que le dolía y no sabía cómo encajar la verdad.
Si volvía la vista atrás, había muchas más cosas que tenían sentido, pero hasta hacía poco Charlotte no había advertido que existía un problema más grave. Seguía teniendo el presentimiento de que se trataba de algo más arraigado que una depresión leve, algo más parecido a una enfermedad mental. ¿Por qué si no una persona iba a tener las persianas bajadas y las ventanas cerradas y preferir la soledad a la compañía de otros, incluido el marido que amaba?
¿Por qué ninguno de ellos había captado las señales antes? Charlotte pensó entristecida que quizá estaban todos demasiado ensimismados.
– Creo que deberíamos dejarte a solas para que pienses en todo esto -dijo Russell al ver el silencio de Charlotte. Tomó a su madre de la mano-. ¿Annie?
Ella asintió.
– Voy -dijo, antes de mirar a Charlotte-. Y repito que lo siento.
Ambos se encaminaron a la puerta y Charlotte los dejó marchar.
Esperaba y rezaba porque la verdad le aportara comprensión y paz. Pero necesitaba pasar algún tiempo a solas para entender lo que le habían dicho y decidir cómo se sentía. Cómo se sentiría cuando dejara de sentirse abotargada.
Al cabo de unas horas, Charlotte se acostó, pero dejó las persianas subidas para poder observar la oscuridad del cielo nocturno. Estaba demasiado nerviosa para dormir, y pensó que tal vez contar estrellas la ayudaría a relajarse. Por desgracia, las ideas se agolpaban en su mente a toda velocidad. Eso sí que era haber vivido engañada, se dijo. El padre que pensaba que no la quería resultaba que sí lo hacía.
Sin embargo, durante toda su vida Charlotte había modelado su comportamiento y su trato con los hombres -hombres como Russell y viajeros como Roman Chandler- influida por la mentira sobre el abandono que habían perpetuado sus padres. Pero Russell Bronson no era quien Charlotte creía que era. Era egoísta y tenía defectos, pero quería a su madre. Charlotte tenía que concederle algún mérito por ello. Aunque podía haber hecho más para ayudar a Annie y a su hija, no podía sacrificar su vida entera por amor.
Charlotte ni siquiera le pediría una cosa así a Roman. Ya no. Pedirle que se quedara en Yorkshire Falls era tan egoísta como lo que había hecho Russell. Roman se merecía algo mejor de ella.
Todo aquello resultaba muy irónico. Roman no era el hombre que ella había necesitado que fuera. Charlotte había necesitado que Roman fuera el trotamundos sin sentimientos, el soltero que coleccionaba conquistas sin preocuparse de nadie aparte de sí mismo. Había necesitado que Roman fuera todo aquello porque eso le daba una excusa para mantenerlo alejado desde un punto de vista emocional. Para evitar que le hiciera daño igual que creía que le había sucedido a su madre.
Ahora lo necesitaba y punto.
Se acurrucó todavía más en la cama, se tapó con las mantas y bostezó. Charlotte pensó que el amor tenía la capacidad de desmontar todas las redes de seguridad. Y al día siguiente daría su salto de fe sin garantías de adónde iría a parar.
En algún momento, Charlotte debió de quedarse dormida, porque el sol que entraba por la ventana la despertó al amanecer. Había dormido bien por primera vez en un montón de tiempo y abrió los ojos al notar una subida de adrenalina que no esperaba. Se duchó, se tomó un yogur de melocotón y decidió que era una hora adecuada para llamar a Rick.
Él contestó después del primer ring.
– Rick Chandler a su servicio.
– Veo que estás de buenas -dijo Charlotte.
– Sí, bueno, es lo que pasa cuando uno sale a correr. ¿Qué ocurre, Charlotte? ¿Todo va bien?
– Sí -afirmó ella, pensando en su decisión de seguir a Roman-, y no -farfulló, sabiendo que todavía tenía que contarle a Rick lo de Samson y hacerle prometer que protegería y no entregaría al inofensivo hombre-. Tengo que hablar contigo.
– Ya sabes que siempre tengo tiempo para ti. Pero estoy saliendo por la puerta. Tengo que asistir a varias reuniones en Albany y no volveré hasta más tarde.
Charlotte se llevó una gran decepción. Ahora que ya había tomado una determinación, estaba preparada para actuar.
– ¿Qué te parece si me paso cuando vuelva a casa? -sugirió él-. A eso de las siete.
Sujetó el auricular entre la oreja y el hombro y lavó la cuchara mientras repasaba las actividades de la jornada.
– Es la noche de los patrocinadores. Se supone que hoy tengo que hacer el lanzamiento inaugural del partido de los Rockets. -Por mucho que quisiera dejar de lado todo lo que tenía que hacer ese día y reunirse con Roman lo antes posible, no podía, ni quería, dejar plantados a los niños.
No podía darle la información a Rick en público y tendría que esperar hasta la noche.
– ¿Por qué no vienes a mi casa después del partido? -sugirió ella.
– Me parece buena idea. ¿Seguro que estás bien?
Charlotte puso los ojos en blanco.
– ¿Quieres hacer el favor de no preguntármelo más? Empiezas a parecerte al hermano mayor que nunca he tenido.
– Bueno, vale, lo prometí.
– ¿Qué es lo que prometiste? -Empezó a notar un cosquilleo en el estómago-. ¿Y a quién?
Se hizo el silencio en la línea telefónica.
– Venga ya, Rick. ¿Qué querías decir?
Rick carraspeó.
– Nada. Sólo que tengo la misión de asegurarme de que estás bien.
¿Su misión como policía o su misión como hermano?, se preguntó Charlotte. ¿Acaso Roman le había hecho prometer a Rick algo antes de marcharse?
– Bueno, pues estoy bien. -Aunque le picaba la curiosidad, Charlotte aceptó la respuesta vaga de Rick. Era consciente de que no iba a conseguir que uno de los hermanos Chandler delatara a otro.
– Hasta la noche.
– De acuerdo. Conduce con cuidado. -Charlotte colgó el teléfono y suspiró con fuerza. Tenía por delante toda una jornada de trabajo y siete turnos para batear, después de eso descubriría adónde había ido Roman. Charlotte disponía de doce horas para hacer acopio de valor y viajar hasta donde fuera. Dejar Yorkshire Falls y presentarse en la puerta de casa de Roman sin haber sido invitada, sin saber cómo la recibiría.
El día fue más largo de lo que Charlotte había previsto puesto que cada hora le parecía una eternidad. Oír a Beth hablando todo el rato de Thomas Scalia le producía sentimientos encontrados, felicidad por su amiga y envidia porque ella estaba sola y se enfrentaba a un futuro incierto.
Pero el día pasó y Charlotte por fin hizo el lanzamiento inaugural mientras sus padres la observaban desde las gradas. Juntos. Charlotte negó con la cabeza asombrada. No es que se hiciera muchas ilusiones. Russell regresaría a California a comienzos de la semana siguiente. Solo en aquella ocasión, pero quizá no durante mucho tiempo.
Annie había aceptado seguir una terapia. En Harrington había una clínica de salud mental fabulosa y su madre había decidido, alentada por su padre, ver al psiquiatra que el doctor Fallon le había recomendado. Mientras tanto, su padre había decidido atar algunos cabos sueltos en Los Ángeles y pasar algún tiempo en casa, por lo menos el tiempo suficiente para que Annie empezara la terapia y viera si era capaz de plantearse la posibilidad de trasladarse a la Costa Oeste.
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