¿Se acabarían las sorpresas en algún momento?, caviló Charlotte, más feliz y esperanzada con la vida que nunca. Como si lo supieran, los Rockets de Charlotte volvieron a ganar el partido, a pesar de que el lanzador estrella no jugara por tener la muñeca rota y hubiera otros jugadores lesionados. Aunque todavía estaban al comienzo de la temporada, habían decidido que Charlotte era su talismán de la suerte, e incluso le habían entregado un medallón honorario en forma de nave espacial para que se lo colgara con una cadena al cuello como agradecimiento por su patrocinio y por no faltar a ninguna de sus citas. El gesto la emocionó y se alegró de no haber dejado plantados a los chicos en favor de su vida privada.
– ¿Qué vida privada? -se preguntó en voz alta cuando por fin regresó a su apartamento por la noche.
Parecía haberle salido el tiro por la culata. Incluso su madre tenía vida privada mientras que en esos momentos Charlotte era quien no la tenía. Pero en cuanto viera a Rick y consiguiera información sobre Roman, se pondría en camino, no sabía hacia qué, pero por lo menos daría pasos hacia adelante.
Charlotte dejó las llaves en la mesa de la cocina, se acercó al contestador automático que parpadeaba y pulsó el botón «play».
– Hola, Charlotte, soy yo, Rick. Me he entretenido en Albany y luego en cuanto he llegado al pueblo me han llamado por un caso. Tenemos que hablar, así que espérame.
Como si tuviera algún otro sitio adónde ir. Como no estaba cansada y se sentía sobreexcitada después del partido, se dirigió a la cocina y rebuscó en la nevera el helado de dulce de leche que guardaba en el fondo. Cuchara en mano, decidió esperar en el dormitorio. Desde que había malgastado el dinero comprando un pequeño televisor en color de trece pulgadas para su habitación, había descubierto que disfrutaba más repantigada en el dormitorio que sola en la salita del pequeño apartamento. Con un poco de suerte, encontraría algo en la tele para matar el tiempo hasta que llegara Rick.
Se acercó a su habitación mientras iba tomando cucharadas de helado. La luz tenue que salía por la puerta la pilló desprevenida. No recordaba haberse dejado la luz de la mesita de noche encendida al irse a trabajar por la mañana. Se encogió de hombros antes de entrar en su santuario privado al tiempo que se lamía el dulce de leche de los labios.
– Podría ayudarte a hacer eso si estuvieras dispuesta a hablar conmigo.
Charlotte se paró en seco. El corazón le dejó de latir durante unos segundos antes de continuar, más irregular y rápido que antes.
– ¿Roman? -Pregunta estúpida. Por supuesto que aquella voz profunda y grave era de Roman.
Y era Roman, eróticamente tumbado con un chándal gris, una camiseta azul marino y los pies descalzos encima de su colcha blanca de volantes y almohadones varios. Sólo un hombre de su estatura y complexión podía presentar un aspecto incluso más viril rodeado de volantes femeninos y lazos. Sólo una mujer enamorada podía querer arrojar toda precaución por la ventana y lanzarse a sus brazos.
Charlotte exhaló una bocanada de aire presa de la frustración. Le había echado de menos y se alegraba sobremanera de verle pero todavía tenían asuntos que zanjar. Y hasta que no hablaran de esos problemas y llegaran a un acuerdo que les satisficiera a ambos, quedarían muchas incertidumbres entre los dos. Aunque en esos momentos a Charlotte le parecía posible poder vivir exclusivamente del amor y el aire que él respiraba, sabía que no podía dejarse engañar por esa sensación.
Por lo menos eso era lo que esperaba. Porque su decisión de esperar se estaba desmoronando rápidamente.
Roman se obligó a mantenerse tranquilo y relajado. Algo difícil de conseguir estando entre los almohadones de la mullida cama de Charlotte y rodeado de su femenina fragancia, que tanto había echado de menos durante su ausencia. Y todavía más difícil de conseguir mientras ella lo miraba fijamente con una mezcla de anhelo y cautela en sus preciosos ojos verdes.
Había llegado al pueblo, y como todo el mundo estaba cenando o mirando el partido de béisbol infantil, nadie lo había visto, lo cual era positivo, dado que contaba con el factor sorpresa.
Como quería estar a solas con ella y cuanto antes mejor, había planeado abordarla y marcharse corriendo, a su casa o al apartamento de ella, daba igual. Tenía mucho que compartir sobre su viaje a Washington D. C. y un futuro en el que esperaba que ella estuviera incluida.
Pero por muy ansioso que estuviera por salvar la distancia física que los separaba, no quería precipitarse. Antes tenía que ganarse su confianza.
– ¿Me has echado de menos? -preguntó él.
– ¿Me has echado de menos? -repuso ella.
Roman sonrió. Bueno, por lo menos Charlotte no había perdido el arrojo, y, además, tampoco esperaba que ella se lanzara a sus brazos.
– Por supuesto que te he echado de menos.
En vez de encontrar a Charlotte en casa o en la tienda, la había descubierto en el campo, haciendo el lanzamiento de honor. Luego su padre la había abrazado. Su padre. Al ver la enorme capacidad de perdón de su corazón, Roman se había vuelto a enamorar de ella.
La había visto sonriéndole a Russell, y Roman en seguida se dio cuenta de que había hecho las paces con esa parte de su vida. Esperaba que eso la ayudara a hacer las paces con él.
Roman dio una palmada sobre la cama, a su lado.
– Ven conmigo.
– ¿Cómo has entrado? -le preguntó ella, sin embargo.
– Por la escalera de incendios. Sabía que volverías a dejarte la ventana abierta en mi ausencia para cuidar de ti. -Y era verdad. Así pues, Roman había entrado por la escalera de incendios y se había acomodado en la cama a esperarla-. Necesitas un guarda, Charlotte. -Recordó que ella le había dicho eso el día de su primer reencuentro en el pasillo de Norman's. Nunca había imaginado que acabaría en esa coyuntura, en la que su corazón y su futuro dependían de las decisiones de aquella hermosa mujer.
– ¿Vas a solicitar el trabajo? -preguntó ella.
Roman se encogió de hombros en un intento por no dejar traslucir sus emociones. No todavía.
– Pensaba que ya lo había hecho.
– ¿Porque elegiste cara cuando Chase escogió cruz? -preguntó Charlotte con un exceso de despreocupación.
El dardo que le acababa de lanzar le dolió, porque significaba que ella todavía se sentía herida por culpa de él.
– De hecho, Chase no participó.
Charlotte arqueó una ceja.
– A ver si lo adivino. Porque él ya se sacrificó una vez.
– Ya dijo Rick que eras lista.
Charlotte puso los ojos en blanco.
– Y lo eres. ¿Tan lista como para ir a buscarme? -le preguntó señalando la maleta abierta que había en la habitación y que le había estado insinuando esa posibilidad desde que había entrado. El mero hecho de que tuviera las agallas suficientes para hacer el viaje le transmitían lo que ya sabía. Era más hija de su padre de lo que ella imaginaba, y él se dio cuenta entonces de que eso no era negativo. Tenía el presentimiento de que Charlotte también lo sabía.
Era la media naranja de Roman. Y para un hombre que nunca se había planteado tal cosa, reconocerlo era un paso de gigante, y quería compartirlo con ella.
– Venga, Charlotte. ¿Es posible que te haya ahorrado un viaje? -Oyó el tono esperanzado de su propia voz pero le daba igual. Si para recuperarla tenía que entregarle el corazón en bandeja y dejar que lo pisotease, lo haría.
– Maldito seas, Roman. -Cogió un cojín hecho a ganchillo de la cómoda y se lo lanzó con fuerza a la cabeza-. Ser tan creído no te beneficia.
– Pero a ti sí, espero. Perdóname, Charlotte.
Charlotte tragó saliva y se puso a dar golpecitos con el pie en el suelo, haciéndole esperar.
– Eres un arrogante -farfulló mientras reprimía una sonrisa imposible de disimular, por más enfadada que estuviera, por mucho que lo intentara.
– Es una de mis cualidades más encantadoras. Ahora deja de andarte con rodeos y acaba con mi sufrimiento.
Eso le llegó al corazón y Charlotte arqueó una ceja asombrada. Obviamente le sorprendía que él hubiera sufrido. Aquello lo dejó aturdido. ¿Cómo era posible que no supiera que sin ella le faltaba algo?
– Dime adónde pensabas ir.
Charlotte negó con la cabeza.
– Oh, no. Tú primero. ¿Adónde te fuiste y, mejor aún, por qué has vuelto?
– Siéntate a mi lado y te lo digo.
– Me invitas a que me siente en mi propia cama, tú que te has autoinvitado. ¿No es el mundo al revés?
Roman miró a su alrededor y fijó la vista en un gran espejo oval que había al otro extremo de la habitación. El vidrio le proporcionaba una visión perfecta de él tumbado en la cama. Se encogió de hombros.
– Ni mucho menos, por lo que veo.
Con un quejido, Charlotte caminó con paso majestuoso por la habitación y se sentó a su lado con una tarrina de helado deshecho como única barrera física.
– Habla.
– Sólo si prometes darme de comer más tarde.
– Roman…
– No estoy yéndome por las ramas. Hablo en serio. Hace horas que no como. Tomé el avión y vine a verte directamente. -Con un pequeño rodeo para ir al partido de béisbol, del que hablarían en cuanto ella le abriera su corazón sobre la nueva relación con su padre-. Así que si te gusta lo que oyes, tienes que prometerme que me darás de comer.
– Antes de que me dé cuenta, me estarás pidiendo que te dé de comer con la mano.
– Con la boca me conformaría -bromeó él.
Charlotte frunció los labios en una sonrisa vacilante.
Por lo menos seguía surtiendo efecto en ella, pensó.
– He estado en Washington D. C.
– Me basta -murmuró, y dejó la tarrina en la mesita de noche-. Prometo darte de comer.
– Bien. ¿Te acuerdas de que te hablé de una oferta de trabajo en Washington D. C? -Su siguiente pensamiento quedó interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta de Charlotte, seguidos por el timbre.
Charlotte se puso en pie de un salto.
– Es Rick. Le pedí que viniera para que me contara… -Se calló antes de terminar.
– ¿Te contara qué, Charlotte? -Pero ya lo sabía. Lo que se había imaginado. Lo había estado buscando.
– Nada de lo que debas preocuparte. -Se sonrojó, pero antes de responder, Rick volvió a aporrear la puerta-. También tengo que ver a Rick por otro asunto. Te parecerá interesante, te lo prometo.
¿Más interesante que ellos? Roman lo dudaba.
– De acuerdo, deja entrar al pesado ese.
Roman se levantó de la cama y siguió a Charlotte a la salita, donde saludó a su hermano con una mirada furiosa.
– No sabía que había vuelto. -Rick señaló a Roman-. Bienvenido a casa… oh, mierda.
– No es el saludo que esperaba.
– Ninguno de los dos se va a creer esto. -Rick negó con la cabeza-. Joder, es que no me lo creo ni yo.
– Bueno, antes de que nos cuentes nada, yo tengo algo que decirte -declaró Charlotte.
Roman meneó la cabeza.
– Los dos me estáis picando la curiosidad.
Rick suspiró con fuerza.
– Bueno, las damas primero.
– Vale. -Charlotte se retorció las manos en un gesto tan poco propio de ella que Roman se preocupó.
– No -dijo, cambiando de parecer-. Tú primero.
Rick se encogió de hombros.
– Llegué al pueblo pensando en venir aquí directamente pero habíamos recibido unas llamadas en la comisaría. Varias, de hecho. Parece ser que el ladrón de bragas ha vuelto a actuar.
– ¿Qué? -exclamaron Roman y Charlotte al unísono.
– Al revés, de hecho. Ha devuelto las bragas.
Roman se echó a reír.
– Debes de estar de broma.
– No. Ha dejado todas y cada una de las bragas o en el interior de la casa o en el porche delantero. Aunque nunca consideramos a Roman sospechoso oficial, pensaba decirle a Charlotte que las mujeres del pueblo tendrían que desechar la idea de que el ladrón era él. -Rick se pasó la mano por el pelo.
– ¿Por qué? ¿Le habéis pillado? -preguntó Charlotte con cautela.
– No, maldita sea.
¿Roman se lo estaba imaginando o Charlotte acababa de exhalar un enorme suspiro de alivio?
– Pero dado que Roman no estaba en el pueblo, tendrían que dejar de lado sus fantasías con respecto a mi hermanito -continuó Rick.
– ¿Qué pasa? ¿Estabas celoso de que no te enseñaran las bragas a ti? -Roman sonrió.
– Tiene gracia. -Rick negó con la cabeza-. Pero acabo de caer en la cuenta de que ahora que has vuelto al pueblo parece ser que tendrás que vivir con ese estigma. -Se rió de la idea.
Para asombro de Roman, Charlotte se colocó a su lado y le entrelazó la mano con la suya, cálida y suave. Se quedó junto a él mientras miraba a Rick y decía:
– No, no tendrá que vivir con ese estigma.
– Sabes algo de esto, ¿verdad? -inquirió Roman.
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