– Todas las mujeres necesitan más atención masculina. Te sube la moral, y ¿qué tiene eso de malo?

Charlotte frunció el cejo.

– Yo preferiría un hombre que estuviera…

– Más interesado en tu cabeza que en tu cara y tu cuerpo -recitó Beth como un loro con los brazos en jarra.

Charlotte asintió.

– Eso es. Y yo a cambio le ofrecería a él el mismo respeto. -Se rió-. ¿Empiezo a sonar como un disco rayado?

– Un poco sí.

– Dime una cosa: ¿por qué a los hombres que me atraen sólo les interesa el envoltorio y no están preparados para una relación larga? -preguntó Charlotte.

– ¿Porque has salido con los hombres equivocados? O quizá sea porque no les das una oportunidad. Además, está comprobado que ellos se fijan primero en el envoltorio. Un tipo listo, el adecuado, te conocerá, y entonces podrás deslumbrarlo con tu cerebro privilegiado.

– Los hombres que se fijan primero en el aspecto son demasiado superficiales.

– Ya estás otra vez adelantando conclusiones. Y perdona, pero no estoy de acuerdo. -Beth apoyó las manos en las caderas y miró a Charlotte con el cejo fruncido-. El envoltorio es lo que causa la primera impresión -insistió.

Charlotte se preguntó por qué Beth aseguraba una cosa cuando ella misma era la prueba viviente de otra. Si Beth creía que a un hombre le atraía en primer lugar el envoltorio y luego conocía a la mujer y la apreciaba por quién y qué era, ¿por qué se había hecho la cirugía estética después de conocer a su prometido? Charlotte quería demasiado a su amiga como para herir sus sentimientos preguntándoselo.

– Mira esta tienda, por ejemplo. -Beth agitó una mano en el aire-. Vendes envoltorio, y con ello has sido responsable de la revitalización de muchas relaciones y matrimonios que estaban encallados.

– Eso no te lo puedo discutir. -Muchas cuentas le habían dicho lo mismo a Charlotte.

Beth rió.

– La mitad de las mujeres de este pueblo se sienten afortunadas gracias a ti.

– Yo no diría tanto.

Su amiga se encogió de hombros.

– Como quieras. La pregunta es: ¿no éstas transmitiendo el mensaje de que el envoltorio es importante?

– Preferiría pensar que transmito el mensaje de que está bien ser una misma.

– Creo que nos referimos a lo mismo, pero dejémoslo por ahora. ¿Te he contado que David ofrece paquetes? Ojos y mentón, elevaciones e implantes.

Charlotte puso los ojos en blanco. En su opinión, Beth era perfecta antes de someterse al bisturí, y Charlotte todavía no comprendía qué le había hecho pensar que necesitaba un cambio. Por supuesto, Beth no decía nada al respecto. Se limitaba a publicitar los servicios de su futuro esposo.

– ¿Te ha dicho alguien que empiezas a parecer un anuncio de tu cirujano plástico?

Beth sonrió.

– Por supuesto. Tengo la intención de casarme con él. ¿Por qué no impulsar su negocio a la vez que nuestra cuenta bancaria conjunta?

El comentario interesado de Beth no concordaba con la mujer cariñosa que Charlotte sabía que era. Otro cambio sutil en Beth que Charlotte había observado desde su regreso. Como ella, Beth había nacido y crecido en Yorkshire Falls, y al igual que había hecho Charlotte antes que ella, Beth pronto se mudaría a Nueva York. Charlotte esperaba que su amiga disfrutara de las luces de neón y de la gran ciudad. Por su parte, recordaba su experiencia en la Gran Manzana con sentimientos encontrados. Al principio le encantaron las calles bulliciosas, el frenesí, el brillo de las luces y la animación existente incluso de noche. Pero en cuanto se acabó la novedad, la embargó una sensación de vacío. Tras vivir en una comunidad tan unida como Yorkshire Falls, la soledad le había resultado abrumadora. Sensación a la que Beth no tendría que enfrentarse, puesto que se trasladaría a Nueva York para estar con su marido.

– Ya sabes que nunca podré sustituirte -dijo Charlotte con añoranza-. Eres la ayudante perfecta.

Cuando Charlotte decidió dejar su puesto de jefa de ventas en una boutique pija de Nueva York y abrir El Desván de Charlotte en el pueblo, le bastó con una llamada de teléfono para convencer a Beth de que dejara su trabajo de recepcionista en una inmobiliaria y fuera a trabajar con ella.

– Yo también te echaré de menos. Este trabajo ha sido el más gratificante de mi vida.

– Eso es porque por fin utilizas tu talento.

– Gracias a ti. Este sitio es increíble.

Charlotte se sonrojó ligeramente. Al principio no estaba convencida de que una boutique chic pudiera tener éxito en su pequeño pueblo natal del norte del estado de Nueva York. Beth fue quien la convenció y apoyó emocionalmente durante la etapa anterior a la apertura. Las dudas de Charlotte habían resultado injustificadas, pues gracias a la televisión, Internet y las revistas, las mujeres de Yorkshire Falls estaban ávidas de moda. La tienda fue todo un éxito, aunque constituyese una especie de rareza entre los comercios antiguos que todavía existían.

– Hablando de talento: no sabes cuánto me alegro de que eligiéramos este color aguamarina en vez de negro. -Beth tocó las tiras bien ceñidas a la espalda del maniquí.

– Es exactamente el mismo color del agua de las islas Fiyi. El mar de Koro y el sur del océano Pacífico. -Charlotte cerró los ojos e imaginó el paisaje que figuraba en los folletos que tenía en el despacho de la trastienda.

No es que tuviera pensado viajar, pero siempre había soñado con lugares lejanos. De jovencita, las fotografías de centros turísticos idílicos alimentaban su esperanza de que su errante padre regresara y compartiera con ella lo que ella percibía como su vida glamurosa. En la actualidad, a veces sentía el impulso de visitar sitios exóticos pero temía que ese deseo la hiciera parecerse demasiado a su padre: egoísta, superficial y egocéntrica, así que se conformaba con las fotos. Como las que tenía en su despacho, en las que se veían aguas resplandecientes, olas con espuma blanca y un sol calentando pieles desnudas.

– Por no decir que el color aguamarina será el complemento perfecto del resto del escaparate para el verano.

La voz de Beth se filtró en los pensamientos de Charlotte y ésta abrió un ojo.

– Eso también. Ahora cállate y déjame volver a mi ensoñación. -Pero el hechizo ya se había roto.

– Cuesta acostumbrarse a ver bañadores cuando apenas estamos saliendo del invierno.

– Desde luego. -Aparte de ropa interior, tanto lujosa como sencilla, Charlotte también vendía prendas modernas y eclécticas: jerséis en invierno, ropa de baño y pareos a juego en verano-. Pero el mundo de la moda sigue su propio ritmo -concluyó.

Igual que ella. El aire frío apenas había empezado a ceder paso a la brisa de marzo, ligeramente cálida, pero Charlotte ya iba vestida de verano, con colores sumamente brillantes y tejidos ligeros. Lo que en un principio era una táctica para atraer clientes había funcionado. Ahora el boca oreja atraía clientela a la tienda, y a ella había acabado gustándole la ropa que llevaba.

– Estaba pensando que podríamos colocar los bañadores en la esquina derecha del escaparate -le sugirió a Beth.

– Me parece buena idea.

Charlotte arrastró el maniquí hacia el escaparate que daba a First Avenue, la calle principal de Yorkshire Falls. Había tenido la suerte de encontrar la ubicación perfecta, ocupada anteriormente por un almacén de ropa. A Charlotte no le preocupaba abrir una tienda de venta al por menor en el mismo sitio, porque su mercancía era de temporada. Le habían mantenido el alquiler anterior durante seis meses antes de aumentárselo, tiempo suficiente para afianzar el negocio, y su éxito le decía que iba por buen camino.

– Oye, estoy muerta de hambre. Voy a comer algo aquí al lado. ¿Te apuntas? -Beth cogió la chaqueta del perchero del fondo y se la puso.

– No, gracias. Creo que me quedaré un rato y daré los últimos toques al escaparate.

Charlotte y Beth habían revisado casi todo el inventario en un día. Era más fácil hacer cosas cuando la tienda estaba cerrada que cuando estaba abierta. A las clientas no sólo les gustaba comprar, sino también charlar.

Beth exhaló un suspiro.

– Como quieras. Pero tu vida social es patética. Incluso yo soy mejor compañía que esos maniquíes.

Charlotte se disponía a reír, pero miró a Beth y en su mirada advirtió algo más que una buena broma.

– Le echas de menos, ¿verdad?

Beth asintió. Su prometido había ido casi todos los fines de semana, quedándose de viernes a domingo antes de regresar a la ciudad para trabajar. Dado que ese fin de semana no había ido, Charlotte imaginó que Beth probablemente no quería comer otra vez sola.

Charlotte tampoco.

– ¿Sabes qué? Ve a conseguir mesa y yo me reuniré contigo dentro de cinco… -Se calló al ver a un hombre al otro lado del escaparate.

El pelo negro le brillaba bajo la luz del sol y llevaba unas gafas de sol muy sexys que impedían que se le viera bien la cara. Una cazadora tejana gastada cubría sus anchos hombros y sus largas piernas estaban enfundadas en vaqueros. A Charlotte le dio un vuelco el corazón y notó una sensación cálida en el estómago cuando le pareció reconocerlo.

Parpadeó convencida de que se había equivocado, pero él ya se había alejado lo suficiente como para perderlo de vista. Negó con la cabeza. Imposible, pensó. Todo el mundo sabía que Roman Chandler estaba en el extranjero a la caza de noticias. Charlotte siempre había respetado sus ideales, el deseo ardiente de sacar a la luz injusticias no denunciadas, aunque no comprendiera su necesidad de permanecer lejos de su hogar.

Sus aspiraciones siempre le habían recordado a las de su padre actor. Igual que su buena presencia y su encanto. Un guiño, una sonrisa y las mujeres caían rendidas a sus pies. Vaya, ella misma había caído, y después de mucho coqueteo y miradas insinuantes, habían tenido su primera cita una noche. Una noche en la que ambos habían conectado a un nivel más profundo. Se enamoró de él con locura, con el amor repentino e intenso de la adolescencia. Y la misma noche en la que Charlotte descubrió que él tenía intenciones de marcharse de Yorkshire Falls en cuanto se le presentara la ocasión.

Años atrás, el padre de Charlotte las había abandonado a ella y a su madre para irse a Hollywood. Después de la confesión de Roman, ella vio inmediatamente la devastación que él podría dejar tras de sí.

Le bastó con pensar en la vida solitaria de su madre para tener las agallas de actuar según sus convicciones. Dejó a Roman esa misma noche, le mintió diciendo que no «pegaba» con ella. Y no se había permitido mirar atrás, por mucho que les hubiese dolido tanto a ella como a él.

Se mira pero no se toca. Normas sensatas para una chica que deseaba mantener su corazón y su alma intactos. Quizá ahora no le apeteciera salir con hombres, pero cuando apareciera el tipo adecuado, sí querría. Hasta entonces, se atendría a sus normas. No tenía ninguna intención de seguir los pasos de su madre, siempre esperando a que el trotamundos regresara esporádicamente, así que no se liaría con un alma inquieta como Roman Chandler. Tampoco es que tuviera que preocuparse por ello. No era probable que estuviera en el pueblo, y, si resultaba que sí estaba allí, se mantendría alejado de ella.

La mano que Beth le puso en el hombro la pilló desprevenida y se sobresaltó.

– Oye, ¿estás bien?

– Sí, es que me he distraído.

Beth se puso la chaqueta y abrió la puerta que daba a la calle.

– Bueno, pues voy a coger mesa y te espero dentro de unos minutos. -Dejó que la puerta se cerrara detrás de ella y Charlotte se volvió hacia el maniquí, decidida a acabar el trabajo y a tranquilizarse antes de ir a cenar.

Era imposible que Roman hubiera vuelto al pueblo, se dijo. Imposible.

estado de salud y su mayor deseo desde hacía años.

Capítulo 2

El sol se ponía en el horizonte cuando Roman entró en el Norman's Garden Restaurant, llamado así en parte por Norman Hanover padre, fundador del local, y en parte por el jardín que había al otro lado de la calle. Ahora Norman hijo era quien regentaba el establecimiento, además de ser el chef. La mañana después del cara o cruz y su primer día entero en Yorkshire Falls, Roman se levantó tarde, estuvo jugando a las cartas con su madre y haciéndole compañía. También se dedicó a ponderar una oferta que le había llegado esa mañana del Washington Post para ocupar un puesto de redactor jefe en la capital.

Roman sabía que cualquier periodista mataría por el cargo. Pero aunque tenía que reconocer que quizá disfrutara de la intriga política y del cambio de ritmo, aposentarse en un lugar nunca había entrado en sus planes. Había viajado lo suyo pero quedaba más por ver, más noticias de las que informar e injusticias que sacar a la luz, aunque, con la corrupción que reinaba en Washington D. C, Roman se imaginó que no se aburriría.