– Puede ser. -Le apretó más la mano. Aunque no necesitaba que cuidara de él, le gustaba su faceta protectora. Sobre todo porque todavía no habían tenido tiempo de aclarar su situación y, de todos modos, ella le defendía.
– Vamos, Charlotte. No puedes ocultarme información -declaró Rick.
– Oh, no sé, Rick. Nunca he dicho que supiera algo. -Alzó la vista hacia Roman con los ojos bien abiertos y suplicantes-. ¿Te ha visto alguien esta noche? ¿Alguien sabe que has vuelto aparte de nosotros?
Roman negó con la cabeza.
– Aunque sea un pueblo pequeño, creo que nadie se ha fijado en mí. -Había sido discreto a propósito, aunque no pensaba que Rick agradeciera que lo dijera.
– Rick, si supiera algo, no te lo diría a no ser que me prometieses dos cosas. Una es no usar nunca la información que te dé y la otra no decirle absolutamente a nadie que Roman ha vuelto esta noche al pueblo.
Su hermano se sonrojó sobremanera.
– No estarás pensando en sobornar a un agente de policía…
Charlotte puso los ojos en blanco.
– Entonces no sé nada. Me alegro de verte, Rick. Buenas noches.
Roman no tenía ni idea de qué estaba pasando, pero le pondría fin de inmediato.
– Esto es ridículo, Charlotte, si sabes algo debes decirlo. Y Rick, prométele lo que te pide.
Rick rompió a reír.
– Sí, vale.
– Samson fue quien cometió los robos, pero si le detienes, le interrogas o arqueas la ceja siquiera cuando pases junto a él, negaré haberte dicho nada. Le pagaré un abogado y te demandaremos por acoso. Sin acritud, por cierto. La verdad es que me caes muy bien, Rick. -Dedicó al hermano pasmado de Roman su sonrisa más dulce.
Esa sonrisa almibarada habría hecho que Roman se tirara a sus pies. Por desgracia, Rick no era Roman y su hermano policía se había quedado lívido. De hecho, empezó a enrojecer.
– ¿Lo sabías y ocultaste la información? ¿Desde cuándo?
– ¿De qué habría servido decirlo? Es un viejo inofensivo que quería cuidar de mí. Soy amable con él y pensó que así aumentaría el interés en mi negocio. Que culparan a Roman no entraba en sus planes.
– Pero sí le benefició. -Roman advertía lo gracioso de la situación, a diferencia de Rick. Su travesura de la época del instituto había beneficiado a Samson.
– Lo que hizo es ilegal -señaló Rick-. ¿O acaso no eres consciente de ello?
Charlotte separó la mano de la de Roman y puso los brazos en jarras.
– Dime quién sufrió algún daño y luego dime quién se beneficiaría de que arrestaran al pobre hombre. Ya se ha acabado. Lo prometo. No volverá a hacerlo.
Roman se inclinó hacia ella y le susurró al oído.
– No deberías hacer promesas que quizá no puedas cumplir. No puedes controlar los actos de Samson. -Igual que él era incapaz de controlar su cuerpo en cuanto inhaló su delicioso aroma y los cabellos largos de pelo alborotado le rozaron la nariz y la mejilla, excitándole.
Había llegado el momento de que su hermano se marchara rápidamente, pensó Roman.
– Tiene razón y lo sabes, Rick. No le harás justicia a nadie procesando a ese hombre.
– No lo volverá a hacer. Por favor… -suplicó Charlotte en voz baja.
– Bueno, vale. Como no tengo testigos, dejaré en paz a Samson, pero si vuelve a ocurrir…
– No volverá a pasar -dijeron Charlotte y Roman al unísono. Roman supuso que harían una visita conjunta al «hombre de los patos» para asegurarse de que entendía la excepción que hacían con él en ese asunto.
– Y dado que Samson se tomó la molestia de devolver las bragas para exonerar a Roman durante su ausencia, esta noche no has visto a Roman en el pueblo, ¿de acuerdo? -dijo con voz decidida-. La primera vez que lo verás desde que se marchó hace una semana será…
– Dentro de veinticuatro horas, cuando llame a tu puerta -decidió Roman-. Hasta entonces, estamos ilocalizables. -Puso una mano en la espalda de Rick y lo empujó hacia la puerta-. Si alguien pregunta, Charlotte tiene gripe.
– No me lo puedo creer -farfulló Rick en cuanto pisó el rellano.
– Eres un buen hombre, Rick Chandler -le dijo Charlotte mientras se iba.
Rick se volvió.
– Hay que ver las cosas que hago por amor -dijo, antes de desaparecer escaleras abajo sin dejar de murmurar.
«Las siguientes veinticuatro horas.» Las palabras resonaban en la mente de Charlotte cuando cerró la puerta detrás de Rick y se volvió para mirar a Roman.
– ¿Puedo preguntar dónde piensas esconderte durante este día?
Veinticuatro horas, volvió a pensar. Mucho, mucho tiempo para que dos personas permanecieran ilocalizables. Solas, juntas. ¿Acaso era todo el tiempo que les quedaba? ¿O Roman tenía otra cosa en mente?
– Tu cama es bastante acogedora. Por supuesto, sería más acogedora si la compartieras conmigo.
El corazón de Charlotte volvió a acelerarse.
– Cuéntame lo de Washington.
Roman le tendió la mano y, para cuando se hubo dado cuenta, la había llevado a la habitación y estaban cómodamente aposentados en su cama de matrimonio. Tan cómodos como les era posible teniendo en cuenta la excitación sexual y la expectación que bullía entre ellos y el colchón mullido que los tentaba.
– En Washington ya hace calor. Es un sitio fabuloso para vivir. Divertido, optimista.
– ¿Estás pensando en trasladarte? ¿Dejar Nueva York para vivir en Washington?
– La oferta laboral era para un puesto de redactor jefe, pero entonces no tendría la libertad para…
– ¿Viajar? -se aventuró a decir ella intuyendo por su tono que había rechazado la oferta del prestigioso periódico.
– Sí. Quiero poder trabajar con un portátil. El trabajo de redactor jefe exige pasar muchas horas sentado a una mesa y tengo que estar disponible para las personas que están a mi cargo.
Charlotte se mordió el interior de una mejilla.
– Soy consciente de que trabajar en Washington no es lo que te va. Estás acostumbrado a viajar por el mundo y a escribir grandes reportajes.
– Me he acostumbrado a ti. -La pilló desprevenida y le acarició la mejilla-. Puedo trabajar perfectamente tras una mesa en Washington si tú tienes un negocio aquí.
Charlotte se quedó confundida, frustrada y esperanzada a la vez. Sobre todo estaba harta de que él hablara dando rodeos en vez de ir al grano. En un gesto que la sorprendió incluso a ella, sujetó a Roman hundiéndole los hombros en la cama y sentándose a horcajadas sobre su cintura.
– Empecemos otra vez y a ver si me lo dices claro. ¿Has aceptado el trabajo sí o no?
Roman la observó con los ojos bien abiertos, claramente divertido y, a juzgar por la erección que notaba entre sus muslos, muy excitado.
– No he aceptado el trabajo de redactor jefe.
Charlotte captó la sutil insinuación.
– ¿Qué trabajo has aceptado?
– El de columnista de opinión. Les impresionó un artículo que escribí aquí, una columna muy realista que les demostró que soy capaz de trabajar en todos los frentes. He dejado mi puesto en la agencia y ahora puedo trabajar desde casa e ir de vez en cuando a Washington. E ir de vacaciones a lugares exóticos cuando nos apetezca.
– Nosotros. -Habría tragado saliva pero se le había quedado la boca seca. Apenas era capaz de articular palabra, pero lo consiguió. Ciertas cosas eran demasiado importantes-. ¿Dónde estará tu casa, Roman?
– Donde estés tú, Charlotte. -La miró fijamente con sus profundos ojos azules.
Charlotte parpadeó, incapaz de creerse que aquel trotamundos hubiera renunciado a revelar noticias de alcance mundial para establecerse entre Washington D. C. y Yorkshire Falls. Con ella. Negó con la cabeza.
– No puedes renunciar a todo lo que te gusta -le dijo.
– No puedo renunciar a ti. Lo he pasado fatal estando a dos horas de distancia de aquí, así que no soy capaz de imaginarme estando más lejos. Me moriría de soledad. -Sonrió.
– No te precipites. -Charlotte le acarició la mejilla y le sostuvo la cara con la palma de la mano-. Yo quiero que seas feliz. No quiero que estés resentido conmigo o que lamentes las decisiones que has tomado.
– Tú lo has dicho, cariño. He tomado decisiones.
Se dio cuenta de que las había tomado incluso antes de recibir la aprobación de Charlotte. Ya había tomado medidas concretas para cambiar de vida. Había dejado su trabajo en la agencia de noticias y aceptado otro. Todo ello sin un compromiso firme de ella sobre su futuro juntos. Había tomado las decisiones que había querido. Y aunque no había mencionado el tema hijos o el lanzamiento de la moneda, Charlotte conocía a Roman lo suficiente como para saber que no había tomado esa determinación por una apuesta o por obligación familiar. Había seguido los dictados de su corazón.
Igual que ella había estado dispuesta a seguir los suyos, pensó, al advertir la maleta abierta. La tontería de la apuesta se había convertido en un tema discutible para ella incluso antes de que él regresara.
– Washington es la mejor solución intermedia que se me ocurre -declaró Roman-. Seguro que te gusta cuando estés allí y, en esas épocas, Beth puede encargarse de la tienda. He encontrado un apartamento, pero si no te gusta podemos buscar otro y comprar o construirnos una casa allí. Y lo mejor es que hay una buena conexión aérea con Albany que nos irá bien a los dos. Si aceptas.
– ¿Y si no? -Tenía que preguntarlo. Tenía que saber que él seguiría adelante con todo aquello de todos modos. Porque si pensaba retomar su trabajo en la agencia si ella lo rechazaba, entonces su relación no tenía futuro. Charlotte contuvo el aliento y esperó.
– Tenemos muchas fases previas para el resto de nuestras vidas. He tomado varias decisiones, Charlotte. Quiero que te incluyan, pero son definitivas de todos modos…
Le interrumpió con un beso apasionado que había tardado demasiado en llegar. Unieron las lenguas y él se apoderó de su boca en toda su profundidad, haciéndole saber que era suya ahora y para siempre. Ella notó las palabras y los pensamientos en cada uno de sus movimientos. Y aunque había empezado como «agresora», en seguida se encontró en la posición contraria, boca arriba, con la ropa en el suelo y dejándose devorar por Roman con un brillo pícaro en los ojos.
– Soy consciente de que tenemos que ultimar algunos detalles.
– Pueden esperar. -Los dos empezaron a jadear.
Roman se quitó la camiseta de cualquier manera mientras ella le bajaba el chándal y le sujetaba el miembro grueso y duro con una mano.
– Dios mío. -Roman pronunció esas palabras con una exhalación brusca-. Espera un momento o explotaré.
Charlotte se echó a reír y lo soltó porque no quería estropear la diversión antes de empezar. ¿Aquélla era la vida que le esperaba?, se preguntó mientras observaba cómo se desnudaba el hombre que amaba. De repente una relación entre dos lugares no le pareció tan mal. No si era con Roman.
De forma igualmente repentina alcanzó a comprender a su madre un poco más. Por qué se había aferrado al hombre que amaba a pesar de la distancia y de su propia incapacidad para irse a vivir con él. Tal vez, a fin de cuentas, ella y Annie no fueran tan distintas, y quizá eso no tuviera nada de malo, pensó Charlotte.
Roman se recolocó encima de ella y luego cogió la tarrina de helado.
– ¿Recuerdas que he dicho que tenía hambre?
Charlotte ladeó la cabeza con un deseo irrefrenable en sus ojos verdes.
– Recuerdo haberte prometido que te daría de comer -repuso ella con cierto tono atrevido.
Roman dejó que el helado derretido goteara sobre la piel de Charlotte. El líquido fresco hizo que le temblara el vientre y notó el ardor de su deseo entre las piernas.
– Ah, sí.
Charlotte dejó escapar un débil gemido.
– Rick tenía razón, ¿sabes? -le dijo a Roman.
– ¿Sobre qué?
Charlotte vio que se derretía al mirarla.
– Te quiero.
– Yo también te quiero. -Y se dispuso a enseñarle cuánto, empezando por el helado que se le había acumulado en el vientre. Lo lamió cálidamente. El contraste del calor con el frío del helado formó una especie de oleaje en su estómago que hizo que le temblaran las piernas y sintiera el deseo que bullía en su interior.
Y cuando él inclinó la cabeza para satisfacer ese deseo, Charlotte pensó que sin duda podía asumir el estilo de vida de Roman. Para el resto de su vida y más allá.
Epílogo
Charlotte yacía desnuda encima de las sábanas blancas. Los rayos del sol se filtraban por las finas cortinas, pero su intimidad no peligraba. La habitación de hotel estaba en la planta decimoquinta y no había más edificios altos alrededor. Mientras Roman la observaba se sorprendió de nuevo de la belleza tanto interior como exterior que poseía, así como de su increíble buena suerte.
¿Cómo era posible que hubiera estado a punto de dejar de lado ese regalo, pensando que no quería una relación duradera? ¿Cómo era posible que se le hubiera pasado por la cabeza que podría vivir separado de ella?
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