Dudaba que se sintiera tan confinado viviendo en la capital de la nación como se sentía en su pueblo natal, y quizá se habría tomado la oferta más en serio de no haber perdido en el a cara o cruz. Ahora que tenía en perspectiva una posible esposa, una que probablemente querría vivir con su marido en Estados Unidos, tenía un buen motivo para no aceptar el trabajo. En esos momentos, marcharse al extranjero sonaba incluso más apetecible que nunca.

Por la tarde, su madre se había quedado dormida frente al televisor y Roman por fin había podido salir de la casa sabiendo que ella estaba descansando y que no tenía que preocuparse de que intentara hacer demasiadas cosas.

Caminó rápidamente por el pueblo hasta que el colorido de un escaparate le llamó la atención e hizo que se detuviera a mirar. Entrecerró los ojos para ver mejor y se encontró con la nariz pegada a todo un despliegue de lencería femenina.

El escaparate estaba repleto de eróticos camisones transparentes, ligas y todo aquello que el sexo opuesto se ponía para atraer a los hombres -y él había visto muchas prendas de ese tipo en su momento-. Los artículos del escaparate eran sensuales y decadentes, con tentadores estampados de animales.

Al parecer, en el pueblo habían cambiado ciertas cosas. Mientras se preguntaba quién habría conseguido derrotar al conservadurismo, recordó la conversación con sus hermanos de la noche anterior. «¿Charlotte Bronson ha vuelto al pueblo?», les había preguntado.

«Ha abierto una tienda en la calle principal… ¿Por qué no te pasas por allí y lo ves con tus propios ojos?» Sus hermanos le habían respondido con vaguedades a propósito, pensó Roman divertido. Se permitió echar otro vistazo a las provocativas medias del escaparate y negó con la cabeza con fuerza. Era imposible que Charlotte fuera la dueña de aquella tienda. La Charlotte que él recordaba era más discreta que extrovertida, más sensual de forma innata que descaradamente sexy. Esa combinación siempre le había intrigado, pero de todos modos, no le parecía que fuera el tipo de persona que abriría una tienda tan tentadora y erótica. ¿O sí?

El sonido de un claxon devolvió a Roman a la realidad y al volverse vio que Chase aparcaba el coche en una plaza libre que había más abajo en la misma calle. Consultó su reloj. Rick ya debía de haber llegado. Tendría tiempo de sobra para inspeccionar la tienda después de reunirse con sus hermanos. Entró en el restaurante y se encaminó hacia el fondo, dejando atrás las mesas que daban a los ventanales delanteros.

Roman encontró a Rick junto a la vieja máquina de discos, en la que sonaba el último éxito reggae del momento, salpicado con ritmos jazzísticos. Echó un vistazo a su alrededor para imbuirse de aquel entorno que tan familiar le resultaba.

– Exceptuando la música, la vida nocturna de Yorkshire Falls es tan emocionante como siempre.

Rick se encogió de hombros.

– ¿Realmente esperabas que cambiaran las cosas?

– Supongo que no. -Observó que incluso la decoración era la misma. Gracias a la obsesión de Norman padre por la observación de las aves, las paredes del local estaban cubiertas de pajareras de madera pintadas a mano y cuadros de distintas especies en su hábitat natural.

El local había sido, y seguía siendo, el punto de encuentro de los casi veinteañeros que querían independizarse de sus padres, de los solteros del pueblo y de las familias que necesitaban comer algo tras un partido de béisbol. Esa noche, la clientela incluía a los hermanos Chandler. Después de vivir en hoteles durante semanas y sin apenas visitar su apartamento de Nueva York, por no hablar de su familia, Roman tenía que reconocer que volver a casa estaba bien.

– Dime que las hamburguesas son tan buenas como las recuerdo y me harás feliz.

Rick se echó a reír.

– Qué fácil es hacerte feliz.

– ¿Qué te haría feliz a ti, Rick? -Su matrimonio hacía años que había acabado en un divorcio demoledor, cuando su mujer lo dejó por otro hombre. Rick había seguido siendo el hermano despreocupado y alegre, pero Roman solía preguntarse cuánto dolor ocultaba en su interior.

Rick cruzó los brazos sobre el pecho.

– Yo ya soy un hombre satisfecho.

Teniendo en cuenta todo lo que había sufrido Rick, Roman confió en que su hermano fuera sincero.

– Hola, guapo, ¿qué te pongo? -preguntó una aguda voz femenina.

Roman se levantó para dar un rápido abrazo a Isabelle, la mujer de Norman y, a sus sesenta años, la camarera preferida de todos. Olía a una singular mezcla de comida casera y la anticuada grasa que Norman utilizaba en la cocina cuando ella no miraba.

– Me alegro de verte, Izzy-dijo dando un paso atrás.

Ella sonrió.

– Tu madre está loca de contenta de que estés en casa.

Roman volvió a sentarse.

– Sí, pero ojalá fuera por otro motivo.

– Tu madre es muy fuerte. Todo irá bien. Norman y yo le hemos enviado suficientes comidas preparadas para toda una semana.

– Eres la mejor.

Ella sonrió.

– Como si no lo supiera. Bueno, ¿qué te pongo? ¿Hamburguesa con queso deluxe?

Roman se echó a reír.

– Tienes una memoria de elefante.

– Sólo con mis clientes preferidos. -Le guiñó un ojo a Roman antes de dirigirse a Rick-. Filete y puré de patata, seguro. ¿Un refresco esta noche, agente?

Rick asintió.

– Estoy de servicio.

– Yo tomaré lo mismo.

– ¿Y qué vas a hacer mientras estés en casa? -preguntó Izzy.

– No tengo planes más allá de hoy. Esta noche veré si Chase necesita mi ayuda mientras estoy aquí.

Izzy se colocó el lápiz detrás de la oreja.

– Los Chandler trabajáis demasiado.

Rick se encogió de hombros.

– Es que nos educaron así, Izzy.

– Lo cual me hace recordar que vayas preparando también una hamburguesa para Chase. Está a punto de llegar -dijo Roman.

– Ya estoy aquí. -Su hermano mayor apareció detrás de Izzy.

– Justo a tiempo. Una con queso, una sola y un filete. Toma asiento y os traeré las bebidas. -Isabelle se dispuso a marcharse.

– Una coca-cola para mí, Izzy. -Chase se quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de la silla antes de sentarse-. Bueno, ¿qué me he perdido?

– Rick me estaba diciendo lo satisfecho que está con su vida -dijo Roman con ironía.

– No me extraña. Te asombraría saber los aprietos en los que se meten las mujeres de este pueblo sólo para tener una excusa y que el agente Rick vaya a socorrerlas -declaró Chase-. Podríamos dedicar una página entera del periódico a las hazañas del policía.

Roman soltó una risita.

– Seguro que eso no te resulta un problema, ¿verdad?

– No más de lo que le resulta a Chase eludir a las mujeres con cestas de picnic que intentan convencerlo para que salga del despacho y ponerlo boca arriba. Encima de la manta de picnic, quiero decir. -Rick se rió y se recostó con expresión satisfecha en la silla de vinilo-. Tantas mujeres y tan poco tiempo.

Roman se rió.

– Pero fuera de Yorkshire Falls hay más variedad. ¿Cómo es que nunca te lo has planteado? -Siempre se preguntaba por qué su hermano mediano se conformaba con patrullar en un pueblo pequeño cuando podría aprovechar más y mejor Su talento en una gran ciudad.

Durante los veranos que Roman había pasado trabajando para Chase se había sentido limitado por las noticias pequeñas y a menudo triviales de las que le tocaba informar, mientras el mundo exterior le llamaba la atención, atrayéndolo hacia mayores y mejores… en aquel momento no sabía exactamente qué. Todavía no estaba seguro de qué era lo que le atraía, pero se preguntaba si su hermano sentiría alguna vez una insatisfacción parecida o la necesidad de marcharse.

– ¿Roman? ¿Roman Chandler? ¿Eres tú?

Por lo visto no iba a obtener la respuesta en un futuro inmediato. Inclino la silla hacia atrás, levanto la mirada y se encontró cara a cara con una de sus viejas amigas del instituto.

– ¿Beth Hansen? -Se puso en pie.

Ella chilló de emoción y le rodeó el cuello con los brazos.

– ¡Eres tú! ¿Cómo estás? ¿Y cómo es que no me había enterado de que estabas aquí?

– Con mi madre fuera de servicio, los cotillos tardan más en llegar. -Él le devolvió el abrazo amistoso y dio un paso atrás para verla mejor.

Su cabello a mechas rubias y peinado de peluquería le llegaba a los hombros y le otorgaba un aspecto más elegante y menos típicamente californiano de lo que recordaba. Y, o era su imaginación o el pecho le había crecido tremendamente desde la última vez que la vio.

– Me he enterado de lo de Raina. ¿Está bien? -preguntó Beth.

Él asintió.

– Se pondrá bien si se toma las cosas con calma y hace caso al médico.

«Y estaría mucho mejor si Roman se casara y fecundara a una mujer lo antes posible.» Dado que el amor y el deseo no tenían nada que ver con el tema, Roman sólo podía pensar en su misión en términos así de cínicos.

Examinó a Beth de nuevo, esta vez como posible candidata. Siempre le había gustado, lo cual ayudaría a cumplir con el objetivo. Habían sido buenos amigos, nada más, pero en el instituto él le había propuesto salir. Se habían visto unas cuantas veces y mantenido relaciones en el asiento trasero del coche de Chase, porque ella estaba dispuesta y él estaba caliente. Pero sobre todo porque necesitaba desesperadamente que le subieran la moral después del rechazo de Charlotte Bronson. Si no «lo hacía» con Charlotte, había decidido que sí iba a «hacerlo» con Beth.

Ahora se daba cuenta de que todo aquello había sido fruto efe su ego masculino. Sin embargo, él y Beth habían seguido juntos hasta la graduación porque era una relación divertida y fácil. Luego, cada cual había seguido su camino. Ninguno de los dos había sufrido y obviamente habían conservado su camaradería.

– Dale recuerdos a Raina de mi parte, ¿vale? -dijo Beth.

– Descuida.

– ¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí esta vez? -Los ojos le brillaban de curiosidad.

Beth no le atraía tanto como Charlotte pero tenía buen corazón. ¿Seguiría interesada?, se preguntó Roman. Y si así era, ¿aceptaría un matrimonio entre amigos pero sin amor? Se inclinó más hacia ella.

– ¿Cuánto tiempo quieres que me quede?

Ella se echó a reír y le dio un suave puñetazo en el hombro.

– No has cambiado nada. Si todo el mundo sabe que no te quedarás aquí más de lo estrictamente necesario.

Chase carraspeó detrás de él, pero fue un sonido que sonaba más a advertencia.

– Felicita a Beth, Roman. Está prometida con un médico de la gran ciudad. Un cirujano plástico.

Roman dedicó una sonrisa de agradecimiento a su hermano por evitarle quedar como un patán haciéndole insinuaciones a Beth.

– Espero que sepa lo afortunado que es. -Roman la tomó de las manos y advirtió por primera vez el pedrusco que llevaba en el dedo-. Vaya, espero que tenga un corazón tan grande como este anillo. Te lo mereces.

Ella lo miró con su sincera mirada.

– Es lo más encantador que me han dicho jamás.

Si eso era lo más encantador que le habían dicho, su prometido tendría que currárselo un poco más, pensó Roman.

– Oye, tengo que ir a sentarme. No quiero perder la mesa. -Le dio un beso cariñoso en la mejilla-. A ver si te dejas ver mientras estás en el pueblo.

– De acuerdo.

Roman se sentó, confiando en que sus hermanos olvidaran que había tanteado a Beth como posible candidata. La observó mientras se marchaba y se sentaba a una mesa bastante alejada antes de volver a mirar a Rick y a Chase.

Los hermanos intercambiaron una mirada sin romper el silencio, hasta que Rick soltó una risa ahogada.

– ¿Esperas que tenga el corazón tan grande como ese anillo?

Roman sonrió.

– ¿Qué otra comparación iba a hacer? -Sin hacer referencia a lo obvio, pensó.

– Por un momento he pensado que ibas a mencionar el tamaño de sus… Da igual. -Rick negó con la cabeza con expresión divertida.

– Sabéis que tengo más clase que eso.

– ¿Crees que valen diez de los grandes? -preguntó Chase-. No es que su prometido le haya cobrado.

– Son… impresionantes -dijo Roman.

– Lo suficientemente impresionantes como para que te hayas planteado dar el paso. -Chase esbozó una media sonrisita.

Y eso que él esperaba que estuvieran más calmados. Pero siempre habían sido bromistas bienintencionados, eso no había cambiado.

– Me lo he planteado durante unos instantes. He pensado en nuestros buenos momentos, no en el tamaño de sus… Bueno, ya os lo imagináis.

Los hermanos asintieron para mostrar su acuerdo.

Izzy les trajo las bebidas y pusieron fin a ese tema de conversación.

– ¿Qué me dices de Alice Magregor? -preguntó Chase en cuanto Izzy ya no podía oírlos-. El otro día se pasó por el periódico con comida casera en una cesta de picnic y una botella de Merlot. Como vio que no me interesaba, preguntó por Rick. Es un indicio claro de que quiere sentar la cabeza.