«Cuando el infierno se hiele», le vino a la cabeza, pero mantuvo la boca cerrada. En parte porque en realidad no lo pensaba y en parte porque él no se merecía un rechazo tan aplastante.

Charlotte se humedeció los labios secos.

– ¿Cuándo vas a dejar de intentarlo?

Él se rió.

– Cuando el infierno se hiele.

Estaba claro que le leía el pensamiento. Se apoyó en la pared a modo de protección, pero de poco le sirvió cuando Román dio otro paso adelante y aprisionó su cuerpo entre la pared y su armazón esbelto, duro y masculino.

Los años se disiparon cuando él le sujetó la cabeza con las manos y acercó los labios a su mandíbula. La calidez de su aliento en contacto con su mejilla y la presión de su cuerpo contra el de ella le produjeron una sensación tan sumamente placentera que le hizo preguntarse por qué se le había resistido durante tanto tiempo. Parpadeó, cerró los ojos y se permitió disfrutar de la erótica sensación que le recorría las venas. «Sólo por un momento», se dijo a sí misma. Nada más.

Él era atractivo e inalcanzable, igual que los destinos exóticos sobre los que se informaba y soñaba pero que nunca visitaría. Porque ella no era como su padre, y su vida estaba allí. La estabilidad y un futuro sólido estaban ligados a aquel pueblo, a sus raíces. Pero el roce de los labios de Román en la suave zona situada entre la mandíbula y la oreja le hacían querer olvidar la seguridad y la rutina. Una oleada de calidez le inundó las venas, sintió que se humedecía y quiso mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer.

– Cena conmigo el viernes. -Su voz gutural reverberó en su oído.

– No puedo… -Él le posó sus labios en el lóbulo de la oreja y sus dientes rozaron el punto exacto. Cálidas flechas de deseo atravesaron otras zonas más íntimas y sensibles y el baño de sensaciones avivó su cuerpo femenino. Charlotte gimió en voz alta e interrumpió la frase sin explicitar la negativa que había iniciado.

Él la iba mordisqueando y dándole deliciosos lametones, a veces fieros y otras suaves y ligeros como una pluma, y más seductores de lo que ella hubiese podido desear en lo más profundo de su interior. Si la intención de él era dominarla, la tenía rendida a sus pies. Posaba sus labios, húmedos y cálidos, en distintos puntos, sin exigencias pero extremadamente seductores. Una vocecita en su interior intentó rebelarse, recordándole que se trataba de Román y que se marcharía en cuanto su madre se recuperara o en cuanto se aburriera del pueblo. De ella.

Tenía que apartarse de él. Entonces Román le acarició la oreja con la lengua y le sopló ligeramente en la piel húmeda. Oh, cómo la excitaba. Dejó escapar un gemido por entre los labios apenas entreabiertos.

– Me tomo eso como un sí -susurró él.

Ella abrió los ojos a la fuerza. ¿Sí a una cita con él?

– No.

– Eso no es lo que me transmite tu cuerpo.

Román no retrocedió, lo cual hizo que ese rechazo le resultara más difícil que todos los del pasado, porque él estaba en lo cierto.

– Mi cuerpo necesita un guarda.

El esbozó una sonrisa encantadora.

– Vaya, no me importaría ocupar ese puesto.

– Sólo mientras estés en el pueblo, por supuesto. -Le dedicó una sonrisa forzada.

– Por supuesto. -Él acabó retrocediendo y por fin le dejó el espacio para respirar que tanto necesitaba-. Deberías saber que soy un hombre al que le gustan los retos, Charlie.

Se puso tensa al oír el apodo que le había puesto su padre. Había elegido el nombre, Charlotte Bronson, en honor de su actor preferido, Charles Bronson.

– Charlotte -le corrigió ella.

– De acuerdo, Charlotte; me atraes. Siempre lo has hecho. Y si yo soy capaz de reconocerlo, tú también puedes.

– ¿Qué más da lo que esté dispuesta a reconocer? En la vida no siempre se tiene lo que uno quiere. -Estaba claro que ella pocas veces lo había conseguido.

– Pero si alguna vez pruebas, a lo mejor consigues lo que necesitas. -Apoyó un hombro en la pared y sonrió.

– Estoy impresionada. Me recuerda a una canción de los Rolling Stones. -Aplaudió para exagerar su reacción.

– Mejor que eso. Yo sé cómo aplicar sus letras a la vida. -Se separó de la pared y se irguió-. Que te quede claro, Charlotte. Tendremos otra cita. -Empezó a caminar por el largo pasillo y se volvió-. Y, teniendo en cuenta tu reacción y la mía, probablemente compartiremos mucho más. -Lo dijo con un tono de certidumbre y promesa.

– Sí, claro, Román. Tendremos esa cita, lo que tú digas.

Él abrió los ojos como platos al oír sus palabras.

– El día en que decidas quedarte en el pueblo. -Y como eso no iba a pasar nunca, pensó Charlotte, su propuesta de cita no se materializaría. Él no suponía ninguna amenaza para ella. «Sí, ya.»

– Cuanto mayor sea tu desafío, más decidido estaré. -Se echó a reír porque era obvio que no creía lo que ella acababa de decirle.

Román no se dio cuenta en absoluto de que ella hablaba muy en serio. Entre ella y el viajero despreocupado no iba a ocurrir nada más, a no ser, claro está, que quisiera acabar sola y abandonada, como su madre.

Pero Román había lanzado el anzuelo verbal. Ahora, lo único que ella tenía que hacer era reunir la tuerza necesaria para resistirse.

Capítulo 3

Para cuando Román salió de Norman's al frío aire del exterior, tenía un trabajo que hacer.

Chase había recibido una llamada urgente de su redactor, Ty Turner, que no podía asistir a la reunión del ayuntamiento porque debía acompañar a su esposa embarazada al hospital. Lo último que a Roman le apetecía era ocuparse de ese encargo, pero quería aligerar de trabajo a su hermano. Así pues, se ofreció voluntario para cubrir la reunión.

De este modo, mientras Rick llamaba a Raina desde una cabina para ver cómo estaba antes de volver al trabajo, y Chase se retiraba para trabajar un poco en la edición de la semana siguiente, Roman se encaminó a la sesión de riñas de esa noche.

Consultó la hora y se dio cuenta de que le sobraban unos minutos. Unos minutos para echar un vistazo a la seductora tienda de al lado y desentrañar de quién era. Había visto a Charlotte y casi se había olvidado de su propio nombre. No había estado en condiciones de preguntarle por su nuevo negocio.

Se centró en el escaparate y se quedó boquiabierto. ¿Aquel maniquí increíblemente real llevaba unas bragas de encaje? ¿En el conservador pueblo de Yorkshire Falls? No daba crédito a sus ojos. Sintió una clara punzada de excitación cuando se dio cuenta de que el maniquí de pelo negro se parecía mucho a Charlotte. De repente pensó que debía de parecer un viejo verde babeando ante la lencería femenina y retrocedió. Cielos, esperaba que nadie le hubiera visto o se moriría de vergüenza.

Román dio otro paso atrás y chocó contra algo duro. Al volverse se encontró con Rick, que le sonreía con los brazos cruzados.

– ¿Has visto algo que te guste?

– Eres la monda -farfulló Roman.

– Me he imaginado que estabas recordando tus años mozos.

Roman entendió claramente a qué se refería Rick. Su hermano mediano no olvidaba las travesuras de Roman en el instituto, cuando su idea de diversión había sido, por ejemplo, hacer una redada de bragas en casa de una amiga donde varias chicas se habían quedado a dormir. No sólo había sido idea de él, sino que se había sentido tan orgulloso que colgó un par de ellas en el retrovisor durante unas veinticuatro horas. Hasta que su madre las encontró, le echó un sermón y le impuso un duro castigo que nunca olvidaría.

Raina Chandler tenía una forma especial de curar los hábitos más incorregibles de sus hijos. Tras un verano lavándose él mismo los calzoncillos y tendiéndolos al sol delante de la casa, Roman nunca volvería a someter a nadie a la misma humillación.

Con un poco de suerte, haría tiempo que el resto del pueblo lo habría olvidado.

– No puedo creer que una tienda como ésta tenga éxito aquí -dijo, cambiando de tema.

– Pues lo tiene. Las jóvenes y las viejas, las delgadas y las más… llenitas, todas compran aquí. Sobre todo las más jóvenes. Mamá hace campaña para que las mujeres mayores también lo hagan y es una de las clientas más fieles.

– ¿Mamá lleva ese tipo de bragas?

Los dos hermanos negaron con la cabeza a la vez, porque ninguno de ellos quería que su imaginación fuera por ese camino.

– ¿Cómo está mamá?

– Es difícil de saber. Cuando he llamado me ha parecido que jadeaba, como si hubiera llegado al teléfono corriendo, lo cual es imposible. Así que voy para allá para comprobarlo con mis propios ojos.

Roman suspiró con fuerza.

– Llevo el móvil. Llámame si me necesitas.

Rick asintió.

– Descuida. -Acto seguido, caminó hasta la esquina, giró a la derecha, dio la vuelta al edificio y regresó casi en seguida.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Roman al darse cuenta de que se trataba de una ronda de reconocimiento. Su hermano estaba inspeccionando la zona y Roman quería saber el motivo.

Rick se encogió de hombros.

– Esta semana ha habido un par de robos en Yorkshire Falls. El instinto de reportero de Roman se despertó.

– ¿Qué han robado?

Roman se dio cuenta de que su hermano esbozaba una sonrisa maliciosa.

– De no ser porque no puedo situarte en la escena del robo, serías mi único sospechoso.

– ¿Bragas? -Roman desvió la mirada de su hermano hacia la exhibición del escaparate y miró de nuevo a su hermano-. ¿Insinúas que algún idiota entró en una casa y robó ropa interior femenina?

Rick asintió.

– Os lo habría contado a ti y a Chase durante la cena pero Norman's estaba demasiado lleno como para hablar en privado. Parece ser que la buena gente de Yorkshire Falls se enfrenta a una ola delictiva.

Rick le contó a Roman todos los detalles de los robos. Resultaba que todas las bragas robadas se habían comprado en la tienda delante de cuyo escaparate se encontraban entonces.

Roman volvió a mirar el escaparate. Las bragas en cuestión parecían una provocación. ¿De quién era la tienda? La Charlotte que había conocido quizá no habría tenido la osadía de abrir esa tienda, pero la que acababa de ver vestida con colores vivos y la que le había planteado ese reto… era una mujer totalmente distinta.

– ¿Vas a decirme de quién es esta tienda? -le preguntó a Rick.

Los ojos de su hermano centellearon y Roman aguzó su instinto, confirmando lo que ya sospechaba. Al ver que Rick guardaba silencio con una expresión de complicidad, Roman hizo lo obvio: dio un paso atrás y alzó la mirada hacia el toldo.

Un saliente color borgoña con unas letras rosa fuerte y letras de trazo grueso informaba: EL DESVÁN DE CHARLOTTE: TESOROS ESCONDIDOS PARA EL CUERPO, EL CORAZÓN Y EL ALMA.

– Joder. -Al parecer se había precipitado al descartar la posibilidad. Charlotte, la Charlotte «de Roman» era en efecto la dueña de aquella tienda sensual y erótica.

No cabía duda de que era una mujer sensual y erótica, tal como le había demostrado en el pasillo de Norman's. Y él también se había demostrado algo a sí mismo. Que era un hombre con un apetito carnal saludable y hacía demasiado tiempo que no lo había saciado.

– ¿No tienes nada más que hacer? -preguntó Rick.

Roman hizo caso omiso de la risa de su hermano, le dio una palmada en la espalda y se encaminó al ayuntamiento.

Al cabo de veinte minutos, Roman se sentía embargado por el aburrimiento más absoluto. Había que ver lo que era capaz de hacer por la familia, pensó, al tiempo que bostezaba mientras esperaba que terminara la parte correspondiente al repaso arquitectónico de la jornada. Aunque apenas era capaz de concentrarse, iba tomando notas. Ahora esperaba, con el boli suspendido sobre la libreta.

– Siguiente. Recurso por desacuerdo con la instalación de una puerta para perros en la entrada principal del 311 de Sullivan Street, en el complejo de Sullivan. Los vecinos se quejan de que dicha puerta destruirá la uniformidad y belleza del complejo…

– Mi sabueso Mick tiene derecho a acceder libremente a la casa. -George Carlton, el peticionario, se puso en pie, pero su mujer, Rose, le dio un tirón para que volviera a sentarse.

– Cállate, George. No es nuestro turno de palabra.

– Continúe -le dio permiso un hombre de la junta.

– Estamos envejeciendo, igual que Mick. Tener que entrar y salir cada vez que tiene que hacer sus necesidades nos está agotando. -La mujer permanecía sentada y juntó las manos sobre la falda.

La gente se moría de hambre en Etiopía y se mataba en Oriente Próximo, pero ahí, en Yorkshire Falls, las preocupaciones caninas estaban a la orden del día. Roman recordó que había empezado a ansiar marcharse del pueblo durante su aprendizaje con Chase, y que esas ansias habían ido aumentando con cada reunión a la que asistía que degeneraba en discusiones banales entre vecinos a los que les sobraba el tiempo.