– ¿Quieres que prepare la cena? -preguntó Sylvia, sonriéndole. Las únicas decisiones que tenían que tomar eran dónde comer y en casa de quién dormir. A Gray le gustaba dormir en el apartamento de Sylvia, y ella lo prefería. El estudio de Gray siempre estaba patas arriba, a pesar de lo cual a Sylvia le gustaba ir allí a ver cómo progresaba su trabajo.

– No -contestó Gray muy convencido. -No quiero que cocines. Quiero que vayamos a celebrarlo. Me has encontrado una galería fantástica, algo que yo no habría hecho. Me habría quedado aquí vagueando.

No era un vago; todo lo contrario, pero sí muy modesto con su obra. Sylvia conocía a muchos pintores como él. Necesitaban a alguien que tomara la iniciativa por ellos y les allanara el camino, y lo había hecho con sumo gusto por Gray, con extraordinarios resultados.

Cenaron en un pequeño restaurante francés en el Upper East Side, con buena comida y buen vino. Fue una auténtica celebración: por ellos, por la nueva galería de Gray, por todo lo que tenían por delante. Y mientras volvían a casa de Sylvia en un taxi hablaron de Charlie y Adam. Gray no había visto a este último desde su vuelta, y ni siquiera lo había llamado. Sabía que Charlie aún río había vuelto, y tampoco lo había llamado. A veces no los llamaba durante bastante tiempo, sobre todo cuando el trabajo lo tenía absorto. Ellos estaban acostumbrados a que desapareciera de la faz de la Tierra y lo llamaban cuando 110 sabían nada de él durante una temporada, Gray describió la clase de amistad que lo unía a ellos y la bondad que le demostraban. Hablaron de por qué Charlie no se había casado y de por qué Adam no volvería a casarse. Sylvia dijo que le daban un poco de lástima. Charlie le parecía un hombre solitario, y la entristeció lo de su hermana y sus padres, pérdidas terribles e irreparables. Al final, el haberlos perdido lo estaba privando de la posibilidad de ser amado por otra persona, lo que multiplicaba exponencialmente la tragedia que había vivido.

– El dice que quiere casarse, pero yo no creo que llegue a hacerlo -dijo Gray en tono reflexivo. Ambos coincidían en que Adam era otra historia. Amargado por el abandono de Rachel, enfadado con su madre, lo único que quería eran niñatas tontas y chicas tan jóvenes que podrían haber sido sus hijas. A Sylvia le parecía una vida vacía. -Es un tipo estupendo, cuando lo conoces -dijo Gray, leal a su amigo.

Pero Sylvia no estaba tan convencida. Se apreciaban fácilmente los méritos y las cualidades de Charlie, pero Adam era la clase de hombre que invariablemente la fastidiaba: inteligente, seguro de sí mismo, con éxito y que consideraba a las mujeres simples objetos sexuales y ornamentales. Jamás se le ocurriría salir con una mujer de su edad. No se lo dijo a Gray, pero despreciaba profundamente a los hombres como Adam. Pensaba que lo que le hacía falta era un terapeuta, una buena patada en el culo y una buena lección. Esperaba que cualquier día se la diera una jovencita inteligente, y pensaba que iba a recibirla muy pronto. Gray no lo veía así. Lo consideraba un gran tipo al que Rachel había destrozado al abandonarlo.

– Eso no justifica utilizar a la gente ni menospreciar a las mujeres -replicó Sylvia.

A ella también le habían destrozado el corazón, en más de una ocasión, pero no le había dado por servirse de los hombres como objetos de usar y tirar. Todo lo contrario. Se había apartado para lamerse las heridas y reflexionar sobre cómo y por qué había ocurrido antes de salir de nuevo al mundo. Pero claro, era una mujer. Las mujeres funcionan de una forma distinta de los hombres y llegan a conclusiones distintas. La mayoría de las mujeres que han sido heridas se apartan del mundo para curarse, mientras que los hombres se lanzan de cabeza a él y descargan su venganza sobre los demás. Estaba segura, como decía Gray, de que Adam era amable con las mujeres con las que salía. El problema era que no las respetaba y jamás entendería lo que Gray y ella compartían. Si por él hubiera sido, no habría ocurrido ni habría apostado por que ocurriese. Lo cual le hizo darse cuenta una vez más del milagro que suponía que Gray y ella se hubieran conocido.

Aquella noche se acurrucó contra él en la cama, sintiéndose segura y afortunada. Y si al final Gray se marchaba, al menos habrían disfrutado de aquel momento mágico. Sabía que sobreviviría, pasara lo que pasase. A Gray también le gustaba eso de ella. Era una superviviente, y él había comprobado durante toda una vida que también lo era. Si sus decepciones les habían servido de algo, era para hacerlos más bondadosos, más sensatos y más pacientes. No tenían el menor deseo de herirse mutuamente ni a nadie. Y pasara o no algo más entre ellos, lo cierto era que además de los sueños, la esperanza, el romance y el sexo, se habían hecho amigos y estaban aprendiendo a amarse.

CAPÍTULO 08

– Ya he vuelto. ¿Estás bien? -Charlie llamó a Gray a su estudio el lunes, y parecía preocupado. -Hace semanas que no sé nada de ti. Te he llamado vanas veces después de volver, pero siempre salta el contestador, a todas horas -se quejó, y Gray cayó en que probablemente estaba con Sylvia, pero no le dijo nada.

Sylvia y él habían pasado un fin de semana muy feliz, y Charlie no tenía ni idea de lo que había ocurrido desde su vuelta a Nueva York. Cayó en la cuenta de que no tenía noticias de Gray desde poco después de su vuelta a casa. Había recibido un par de correos electrónicos mientras estaba en el barco, pero nada más desde entonces. Por lo general, si todo iba bien en su mundo, Gray avisaba, pero en esta ocasión no lo había hecho. -Estoy bien -respondió Gray, muy contento. -Es que he estado trabajando mucho.

No le dijo nada de Sylvia, a pesar de que los dos habían decidido durante el fin de semana que ya era hora de que Gray les contara a sus amigos lo que había entre ellos. Sylvia quería esperar un poco para contárselo a sus hijos. Llevaban viéndose casi un mes, y a los dos les parecía que iba en serio. A Sylvia le preocupaba un poco que Charlie y Adam sintieran celos, incluso rencor. Con una relación seria, Gray sería menos accesible, e intuía que no se lo tomarían bien. Gray le aseguraba que no sería así, pero ella no estaba muy convencida.

Gray le contó a Charlie lo de la nueva galería, y Charlie soltó un silbido.

– ¿Cómo ha sido? No puedo creer que por fin hayas movido el culo para buscar una galería donde vender tus cuadros. Ya iba siendo hora.

Charlie se alegró enormemente.

– Pues sí, eso mismo pensé yo.

No se lo atribuyó a Sylvia, pero pensaba hacerlo en cuanto viera a Charlie. No quería hablar del asunto por teléfono.

– ¿Y si nos vemos para comer un día de estos? No sé nada de ti desde que estuviste en el barco -dijo Charlie. Iba a quedar con Adam aquella misma semana, pero con Gray resultaba más difícil, porque cuando se metía de lleno en su trabajo se aislaba durante semanas enteras. Pero parecía de buen humor, y si había firmado un contrato con una galería importante, las cosas debían de irle bien.

– Estupendo -replicó Gray. -¿Cuándo te viene bien?

Raramente se mostraba tan dispuesto a quedar con alguien. En la mayoría de las ocasiones había que sacarlo a rastras de su guarida para apartarlo del caballete. Charlie no hizo ningún comentario, pensando que Gray estaba eufórico por su nuevo contrato.

Charlie consultó rápidamente su agenda. Tenía una abrumadora cantidad de reuniones de la fundación, muchas de ellas con almuerzo incluido, pero al día siguiente tenía un hueco a la hora de comer.

– ¿Qué te parece mañana?

– A mí me va bien.

– ¿En el Club Náutico? -Era el sitio favorito de Charlie para comer, además de otros clubes de los que era miembro. A Gray le parecía un ambiente muy estirado, y también a Adam, pero le seguían la corriente a Charlie.

– De acuerdo -aceptó Gray, un tanto pensativo.

– Pues allí a la una -dijo Charlie, y cada cual volvió a su trabajo.

Gray le dijo a Sylvia a la mañana siguiente que iba a almorzar con Charlie, y ella lo miró por encima del montón de tortitas que Gray acababa de hacer.

– ¿Y eso es bueno o malo? -preguntó nerviosa.

– Pues claro que es bueno.

Estaba sentado frente a ella, con su plato de tortitas. Le encamaba cocinar para Sylvia. Él era el jefe de cocina para el desayuno, y Sylvia cocinaba por la noche, cuando no salían a cenar fuera. Todo empezaba a aclararse y a seguir una rutina cotidiana. Gray se iba a su estudio, pero ya no dormía allí. Sylvia se iba a la galería y volvían a verse en su casa alrededor de las seis. Gray solía llevar una botella de vino y algo de comer. El fin de semana había comprado langosta, y les recordó los maravillosos momentos que habían pasado en el barco. No se había mudado oficialmente a casa de Sylvia, pero se quedaba allí todas las noches.

– ¿Le vas a contar lo nuestro? -preguntó Sylvia con recelo.

– Pues creo que sí. ¿Te parece bien?

Como sabía que Sylvia era tan independiente, no quería ofenderla.

– Claro que me parece bien -contestó con calma Sylvia. -Lo que no tengo tan claro es que él se lo tome bien. A lo mejor se asusta. Seguramente le caí bien en Portofino, como algo pasajero, pero puede que no le entusiasme la idea de que esto vaya en serio.

Era lo que estaba ocurriendo desde el regreso de Gray, durante las últimas cuatro semanas, y a ellos les iba muy pero que muy bien.

– No digas tonterías. Se alegrará. Siempre ha mostrado interés por las mujeres con las que yo estaba. Sylvia le puso un café, riéndose.

– Sí, claro, porque no representaban ninguna amenaza para él. Seguro que pensaba que acabarían en la cárcel o en cualquier centro de acogida antes de que causaran demasiados problemas entre vosotros dos.

– ¿Qué pasa? ¿Tú quieres causar problemas? -preguntó Gray con curiosidad, casi riéndose.

– Claro que no, pero a lo mejor Charlie lo percibe así. Vosotros tres sois inseparables desde hace diez años.

– Pues sí, y tengo intención de seguir viéndolos. No hay ninguna razón para que no los vea contigo.

– Bueno, a ver qué dice Charlie. Podríamos invitarlo a cenar. La verdad es que ya se me había ocurrido, y también invitar a Adam, si quieres -a pesar de que le caía mucho peor que Charlie. -Lo que pasa es que no me fascina la idea de cenar con mujeres de la edad de mis hijos, o más jóvenes, en el caso de Adam. Pero si a ti te parece buena idea, pues lo hacemos.

Sylvia había adoptado una actitud diplomática.

– ¿Y si invitamos a Charlie solo, en principio? -sugirió Gray. Sabía que a Sylvia no le caía bien Adam, y no quería forzar las cosas, al menos de momento, pero sí le gustaba la idea de incluirla en su pequeño grupo de amigos. Formaban una parte importante de su vida, y Sylvia también.

Ambos sabían que incorporar amigos a su mundo privado a la larga redundaría en beneficio de la relación. No podían estar toda la vida solos, viendo películas en la televisión cogidos de la mano o pasando los fines de semana en la cama, aunque a los dos les encantaba y se divertían. Pero necesitaban más personas en su vida. Añadir amigos a la mezcla suponía un paso más hacia una cierta estabilidad entre ellos. Sylvia siempre tenía la sensación de que existía un manual de normas sobre las relaciones y que los demás conocían su contenido mejor que ella, En primer lugar acostarse juntos, después que él pasara la noche contigo, cada vez con mayor frecuencia. En un momento dado, la pareja necesitaba espacio en el armario y en los cajones. Ellos no habían llegado aún a ese punto, y la ropa de Gray estaba colgada en el lavadero. Sylvia sabía que tendría que hacer algo al respecto un día de estos. Después venía la fase de darle la llave, una vez que una está segura de que no quiere salir con nadie más, con el fin de evitar situaciones incómodas si llega en un momento inoportuno. Ya le había dado una copia de la llave, porque no había nadie más en su vida, y a veces Gray entraba en su casa antes de que ella volviera de la galería. Era absurdo hacerlo esperar a la entrada. No tenía muy claro qué venía después de eso. Comprar cosas de comer: Gray ya lo hacía. Compartir los gastos de los recibos. Contestar al teléfono. Desde luego, aún no habían llegado a esa etapa, por si acaso la llamaban sus hijos, que no sabían de la existencia de Gray. Preguntarle si quería vivir con ella, cambiar de dirección, poner su nombre en el buzón y en el timbre. Los amigos formaban parte de todo eso. Era muy importante que les gustaran las mismas personas, al menos algunas. Y, con el tiempo, también tendrían que gustarle sus hijos. Sylvia quería que los conociera, pero sabía que se sentía un poco incómodo con el asunto, porque ya se lo había dicho. También sabía que eso sería lo más fácil. Sus hijos eran estupendos, y estaba segura de que Gray llegaría a quererlos. Lo único que deseaban Emily y Gilbert era la felicidad de su madre. Sí veían que Gray se portaba bien con ella y que se querían, se tomarían a Gray como uno más de la familia. Sylvia conocía muy bien a sus hijos.