– Nunca funciona así -sentenció Charlie. -Algunas mujeres se cuelgan de ti, te acusan, te hacen reproches, se ponen histéricas, llaman a un abogado. Se empeñan en que has hecho promesas que no has hecho. Te aferran entre sus garras, y sin darte cuenta, piensan que les perteneces.

Charlie parecía realmente aterrorizado por Gray. En el transcurso de los años había visto a muchos hombres en esas circunstancias y no quería que le pasara lo mismo a su amigo. Sabía lo inocente que podía llegar a ser.

– Te aseguro que ni Sylvia ni yo tenemos ese sentimiento de propiedad. Somos demasiado mayores para eso. Y ella está mucho más cuerda de lo que crees. Si se alejó del hombre con el que llevaba casada veinte años sin mirar atrás, no se va a colgar de mi cuello como un albatros ni me va a clavar las garras. Si alguien se marcha, lo más probable es que sea ella quien lo haga primero. -¿Tiene fobia al compromiso? Porque, en ese caso, podría hacerte mucho daño.

– ¿Acaso no me han hecho daño ya? Vamos, Charlie, sé un poco serio. Así es la vida. Nos hacen daño todos los días, incluso cuando personas que apenas conocemos no contestan a nuestras llamadas. Probablemente me han dejado más mujeres que a ningún otro tío de Nueva York, y he sobrevivido. Y si vuelve a pasar, volveré a sobrevivir. Sí, probablemente tiene fobia al compromiso, como yo. Por Dios, si ni siquiera quiero conocer a sus hijos. Tengo pánico a que me hagan daño o a encariñarme demasiado, pero es la primera vez que pienso que algo es tan bueno que merece la pena un poco de dolor, o incluso un gran riesgo. Nadie ha hecho promesas, nadie ha hablado de matrimonio. De momento, lo único que nos planteamos es dónde queremos cenar cada noche. De momento los dos estamos a salvo.

– En cuanto te metes en una relación dejas de estar a salvo -dijo Charlie, frunciendo la frente con preocupación, -Es que no quiero que te hagan daño.

Pero en realidad se le había escapado lo que pensaba sobre las relaciones. No era solo por el defecto imperdonable de las jóvenes con las que salía, sino por el dolor que intentaba evitar desde la muerte de toda su familia. Lo aterrorizaba correr riesgos, mientras que a Gray ya no. Para él suponía un hito muy importante en su vida, y este hecho suponía una terrible amenaza para Charlie, como si hubiera saltado una alarma. Había desertado uno de los miembros del Ejército de los Solteros.

Gray vio en los ojos de Charlie lo que Sylvia temía: no solo desconfianza y rechazo, sino auténtico pánico. Era más lista de lo que Gray pensaba, al menos con la gente, y había calado a Charlie. Quizá también a Adam. Lo que no le gustaba a Gray era que la reacción de Charlie ante la situación con Sylvia lo hacía sentirse no solo desleal hacia él, sino un perfecto imbécil por sentir lo que sentía. Le resultaba muy desagradable, y mientras Charlie firmaba la cuenta le dio la impresión de que su amistad se empañaba. Desde su punto de vista, el almuerzo no había sido precisamente relajado.

– A Sylvia y a mí nos gustaría que vinieras a cenar un día al loft.

Charlie dejó la pluma y se quedó mirándolo.

– ¿Te das cuenta de lo que pareces? -dijo Charlie con mirada sombría, y Gray negó con la cabeza. No estaba seguro de querer saberlo. -Pues un hombre casado, por todos los santos. Y no te olvides de que no estás casado.

– ¿Y eso es lo peor que me podría pasar? -le espetó Gray, Le había decepcionado la reacción de Charlie, terriblemente. No quería que Sylvia tuviera razón, pero la tenía. Toda la razón del mundo. -No sé por qué, pero creo que sería peor un cáncer de colon.

– A veces no hay mucha diferencia -replicó cínicamente Charlie. -Comprometerte hasta ese extremo puede ser muy engañoso. Tienes que renunciar a quien eres y transformarte en alguien que ningún hombre en su sano juicio querría ser.

Lo dijo con absoluta convicción, y Gray lo miró, suspirando, ¿En quiénes se habían convertido durante todos aquellos años? ¿Qué precio habían pagado por la libertad a la que tan desesperadamente se aferraban? Quizá un precio demasiado elevado. Al final, tras toda una vida defendiendo su independencia, iban a acabar todos solos. Y, desde que Gray conocía a Sylvia, había empezado a pensar que aquel objetivo no merecía tanto la pena. Se lo había dicho a Sylvia hacía unos días. Al fin había comprendido que un día, cuando llegara el momento, no quería morir solo. Un día dejarían de rondar a las mujeres chifladas, necesitadas, las debutantes y las jovencitas tontas, incluso desaparecerían. Se quedarían en casa, con otros. El paraíso de la libertad no tenía tan buena pinta como hasta entonces.

– ¿De verdad quieres pasar la vejez conmigo? -le preguntó a Charlie, mirándolo a los ojos. -¿Es eso lo que quieres? ¿O preferirías unas piernas más bonitas que las mías al otro lado de la mesa cuando viajes por esos mundos en el Blue Moon. Porque si no te paras a pensarlo un día de estos, acabarás conmigo. Te quiero mucho, eres mi mejor amigo, pero cuando sea viejo y esté enfermo, cansado y solo, aunque me encantaría ver tu vieja cara al otro lado de la mesa, podría ser que prefiriese arrastrarme hasta la cama con una persona que me cogiera de la mano. Y, a menos que quieras acabar con Adam o conmigo, quizá deberías empezar a pensar en esto.

– ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Qué te da esa mujer? ¿Éxtasis? ¿A qué viene preocuparse ahora por la vejez? Tienes cincuenta años. No tienes que preocuparte de eso hasta dentro de treinta, y sabe Dios qué nos pasará hasta entonces.

– Quizá esa sea la cuestión. Tengo cincuenta años. Tú cuarenta y seis. Quizá vaya siendo hora de que crezcamos. Adam puede seguir como está. Es mucho más joven que nosotros. Yo no sé sí quiero seguir viviendo así. ¿A cuántas mujeres más puedo salvar? ¿Cuántas órdenes de alejamiento más puedo ayudarles a conseguir? ¿Cuántas operaciones de tetas más quiere pagar Adam? ¿Y en cuántas debutantes más quieres tú encontrar defectos? Si no te convienen, al diablo con ellas, pero quizá vaya siendo hora de que encuentres a alguien que sí te convenga.

– Así habla un auténtico traidor -replicó Charlie brindando con lo que le quedaba de vino. Vació la copa y la dejó sobre la mesa. -No sé tú, pero yo encuentro esta conversación de lo más deprimente. Es posible que tú ya notes el tiempo pisándote los talones, cosa que me parece ridícula, si quieres mi opinión. Pero a mí no me pasa lo mismo, y no estoy dispuesto a meterme en una relación de mierda con ninguna mujer por miedo a morir solo. Preferiría matarme esta misma noche. No pienso sentar la cabeza, ni siquiera planteármelo, hasta que encuentre a la persona adecuada.

– Nunca la encontrarás -dijo Gray con tristeza. También a él lo había deprimido la conversación. Esperaba que Charlie compartiera su alegría; por el contrario, estaba actuando como si él hubiera traicionado la causa. Y así era a ojos de Charlie. -¿Por qué dices eso? -le preguntó Charlie, molesto. -Porque no quieres. Y, mientras no quieras, ninguna mujer dará la talla. Tú no lo consentirás. No quieres encontrar a la mujer adecuada. Yo tampoco quería. Y de repente Sylvia entró en mi vida y todo cambió,

– Me parece a mí que lo que ha cambiado es tu cabeza. Quizá deberías tomar antidepresivos y analizar la relación desde otro punto de vista.

– Sylvia es el mejor antidepresivo que conozco. Es un auténtico torbellino, y es una alegría estar con ella.

– En ese caso me alegro por ti y espero que dure, pero hasta que lo averigües no intentes convertirnos a los demás, hasta que sepas si la teoría funciona. Yo no estoy muy convencido.

– Ya te informaré -repuso Gray con calma mientras se levantaban.

Salió del Club Náutico detrás de Charlie, y se quedaron mirándose unos momentos en la acera. Ambos lo habían pasado mal durante la comida, y Gray además estaba decepcionado. Esperaba más de su amigo: apoyo, alegría, entusiasmo, todo menos el cinismo y los ásperos comentarios que habían intercambiado.

– Cuídate -dijo Charlie, dándole una palmadita en el hombro a Gray al tiempo que hacía una señal con la otra mano para parar un taxi. Estaba deseando marcharse. -Ya te llamaré. ¡Ah, y enhorabuena por lo de la galería! -gritó mientras subía al taxi.

Gray se quedó mirándolo en la calle, lo saludó con la mano y se alejó de allí con la cabeza gacha. Había decidido volver a su estudio andando. Necesitaba tomar el aire, y tiempo para pensar. Nunca había visto a Charlie tan cínico y categórico, y sabía que estaba juzgando correctamente la situación de su amigo. Charlie no quería encontrar a «la mujer adecuada», pero hasta entonces no lo había considerado desde ese punto de vista. Ahora lo veía con toda claridad. Y, al contrario de lo que creía Charlie, Sylvia no le había hecho un lavado de cerebro; le había abierto los ojos y había llenado su vida de luz. A su lado había llegado a comprender lo que siempre había deseado pero no se había atrevido a buscar. Sylvia le infundía la valentía necesaria para ser el hombre que siempre había querido ser pero siempre había temido ser. Charlie aún tenía miedo, como desde hacía tiempo, desde la muerte de Ellen y sus padres. A pesar de la terapia a la que se sometía, y Gray sabía hasta qué punto había llegado esa terapia, Charlie seguía aterrorizado, huyendo, y quizá seguiría así para siempre. A Gray le entristecía que eso fuera a ocurrir. Le parecía una verdadera lástima. Conocía a Sylvia desde hacía solo seis semanas, pero ahora que empezaba a conocerla de verdad y a abrirle su corazón, le había cambiado la vida por completo. Lo había herido en lo más vivo que, en lugar de alegrarse, Charlie lo hubiera tachado de traidor. Lo había percibido como un golpe físico, y aquellas palabras aún resonaban en su cabeza cuando sonó el móvil.

– Hola. ¿Qué tal te ha ido? -Era Sylvia, muy animada, desde su despacho. Había llegado a la conclusión de que Gray conocía a Charlie mejor que ella y que probablemente se había equivocado al juzgar su reacción ante el romance que estaban viviendo. Se dijo que Gray tenía razón y que ella se había vuelto paranoica. -¿Se lo has contado? ¿Qué ha dicho?

– Ha sido espantoso -reconoció Gray con franqueza. -Una mierda. Me ha llamado traidor, entre otras cosas. El pobre desgraciado se muere de miedo ante la idea de un compromiso o una relación. Nunca lo había visto tan claro. Me da rabia tener que reconocerlo, pero tú tenías razón. Ha sido una comida de lo más deprimente.

– Vaya. Lo siento. Me habías llegado a convencer de que estaba equivocada.

– Pues no.

Gray estaba aprendiendo que Sylvia raramente se equivocaba. Tenía buen ojo para la gente y sus reacciones, y aguantaba extraordinariamente bien sus manías.

– Cuánto lo siento. Debes de haberte llevado un buen disgusto. Gray, no eres un traidor. Yo sé que quieres a tus amigos. No hay razón alguna para que no sigan formando parte de tu vida mientras mantienes una relación con alguien.

Sylvia no intentaba apartar a Gray de sus amigos, pero estaba casi convencida de que Charlie sí, si Gray se lo consentía.

– Eso si me dejan seguir participando. He sido muy inocente al decir lo que he dicho. -¿Sobre nosotros?

– Y también sobre él. Le he dicho que está desperdiciando su vida y que se va a morir solo.

– Es posible que tengas razón -dijo Sylvia con dulzura, -pero tiene que descubrirlo él mismo. A lo mejor eso es lo que quiere, y está en su perfecto derecho. Por lo que me has contado, ha sufrido terribles abandonos desde que murió su familia, y eso es muy difícil de superar. Todos sus seres queridos de cuando era niño han muerto. Es difícil convencer a alguien que ha pasado por eso de que la siguiente persona a la que vaya a querer no lo va a abandonar ni se va a morir. Así que él se adelanta.

– Es más o menos lo que le he dicho yo.

Los dos sabían que era la verdad, y también Charlie, si hubiera podido librarse de sus defensas.

– Supongo que no le haría mucha gracia.

– No, me parece que no -dijo Gray con tristeza. -Pero tampoco me ha gustado a mí lo que ha dicho sobre nosotros.

– Bueno, esperemos que lo supere. Si quiere, lo invitamos a cenar un día de estos. Deja que se tranquilice. Ha sido demasiado de golpe, y demasiada sinceridad.

– Sí, eso supongo. Lo nuestro le ha impresionado mucho. La última vez que nos vimos en el barco, yo gozaba de buena posición en el Club de Chicos, y en cuanto volvió la espalda deserté. Bueno, así lo ve él.

– ¿Y cómo lo ves tú? -preguntó Sylvia con preocupación.

– Pues que soy el hombre más afortunado del mundo. También le he dicho eso, pero me temo que no lo cree. Piensa que me estás atiborrando a drogas. -Se echó a reír. -Bueno, si es así, no me desintoxiques de momento. Me encanta. -Parecía más contento.

– A mí también. -Sonrió pensando en él, y Gray se dio cuenta por su tono de voz. Sylvia tenía un cliente esperando, y le dijo a Gray que lo vería en el apartamento cuando acabara el trabajo. -Intenta no preocuparte demasiado -insistió. -Charlie te quiere, y ya se tranquilizará.