– ¡Dios! -exclamó la chica con expresión de incredulidad. -¿Tu amigo conoce a Vana? -Lo dijo como si estuviera preguntando si conocía a Dios, y Charlie asintió, sonriendo.

– Trabaja para ella. Bueno, más o menos.

– ¿Te importa que me siente hasta que vuelva? -preguntó, y Charlie pensó si estaría intentando ligárselo, aunque no lo creía. Le interesaba mucho más conocer a Adam, porque se había enterado de que estaba entre bastidores. -Mi entrada es para la última fila, y no se ve nada. Pensaba que a lo mejor quedaba algún asiento libre por aquí, pero parece que no. He tenido que hacer cola durante dos días, con el saco de dormir. Mi amiga y yo nos turnamos.

Charlie asintió con la cabeza, un tanto perplejo cuando la chica se sentó a su lado. No tenía peor aspecto que el resto de la gente que llenaba el teatro, pero en cualquier otro sitio no habría pegado ni con cola. Se parecía a Julia Roberts en Pretty Woman antes de que Richard Gere la transformara en Rodeo Drive, y era igualmente guapa, de quitar el hipo. También quitaba el hipo su atuendo, sobre todo las botas, con tacón de quince centímetros y muy por encima de las rodillas. La falda era apenas decente, y la blusa le habría estallado con solo estornudar. Era alucinante, pero le quedaba bien.

Sin poder evitarlo, Charlie pensó en qué aspecto tendría sin maquillaje, con el pelo recogido y unos vaqueros limpios. Probablemente mucho mejor. También pensó si sería una especie de modelo o actriz en ciernes, pero se cuidó muy mucho de hablarle. No quería darle píe a que se quedara. Se había sentado en el borde de la butaca de Adam, que al volver se quedó pasmado. Pensó que Charlie se la había ligado, y no pensaba que fuera capaz de conseguir una chica así en solo cinco minutos.

– Han encontrado las pelucas. Su peluquera estaba en el hotel borracha como una cuba, pero le han llevado a otra persona y, sea quien sea, ha solucionado el asunto -explicó Adam, mirando con interés y confusión a la chica que ocupaba su butaca. -¿Hay alguna razón para que estés sentada aquí? -le preguntó sin más rodeos. -¿Nos conocemos?

Sin poder evitarlo miró la blusa y después la cara, perfecta. Era una chica súper, justo su tipo.

– Todavía no. -Le sonrió. -Mi asiento es una mierda. Estaba contándoselo a tu amigo, y me ha dicho que trabajas para Vana. Debe de ser guay. -Era todo ojitos y adoración.

– A veces sí, pero esta noche no tanto. -Vana había amenazado con largarse sin más. Después se había tranquilizado, cuando habían encontrado las pelucas y a otra peluquera, pero Adam no se tomó la molestia de explicárselo a la chica. No creía que lo comprendiera. Dio por sentado que tenía un coeficiente intelectual más que cuestionable, pero unas tetas estupendas. A él nunca le había preocupado el coeficiente intelectual. Desde lo de Rachel, prefería unas buenas tetas a un buen cerebro.

– Mira, no es por molestar. Me encantaría quedarme aquí hablando contigo, pero es que Vana va a empezar dentro de cinco minutos, cuando le arreglen el pelo, y será mejor que vuelvas a tu sitio.

Aquella chica con minifalda vaquera y botas de charol parecía a punto de echarse a llorar. Adam no sabía qué hacer. No había asientos libres, pero de repente se le ocurrió una idea. Sin saber por qué, quería ayudarla, aunque luego se arrepintiera. La agarró por un brazo, obligándola a levantarse del asiento, y le indicó que lo acompañara.

– Si me prometes que te vas a portar como es debido, te consigo un sitio en primera fila. -Siempre reservaban algunos por si se presentaba alguien inesperadamente.

– ¿En serio?

La chica no daba crédito a sus ojos mientras Adam la llevaba rápidamente hacia el escenario y enseñaba su pase a uno de los guardas que impedían que todo se desmadrara. Los dejaron pasar al instante. La chica comprendió que Adam iba en serio. No tenía tanta suerte desde hacía años. Su amiga le había dicho que era una locura intentar encontrar sitio en primera fila, pero aquella noche había triunfado, y Adam la ayudó a subir los escalones, con su minifalda y sus botas de tacón alto. Adam disfrutó de una estupenda vista del trasero de la chica mientras subía, y no habría tenido reparos en disfrutar de algo más. Pensaba que si llevaba una minifalda así, esperaba que lo hiciera.

– Ah, por cierto, ¿cómo te llamas? -preguntó como si tal cosa mientras la llevaba hacia una fila de sillas abatibles detrás del escenario. Tuvieron que pasar por encima de los cables y del equipo de sonido, pero la chica iba a ver el espectáculo desde un lugar privilegiado, y miró a Adam como a una visión religiosa.

– Maggie O'Malley.

– ¿De dónde eres?

La miró sonriendo mientras ella tomaba asiento y cruzaba las piernas. De pie, Adam veía perfectamente dentro de la blusa. Pensó sí sería tan guarrilla como parecía o si se habría puesto así para el concierto. Más experto que Charlie con las mujeres de ese aspecto, le calculó unos veintidós años.

– Nací en Queens, pero ahora vivo en la ciudad, en el oeste. Y trabajo en Pier 92.

Era un bar con una clientela un tanto ordinaria, además de restaurante y sitio para ligar, y todas las camareras se parecían a aquella chica. Las más guapas bailaban a intervalos de una hora y preparaban el ambiente para el sexo y la priva. Adam se imaginó, sin equivocarse, que sacaba muchas propinas. A veces las chicas que trabajaban allí eran actrices en paro que necesitaban dinero desesperadamente.

– ¿Eres actriz? -preguntó Adam con interés.

– No, camarera, pero también bailo un poco. De pequeña hacía claque y ballet; bueno, más o menos.

No le contó que lo que había aprendido lo había visto en la televisión. En su barrio no daban clases de danza. Había nacido en la parte más dura y más pobre de Queens, de donde se marchó en cuanto pudo. Donde vivía ahora, en un edificio que era poco menos que una casa de vecinos, parecía un palacio en comparación con el sitio en el que se había criado. Y de repente miró a Adam con lágrimas en los ojos.

– Gracias por la butaca. Si puedo hacer algo por ti, ven a verme al Pier 92, y te invito a una copa.

Era lo único que podía ofrecerle, aunque a Adam le hubieran gustado otras cosas, pero parecía tan inocente, a pesar de la ropa escandalosa, que se sintió culpable por estar pensando en lo que pensaba. Parecía buena chica, a pesar del atuendo.

– No te preocupes. Estoy encantado. Maggie, ¿no?

– Bueno, en realidad Mary Margaret-contestó ella con expresión inocente, y Adam se la imaginó con uniforme de colegio religioso. Mary Margaret O'Malley. Se preguntó cómo habría llegado a vestir así. Tenía cara de ángel y cuerpo de artista de striptease, y habría que haber quemado su ropa. Habría estado increíble con un buen peinado y ropa decente, pero así repartía la vida sus cartas. Y para ser una chica pobre de Queens que trabajaba en el Pier 92, aquella noche le había ido bien. Estaba en primera fila en el concierto de Vana, en una butaca especial.

– Vendré a buscarte después del concierto -le prometió Adam, y lo dijo en serio, aunque solo unos segundos. De repente la chica se levantó de un brinco y le dio un abrazo, como una niña pequeña, con lágrimas en los ojos,

– Gracias por lo que has hecho. Es lo más bonito que han hecho por mí.

La expresión de sus ojos hizo avergonzarse a Adam por sus pensamientos lascivos. Le había resultado fácil encontrarle un asiento privilegiado.

– No te preocupes -contestó dándose la vuelta para marcharse, pero ella lo agarró del brazo.

– ¿Cómo te llamas?

Quería saber quién era su benefactor, y Adam se sobresaltó. No era muy probable que volvieran a verse.

– Adam Weiss -dijo, y volvió corriendo a su sitio.

Habían empezado a apagar las luces. Dos minutos después, cuando ya estaba sentado junto a Charlie, comenzó el espectáculo. Charlie se inclinó hacia él justo antes de que Vana saliera al escenario.

– ¿Le has encontrado asiento?

Maggie lo tenía hipnotizado. Jamás había visto a una chica así tan de cerca. Las chicas corno ella no eran precisamente lo suyo.

– Sí. Dice que quiere salir contigo -susurró Adam medio en broma, y Charlie se echó a reír.

– No creo. ¿Tienes su teléfono, grupo sanguíneo y dirección?

– No, solo la talla de sujetador. Es mucho mayor que su coeficiente intelectual -contestó Adam con sonrisa picara.

– Vamos, no seas malo -lo reprendió Charlie. -Es buena chica.

– Sí, ya lo sé. Podríamos llevárnosla a la fiesta después del concierto.

Charlie le dirigió una mirada de pocos amigos. Pensaba que con el concierto tendría más que suficiente. No era su ambiente, aunque siempre le había gustado la música de Vana, y también aquella noche.

El concierto fue fantástico y Vana cantó siete canciones de propina. Jamás había cantado tan bien. Maggie fue a verlos en el descanso, para darle las gracias a Adam una vez más. Le echó los brazos al cuello y le dio un abrazo; Adam notó sus pechos contra el suyo. Eran de verdad, y también la nariz. Todo en ella era regalo de Dios, no comprado en una tienda. No veía una chica como ella desde hacía años.

– No deberías hacer eso -le dijo Charlie en voz baja cuando Maggie volvió a su asiento, antes de que empezara la segunda parte.

– ¿Qué? -preguntó Adam con aire inocente. Aún notaba los pechos de Maggie en su pecho. Le había gustado mucho. Conocía a cientos de mujeres como ella, pero ninguna de ellas era auténtica.

– Aprovecharte de las chicas jóvenes. Puede que vista como una puta, pero se nota que es buena chica. No seas cabrón, Adam. Algún día lo pagarás. ¿Te gustaría que le hicieran eso a tu hija?

– Si mi hija se vistiera así, la mataría, y su madre también.

Quería haber llevado a sus hijos al concierto, pero Rachel no lo había consentido. Dijo que tenían que ir al colegio al día siguiente y que no quería que estuvieran en un ambiente así, que eran demasiado jóvenes y sanos.

– A lo mejor Maggie no tiene a nadie que le diga que no se vista así -sugirió Charlie.

Daba la impresión de que Maggie se había tomado muchas molestias para arreglarse aquella noche; pero, movida por el entusiasmo, algo le había salido mal. Aunque poco podía salir mal con el cuerpo y la cara que Dios le había dado. Y quizá algún día, cuando fuera un poco mayor, aprendería a suavizar su aspecto en lugar de resaltarlo.

– Supongo que no, trabajando en el Pier 92 -repuso Adam secamente.

Él había estado allí una vez y no había dado crédito a sus ojos. La peor morralla de Broadway iba allí a sobar a las chicas mientras comían y bebían. Las camareras no iban desnudas, pero casi daba igual, por lo poco que llevaban encima: vestidos que parecían minifaldas de tenis, tangas debajo y encima sujetadores horteras de satén varías tallas más pequeñas, porque las obligaban. El local era un asco.

– No sientas lástima por ella, Charlie. Hay cosas peores, como nacer en Calcuta, o la niña ciega de la que me hablaste el otro día, cuando fuiste a Harlem. Seguramente la descubrirá algún capullo y acabará siendo una gran estrella.

– Lo dudo -dijo Charlie con tristeza, pensando en ella. Había chicas como Maggie a porrillo, y la mayoría no salían del agujero en el que vivían, sobre todo con tipos como Adam persiguiéndolas y aprovechándose de ellas. Le causaba una gran tristeza. Empezó la segunda parte.

Cuando acabó, la gente enloqueció. Fans, fotógrafos y prácticamente la mitad del público intentaron subir al escenario. Vana consiguió salir ilesa gracias a la intervención de una docena de policías. Adam no pudo meterse entre bastidores y llamó por el móvil al director de escena, quien le dijo que Vana estaba bien y encantada de cómo había salido todo. Adam le pidió que le dijera a Vana que la vería en la fiesta, y, cuando volvió junto a Charlie, Maggie se encontraba allí. Casi había perdido la blusa y la chaqueta al intentar escapar de su asiento, pero había conseguido volver hasta donde ellos estaban y le dio las gracias efusivamente una vez más. No tenía ni idea de qué le había pasado a su amiga. Habría sido poco menos que imposible encontrar a nadie entre semejante multitud.

– ¿Quieres venir a la fiesta? -le preguntó Adam. Maggie pegaba con aquella chusma. No le daba vergüenza que fuera con él, aunque a Charlie sí. Pero Charlie quería irse a su casa. El concierto había sido más que suficiente para él, aunque le había encantado. Simplemente no necesitaba más estímulos aquella noche. Adam siempre los necesitaba. Le encantaba el lado sórdido de aquella vida, y Maggie podía encajar a la perfección. A la chica la ilusionaba la idea de ir a la fiesta.

Tardaron media hora en salir a la calle y otros veinte minutos en encontrar la limusina, pero al fin lo consiguieron, y entraron los tres como pudieron. Se dirigieron al East Side, a un club privado que habían alquilado para la ocasión. Charlie sabía que habría un montón de mujeres, de bebida y de drogas. No era su ambiente. Adam tampoco le daba a las drogas, pero no tenía nada en contra del alcohol ni de las mujeres. Y ambas cosas en abundancia. Maggie iba sentada frente a ellos, extasiada, y Adam le miró entre la falda como si tal cosa. Tenía unas piernas incluso más bonitas de lo que Adam creía, y un cuerpo absolutamente increíble. Charlie también se había dado cuenta, pero en lugar de mirarle la falda, miró por la ventanilla. Y entonces ella cruzó las piernas.