– En la escuela nos enseñaban que hay que ser profesionales, mantener las distancias y no comprometerse demasiado, pero a veces es imposible. Hay días que, cuando uno vuelve a casa, no puede parar de llorar.
Charlie se lo imaginó. A él le había pasado lo mismo. -De vez en cuando tendrás que tomarte un respiro -dijo pensativa, queriendo proponerle ir a almorzar o cenar con ella, pero no tuvo valor suficiente.
– Ya lo hago -repuso Carole, sonriéndole inocentemente. -Voy al gimnasio, a nadar o a jugar al squash, si no estoy demasiado cansada.
– Yo también… quiero decir que yo también juego al squash -dijo Charlie sonriente. -A lo mejor podríamos jugar un día juntos.
Carole pareció sorprenderse. No entendía por qué tenían que hacerlo. Lo miró inexpresivamente. Para ella, Charlie era el director de la fundación que les había dado un millón de dólares y poco más. No podía ni imaginárselo como amigo. Su único contacto con él era como el que tenía en aquellos momentos, profesional y cortés. Y lo único que ella le debía eran informes económicos. Ni se le había pasado por la cabeza que Charlie quisiera que fueran amigos.
Lo acompañó hasta la puerta unos minutos después y se fue con otro grupo. Charlie se quedó un rato charlando con Tygue, dijo que volvería pronto y cogió un taxi. Iba a cenar con Gray y Sylvia. Carole se olvidó de él en cuanto salió del edificio.
Cuando entró en el apartamento de Sylvia, Gray estaba en la cocina, y fue ella quien le abrió la puerta. Llevaba una bonita falda negra, bordada, y una suave blusa blanca. Había preparado una mesa preciosa especialmente para él, con altas velas blancas y una gran cesta de tulipanes en el centro. Quería que todo estuviera al gusto de Charlie, porque sabía lo mucho que significaba para Gray y porque le había caído bien cuando se habían conocido. Quería que Gray y él siguieran manteniendo una sólida amistad y no deseaba perturbar la vida de Charlie. Pensaba que no tenía derecho, y tampoco deseaba que Charlie perturbara su vida en común con Gray. En la vida de Gray había sitio para ambos, y quería demostrárselo a Charlie. Le dirigió una cálida mirada, sabiendo que Charlie había sentido recelos cuando Gray le había contado que estaba con ella. Y sospechaba, y no se equivocaba, que no era nada de tipo personal. Le había caído bien a Charlie cuando se habían conocido en Portofino, pero a él le preocupaban las consecuencias que pudiera tener su relación con Gray, como un niño ante una niñera nueva o ante el hombre con el que está saliendo su madre. ¿Qué significaba aquello para él? Gray y Charlie eran como hermanos, y cualquier peso que se añadiera a la balanza podía cambiarlo todo. Sylvia quería convencerlos de que, aunque su peso se había añadido a la balanza, podían seguir a salvo en su mundo privado. Cuando se sentaron a cenar y Gray abrió una botella de vino se sintió como Wendy con los Niños Perdidos en Peter Pan.
Charlie había echado un vistazo al apartamento antes de sentarse a la mesa, y le impresionaron su elegancia, la cantidad de objetos interesantes que albergaba y lo bien que Sylvia lo había dispuesto todo. Tenía buen ojo y lograba que la conversación fuera ligera. Aquella noche se quedó prudentemente en un segundo plano, y ya iban por la segunda botella de vino cuando Charlie mencionó el nombre de Carole y contó su visita al centro de acogida de Harlem.
– Es una mujer increíble -dijo con profunda admiración. Les habló de Gabby y su perro, de las otras personas que había conocido y de lo que le había contado Carole. Sabía de casos de maltrato infantil, pero ninguno tan terrible ni desmoralizador como los que le había descrito la joven. Ella no se andaba con rodeos, y Charlie comprendió que otras organizaciones maquillaban la verdadera situación para la fundación. Carole iba al meollo de la cuestión y explicaba por qué necesitaba el dinero, sin pedir excusas por la cantidad, e incluso había dado a entender que necesitaba más. Para ella el centro de acogida era un sueño muy ambicioso. De momento no tenía más remedio que reducirlo, pero algún día quería abrir otro centro en el corazón mismo de Harlem. Pocos sitios necesitaban más de ella, y le había dicho a las claras que los niños maltratados no eran un problema exclusivo de las zonas deprimidas de la ciudad. Aquel mal existía en casas de Park Avenue, en pleno lujo. En realidad, resultaba más difícil destaparlo en los hogares de clase media. Según Carole, se cometían actos horrendos contra los niños en todas las ciudades, todos los estados, todos los países y en todos los niveles socioeconómicos. En cierto sentido, donde ella estaba resultaba más fácil resolver el problema. Había declarado la guerra a la pobreza, al maltrato de los niños, al desamparo, la hipocresía y la indiferencia. Se enfrentaba de plano con las tribulaciones del mundo, y no tenía ni tiempo ni ganas de saber nada del mundo en el que Charlie vivía, en el que la gente hacía oídos sordos, no veía lo que ocurría a su alrededor y se limitaba a ir a fiestas vestida de punta en blanco. No tenía tiempo que desperdiciar en semejantes cosas, ni el menor deseo. Lo que quería era ayudar al prójimo, y salvar a los niños.
Mientras hablaba de ella los ojos de Charlie parecían dos carbones al rojo, y Sylvia y Gray lo notaron. Carole había desencadenado un auténtico incendio en su cabeza y en su corazón con lo que le había enseñado.
– Bueno, ¿cuándo vas a invitarla a cenar? -preguntó burlonamente Gray, rodeando los hombros de Sylvia con un brazo. Charlie había disfrutado de la velada con ellos, la comida había sido decente, cosa rara, y la conversación animada. Se sorprendió al darse cuenta de que Sylvia le caía aún mejor que en Portofino. Parecía más delicada, más indulgente, y tuvo que reconocer que con su amigo era maravillosa. Incluso lo había recibido a él con toda amabilidad, con los brazos abiertos.
– ¿Y si te digo que nunca? -dijo Charlie con una sonrisa compungida. -Carole detesta todo lo que yo represento. El día que la conocí me miró como si yo fuera un cretino porque llevaba traje.
Por no hablar del reloj de oro.
– Pues parece un poco dura, ¿no? Pero si le has dado un millón de pavos, ¿qué esperaba? ¿Que te presentaras allí en pantalones cortos y chanclas? -dijo Gray, molesto por Charlie.
– Es posible -contestó Charlie, dispuesto a perdonarle a Carole su dureza. Pensaba que lo que ella hacía era mucho más importante que todo lo que él había hecho durante toda una vida. Lo único que él hacía era firmar cheques y dar dinero. Carole estaba en las trincheras con aquellos niños todos los días, luchando por su vida. -No le gusta cómo vivimos nosotros, ni las cosas que hacemos. Es casi una santa, Gray.
Charlie parecía muy convencido, y Gray sintió ciertos recelos.
– ¿No has dicho que ha ido a Princeton? A lo mejor es de una buena familia y quiere expiar sus pecados colectivos.
– No lo creo. Me imagino que tendría una beca. Cuando yo estaba allí había mucha gente así, y últimamente todavía más. Ya no es tan elitista como antes, algo que me parece muy bien. Además, dice que detesta Princeton.
Aunque el club gastronómico al que pertenecía era bueno, pero había muchas maneras de entrar a formar parte de él. Ni siquiera Princeton era ya el club de los buenos chicos de antes. El mundo había cambiado, y lo habían cambiado las personas como Carole. Charlie representaba un atavismo, que vivía de la gloria de su aristocrática familia, mientras que Carole era una especie completamente nueva.
– ¿Por qué no la invitas a salir? -insistió Gray, y también lo animó Sylvia. -¿O es un callo?
No se le había ocurrido pensarlo, en vista de que Charlie la ponía por las nubes, y daba por sentado que sería atractiva. No se imaginaba a Charlie entusiasmado con una mujer fea, pero a lo mejor en aquel caso lo era. La había descrito como a la madre Teresa de Calcuta.
– No, es muy guapa, pero creo que eso también le importa un pimiento. No tiene mucho tiempo para esas cosas, solo para lo auténtico.
Y Charlie sabía que, a ojos de Carole, él no formaba parte de eso, pero también sabía que no le había dado la oportunidad de demostrarlo, y probablemente no lo haría nunca. Para ella solo era el director de la fundación.
– ¿Cómo es físicamente? -preguntó Sylvia con interés.
– Algo más de metro ochenta, rubia, guapa de cara, con ojos azules, buen tipo y no se maquilla. Dice que va a nadar y a jugar al squash cuando tiene tiempo. Tiene treinta y cuatro años.
– ¿No está casada? -preguntó Sylvia.
– No creo. No lleva anillo, y no me da la impresión de que esté casada, aunque dudo que esté sola.
Una mujer como ella no podía estar sola, pensaba, con lo cual resultaba aún más absurdo invitarla a cenar. Claro que podía fingir que era por asuntos de la fundación y averiguar más sobre ella. Esa estratagema lo atraía por un lado, pero por otro le parecía poco honrado recurrir a la fundación para conocerla mejor. De todos modos, quizá tuvieran razón Sylvia y Gray y mereciera la pena intentarlo.
– Nunca se sabe con las mujeres así -dijo Sylvia con prudencia. -A veces renuncian a muchas cosas por la causa que defienden. Si dedica tanto tiempo, energías y pasión a lo que hace, quizá sea lo único que tenga.
– Averígualo -dijo Gray, insistente. -¿Por qué no? No tienes nada que perder. Compruébalo.
Charlie se sentía raro hablando de Carole y compartiendo sus dudas con ellos. Lo hacía sentirse vulnerable, y un tanto imbécil.
Cuando Gray abrió una botella de Cháteau d'Yquem que había comprado Sylvia, casi habían convencido a Charlie, pero en cuanto llegó a su casa aquella noche comprendió lo absurdo que sería invitar a Carole a cenar. Era demasiado mayor para ella, demasiado rico, demasiado conservador, con una posición social demasiado elevada. Y, fueran cuales fuesen sus orígenes, saltaba a la vista que no le interesaban los tipos como él. Si incluso se había burlado de su reloj… No podía ni plantearse decirle que tenía un yate, a pesar de que la mayoría de las personas del círculo de Charlie sabían de la existencia del Blue Moon. Pero las revistas de navegación no podían ser más ajenas a los intereses de Carole. Charlie se rió para sus adentros al pensarlo mientras se acostaba. Gray y Sylvia tenían buenas intenciones, pero no comprendían lo diferente y exaltada que era Carole. Lo llevaba escrito en la frente, y sus mordaces comentarios sobre los clubes gastronómicos de Princeton no habían caído en saco roto. Charlie se los había tomado muy en serio.
Llamó a Gray a la mañana siguiente para darles las gracias por la cena y decirle lo bien que lo había pasado. No tenía ni idea de hacia dónde iría su relación con Sylvia, y dudaba que fuera a durar, pero de momento parecía buena para los dos, Y se sentía aliviado al darse cuenta de que Sylvia no intentaba meterse entre los dos amigos ni excluirlo a él. Así se lo dijo a Gray, quien se alegró de ver lo relajado que se sentía Charlie con Sylvia, y prometió volver a invitarlo dentro de poco.
– Incluso cocinas mejor -se burló Charlie, y Gray se echó a reír.
– Me ayudó ella -confesó, y Charlie también se rió.
– Menos mal.
– No te olvides de llamar a la madre Teresa para invitarla a cenar -le recordó Gray.
Charlie guardó silencio unos segundos y después se rió, con tristeza en esta ocasión.
– Creo que todos bebimos mucho anoche. Parecía buena idea, pero no tanto a plena luz del día,
– Tú pregúntale. ¿Qué es lo peor que podría pasar? -insistió Gray, como un hermano mayor, pero Charlie negó con la cabeza.
– Podría llamarme gilipollas y colgar. Además, sería embarazoso cuando volviera a verla.
No quería arriesgarse, aunque de momento no tenía otra cosa que hacer. No había otra mujer en su vida, y no la había desde hacía meses. Últimamente estaba cansado y se tomaba las cosas con más calma. Conquistar ya no era tan divertido. Le resultaba más fácil asistir a cenas y eventos sociales él solo, o pasar una velada agradable con amigos, como Sylvia y Gray la noche anterior. Disfrutaba más así que con los esfuerzos que le suponía quedar con una mujer y cortejarla para acabar con ella en la cama. Ya lo había hecho demasiadas veces.
– ¿Y qué? -replicó Gray a propósito de que Carole le colgara el teléfono. -Por peores cosas has pasado. ¿Quién sabe? A lo mejor es la mujer adecuada.
– Seguro. Podría vender el Blue Moon y construir el centro en Harlem con el que sueña, y a lo mejor así accedería a salir conmigo.
– Venga, hombre, ningún sacrificio es demasiado grande por el amor -dijo Gray, riéndose.
– No me vengas con esas. ¿A qué renunciaste tú para estar con Sylvia? ¿A las cucarachas de tu apartamento? Déjame en paz.
– Llámala,
– Vale, vale -dijo Charlie para quitarse de encima a Gray, y tras unos minutos prometieron volver a hablar pronto y colgaron.
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