– No voy a decirte que subas -le dijo Maggie después de darle un beso.
– A lo mejor tienes marido y diez hijos y no quieres enseñármelos -susurró Adam, y ella se echó a reír.
– Qué va. Solo cinco.
– Lo he pasado maravillosamente -añadió Adam, muy en serio.
– Yo también -dijo Maggie, y volvió a besarlo.
– Te llamo mañana -prometió Adam, y ella se echó a reír.
– Sí, vale.
Maggie se bajó del Ferrari, subió la escalera, entró en el edifico, saludó con la mano, y al desaparecer entre las sombras recordó las últimas palabras de Adam, que esperaba que cumpliera, si bien no contaba con ello. Nadie mejor que ella sabía que en la vida no hay que fiarse de nada.
CAPÍTULO 14
Adam llamó a Maggie varias veces durante la semana después de Yom Kipur, y ella se quedó en su casa varias noches. Como acababan de cambiarla al turno de día en el Pier 92, su horario le iba bien a Adam. Y a ella le encantaba dormir con él. Todo parecía ir perfectamente, y los dos se atenían al acuerdo al que habían llegado. Maggie no le hacía preguntas sobre el futuro, no tenía razón para ello; y las noches que pasaba en su propia casa, ninguno de ellos preguntaba al otro qué había hecho ni con quién había estado en la siguiente ocasión que se veían.
Lo cierto es que Adam estaba tan entusiasmado con ella que las noches que no la veía la llamaba por teléfono, por lo general antes de acostarse, ya tarde. En dos ocasiones le sorprendió e incluso le preocupó un poco que no estuviera en su casa, pero no le dijo que había llamado ni dejó recado en el contestador. Maggie no le dijo que había salido cuando volvieron a verse. Adam tuvo que reconocer que le había molestado no encontrarla en casa y esperar su llamada, pero no le dijo ni media palabra. Los dos seguían reclamando y recogiendo los beneficios de su libertad. Adam no se acostó con nadie más durante las primeras semanas de su relación; no le apetecía, y cada día se hacía más adicto a Maggie. Y ella le dijo a las claras que no había nadie más en su vida. Pero, a medida que pasaban las semanas, había más noches en que nadie contestaba en casa de Maggie cuando la llamaba, y a Adam le sentaba cada vez peor. Empezó a pensar que debía salir con otras mujeres, para no atarse demasiado a ella. Pero ya se aproximaba Halloween y no había hecho nada al respecto. Seguía siéndole fiel al cabo de un mes. Era la primera vez desde hacía años.
Le molestaba un poco no haber visto a Charlie desde que este había vuelto, hacía un mes; pero, cada vez que lo llamaba para invitarlo a algún sitio, tenía algo que hacer. Adam sabía que tenía muchas actividades sociales y mucho trabajo en la fundación, pero le fastidiaba que no tuviera tiempo para verlo. Lo bueno era que así él tenía más tiempo para Maggie. Cada día le preocupaba más y le angustiaba lo que hacía cuando no estaba con él. Maggie nunca le explicaba adónde iba las noches que no pasaban juntos; simplemente reaparecía al día siguiente, radiante y alegre, y se metía en la cama con él, feliz como siempre, con su cuerpo absolutamente irresistible. Cada día que pasaba crecía su locura por ella. Sin saberlo, Maggie le estaba ganando con sus propias armas. Cada día tenían menos significado para él las grandiosas posibilidades de que le había hablado al principio. A juzgar por la cantidad de veces que no la encontraba en su casa cuando la llamaba, Maggie aprovechaba su libertad mucho mejor que él.
Y Adam veía aún menos a Gray. Había hablado varias veces con él, pero su amigo estaba disfrutando de la felicidad conyugal con Sylvia y no quería ir a ninguna parte. Acabó por mandar correos electrónicos a los dos y consiguió que accedieran a salir una noche, solamente los tres, dos días antes de Halloween. Llevaban más de un mes sin verse; la primera vez desde hacía años que pasaba tanto tiempo, y los tres se quejaban de que los demás habían desaparecido.
Quedaron en un restaurante del centro, en uno de sus sitios favoritos, y Adam fue el primero en llegar. Sus otros dos amigos entraron inmediatamente después, y Adam observó que Gray había engordado. No demasiado, pero sí lo suficiente para estar más rellenito de cara. Les contó que Sylvia y él cocinaban juntos, y parecía más feliz que nunca. Llevaban juntos dos meses, y se conocían desde hacía tres. De momento no había que dar la voz de alarma. Sus dos inseparables amigos se alegraron, pero pensaron que aún no había que echar las campanas al vuelo. Gray les dijo que nunca discutía con Sylvia, y que estaban felices. Pasaba todas las noches con ella, y nunca se quedaba en su estudio, a pesar de lo cual insistía en que oficialmente no vivía con ella, sino que solo «se quedaba» en su casa. A Charlie y Adam les parecía que con aquella expresión hilaba demasiado fino, pero al parecer él se sentía mejor así que diciendo que vivían juntos.
– ¿Y tú? ¿Dónde demonios te has metido todo este mes? -preguntó Adam a Charlie, un tanto quejumbroso.
– He salido mucho -contestó Charlie, enigmático, y Gray sonrió.
Charlie había reconocido hacía unos días que había seguido su consejo y estaba viendo a Carole Parker. Aún no había ocurrido nada serio, pero salían a cenar muchas noches y estaban conociéndose. Se veían varias veces a la semana, pero de momento ni siquiera la había besado. Avanzaban lentamente, y Charlie reconocía que los dos se morían de miedo, porque no querían que les hicieran daño.
Adam vio la mirada de complicidad de Gray y obligó a Charlie a que se lo contara.
– Pero ¿se puede saber qué os pasa a los dos, por lo que más queráis? Gray está prácticamente viviendo con Sylvia, es decir, está viviendo con ella pero no quiere reconocerlo. Para que luego hablen de la traición al código ético de los solteros.
Se quejaba, pero de buen humor, porque en realidad se alegraba por sus amigos. Los dos querían encontrar a alguien, y ya iba siendo hora. El no lo tenía tan claro. Su relación con Maggie parecía ir viento en popa, pero no iba a llegar a ninguna parte, como habían acordado desde el principio. Simplemente salían juntos y mantenían vidas separadas; hacían lo que querían cuando no estaban juntos, pero cuando lo estaban, Maggie era increíble, y a él le encantaba. No se cansaba de ella, y en ocasiones incluso le molestaba el espíritu independiente de la chica, algo que no le había ocurrido hasta entonces. El era siempre el independiente en sus relaciones, pero Maggie lo era aún más. Necesitaba mucho tiempo para sí misma, lo mismo que le ocurría a Adam, pero no con ella.
– ¿Y tú? No has dicho gran cosa sobre lo que has estado haciendo. ¿Sales con alguien? ¿O con miles, como de costumbre? -le preguntó Charlie a Adam a las claras cuando llegaron al postre. Adam salía con tantas mujeres, a ser posible al mismo tiempo, que Charlie había perdido la cuenta.
– Bueno, llevo como un mes saliendo con alguien -contestó Adam como sin darle importancia. -No es gran cosa. Desde el principio decidimos no llegar a nada serio. Sabe que no quiero casarme.
– ¿Y ella? ¿Se le ha empezado a acelerar ya el reloj biológico? -inquirió Charlie con Interés, y Adam negó con la cabeza.
– Es demasiado joven para eso. Es la ventaja de las jóvenes.
– Por lo que más quieras, no irás a decirnos que tiene catorce años -exclamó Gray, poniendo los ojos en blanco. -Como no te andes con cuidado, vas a acabar en la cárcel.
Les encantaba tomarle el pelo por las jovencitas con las que salía, pero Adam siempre decía que era por pura envidia.
– Tranquilos, chicos. Tiene veintiséis años, un cuerpo sensacional, y es una persona estupenda.
Y su cabeza es sensacional, pero no se molestó en añadir ese dato; de haberlo hecho, sus amigos se habrían dado cuenta de que él la había perdido por completo por la chica, algo que él mismo comenzaba a temerse. Cuando empezaba a enamorarse de una mujer por su cabeza, sabía que la había cagado. En realidad, les estaba pasando a los tres, pero ninguno quería reconocerlo, ni ante los demás ni ante sí mismos. Ninguna de sus relaciones había sobrevivido al paso del tiempo. No habían superado las primeras discusiones, ni las decepciones que normalmente sufre todo el mundo. Ellos todavía estaban disfrutando como críos de la novedad y de lo bien que lo pasaban. Ya verían qué ocurría después.
Estuvieron allí hablando, bebiendo y disfrutando de la compañía mutua hasta después de medianoche. Los tres se habían echado de menos durante el mes anterior, sin darse cuenta. Estaban tan ocupados en otras cosas y dedicaban tanto tiempo a las mujeres con las que mantenían una relación que no habían comprendido hasta qué punto constituían una parte fundamental los unos en la vida de los otros, y el enorme vacío que se abría cuando no se veían. Prometieron reunirse más a menudo, y pasaron un buen rato hablando de política, dinero, inversiones, arte -en honor a la nueva galería que había conseguido Gray gracias a Sylvia, -y sus respectivas profesiones. Adam había añadido dos clientes importantes a su lista y Charlie estaba encantado con la marcha de la fundación. Fueron los últimos en abandonar el restaurante, a regañadientes.
– Vamos a prometer una cosa -dijo Gray antes de que cada uno tomara un taxi en una dirección diferente. -Que pase lo que pase con las mujeres con las que estamos, o las que puedan venir después, nosotros nos veremos siempre que podamos, o al menos hablaremos por teléfono. Os he echado en falta. Quiero a Sylvia, me encanta quedarme en su casa -les dirigió una sonrisa a ambos, -pero también os quiero a vosotros.
– Así sea -repuso Charlie, apoyando la propuesta.
– Pues claro que sí-terció Adam.
Momentos después se separaron y cada cual volvió a su vida y a la mujer con la que la compartían. Adam llamó a Maggie, pero a pesar de lo avanzado de la hora no estaba en casa, y en esa ocasión se puso furioso. Era casi la una de la madrugada. ¿Qué demonios andaba haciendo? ¿Y con quién?
Dos días más tarde Charlie fue a la fiesta de Halloween que había organizado Carole para los niños del centro. Le había pedido que fuera disfrazado, y él le había prometido llevar dulces para los niños. A Charlie le encantaba ir a verla al centro. La había invitado a almorzar en dos ocasiones, una en el restaurante de Mo y otra en el de Sally, pero casi siempre se veían para cenar, después del trabajo. Era más relajante, y parecía más discreto. Ninguno de los dos quería que la gente empezara a sacar la lengua a paseo. Aún no habían llegado a ninguna conclusión sobre lo suyo, si era amistad o romance; era un poco las dos cosas, y hasta que lo tuvieran claro, no querían que nadie los presionara. A las dos únicas personas a las que se lo había contado Charlie eran Adam y Gray, y ni siquiera se lo dijo a Carole cuando habló con ella a la mañana siguiente. Solo le comentó que lo había pasado muy bien con sus amigos, y ella le respondió que se alegraba mucho. No conocía a ninguno de los dos, pero por lo que le contaba Charlie sabía que eran hombres interesantes y valiosos a quienes no solo era leal, sino que les profesaba un profundo cariño. Decía que para él eran como hermanos, y Carole lo respetaba. Para Charlie, a quien no le quedaban relaciones por consanguinidad en el mundo, sus amigos eran su familia.
Los niños estaban preciosos con sus disfraces en la fiesta de Halloween. Gabby iba vestida de Wonder Woman, y Zorro llevaba una camiseta con una S, y Gabby dijo que era Superperro. Había disfraces de Raggedy Ann, Minnie, Tortugas Ninja y Spiderman, fantasmas y un auténtico aquelarre de brujas. Carole llevaba sombrero de pico, jersey de cuello alto y vaqueros, todo negro, y peluca verde. Dijo que tenía que trajinar demasiado con los niños para llevar un disfraz más enrevesado, pero se había pintado la cara de verde y los labios de negro. Últimamente se maquillaba cuando salían por la noche. Charlie lo notó el primer día y lo alabó en su primera cita «oficial» para cenar. Carole se sonrojó y dijo que se sentía un poco tonta, pero siguió maquillándose.
Charlie fue a la fiesta disfrazado de León Cobarde de El mago de Oz. Su secretaria había comprado el disfraz en una tienda de vestuario teatral.
Los niños lo pasaron divinamente, los dulces les chiflaron, y además Charlie también había llevado montones de caramelos, porque no podían ir por el barrio pidiéndolos de casa en casa. Era demasiado peligroso, y la mayoría de los niños, demasiado pequeños. Cuando Carole y Charlie se marcharon del centro eran casi las ocho. Habían hablado de ir a cenar después, pero estaban los dos agotados y habían comido demasiados dulces. Charlie había tomado un montón de chocolatinas y Carole tenía una irresistible debilidad por la calabaza con chocolate y malvavisco.
– Te invitaría a mi casa, pero está patas arriba -dijo Carole con tacto. -He estado fuera toda la semana.
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