– Te quiero, señora Weiss -dijo Adam, sonriendo. -De todas maneras me habría casado contigo, tarde o temprano, aunque no estuvieras embarazada. Esto ha acelerado las cosas.
– ¿En serio?
– En serio -le aseguró Adam. Maggie aún no acababa de creerlo.
Cenaron en Picasso's y después fueron al espectáculo. Maggie miró su anillo unas mil veces. También le encantaba ver el de Adam.
Adam se estaba quedando dormido, después de haber hecho el amor, cuando Maggie le dio un golpecito en el hombro. Adam se movió un poco, pero no llegó a despertarse del todo.
– ¿Eh?… Te quiero… -farfulló.
– Yo también te quiero… Se me acaba de ocurrir una cosa.
– … Ahora no… Estoy cansado… Mañana.
– Creo que debería hacerme judía. Quiero convertirme. Estaba completamente despierta, y Adam, ya casi frito, logró asentir con la cabeza.
– …Ya hablamos mañana… Te quiero… noches. Y se quedó profundamente dormido.
Ella siguió a su lado, pensando en lo que había ocurrido. Había sido la noche más maravillosa de su vida.
CAPÍTULO 28
Al día siguiente, cuando Adam llamó a su madre, se oyeron los gritos desde Long Island hasta el puente de Brooklyn.
– ¿O'Malley? ¿Es católica? ¿Qué quieres, matarme? ¡Eres un psicópata! ¡Vas a conseguir que a tu padre le dé otro ataque!
Tocó todos los registros posibles para acusarlo de todo.
– Piensa convertirse.
La mujer apenas dejó de chillar el tiempo suficiente para oír lo que decía Adam. Le dijo que era una vergüenza para la familia.
– ¿Era allí donde ibas cuando te marchaste el día de Acción de Gracias? -le preguntó en tono acusador, y en esa ocasión Adam se echó a reír. No iba a consentir más dolores de cabeza por culpa de su madre. Tenía a Maggie, su amante, su aliada, su mejor amiga.
– Pues sí, precisamente. Fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.
– Eres un demente. Con todas las buenas chicas judías que hay en el mundo y tienes que casarte con una católica. Supongo que tendría que agradecerte que no te vayas a casar con una de esas cantantes sckwarze que representas. Podría ser todavía peor.
Por aquel comentario y por su falta de respeto a Maggie, Adam decidió comunicarle que, efectivamente, era todavía peor. Se lo tenía merecido, desde hacía cuarenta y dos años.
– Ah, mamá, antes de que se me olvide. Vamos a tener un hijo en junio.
– ¡Ay, Dios mío! -En esa ocasión los gritos debieron de oírse en Nebraska.
– Pensaba que te gustaría conocer la buena noticia. Te volveré a llamar dentro de poco.
– No tengo valor para decírselo a tu padre, Adam. Esto lo matará.
– Lo dudo, mamá -contestó Adam tranquilamente. -Pero, si se lo dices, despiértalo primero. Te llamaré pronto.
Y acto seguido colgó.
– ¿Qué ha dicho? -preguntó Maggie con expresión preocupada al entrar en la habitación. Acababan de volver a Nueva York. Adam había llamado a sus hijos antes que a su madre, y a ellos les pareció estupendo. Le dijeron que Maggie les caía muy bien y que se alegraban por él.
– Está encantada -contestó Adam con una amplia sonrisa de triunfo. -Le he dicho que te vas a convertir.
– Bien.
Las tres parejas fueron a cenar a Le Cirque una semana más tarde. Charlie los había invitado y les había dicho que tenía importantes noticias que darles.
Todos llegaron puntuales y los acomodaron en una mesa muy bien situada. Las tres mujeres estaban preciosas, y los seis de excelente humor. Pidieron unas copas y charlaron unos minutos, y entonces Charlie les dijo que Carole y él estaban prometidos y se iban a casar en junio. Todos se alegraron, y Adam miró a Maggie con sonrisa cómplice.
– ¿Qué os traéis vosotros entre manos? -preguntó Charlie al ver el intercambio de miraditas.
– Nos casamos la semana pasada -contestó Adam, dirigiéndole una radiante sonrisa a su esposa. -Y vamos a tener un hijo en junio.
Estalló un leve clamor de admiración.
– ¡Nos habéis robado el protagonismo! -exclamó Charlie, riendo encantado por ellos.
Carole y Maggie hablaron inmediatamente de la fecha del parto. La boda iba a celebrarse dos semanas antes, de modo que Maggie dijo que iría, aunque estuviera gorda.
– ¿Y nuestro viaje de agosto en el Blue Moon? -preguntó Gray preocupado, y todos se rieron.
– Por nosotros, bien -contestó Charlie mirando al resto del grupo, y todos asintieron con la cabeza.
– ¿Podemos llevar al niño? -preguntó Maggie con cierta cautela.
– Al niño y una niñera -le aseguró Charlie. -Bueno, parece que todo el mundo se apunta. Espero que tú también, Sylvia.
Los seis coincidieron en que formarían un grupo muy familiar, con las señoras incluidas, pero de todos modos un grupo divertido.
– Ah, por cierto -intervino Gray, sonriendo. -Me he mudado de casa, hace una semana. Estoy viviendo con Sylvia, no solo quedándome en su casa. Tengo mi armario, una llave y mi nombre en el timbre. Y también contesto al teléfono.
– Recuerdo esas reglas -replicó Maggie, riendo. -¿Y las vacaciones? No es una relación hasta que no se pasan las vacaciones juntos.
Miró a Adam, y él se estremeció.
– Acabamos de pasarlas -contestó Gray.
Dijo que había ido a Vermont con Sylvia y sus hijos y había celebrado la Navidad con ellos. Se había puesto un poco nervioso un par de veces, pero por lo demás, bien. Emily y Gilbert habían vuelto a Europa hacía una semana, y les había prometido pasar una semana con ellos en Italia antes de que Sylvia y él fueran al Blue Moon. Daba por sentado que Charlie invitaría a Sylvia, puesto que Maggie y Carole habían estado en el barco en Nochevieja.
Estaba trabajando mucho en el retrato de Boy, y preparando a toda máquina la exposición de abril. Quería que el retrato de Boy fuera la obra más importante, aunque no iba a ponerla a la venta. Pensaba colgarla en casa de Sylvia, y se refirió a ella como un retrato de familia. En la muerte, más de lo que lo había sido en vida, Boy era su hermano. Se habían reencontrado en el último momento, gracias a Boy.
– ¿Y vosotros, pareja? -Preguntó Adam burlonamente, ya que todo el mundo se estaba casando. -¿Para cuándo el casorio?
– ¡Jamás! -replicaron Sylvia y Gray al unísono, y hubo una carcajada general.
– Deberíais hacerlo el verano que viene en Portofino, donde os conocisteis.
– Ya somos demasiado mayores para casarnos -dijo Sylvia con convicción. Acababa de cumplir los cincuenta, tres días después que Gray los cincuenta y uno. -Y no queremos niños.
– Eso creía yo también -terció Adam sonriendo con expresión avergonzada y una mirada cariñosa a Maggie, que se encontraba mejor desde hacía unos días.
– No me extraña que te marearas en el barco -dijo Charlie, cayendo en la cuenta.
– Ya -repuso Maggie con timidez. -Entonces no lo sabía.
El simpático grupo siguió brindando toda la noche. Como de costumbre, los hombres bebieron demasiado; pero, dada la ocasión, las mujeres no intentaron controlarlos. Todos se divirtieron y bebieron una cantidad impresionante de excelente vino francés.
Antes de despedirse al final de la velada trazaron planes y fijaron fechas. Todos tomaron buena nota de la fecha de la boda de Carole y Charlie, Maggie comunicó cuándo esperaba la llegada del bebé, y pensaban ir al Blue Moon el primero de agosto, como siempre. La vida era agradable, y los mejores tiempos estaban por llegar.
CAPÍTULO 29
Tras mucho discutir, y a pesar de que era la segunda boda de Carole y la primera de Charlie, ella accedió a los deseos de sus padres y se casaron en Saint James. Fue una ceremonia elegante, breve y seria. Charlie iba de frac. Carole les había pedido a Sylvia y a Maggie que fueran sus damas de honor. La novia llevaba un vestido sencillo pero elegante de un malva muy pálido, lirios del valle en el pelo y un ramo de orquídeas y rosas blancas. Tenía un porte majestuoso cuando se dirigió al altar del brazo de su padre. Gray y Adam fueron los testigos de Charlie. Tras la ceremonia, los doscientos invitados acudieron a una recepción en el Club Náutico de Nueva York.
La boda fue de lo más tradicional, salvo por el tropel de niños del centro de acogida que asistieron, además de Tygue y unos cuantos voluntarios para mantenerlos a raya. Fueron también Gabby y Zorro, naturalmente, y Carole había contratado a un grupo de gospel de Harlem fabuloso. La banda de música estuvo tocando hasta las tres de la madrugada.
Carole se encargó personalmente de la distribución de los asientos, e incluso sus padres dieron la impresión de pasarlo bien. Charlie bailó con la señora Van Horn después de hacerlo con la novia, y Carole con su padre. A diferencia de la mayoría de las bodas, en aquella no había una legión de parientes pesados. Aún más; ninguno, aparte de los padres de Carole. Estuvieron rodeados por sus amigos.
Sylvia estaba preciosa con un vestido de color lila que habían elegido Carole y ella en Barney's. Llevaba un ramo de lilas y diminutas rosas blancas. Resultó más complicado encontrar algo para Maggie. Finalmente se decidieron por un traje de noche de un color entre el lila del de Sylvia y el malva pálido, un lavanda, con un ramo de florecitas del mismo color. El día de la boda el vestido le quedaba tan ajustado que casi no podía ni respirar.
Después, Carole dijo que lo había pasado divinamente en su boda, y eso parecía. Bailó con Charlie, Adam, Gray, Tygue y algunos viejos amigos, pero sobre todo con su flamante marido. Todos coincidieron en que jamás habían visto una pareja tan feliz. Bailaron, rieron y comieron hasta las tantas. La música era tan buena que ni siquiera los Van Horn podían alejarse de la pista de baile. Sylvia y Gray se marcaron un tango que dejó a todos poco menos que en ridículo. Y Adam no fue capaz de obligar a Maggie a que se sentara ni un momento. Cada vez que se daba la vuelta, ya estaba bailando con alguien, muy separados, por supuesto. Para no perderla de vista acabó por llevársela él mismo a la pista. Lo pasó muy bien y no paró de bailar, Y cuando al fin se sentó, le dijo a Adam que no sabía qué le dolía más, si la espalda o los pies.
– Ya te dije que no te pasaras -la reprendió Adam.
– Estoy bien. -Le sonrió. -No espero al niño hasta dentro de dos semanas.
– Como sigas bailando así, no te fíes. No sé cómo una mujer embarazada de ocho meses y medio puede estar sexy, pero tú lo estás.
Fueron de los últimos en marcharse.
Carole ya había lanzado el ramo, que Sylvia recogió con un gruñido. Charlie y Carole iban a dormir en casa de ella aquella noche, y a salir hacia Montecarlo a la mañana siguiente. Pensaban ir hasta Venecia en el barco, para pasar tres semanas de luna de miel. A Carole le preocupaba dejar el centro infantil, pero Tygue le aseguró que él se encargaría de todo durante su ausencia.
Los últimos invitados lanzaron pétalos de rosa a los recién casados mando subieron al coche, y Adam ayudó a Maggie a entrar en la limusina que había alquilado. Ya no podía entrar y salir del Ferrari.
Maggie subió en el ascensor bostezando, y por primera vez se quedó dormida antes que Adam. Estaba completamente agotada, y parecía una montañita acostada junto al hombre. El la besó en la mejilla y en el vientre y apagó la luz. Abrazarla a aquellas alturas del embarazo resultaba mucho más complicado. Se durmió inmediatamente, pensando en la boda de sus amigos, y estaba profundamente dormido cuando dos horas más tarde, a las cinco de la mañana, Maggie le dio un golpecito.
– … ¿Sí?… ¿Qué pasa?
– Que ya viene el niño -susurró Maggie, con un dejo de pánico. Adam estaba demasiado cansado y no se despertó. Como todos en la boda, había disfrutado sin límites del excelente vino. -Adam, cielo… despierta. -Intentó incorporarse en la cama, pero tenía demasiadas contracciones. Le dio otro golpecito con la mano, mientras se sujetaba la enorme tripa con la otra.
– … Vamos… Estoy dormido… Vuelve a dormirte -dijo Adam, dándose la vuelta.
Maggie intentó seguir su consejo, pero apenas podía respirar. Empezó a asustarse, y aquello iba muy rápido.
Eran casi las seis cuando no solo le dio un golpecito, sino que lo sacudió por un brazo, jadeando. Le dolía terriblemente, y ningún truco funcionaba.
– Tienes que despertarte, Adam…
No podía bajarse de la cama, e intentó mover a Adam, pero él le lanzó un beso al aire y siguió durmiendo.
Eran las seis y media cuando le dio un golpetazo y gritó su nombre. En esa ocasión Adam se despertó, sobresaltado.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? -Se apretó la cabeza con las manos y la dejó caer sobre la cama. -Joder, mi cabeza… -Y entonces miró a Maggie, que tenía la cara contraída en un gesto de dolor, y se despertó de golpe. -¿Estás bien?
– No… -Estaba llorando y apenas podía pronunciar palabra. -Adam, el niño ya viene, y tengo miedo.
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