Roanna se acurrucó contra él, devastada por lo que casi había pasado. Comenzó a llorar otra vez, sollozos ahogados que trató de sofocar. No había llorado en años, pero ahora era incapaz de parar, como si la intensidad del placer de su relación sexual hubiera derribado a golpes los muros de sus defensas, de modo que era incapaz de mantener a raya las emociones.
Era demasiado, todo ello, todo lo que había pasado desde que Lucinda la había enviado a Arizona en busca de Webb. Menos de una hora después de encontrarlo, yacía bajo él, y nada había sido lo mismo desde entonces. ¿Cuánto tiempo hacia? ¿Tres semanas? Tres semanas que englobaban un éxtasis abrumador y un dolor devastador, tres semanas de tensión, de noches sin dormir y de temor, y los últimos días cuando había sentido que cambiaba en su interior, afrontando la vida y en el proceso comenzaba a vivir otra vez.
Amaba a Webb, lo amaba tanto que lo sentía en cada poro de su cuerpo, en cada partícula de su alma. Esta noche él le había hecho el amor, no con rabia, sino con una posesividad y una sensualidad que la había dejado sin aliento. No había sido ella quien había ido, sino él quien había venido a ella, y la abrazaba como si no fuera a permitir dejarla marchar jamás.
Pero si lo hacía, si cuando se hiciera de día le dijera que esto había sido un error, ella sobreviviría. Le dolería, pero seguiría adelante. Había aprendido que podía soportar casi cualquier cosa, que su futuro seguía ahí fuera, esperándola.
De forma extraña, el comprender que podría vivir sin él hizo su presencia aún más dulce. Lloró hasta que no pudo más, y él la abrazó durante todo el tiempo, acariciándole el pelo, murmurándole consoladoramente. Agotada tanto emocional como físicamente, se durmió.
Eran las seis en punto cuando despertó, la mañana lucía ya resplandeciente y dulce, la tormenta hacía tiempo que se había ido y las aves cantaban con malvado desenfreno. Las puertas de la galería continuaban abiertas, y Webb se inclinaba sobre ella.
– Gracias a Dios,- refunfuñó ásperamente cuando vio que sus párpados se abrían. -No sé cuanto tiempo más podría haber esperado. – Entonces se puso encima, y ella se olvidó de la mañana, y del despertar de la casa alrededor de ellos. Pese a toda su impaciencia, le hizo el amor con un lento embeleso que no había sido capaz de saborear la noche anterior. Cuando terminaron, él atrajo su cuerpo tembloroso junto al suyo y secó las lágrimas, esta vez de éxtasis, de sus ojos. -Me parece que hemos encontrado la cura para tu insomnio,- bromeó él, con voz todavía ronca y cargada por su propio climax.
Ella emitió una risita entrecortada y sepultó la cara contra su hombro.
Webb cerró los ojos, ese diminuto sonido de felicidad reverberó por todo cuerpo. Se le cerró la garganta, y le ardieron los ojos. Ella se había reído. Roanna se había reído.
La risita se desvaneció. Ella mantuvo la cara presionada contra él, y sus dedos se movieron a lo largo de su caja torácica. -Puedo apañármelas sin dormir,- dijo en voz queda. -Pero saber que ando en sueños… me aterroriza.
Él movió su mano a lo largo de su columna, acariciando cada una de las vértebras. -Te prometo,- le dijo, -que si estás en la cama conmigo, no te dejaré salir de la habitación.
Ella se estremeció, pero fue a causa de las deliciosas sensaciones que la caricia de sus dedos le causaba a lo largo de la espina dorsal, explorando y acariciando. Ella se arqueó hacia delante, y el movimiento hizo que su cuerpo se presionara aún más contra él. -No trates de distraerme,- dijo ella. -Me sentiría más segura si llevara puesto mi camisón.
Él cambió de posición, de modo que quedó tendido frente a ella, atrapándola con su mirada. Pero no quiero un camisón entre nosotros, le murmuró, engatusándola. Quiero sentir tu piel, tus pechos. Quiero que vayas a dormir y sepas que no voy a dejar que te pase nada, a menos que sea yo quien te lo haga.
Ella permaneció en silencio, y él sabía que no la había convencido, pero por el momento no discutió con él. Despacio pasó sus dedos por sus rizos enredados, extendiendo los mechones de modo que el sol los iluminó, destacando la caoba y el dorado y los ricos matices castaños. Pensó en la noche en que la había tomado por primera vez, y se maldijo por su insensibilidad. Pensó en todas las noches vacías desde entonces, cuando podría haber estado haciéndole el amor, y se maldijo por su estupidez. -Creí que era muy noble al no aprovecharme de ti,- le dijo, con perezosa diversión.
– Estúpido,- contestó ella, frotando su mejilla contra su pecho velludo. Acarició con la nariz uno de sus planos pezones y lo atrapó entre los dientes, mordisqueándolo ligeramente. Él se quedó sin aliento, vencido por su sencilla sensualidad.
Trató de seguir explicándose. -Te chantajeé aquella primera noche. No quería que creyeras que no tenías otra opción. -
– Tonto.- Ella echó la cabeza para atrás y levantó la vista, sus ojos del color del whisky aletargados con sensual satisfacción. -Pensé que no me deseabas.
– Tú… dioses,- refunfuñó él. -Y tú me llamas tonto.
Ella sonrió y volvió a posar su cabeza en su lugar de descanso, sobre su pecho. Número cinco. Ahora acontecían más a menudo, pensó, pero seguían siendo igual de preciosas para él.
Pensó en los disparos que alguien le había hecho el día anterior, en el peligro al que ella se había enfrentado ya debido a él. Debería marchase malditamente lejos de Davencourt, de su vida, por su seguridad y la de todos los demás de la casa. Pero no podía, porque ya había puesto en peligro su seguridad incluso antes de volver a Davencourt.
Posó su mano sobre su vientre, atravesando la estrecha distancia entre los huesos de sus caderas. Durante un momento estudió el contraste entre su enorme y áspera mano bronceada y la sedosa suavidad de su estómago. Había hecho de proteger a una mujer del embarazo uno de los principios de su vida, y el SIDA había contribuido a reforzar eso. Todos sus buenos principios habían salido por una ventana cuando tuvo a Roanna bajo su cuerpo; ni una sola vez se había puesto una goma mientras le hacía el amor, no en Nogales y anoche tampoco. Presionó la palma sobre su vientre. -¿Has tenido el período desde aquella noche en Nogales?
Su tono era suave, indiferente, pero las palabras quedaron suspendidas entre ellos como si las hubiera gritado. Ella permaneció tranquila de aquella manera tan suya, inmóvil excepto por su respiración. Finalmente le contestó con cautela, -No, pero nunca he sido muy regular. Muchas veces me he saltado un mes completo.
El quería tener la certeza, pero comprendió que no iba a conseguirla aún. Frotó su mano sobre su estómago, y después le cubrió suavemente un pecho. Amaba sus pechos, tan firmes y altos y elegantemente formados. Pareció sensualmente encantado cuando el pezón comenzó a fruncirse inmediatamente, irguiéndose como si suplicara su atención. ¿Estaban sus pezones ligeramente más oscuros que aquella primera noche? Dios, le encantaba su reacción, su inmediata respuesta a él.- ¿Han sido siempre tan sensibles tus pechos?
– Sí,- susurró ella, entrecortándosele el aliento mientras el placer la inundaba. Al menos siempre que él los miraba, o los tocaba. No podía evitar su reacción ante él igual que no podía evitar las mareas.
Él tampoco era inmune a ello. Aunque hacía poco que habían hecho el amor, su sexo se agitó cuando vi el rubor que ascendía por sus pechos y mejillas. -¿Cómo has logrado permanecer virgen durante veintisiete años? – le preguntó maravillado, empujándose contra la hendidura de sus muslos desnudos.
– No estabas aquí,- contesto ella con sencillez, y la abierta honestidad de su amor lo hizo sentir humillado.
Él le acarició el pelo con la nariz, sintiendo que su necesidad crecía aún más. -¿Puedes tomarme otra vez? – Para evidenciar el significado de sus palabras, apretó su erección con más fuerza contra ella.
Por toda respuesta ella levantó el muslo, deslizándolo a lo largo de su cadera, hasta su cintura. Webb se inclinó hacia abajo y se guió hasta su suave e inflamada apertura y empujó dentro.
No sentía una necesidad urgente de llegar al orgasmo, solo la necesidad de ella. Yacieron juntos, meciéndose suavemente para saborear la sensación. La mañana avanzaba, y con ella las posibilidades de que los pillaran juntos y desnudos en la cama. Aunque por otro lado, lo más probable es que todo el mundo durmiera hoy hasta tarde después de la fiesta de la noche anterior, así que juzgó bastante seguro permitirse una rato más de autoindulgencia. No quería avergonzarla, pero tampoco quería tener que dejarla aún.
Le gustaba estar dentro de ella, le gustaba la sensación de su cuerpo rodeándolo. Comenzaron a separarse, y él puso su mano sobre su trasero para anclarla a él. Puede que ella aún no hubiera caído, pero se apostaba el rancho a que estaba embarazada, y el pensar en ella llevando a su bebé en su interior, lo conmovió instantáneamente hasta los huesos y al mismo tiempo le dio un susto de muerte.
Tal vez esta no fuera una conversación demasiado romántica para mantenerla mientras hacían el amor, pero la tomó de la barbilla y clavó la mirada en sus ojos, para que no le quedara duda de lo que quería decir.
– Tienes que comer más. Quiero que cojas otros seis o siete kilos, como mínimo.
Una sombra de inseguridad oscureció sus ojos, y él maldijo en voz alta justo cuando penetró aún más profundamente en ella. -No pongas esa cara, demonios. Después de la noche pasada, no puedes tener la menor duda de lo mucho que me excitas. Infiernos, ¿Qué te parece ahora? Te deseaba cuando tenías diecisiete años, y, seguro como el infierno que te deseo ahora. Pero también te quiero lo bastante fuerte y sana para poder llevar a mi bebé.
A ella le llevó unos instantes recuperar el aliento después de su intensa acometida. Se apretó contra él, una excitante forma de ponerse más cómoda. -No creo que esté… – comenzó, luego se detuvo, y sus ojos ambarinos se abrieron de par en par. -¿Me deseabas entonces? – susurró.
– Estabas sentada en mi regazo,- dijo él, irónicamente. -¿Qué creías, que llevaba una tubería en el bolsillo? – Él empujó otra vez, dejándola sentir cada centímetro de su excitación. -Y después de la forma en que te besé…
– Yo te besé,- lo corrigió ella. La cara se le encendió de rubor, y se ciñó aún más a él.
– Tú lo comenzaste, pero yo no te aparté, ¿verdad? Por lo que recuerdo, en menos de cinco segundos tenía la lengua a medio camino de tu garganta.
Ella emitió un pequeño murmullo de placer, quizás por los recuerdos, pero probablemente fuera más por lo que él le estaba haciendo ahora. Una apremiante oleada de sensaciones lo hizo darse cuenta de que la necesidad de llegar al orgasmo era repentinamente apremiante, para ambos. Le acarició el trasero, deslizando sus dedos hacia abajo, por su hendidura hasta llegar al punto donde estaban unidos. Suavemente, la frotó, sintiendo lo estirada y tensa que su suave carne estaba alrededor de él. Ella gimió, se arqueó, y alcanzó la culminación. Le llevó sólo dos empujes más alcanzarla, y llegaron juntos al climax.
El seguía sudando bastante tiempo después, cuando se apartó de los brazos de ella y salió de la cama. -Tenemos que parar antes de que alguien venga buscarnos,- refunfuñó. Rápidamente se vistió, con los arrugados pantalones negros y recogió su camisa igualmente arrugada. Se inclinó para besarla. -Volveré esta noche. – La besó otra vez, y después enderezándose, le hizo un guiño y se encaminó hacia la galería con desenvoltura como si fuera algo completamente normal para él salir de la habitación de ella, medio desnudo, a las ocho de la mañana. Ella no se enteró si alguien lo vio o no porque salió de un salto de la cama, agarró su camisón, y entró corriendo en el cuarto de baño.
Todavía temblaba de entusiasmo y placer cuando se duchó. Su piel estaba tan sensible por las veces que habían hecho el amor que hasta el simple acto de enjabonarse le resultaba sexual. Ella no podía creer la cruda sexualidad de la noche, pero su cuerpo no tenía esa dificultad.
Sus manos se movieron sobre su abdomen mojado. ¿Estaría embarazada? Había pasado tres semanas desde Nogales. No sentía ninguna diferencia, no conscientemente, pero habían sido tres semanas bastante accidentadas y su atención no había estado en su menstruación. De todos modos sus períodos eran tan irregulares que nunca prestaba demasiada atención al calendario o a cómo se sentía. Él parecía extrañamente seguro, sin embargo, y ella cerró los ojos cuando una dulce debilidad la hizo temblar.
Resplandecía cuando bajó a desayunar. Webb ya estaba allí, a medio terminar con su habitualmente ingente desayuno, pero hizo una pausa con el tenedor en aire cuando ella entró en el comedor. Vio que su mirada se demoraba sobre su cara, y luego descendía a lo largo de su cuerpo. Esta noche, pensó ella. Esta noche, había prometido él. Se llenó el plato con más comida de la que normalmente tomaba e hizo un esfuerzo para comerse la mayor parte de ello.
"Sombras Del Crepúsculo" отзывы
Отзывы читателей о книге "Sombras Del Crepúsculo". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Sombras Del Crepúsculo" друзьям в соцсетях.