Era sábado, pero todavía había trabajo por hacer. Webb ya estaba en el estudio, y Roanna se demoraba con su segunda taza de café cuando Gloria bajó. -Lucinda no se encuentra bien,- dijo irritada mientras comenzaba a servirse huevos revueltos en un plato. -Lo de anoche fue demasiado esfuerzo para ella.

– Quería hacerlo,- dijo Roanna.-Era importante para ella.

Gloria alzó la vista, y sus ojos brillaban con lágrimas. Su barbilla tembló levemente antes de que ella lo controlara. -Fue una tontería,- se quejó. -Tantos problemas por una fiesta.

Pero Gloria lo sabía, al igual que todos ellos: esta había sido la última fiesta de Lucinda, y quiso que fuera memorable. Fue su esfuerzo para tratar de reparar el daño que sentía que le había causado a Webb hacía diez años al no defenderlo.

Lucinda había mantenido a raya su declive a pura fuerza de voluntad, porque todavía había cabos que quería atar. Eso ya había concluido, y ahora no tenía más razones por las que seguir luchando. La bola de nieve rodaba colina abajo ahora, tomando velocidad directa hacia su inevitable final. Por las largas y tranquilas conversaciones con Lucinda, Roanna sabía que esto era lo que ella quería, pero no era fácil dejar ir a la mujer que había sido el baluarte familiar durante tantísimo tiempo.


Booley Watts llamó a Webb esa tarde. -Carl me ha contado lo que pasó,- dijo, con su arrastrado acento del Sur. -Interesante como el infierno.

– Gracias,- dijo Webb.

Booley se rió entre dientes, un sonido que acabó en un resuello. -Carl y yo observamos la muchedumbre anoche, pero no vimos nada extraño excepto aquella pequeña escena en el patio. Roanna tiene fibra, ¿verdad?

– Me dejó sin aliento,- murmuró Webb, y no pensando solamente en cuando hicieron el amor más tarde. Ella había permanecido de pie en medio de la muchedumbre como una llama pura y dorada, con la cabeza erguida y la voz alta y clara. No había vacilado en lanzarse a la batalla para defender su nombre, y el último resquicio de él que se agarraba a la imagen de “la pequeña Roanna” se había desvanecido. Era una mujer, más fuerte de lo que ella creía y quizás estaba comenzando a darse cuenta de esa fuerza. Era una Davenport y, a su manera, tan regia toda ella como Lucinda.

La voz de Booley se inmiscuyó en sus pensamientos. -¿Has pensado en alguien que pudiera odiarte durante tanto tiempo, un odio lo bastante profundo como para que matara a Jessie a causa de ello? -

Webb suspiró cansado. -No, y me he estrujado el cerebro pensando en ello. Incluso he revisado viejos archivos, tratando se encontrar algún detalle, de recordar algo que dé sentido a todo esto. -

– Bien, sigue pensando. Eso es lo que me incomodó sobre el asesinato de Jessie desde el principio: no parecía haber ninguna razón, ninguna que yo pudiera ver. Infiernos, si incluso hay una razón para los disparos que te hicieron conduciendo. Quienquiera que matara a Jessie-y te estoy diciendo que no creo que lo hicieras tú- lo hizo por una razón que nadie más conoce. Y si tu teoría es correcta, entonces la razón no tiene que ver con ella. Alguien iba tras de ti, y ella se interpuso en el camino.

– Encuentra el motivo,- dijo Webb, -y daremos con el asesino.

– Esa es la manera en la que siempre he trabajado.

– Entonces esperemos dar con ello antes de que me dispare de nuevo… o alguien más se interponga en su camino. – Colgó y se frotó los ojos, tratando de unir las piezas del rompecabezas pero simplemente se negaban a encajar. Se desperezó y se levantó. Tenía que ir a la ciudad a hacer un recado, así que tenía que tomar una decisión: ir sobre seguro y dar un rodeo, o tomar su ruta habitual y esperar que le dispararan y así tener otra oportunidad de atrapar al tirador, contando con que fallara el tiro. Menuda elección.


Lucinda bajó a cenar esa noche, era la primera vez en todo el día que salía de su habitación. Su rostro estaba macilento, y la parálisis de sus manos había empeorado, pero estaba radiante de alegría por el éxito de la fiesta. Varios de sus amigos la habían llamado a lo largo del día y le habían dicho que fue una fiesta sencillamente maravillosa, lo que significaba que había conseguido su objetivo.

Estaban todos a la mesa excepto Corliss, quien se había marchado por la mañana temprano y no había vuelto aún. Después de charlar animadamente durante varios minutos, Lucinda miró a Roanna y dijo, -Querida, estoy tan orgullosa de ti. Lo que dijiste anoche marcó una verdadera diferencia.

Todos, excepto Webb y Roanna, parecieron aturdidos. Lucinda nunca perdía detalle de lo que ocurría, aunque probablemente fueron uno o más de sus amigos quienes la habían informado sobre lo sucedido en el patio.

– ¿Qué?- preguntó Gloria, mirando de Lucinda a Roanna y viceversa.

– Oh, Cora Cofelt hizo un comentario venenoso sobre Webb, y Roanna hizo de ello algo personal. Consiguió que todos se sintieran avergonzados de si mismos.

– ¿Cora Cofelt?- Lanette estaba horrorizada. -¡Oh, no! Nunca perdonará a Roanna por avergonzarla en público.

– Al contrario, Cora en persona me ha llamado hoy y se disculpó por su comportamiento. Admitir cuando estás equivocada es un gesto distintivo de ser una señora.

Roanna no estaba segura de si era o no una indirecta hacia Gloria, ya que esta jamás admitiría estar equivocada en nada. Lucinda y Gloria se querían, y antes una crisis confiaban en poder apoyarse una en otra, pero su relación de hermanas era tormentosa.

Los ojos de Webb encontraron los suyos, y le sonrió. Despacio y sonrojándose un poco, ella le devolvió la sonrisa.

Número seis, pensó él triunfalmente.

La puerta de la calle se cerró de un portazo y se escuchó el vacilante repiqueteo de unos tacones a través de las baldosas del vestíbulo. – Yuhuuu – gritó Corliss. -¿Dónde está todo el mundo? Yuu…

– ¡Maldición! – dijo Webb violentamente, apartando de un empujón su silla de la mesa. La alarma se encendió, sonando como todos los demonios del infierno. Todos dieron un salto y se taparon los oídos. Webb salió corriendo del comedor, y un segundo después Brock lo siguió.

– Oh, no, los caballos,- exclamó Roanna, y se lanzó hacia la puerta. Cuando probaron la alarma, todos los caballos se habían espantado aterrorizados. Webb se había planteado la posibilidad de optar por una alarma menos estruendosa pero prevaleció la seguridad de la familia sobre el nerviosismo de los caballos.

El horrible jaleo se detuvo cuando llegó al vestíbulo, y en su lugar se pudo escuchar a Corliss dando alaridos con risa incontrolable y a Webb maldiciendo a diestro y siniestro. Brock se giró hacia Corliss y le gritó, -¡Cállate!

Todos los demás se agolparon en el vestíbulo detrás de Roanna mientras Corliss se enderezaba apartándose del enorme y tallado pilar del inicio de la escalera, al que se sujetaba. La cara de Corliss se crispó de furia. Frunció la boca y escupió a su hermano.

– No me digas que me calle,- le dijo con desprecio. La saliva no llegó a dar a Brock, no obstante bajo la mirada hacia las húmedas salpicaduras sobre el suelo con la repugnancia grabada en la cara.

Lanette miró a su hija horrorizada. -¡estás borracha! – jadeó.

– ¿Y?- exigió Corliss beligerantemente. -Sólo me divertía un poco, no hay nada malo en ello.

Webb le lanzó una mirada que habría congelado el infierno. -Pues diviértete en otra parte. Te lo advertí, Corliss. Tienes una semana para encontrar otro sitio donde vivir, después te quiero fuera.

– ¿Oh, sí? – Ella se rió. -Tu no puede echarme, muchachote. Puede que la tía Lucinda tenga un pie en la tumba, pero hasta que el otro no le haga compañía, este sitio no es tuyo.

Lanette se tapó la boca con la mano, mirando a Corliss como si no la reconociera. Greg dio un amenazador paso hacia adelante, pero Webb lo detuvo con una mirada. Lucinda se irguió, y se le endureció la expresión mientras esperaba a ver como Webb manejaba la situación.

– Tres días,- le dijo en tono grave a Corliss. -Y si vuelves a abrir la boca, la fecha límite será mañana por la mañana.- Lanzó una mirada en dirección a Roanna. -Venga, deberíamos ir a ayudar a calmar a los caballos.

Salieron por la puerta principal y rodearon la casa; pudieron oír los relinchos asustados de los caballos tan pronto como salieron al exterior, y el golpeteo de estos en los establos mientras pateaban frenéticamente sus compartimentos. Las largas piernas de Webb daban un enorme paso por cada dos suyos, y Roanna prácticamente corría para poder mantenerse a su lado. Loyal y los pocos mozos de establo quienes todavía seguían en el trabajo a aquella hora hacían todo lo posible por calmar a los aterrorizados animales, canturreándoles y tratando de mantenerlos en su sitio. La verdad es que la mayor parte del lenguaje que usaban eran maldiciones y palabrotas, pero pronunciadas en el más suaves de los tonos.

Roanna entró corriendo en el establo y se sumó con su especial canturreo al arrullo. Los caballos que permanecían afuera estaban tan asustados como los que seguían en sus cubículos, pero probablemente no se harían daño porque tenían espacio para correr. Los caballos encerrados eran sobre todo animales con heridas o enfermos, y podría empeorar aún más en su pánico por escapar.

– Silencio,- dijo Loyal con las manos, y todos se callaron, dejando a Roanna canturrear. Todos siguieron con las caricias, pero la voz de Roanna tenía una cualidad única que capturó la atención de cada uno de los animales del establo. Tenía ese don desde la infancia, y Loyal lo había usado más de una vez para tranquilizar a un caballo asustado o nervioso.

Webb se movió a lo largo de la fila de compartimentos, acariciando los cuellos estirados y sudorosos, al igual que el resto de ellos. Roanna canturreaba suavemente, yendo de cubículo en cubículo, modulando el tono de su voz en lo justo para que los caballos tuvieran que estirar las orejas como si trataran de atrapar cada nota. Al cabo de cinco minutos, todos los inquilinos del establo estaban tranquilos, aunque continuaban sudorosos.

– Traigan trapos, muchachos,- murmuró Loyal.-Vamos a secar a mis bebés.

Roanna y Webb ayudaron con esto, también, mientras Loyal comprobaba a cada animal por si tenían nuevas heridas. Todos parecían estar bien, excepto por sus dolencias originales, pero Loyal sacudió la cabeza en dirección a Webb. -No me gusta ese maldito chillido,- dijo categóricamente. -Y los caballos no van a acostumbrarse a él, es demasiado agudo. Les hace daño en los oídos. Le hace daño a los míos también, puñetas. ¿Qué demonios ha pasado?

• Corliss,- dijo Webb con disgusto. -Llegó como una cuba y no tecleó el código cuando entró.

Loyal frunció el ceño. -En que estaría pensando la señorita Lucinda cuando dejo a esa putilla, y perdón por mi lenguaje, instalarse en Davencourt, no tengo ni idea. -

– Ni yo, pero se larga en tres días.

– No lo bastante pronto, si quiere mi opinión.

Webb miró alrededor y localizó Roanna al fondo del establo. -Seguimos teniendo un problema, Loyal. Hasta que volvamos a la normalidad, dejaré la alarma porque es lo bastante ruidosa como para despertarte hasta a ti, aquí, y puede que necesitemos tu ayuda.

– ¿Qué tipo de problema, jefe?

– Alguien me disparó ayer. Creo que es la misma persona que entró en la casa la semana pasada y puede que hasta la misma que mató a Jessie. Cuando Corliss se haya marchado, si la alarma se dispara, entonces es que es una verdadera emergencia. En el peor de los casos, puede que tú seas el único que pueda ayudarnos.

Loyal lo miró reflexivamente, y después asintió brevemente. -Me parece que voy a asegurarme de que mi rifle está limpio y cargado,- dijo.

– Lo agradecería.

– La señorita Roanna no lo sabe, ¿verdad?

– Nadie lo sabe excepto yo, el Sheriff Beshears, y Booley Watts. Y ahora tú. Es difícil atrapar a alguien si se huele una trampa.

– Bien, espero que esta alimaña caiga pronto, porque no voy descansar tranquilo mientras sepa que la maldita alarma puede dispararse en cualquier momento y hacer que los caballos se vuelvan locos.

Capítulo 20

La casa seguía siendo un caos cuando Webb y Roanna regresaron, con Corliss sentada ahora en las escaleras llorando histéricamente y rogándole a Lucinda que no dejara que Webb la echara. Ni su propia madre estaba a su lado esta vez; la embriaguez ya era bastante mala, pero escupir a su hermano era algo totalmente inaceptable. A Brock no se le veía por ninguna parte, probablemente se había quitado de en medio para evitar la tentación de golpear a su hermana.

A los sollozantes ruegos de Corliss, Lucinda tan solo respondió con una fría mirada. -Tienes razón, Corliss. A pesar de tener uno de mis pies en la tumba, sigo siendo la dueña de esta casa. Y como tal, le he dado a Webb total autoridad para actuar en mi nombre, sin hacer preguntas.