– No, no,- gimió Corliss. -No puedo irme, no lo entiendes…

– Entiendo que te marchas,- contestó Lucinda, sin ceder un ápice. -Me das asco. Te sugiero que te vayas a tu habitación ahora, antes de Webb amenace con obligarte a marcharte por la mañana, lo cual comienza a sonar más agradable de lo que realmente es.

– ¡Mamá! – Corliss se giró hacia Lanette, con una expresión suplicante en su cara enrojecida por las lágrimas. -¡Dile que me deje quedarme!

– Estoy muy decepcionada contigo,- dijo Lanette suavemente y pasó por delante de su hija escaleras arriba.Greg se inclinó y puso a Corliss de pie. -Arriba,- le dijo severamente, girándola y obligándola a subir a la fuerza. Todos se quedaron mirando hasta que ambos llegaron a lo alto de la escalera y torcieron en dirección a la habitación de Corliss. Continuaron oyendo sus sollozos hasta que la puerta se cerró firmemente tras de ella.

Lucinda flaqueó. -Tunante desagradecida,- refunfuñó. Su color era incluso más cerúleo que antes. -¿Están bien los caballos? – le preguntó a Roanna.

– Ninguno salió herido y ahora están tranquilos.

– Bien.- Lucinda se pasó una temblorosa mano por los ojos y después, tomando una honda bocanada de aire enderezó los hombros una vez más. -¿Webb, puedo hablar contigo un momento, por favor? Debemos revisar unos detalles.

– Por supuesto.- Le pasó una mano de apoyo bajo el brazo para ayudarla mientras se dirigían al estudio. Echó un vistazo por encima del hombro a Roanna, y sus ojos se encontraron. La mirada de Webb era firme y cálida, y contenía una promesa.-Ve a terminar de cenar,- le dijo.

Cuando él y Lucinda estuvieron solos en el estudio, ella se dejó caer pesadamente en el sofá. Respiraba trabajosamente y sudaba. -El doctor ha dicho que mi corazón esta fallando también, carajo,- murmuró.-Mira, se me ha escapado una palabrota. – Echó un vistazo a Webb para ver su reacción.

Él no pudo evitar sonreírle ampliamente. -Las has usado antes, Lucinda. Te he oído maldecir a la yegua ruana que solías montar hasta que era un milagro que sus orejas no ardieran y se le cayeran al suelo carbonizadas.

– Era un mal bicho, ¿verdad?- Las palabras sonaron afectuosas. A pesar de lo indómita que la yegua había sido, Lucinda conseguía sacar siempre lo mejor de ella. Hasta sólo unos pocos años antes, Lucinda había estado lo bastante fuerte para manejar a casi cualquier caballo sobre el que se montara.

– Bueno, ¿de qué querías hablarme?

– De mi testamento,- dijo ella, con franqueza. -He quedado con el abogado mañana. Más vale que me ocupe de esa tarea, porque parece que me queda menos tiempo del que esperaba.

Webb se sentó a su lado y tomó su frágil y débil mano en la suya. Ella era demasiado inteligente y fuerte mentalmente para que intentara siquiera tratar de consolarla con tópicos, pero, caramba, realmente le dolía dejarla marchar. -Te quiero,- le dijo él. -Estuve malditamente enfadado contigo por no defenderme cuando mataron a Jessie. Me hirió como el infierno que creyeras que yo podría haberlo hecho. Todavía te guardo rencor por esto, pero de todas formas te quiero.

Las lágrimas inundaron por un momento sus ojos, pero ella parpadeó para alejarlas. -Por supuesto que todavía sientes rencor. Nunca pensé que me perdonaría totalmente, Dios sabe que no merezco esa consideración. Pero yo también te quiero, Webb. Siempre supe que tú eras la mejor opción para Davencourt.

– Déjaselo a Roanna,- dijo él. Sus propias palabras lo sorprendieron. Siempre había pensado en Davencourt como suyo, siempre había esperado tenerlo. Había trabajado mucho para ello. Pero tan pronto como las palabras salieron de su boca supo que eran las correctas. Davencourt debía ser de Roanna. A pesar de lo que creyera Lucinda, e incluso a pesar de lo que creyera Roanna, ella era más que capaz de hacerse cargo de ello.

Roanna era más resistente y más inteligente de lo que cualquiera de ellos creía, incluso más de lo que creía ella misma. Sólo ahora comenzaba Webb a entender la fuerza de su carácter. Durante años todos habían pensado en ella como en alguien frágil, dañada emocionalmente de forma irreparable por el trauma de la muerte de Jessie, pero en lugar de ello, Roanna había estado protegiéndose a si misma, y resistiendo. Hacia falta poseer una clase de fuerza interior muy especial para aguantar, para aceptar lo que no podía ser cambiado y sencillamente seguir a la espera de que pasara. Cada vez más últimamente Roanna salía de su caparazón, mostrando su fuerza, defendiéndose a si misma con una serena madurez que no era llamativa, pero si imposible de ignorar.

Sorprendida, Lucinda parpadeó varias veces. -¿A Roanna? ¿Crees que no he discutido esto con ella? No lo quiere. -

– Lo que no quiere es pasarse la vida leyendo declaraciones financieras y estudiando informes de activos,- la corrigió él. -Pero ama Davencourt. Dáselo.

– ¿Te refieres a partir la herencia? – le preguntó Lucinda, aturdida. -¿Dejarle a ella la casa y a ti los negocios?- sonaba sobresaltada; eso no se había hecho nunca. Davencourt y todo lo que ello implicaba siempre había ido junto.

– No, me refiero a dejárselo todo a ella. Debería ser suyo de todos modos.- Roanna necesitaba un hogar. Ella misma se lo había dicho; necesitaba algo que fuera suyo, que nunca le pudiera ser arrebatado. -Nunca ha sentido que realmente perteneciera a ningún sitio, y si me lo dejas todo a mí, se sentirá como si no fuera lo bastante buena para poseer Davencourt, incluso aunque verdaderamente esté de acuerdo con los términos de tu testamento. Ella necesita una casa suya, Lucinda. Davencourt debería tener Davenports viviendo aquí, y ella es la última.

– Pero… por supuesto que ella viviría aquí. – Lucinda lo miró confundida. -Nunca he creído que la fueras a echar. Oh, querido. Eso sería gracioso, ¿verdad? La gente hablaría.

– Me dijo que planea comprar un lugar propio.

– ¿Abandonar Davencourt? – La misma idea impresionó a Lucinda. -Pero este es su hogar.

– Exactamente,- dijo Webb, suavemente.

– Bien.- Lucinda se recostó, reflexionando sobre este cambio en sus planees excepto que no era un cambio, comprendió. Era simplemente dejarlo todo exactamente como ya estaba, pero con Roanna como su heredera. -Pero… ¿y qué harás tú?

Él sonrió, una lenta sonrisa que iluminó todo su rostro. -Puede contratarme para ocuparme de la parte financiera por ella,- dijo, despreocupadamente. De repente supo exactamente lo que quería, y fue como si una luz se encendiera en su interior. -Mejor aún, voy a casarme con ella.

Lucinda se quedó completamente muda. Le llevó un minuto entero poder articular un chirriante -¿Qué?

– Voy a casarme con ella,- repitió Webb, con creciente determinación. -No se lo he pedido aún, así que estate tranquila. – Sí, iba a casarse con ella, de una forma u otra. Lo sintió como si una pieza del rompecabezas hubiera encajado repentinamente en su lugar. Como lo perfecto. Ninguna otra cosa sería tan perfecta. Roanna sería siempre suya – y él sería siempre de Roanna.

– Webb, ¿estás seguro? – le preguntó Lucinda, con inquietud. -Roanna te ama, pero merece ser amada tamb…-

La miró directamente, sus ojos muy verdes, y ella quedó muda de asombro. -Bien,- dijo otra vez.

Él trató de explicarlo. -Jessie…estaba obsesionado con ella, supongo, y de alguna forma, la amaba porque crecimos juntos, pero era más bien ego por mi parte. No debería haberme casado con ella, pero estaba tan obcecado con la idea de heredar Davencourt y casarme con la princesa heredera que no comprendí el desastre que nuestro matrimonio sería. Roanna, en fin… la he amado casi desde que nació, calculo. Cuando era pequeña, la amaba como un hermano, pero ahora que ha crecido, estoy condenadamente seguro de no querer ser su hermano.- Suspiró, mirando hacia atrás, a los años en los que su relación había estado enmarañada con las herencias. -Si Jessie no hubiera sido asesinada, nos habríamos divorciado. Era en serio lo que dije esa noche. Estaba completamente harto de ella. Y si nos hubiésemos divorciado, en vez de suceder las cosas como sucedieron, ahora llevaría mucho tiempo casado con Roanna. La forma en cómo Jessie murió nos separó, y he desperdiciado diez años a causa del rencor.

Lucinda lo miró directamente a la cara, buscando la verdad, y lo que vio la hizo suspirar con alivio. -Realmente la amas.

– Tanto que duele. – Suavemente tomo los dedos de Lucinda cuidando de no hacerle daño. -Me ha sonreído seis veces,- le confió. -Y se ha reído una vez.

– ¡Se ha reído! – Las lágrimas inundaron de nuevo los ojos de Lucinda, y esta vez las dejó caer. Sus labios temblaron. -Me encantaría oírla reír otra vez, solo una vez más.

– Voy a intentar con todas mis fuerzas hacerla feliz,- dijo Webb.

– ¿Cuándo planeas casarte?

– Lo antes posible, en cuanto pueda pedírselo.- Sabía que Roanna lo amaba, pero convencerla de que él también la amaba puede que le costara un poco. En otro momento ella se hubiera casado con él en cualquier circunstancia, pero ahora se mostraría imperturbablemente obstinada si creyera que algo no era correcto. Por otra parte, él quería que Lucinda asistiera a su boda, lo que significaba que tendría que celebrarse rápidamente, mientras ella todavía podía. Y puede que hubiera otra razón, más privada para una boda rápida.

– ¡Oh, carajo!- se burló Lucinda. -¡Sabes que ella caminaría sobre brasas ardientes para casarse contigo!

– Sé que me ama, pero he aprendido a no dar por sentando que va a hacer automáticamente lo que le pida. Aquellos días hace mucho que quedaron atrás. De todas formas no quiero una esposa felpudo. Quiero que tenga seguridad en si misma para defender lo que ella quiere. “

– De la misma forma en que te defendió.

– De la misma forma en la que siempre me ha defendido.- Cuando nadie más lo había apoyado, Roanna había estado a su lado, deslizando su pequeña mano en suya y ofreciéndole todo el consuelo del que era capaz. Había sido mucho más fuerte que él, lo bastante fuerte para hacer el primer movimiento, para extender la mano. -Merece la herencia,- dijo él. -Pero además de eso, es que no quiero que nunca sienta que tuvo que decirme que sí para poder permanecer en su casa.

– Puede que ella sienta lo mismo respecto a ti,- apuntó Lucinda. -Siempre que seas agradable con ella, podría pensar que es sólo porque es ella quién tira de las cuerdas del monedero. Yo he estado en esa situación,- añadió con sequedad, sin duda pensando en Corliss.

Webb se encogió de hombros. -No soy un indigente, Lucinda, como condenadamente bien sabes, ya que me investigaste. Tengo mis propiedades de Arizona, y valdrán una considerable fortuna antes de que termine con ellas. Asumo que Roanna leyó el mismo informe que tú, así que está al tanto de mi situación financiera. Estaremos iguales, y sabrá que estoy con ella porque la amo. Me ocuparé de la parte financiera si a ella realmente no le interesa; no sé si querrá implicarse en ello o no. Dice que no le gusta eso, pero tiene la habilidad de los Davenport, ¿verdad?

– De forma diferente. – Lucinda sonrió. -Presta más atención a la gente que a los números sobre el papel.

– Sabes lo que verdaderamente quiere hacer, ¿verdad?

– No, ¿qué?

– Entrenar caballos.

Ella se rió suavemente. -¡Debería haberlo sabido! Loyal ha estado usando varias de sus ideas sobre el adiestramiento durante años, y tengo que decir que tenemos algunos de los caballos con el mejor comportamiento que jamás se han visto por los alrededores.

– Es mágica con un caballo. Ahí es donde pone su corazón, así que esto es a lo que quiero que se dedique. Siempre has tenido caballos por el placer de tenerlos, porque los adoras, pero Roanna quiere dedicarse a ello como negocio. -

– Lo tienes todo planeado, ¿verdad? – Le sonrió afectuosamente, porque incluso cuando era un muchacho Webb planeaba por adelantado su estrategia, y luego la ponía en práctica. -Nadie por aquí sabe de tus propiedades en el oeste. La gente hablará, ya sabes.

– ¿Qué me caso con Roanna por su dinero? ¿Qué estoy determinado a hacerme con Davencourt a cualquier precio? ¿Qué me casé con Jessie para ello y luego, cuando murió, me lancé sobre Roanna? -

– Veo que has considerado todos los ángulos.

Él se encogió de hombros. -Me importa una mierda el que dirán mientras Roanna no crea nada de ello.

– No lo hará. Te ha amado durante veinte años, y te amará otros veinte más.

– Más tiempo aún, espero.

– ¿Sabes lo afortunado que eres?

– Oh, me hago una idea,- dijo él suavemente. Sin embargo, estaba sorprendido por el tiempo que le había llevado llegar a esa idea. Incluso aún consciente de que amaba a Roanna, no había pensado en ello como en un amor romántico, erótico; se había instalado en el papel de hermano mayor hasta después de que se besaran por primera vez y casi perdiera el control. No se había dado cuenta de ello hasta que se le acercó caminando en aquella barra de bar en Nogales, una mujer, con un intervalo de diez años desde su último encuentro, así que no la había visto crecer. Aquella noche quedo grabada a fuego en su memoria, y encima había batallado con la equivocada impresión de que tenía que proteger a Roanna de su propia lujuria. Dios, qué estúpido. Definitivamente ella disfrutaba con su lujuria, lo que lo convertía en el más afortunado de los hombres.