Ahora, lo único que tenía que hacer era convencerla de casarse con él, y aclarar el pequeño detalle del intento de asesinato; el suyo.
Roanna estaba de pie en la galería mirando la puesta del sol cuando él entró en su habitación. Se giró a medias y echó un vistazo por encima de su hombro cuando oyó la puerta abrirse. Estaba bañada por los últimos rayos del sol, que hacían que su piel pareciera de oro y que su pelo destellara dorado y carmesí. Cruzó la habitación y salió afuera, a la galería con ella, volviéndose para recostarse contra el pasamanos de modo que quedara de cara a la casa, y a ella. Quedarse así mirándola era malditamente fácil. Disfrutaba redescubriendo los ángulos de aquellos esculpidos pómulos, viendo de nuevo las pintitas doradas en sus ojos del color del whisky añejo. El cuello abierto de su camisa le permitía entrever lo bastante de su suave piel para recordarle lo sedosa que era por todas partes.
Sintió las primeras punzadas de lujuria en su ingle, pero, sin embargo, hizo una pregunta completamente prosaica. -¿Te acabaste la cena?
Ella arrugó la nariz. -No, se había quedado fría, así que me comí un trozo de tarta de limón helada a cambio.
Él frunció el ceño. -¿Tansy ha hecho otra tarta? No me lo dijo.-
– Estoy segura de que ha quedado algo,- le contestó, consoladoramente. Alzó la vista hacia el cielo cruzado de líneas color bermellón. -¿De verdad vas a echar a Corliss?
– Oh, sí. – Dejó que tanto su satisfacción como su determinación se revelaran en aquellas dos palabras.
Ella comenzó a hablar y después vaciló. -Continúa,- la animó. -Dilo, aunque sea que crees que me equivoco.
– No creo que te equivoques. Lucinda necesita paz ahora, no un constante alboroto.- Su expresión era distante, sombría. -Es solo que recuerdo qué se siente al estar aterrorizados por no tener ningún sitio en que vivir.
Él extendió la mano y agarró un mechón de su pelo, enroscándoselo en un dedo. -¿Cuándo tus padres murieron?
– Entonces, y después, hasta… hasta que cumplí los diecisiete. -Hasta que Jessie murió, se refería, aunque no lo dijo. -sentía siempre el temor de que si no estaba a la altura, me echarían.
– Eso no habría pasado jamás,- dijo él, con firmeza. -Esta es tu casa. Lucinda no te habría hecho irte.
Ella se encogió de hombros. -Hablaban de ello. Lucinda y Jessie, quiero decir. Querían enviarme a un internado. No sólo a Tuscaloosa; querían que fuera a algún internado femenino, en Virginia, creo. Era un lugar lo bastante lejano para que no pudiera venir a casa con regularidad.
– No fue así.- Sonaba sorprendido. Recordaba los argumentos. Lucinda pensó que podía ser beneficioso para Roanna el estar lejos de ellos, obligarla a madurar, y Jessie, por supuesto, la habría animado. Ahora veía que, a Roanna, debía haberle parecido que no la querían allí.
– Eso es lo que a mi me parecía,- dijo ella.
– ¿Por qué cambió eso cuando cumpliste diecisiete? ¿Fue porque Jessie había muerto y ya no podía seguir insistiendo en ello?
– No.- Aquella mirada remota permanecía aún en sus ojos. -Fue porque ya no me importaba. Marcharme me parecía lo mejor que podía hacer. Quise escapar de Davencourt, de la gente que me conocía y me compadecía porque no era guapa, porque era torpe, porque carecía de desenvoltura en el plano social. – Su tono era indiferente, como si hablara de un menú.
– Mierda,- dijo cansadamente. -Jessie convirtió en un arte el hacerte sentir desgraciada, ¿verdad? Maldita sea esa mujer. Debería ser ilegal casarse para los menores de veinticinco. Me creía el rey de la montaña cuando acababa de cumplir los veinte, condenadamente seguro de que podría domar a Jessie y convertirla en una esposa adecuada; mi idea de lo adecuado, por supuesto. Pero había algo que fallaba en Jessie, tal vez la capacidad de amar, porque no amaba a nadie. No a mí, ni a Lucinda, ni siquiera a ella misma. Aunque era demasiado joven para darme cuenta.- Se frotó la frente, recordando aquellos horribles días posteriores a su asesinato. -Tal vez si amó realmente a alguien, sin embargo. Tal vez ella amaba al hombre cuyo bebé llevaba dentro. No lo sabré nunca.
Roanna jadeó, sintiendo que la conmoción la recorría de la cabeza a los pies. Se giró para mirarlo de frente. -¿Sabías eso? – le preguntó incrédula.
Webb se enderezó, apartándose del pasamanos, su mirada se hizo más aguda. -Lo averigüé después de que la mataran. – La agarró por los hombros, en un apretón urgente. -¿Cómo lo sabías tú?
– Los…los vi juntos en el bosque.- Lamentaba no haber controlado su reacción al averiguar que él sabía lo del amante de Jessie, pero se había quedado estupefacta. Había guardado aquel secreto todos estos años, y de todos modos él ya lo sabía. Pero lo que ella no sabía es que Jessie estaba embarazada cuando la mataron, y eso la hizo sentir nauseas.
– ¿Quién era?- Su tono era duro.
– No lo sé, no lo había visto nunca antes.
– ¿Puedes describirlo?
– No. – Se mordió el labio, recordando ese día. -Sólo lo vi una vez, la tarde del día que mataron a Jessie, y no lo pude ver bien. No te lo dije entonces porque me daba miedo… – hizo una pausa y una mirada de indecible tristeza cruzó por su cara. -Tenía miedo de que te pusieras furioso e hicieras alguna tontería y te metieras en problemas. Así que me callé.
– Y después de que mataran a Jessie, no dijiste nada porque pensaste que me detendrían, que dirían que la maté porque había averiguado que me ponía los cuernos.- Él había guardado silencio por la misma razón y casi había explotado de amargura. Le dolió en el corazón saber que Roanna había guardado el mismo secreto y por la misma razón. Era tan joven, estaba traumatizada por el hecho de haber encontrando el cuerpo de Jessie y por haber sido sospechosa del asesinato ella misma por poco tiempo, herida por su rechazo, y aún así había callado.
Roanna asintió, buscando su rostro. La luz del sol se desvanecía rápidamente, y las sombras del crepúsculo los cubrían de un misterioso velo de azules y púrpuras, atrapándolos en aquel breve momento cuando la tierra se cernía entre día y noche, cuando el tiempo aparentaba detenerse y todo parecía más intenso, más dulce. Su expresión era reservada, y no pudo adivinar lo que pensaba o sentía.
– Entonces te lo guardaste para ti,- dijo suavemente. -Para protegerme. Apuesto a que casi te ahogas con ello, cuando Jessie nos acusó de dormir juntos cuando tú acababas de verla a ella con otro hombre.
– Sí,- dijo, con voz forzada mientras recordaba aquel horrible día y la noche.
– ¿Sabía que tú la habías visto?
– No, permanecí inmóvil. En aquellos días era muy buena escabulléndome.- La mirada que ella le lanzó estaba repleta de la irónica aceptación de lo indisciplinada que había sido.
– Lo sé,- dijo él, en un tono tan irónico como su mirada. -¿Recuerdas dónde se encontraban?
– Era sólo un claro en el bosque. Podría llevarte a la zona, pero no al lugar exacto. Han pasado diez años; probablemente se haya repoblado.
– ¿Si era un claro, por qué no pudiste ver al hombre?
– No dije que no pudiera verlo.- Sintiéndose incómoda, Roanna se removió bajo sus manos. -Dije que no podía describirlo.
Webb frunció el ceño. -¿Pero si lo viste, por qué no puedes describirlo?
– ¡Porque estaban teniendo sexo!- dijo exasperada y llena de sofoco. -Estaba desnudo. Yo nunca había visto a un hombre desnudo antes. ¡Francamente, no le miré la cara!
Webb asombrado dejó caer las manos, escudriñándola a la desvaída luz del crepúsculo. Entonces comenzó a reírse. No reía entre dientes, se carcajeaba con un rugido que sacudía todo su cuerpo. Trató de detenerse, la miró de reojo, y comenzó otra vez.
Ella le dio un puñetazo en el hombro. -Cállate,- refunfuñó.
– Puedo imaginarte contándoselo a Booley,- se burló, casi ahogándose de risa. -Lo…lo siento, Sheriff, no puedo describirle su ca…cara, porque estaba mirando su… ¡verga!- Esta vez le dio el puñetazo en el vientre. Lo dejó sin aliento y se dobló, agarrándose el estómago y riendo todavía.
Roanna alzó la barbilla. -No estaba,- dijo, con dignidad, -mirando su verga.- Entró a zancadas en su habitación y comenzó a cerrarle las puertaventanas en la cara. Él apenas tuvo tiempo de deslizarse por la apertura que velozmente encogía. Roanna activó la alarma de las puertas, y después corrió las cortinas sobre ellas. Él deslizó los brazos alrededor de ella antes de que pudiera alejarse, estrechándola cómodamente de un tirón hacia atrás, contra él.
– Lo siento,- se disculpó. -Sé que te disgustó. -
– Me hizo sentir nauseas – replicó ella, ferozmente. La odié por serte infiel.
Él se inclinó para frotar su mejilla contra su pelo. -Creo que planeaba tener al bebé y fingir que era mío. Pero primero tenía que conseguir que tuviera sexo con ella, y no la había tocado en cuatro meses. No había ni una maldita posibilidad de que pudiera hacerlo pasar como mío tal y como estaban las cosas. Cuando nos pilló besándonos, probablemente pensó que todos sus planes habían volado como el humo. Sabía condenadamente bien que yo no fingiría que el bebé era mío sólo para evitar un escándalo. Me habría divorciado de ella tan rápido que la cabeza le daría vueltas. De todos modos estaba locamente celosa de ti. No se habría puesto así de furiosa si me hubiera pillado con otra persona.
– ¿De mi? – preguntó incrédula Roanna, girando la cabeza para mirarlo. -¿Estaba celosa de mí? ¿Por qué? Ella lo tenía todo.
– Pero era ti a quien yo protegía… de ella, la mayor parte del tiempo. Me puse de tu lado, y ella no podía soportarlo. Tenía que ser la primera en todo y con todos.
– ¡No es extraño que tratara siempre de convencer a Lucinda de que me enviara a un internado!
– Te quería fuera de su camino.- Le apartó el pelo a un lado y le dio un ligero beso en el cuello. ¿Estás segura de no poder describir al hombre con el que la viste?
– ”No lo había visto nunca antes. Y como estaban acostados, no pude ver su cara. Tuve la impresión de que él era bastante más mayor, pero tenía sólo diecisiete años. Alguien de treinta me parecía viejo entonces.- Sus dientes le mordisquearon el cuello, y tembló. Podía sentir como perdía el interés por preguntar; bastante literalmente, de hecho. Su creciente erección empujaba contra su trasero, y ella se recostó contra él, cerrando los ojos cuando el cálido placer comenzó a llenarla.
Despacio él deslizó sus manos por su cuerpo hasta posar las palmas sobre sus pechos. -Justo lo que pensaba,- murmuró él, trasladando sus mordiscos de amor al lóbulo de su oreja.
– ¿Qué?- jadeó ella, estirándose hacia atrás para posar sus manos sobre sus muslos.
– Tus pezones están duros otra vez.
– ¿Estás obsesionado con mis pechos?
– Debe ser,- murmuró él. -Y con otras diversas partes de tu cuerpo, también.
Estaba muy duro ahora. Roanna se dio la vuelta en sus brazos, y él caminó con ella hacia atrás hasta la cama. Cayeron encima, Webb apoyó su peso sobre sus brazos para evitar aplastarla, y en la fría oscuridad sus cuerpos se entrelazaron con un fuego y una intensidad que la dejó débil y estremecida en sus brazos.
Él la mantuvo pegada a su costado, con la cabeza recostada sobre su hombro. Así tumbada, sin fuerzas y laxa, completamente relajada, Roanna sintió que la somnolencia comenzaba a invadirla. Evidentemente él tenía razón sobre su insomnio: la tensión la había mantenido insomne durante diez años, pero después de hacer el amor estaba demasiado relajada para oponerse. Pero el sueño era una cosa y el sonambulismo otra completamente distinta y la perturbaba a un nivel mucho más profundo. Le dijo: -Tengo que ponerme el camisón.
– No-. Su respuesta negativa fue inmediata y enfática. Sus brazos se apretaron alrededor de ella como si tratara de impedir que se moviera.
– Pero si camino dormida…
– No lo harás. Voy a estar abrazándote toda la noche. No podrás salir de la cama sin despertarme-. La besó larga y lentamente. -Duérmete, corazón. Yo te cuidare.
Pero no pudo. Podía sentir como la tensión llegaba, invadiendo todos sus músculos. Un hábito de diez años de duración no podía ser erradicado en una noche sola, ni en dos. Web puede que entendiera el temor que sentía al pensar en si misma caminando por la noche tan indefensa, pero no podía sentir el pánico y la impotencia de no despertar en el mismo lugar donde se había dormido, sin saber cómo había llegado allí o que había pasado.
Él sintió la tensión que le impedía relajarse. La abrazó más estrechamente, tratando de calmarla con su consuelo, pero finalmente llegó a la conclusión que nada funcionaria excepto el completo agotamiento.
Ella creyó que se había hecho a su forma de hacer el amor, que ya había llegado a conocer la totalidad de su sensualidad. Y se encontró con que se equivocaba.
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