La llevó al climax con sus manos, con su boca. La puso a horcajadas sobre su firme, y dura erección y la meció sobre ella hasta que se corrió, por mucho que ella se aferrara a él y le rogara que la penetrara. Finalmente él lo hizo, tumbándola en la cama y girándola de modo que quedara sobre sus rodillas, inclinada con la cara sepultada en las sábanas. Se introdujo en ella desde atrás, golpeando repetidamente contra sus nalgas con la fuerza de sus embestidas, y alcanzando su sexo por delante para acariciarla al mismo tiempo. Ella lanzó un grito ronco y sofocó el sonido contra el colchón cuando se corrió por cuarta vez, y él todavía no había acabado. Se sentía deshecha, llevada más allá de los orgasmos a un estado donde el placer simplemente crecía y crecía, como las ondas de la marea. Otro más le sobrevino, veloz y se estiró para aferrarse a sus caderas y estrecharlo con fuerza contra ella mientras se contraía alrededor de él. Su acción lo agarró por sorpresa y con un ronco y salvaje grito se le unió, estremeciéndose y sacudiéndose mientras se derramaba.

Ambos temblaban violentamente, tan débiles que apenas pudieron dejarse caer sin fuerzas en la cama. El sudor goteaba de sus cuerpos, y se aferraron el uno al otro como supervivientes de un naufragio. Esta vez no hubo modo de rechazar el sueño que la reclamaba tal y como él pretendía.

Despertó una vez, apenas lo bastante como para ser consciente de que él continuaba abrazándola, tal como había prometido, y volvió a dormirse.

La siguiente vez que despertó estaba sentada en la cama, y los dedos de Webb se cerraban con firmeza sobre su muñeca. -No,- dijo suavemente e implacablemente.-No vas a ningún sitio.

Regresó entre sus brazos, y comenzó a creer.

Despertó por última vez al amanecer, cuando él salió de la cama. -¿Dónde vas? – le preguntó, bostezando y sentándose.

– A mi habitación-, contestó él, poniéndose los pantalones. Le sonrió, y sintió como se derretía por dentro una vez más. Tenía un aspecto duro y sexy, con su pelo oscuro revuelto y la mandíbula oscurecida por la incipiente barba. Su voz sonaba todavía áspera por el sueño, y sus párpados se veían un poco más gruesos por la hinchazón del sueño, confiriéndole una mirada de acabo-de-tener-sexo. -Tengo que coger una cosa-, dijo. -Quédate ahí, y quiero decir exactamente ahí. No salgas de la cama-.

– Vale, no lo haré-. Él salió por la puerta del pasillo, y ella se tumbó y se enroscó bajo la sabana. No estaba segura de poder escapar de la cama. Recordó la noche que acababan de pasar, lo que había ocurrido entre ellos. Se sentía dolorida por dentro, y sus muslos estaban débiles y temblorosos. No había sido simplemente hacer el amor, aquello había sido una unión que iba más allá de lo meramente físico. Existían niveles de intimidad más profundos de lo que ella había imaginado nunca, y aún supo que quedaban placeres que todavía no había saboreado.

El regresó en un momento, trayendo una bolsa de plástico con el nombre impreso de una farmacia. La colocó sobre la mesilla de noche.

– ¿Qué es eso?- le preguntó ella.

Él se deshizo de sus pantalones otra vez y se metió en la cama a su lado, atrayéndola contra él. -Una prueba de embarazo.

Ella se puso rígida. -Webb, no creo…

– Es posible-, la interrumpió él. -¿Por qué no quieres saber si es cierto? -Porque… -Se obligó a parar, y sus ojos eran sombríos cuando alzó la mirada hacia él. -Porque no quiero que te sientas obligado.

Él seguía inmóvil. -¿Obligado?- le preguntó cauteloso.

– Si estoy embarazada, te sentirás responsable.

Él resopló.-Pues claro. Sería responsable.

– Lo sé, pero no quiero… Quiero que me quieras por mí misma-, dijo suavemente, tratando de esconder el anhelo pero sabiendo que no lo había conseguido. -No porque hayamos sido descuidados y hayamos hecho un bebé.

– Te quiero por ti misma-, repitió él, suave como una caricia. -¿No te dado las dos últimas noches una idea sobre eso?

– Sé que me deseas físicamente.

– Te quiero-. Ahuecando su cara en sus manos, acarició con el pulgar la suave curva de su boca. Sus ojos estaban muy serios. -Te amo, Roanna Frances. ¿Te casarás conmigo?

Sus labios temblaron bajo su roce. Cuando tenía diecisiete años, lo había amado tan desesperadamente que no habría dejado pasar ninguna posibilidad de casarse con él, en cualquier circunstancia. Ahora tenía veintisiete años, y todavía lo amaba igual de desesperadamente, lo amaba tanto que no quería atraparlo en otro matrimonio en el que se sintiera desgraciado. Conocía a Webb, sabía lo profundo que era su sentido de la responsabilidad. Si estaba embarazada, él haría cualquier cosa por cuidar de su hijo, y eso incluiría mentir a la madre sobre sus sentimientos por ella.

– No-, dijo ella, con voz casi inaudible cuando se negó a lo que más quería en el mundo. Una lágrima resbaló por el rabillo de su ojo.

Él no insistió, no perdió los estribos, como ella medio esperaba. Su expresión permaneció seria, absorta, mientras atrapaba la lágrima con un suave pulgar.- ¿Por qué no?

– Porque sólo me lo pides por si estoy embarazada.

– Error. Te lo pregunto porque te amo.

– Eso dices tú-. Y deseó que dejara de decirlo. ¿En cuántos sueños lo había oído susurrar aquellas palabras? No era justo que las dijera ahora, justo ahora que ella no se atrevía a permitirse a si misma creerlas. Oh, Dios, lo amaba, pero merecía ser amada por si misma. Por fin había comprendido la verdad de esto, y no podía engañarse a si misma por ese final de ensueño.

– No es que lo diga yo. Te amo, Ro, y tienes que casarte conmigo.

Bajo la solemne expresión se vislumbraba una cierta satisfacción. Ella lo estudió, buscando bajo la superficie con su velada mirada marrón que tanto veía. Había un destello de autosatisfacción en lo profundo de sus ojos verdes, de feroz triunfo, el aspecto que siempre tenía cuando había logrado llevar a cabo un trato difícil.

– ¿Qué has hecho?- le preguntó, abriendo mucho los ojos, alarmada.

La diversión curvó las comisuras de su boca. -Cuando Lucinda y yo hablamos anoche, convinimos que sería lo mejor dejar los términos de su testamento tal y como están. Davencourt estará mejor en tus manos.

Ella se quedó blanca.- ¿Qué?- susurró, con algo similar al pánico en su tono. Trató de separarse de él pero había previsto el movimiento, y la abrazó aún más estrechamente de modo que su siguiente protesta quedara amortiguada contra su cuello.

– ¡Pero te lo habían prometido a ti desde tenías catorce años! Has trabajado por ello, incluso…

– Incluso me casé con Jessie para ello-, terminó él tranquilamente. -Lo sé.

– Ese era el trato. Regresabas si Lucinda cambiaba su testamento a tu favor otra vez-. Sintió un enorme vacío y miedo creciendo en su estómago. Davencourt era el señuelo que lo había traído de vuelta, pero ambas, ella y Lucinda eran conscientes de que él se había construido su propia vida en Arizona. Tal vez prefería Arizona a Alabama. Sin Davencourt para retenerlo aquí, cuando Lucinda muriera él se marcharía otra vez, y después de estas dos últimas noches no sabía si podría resistirlo.

– Esa no es toda la verdad. No volví debido al trato. Volví porque necesitaba atar viejos cabos sueltos. Necesitaba hacer las paces con Lucinda; ella es una parte muy importante de mi vida, y le debo mucho. No quise que muriera antes de que despejáramos el aire entre nosotros. Davencourt es especial, pero me ha ido bien en Arizona-, dijo con calmado comedimiento.-No necesito Davencourt, y Lucinda pensaba que tú no lo querías…

– No lo quiero-, dijo ella firmemente. -Ya te dije que no quiero pasarme la vida en reuniones de negocios y estudiando informes.

Él le dedicó una perezosa sonrisa. -Es una lastima, cuando eres tan buena en ello. Supongo que tendrás que casarte conmigo, y yo lo haré para ti. A diferencia tuya, me divierto haciendo dinero. Si te casas conmigo, puede emplear felizmente tú tiempo viendo crecer a los niños y criando caballos, que es lo mismo que habrías hecho aunque Lucinda me hubiera dejado Davencourt a mí. La única diferencia es que ahora todo ello te pertenecerá, con todo incluido, y serás el jefe.

La cabeza le daba vueltas. No estaba segura de haber oído lo que creía haber oído. ¿Davencourt sería para ella y aún así él se quedaría? Davencourt iba a ser suyo…

– Puedo escuchar como giran los engranajes-, murmuró él. Inclinó la cabeza de modo que ella lo mirara a la cara.-Volví por una última razón, la más importante. Volví por ti.

Ella tragó en seco.- ¿Por mí?

– Por ti-. Muy suavemente dejo resbalar un dedo acariciando todo el largo de su columna hasta la hendidura de sus nalgas, y después deshizo el trayecto hacia arriba. Ella tembló delicadamente, fundiéndose contra él. Sabía lo que hacía con este ligero y delicado toque. Su objetivo no era estimularla sino calmarla, tranquilizarla, restablecer la confianza con la que ella le entregó su cuerpo cuando hicieron el amor. El mismo hecho de que no estuviera haciéndole el amor en este mismo instante era prueba de lo mucho que le importaba conseguir su objetivo.

– Déjame ver si puedo aclarártelo un poco-, dijo en tono suave y pensativo, rozando con sus labios su frente. -Te amaba cuando no eras más que una mocosa, tan increíblemente traviesa que es un milagro que mi pelo no haya encanecido prematuramente. Te amaba cuando eras una adolescente de largas y flacas piernas y con unos ojos que me rompían el corazón cada vez que te miraba. Te amo ahora que eres una mujer que hace que se me funda el cerebro, que me tiemblen las piernas y mi polla este siempre dura. Cuando entras en una habitación, mi maldito corazón casi me sale del pecho. Cuando sonríes, me siento como si hubiera ganado un Premio Nobel. Y tus ojos todavía me traspasan el corazón.

La suave letanía suave penetró en ella como la más dulce de las canciones, empapando su carne, su alma, todo su ser. Deseaba tanto creerlo, y por eso tenía miedo a hacerlo, miedo a dejar que sus propios deseos la convencieran.

Cuando ella no habló, él comenzó de nuevo con aquellas gentiles caricias.-A Jessie le salió verdaderamente bien la jugada contigo, ¿no? Te hizo sentir tan poco amada y deseada que todavía no lo has superado. ¿No has entendido aún que Jessie mintió? Su vida entera era una mentira. ¿Es que no sabes que Lucinda te idolatra? Con Jessie muerta, finalmente fue capaz de llegar a conocerte sin que la ponzoña de Jessie lo envenenara, y te adora-. Le tomó la mano y la llevó a los labios, donde besó cada uno de sus dedos, y después comenzó a mordisquear las sensible yemas.-Jessie lleva muerta diez años. ¿Cuánto más tiempo le vas a permitir seguir arruinándote la vida?

Roanna echó la cabeza hacia atrás, buscando su mirada con ojos solemnes y perplejos. Con una sensación de asombro, comprendió que nunca lo había visto con un aspecto más decidido, o resuelto. Aquel serio rostro masculino que la miraba de frente era la cara de un hombre que había tomado una decisión y estaba malditamente seguro de conseguir lo que quería. Iba en serio. No quería casarse con ella porque iba a ser la dueña de Davencourt, ya que podría haberlo conseguido sin condiciones. Lucinda habría honrado su trato. No quería casarse con ella porque puede que estuviera embarazada…

Como si le leyera la mente, y quizás lo hacía, él dijo, -Te amo. No puedo decirte cuánto, porque no existen palabras que lo expresen. He tratado de contar las maneras, pero no soy Browning [6]. No importa si estás embarazada o no, quiero casarme contigo porque te amo. Punto.

– Vale-, susurró ella, y tembló ante la enormidad del paso que estaba dando, y de la alegría que florecía en su interior.

Se quedó sin aire cuando él la aplastó contra su pecho.-Sabes como hacer sudar a un hombre-, le dijo ferozmente.-Estaba comenzando a desesperar. ¿Qué te parece casarte la semana que viene?

– ¿La semana que viene?- Casi gritó las palabras, al menos todo lo que era capaz, aplastada como estaba contra su pecho.

– No pensarías que iba a darte tiempo para cambiar de opinión, ¿no?- Ella pudo oír la sonrisa en su voz. -Si sueñas con una gran boda en la iglesia, supongo que puedo esperar si no lleva demasiado tiempo prepararlo todo. Lucinda… bueno, creo que deberíamos estar casados de aquí a un mes, a lo sumo.

Las lágrimas inundaron sus ojos. -¿Tan pronto? Esperaba… esperaba que llegara al invierno, tal vez a ver otra primavera.

– No lo creo. El doctor le dijo que también le fallaba el corazón. -Él frotó su cara contra su pelo, en busca de consuelo. -Es una vieja mula resistente,- dijo ronco. -Pero está lista para dejarnos. Puedo verlo en sus ojos.

Se abrazaron el uno al otro en silencio durante un momento, lamentándose ya por la pérdida de la mujer alrededor de quien la familia entera giraba. Pero Webb no era un hombre que se dejara distraer fácilmente del camino que se había trazado, y apartándose ligeramente de ella, le lanzó una mirada interrogadora. -Acerca de la boda…