Giró a la derecha en el cruce, y se incorporó a la carretera. El coche que acababa de pasar estaba al menos a unos cien metros de ella. Roanna aceleró gradualmente, su pensamiento concentrado en el estilo de vestido que quería: algo sencillo, en color marfil mejor que blanco puro. Tenía unas perlas con un matiz dorado que quedarían magníficas con un vestido color marfil. Y con una falda recta, estilo Imperio, mejor que algo más pomposo, estilo reina-de-las-hadas.

La carretera hacia una curva, y a continuación había un Stop, donde el camino se cruzaba con la Autopista 43, que constaba de cuatro carriles ocupada continuamente con un tráfico incesante en ambos sentidos. Roanna tomó la curva y vio el coche que iba delante de ella detenido en el Stop, con el intermitente puesto, a la espera de un hueco en el tráfico para incorporarse a la autopista.

Un coche abandonó la autopista en el cruce, en dirección contraria a ellos, pero el tráfico era demasiado denso para que el coche detenido en el cruce pudiera incorporarse, así que Roanna pisó el pedal de freno para reducir la velocidad, y el pedal se hundió hasta el final sin resistencia alguna.

La alarma sonó en su interior. Pisó el pedal otra vez, pero no dio más resultado que la vez anterior. En todo caso, el coche pareció coger más velocidad. No tenía frenos, y ambos carriles estaban ocupados.

El tiempo se combó, estirándose como un elástico. La carretera se alargaba frente a ella, mientras el coche que venía en sentido contrario se iba ampliando a su tamaño normal. Los pensamientos destellaban en su mente, veloces como relámpagos: Webb, el bebé. A su derecha se abría una profunda zanja, y el arcén era estrecho; no había modo de que pudiera esquivar así el coche parado en el stop, aún si no se enfrentara al peligro de cruzar a través de cuatro carriles repletos de tráfico.

¡Webb! Santo Dios, Webb. Se agarró al volante, la angustia casi ahogándola mientras los segundos volaban y se quedaba sin tiempo. No podía morir ahora, no ahora que tenía a Webb, cuando su niño era tan solo una promesa de vida en su interior. Tenía que hacer algo…

Y sabía que hacer, comprendió de repente, los recuerdos destellando como una luminosa cuerda de salvación a través del terror que amenazaba con engullirla. Resultó ser una conductora tan mala que hizo un curso extra de conducción cuando estaba en la universidad. Sabía como reaccionar ante un patinazo y ante las malas condiciones de las carreteras; sabía qué hacer en caso de que fallaran los frenos.

¡Sabía qué hacer!

El coche avanzaba a toda velocidad, como si fuera cuesta abajo y la carretera estuviera engrasada.

La voz del instructor del curso sonó en su cabeza, calmada y prosaica: No golpee de frente, si puede evitarlo. Un golpe directo es el que peor daño causa. Gire el coche, ladearse en una colisión disipa la fuerza.

Asió el cambio de marchas. No trates de ponerlo en punto muerto, pensó, recordando aquellas lejanas lecciones. El instructor les había dicho que de todos modos probablemente no entraría. Podía oír su voz tan claramente como si estuviera sentado a su lado: Reduzca la marcha y tire del freno de mano. El freno de mano actúa sobre un cable, no sobre la presión neumática. Una pérdida de líquido de frenos no lo afectará.

El coche en el stop estaba sólo a cincuenta metros ahora. El coche que venía en sentido contrario a menos aún. Redujo una marcha y cogió el freno de mano, tirando de él con todas sus fuerzas. El metal chirrió cuando la transmisión del coche bajó de revoluciones, y los neumáticos desprendieron un humo negro. El hedor a caucho quemado llenó el coche.

La parte trasera del coche probablemente derrapará hacia un lado. Enderécelo si puede. Si no tiene espacio, y ve que va a golpear a alguien o a ser golpeado, trate de maniobrar para que sea una colisión indirecta. Ambos tienen así más posibilidades de salir ilesos.

La trasera del coche viró hacia el otro carril, delante del coche que venía en sentido contrario. Sonó un pitido, y Roanna vislumbró un furioso y aterrorizado rostro, apenas un borrón en el parabrisas. Se concentró en el derrape de la parte posterior, sintió que el coche comenzaba derrapar en la otra dirección, y rápidamente hizo girar el volante para corregir también ese deslizamiento.

El coche que venía en sentido contrario pasó a pulgadas del suyo, con el pito todavía sonando. Esto la dejaba sólo con el coche en su carril, todavía esperando pacientemente en el stop, con el intermitente izquierdo parpadeando.

Veinte metros. No había más espacio, ni más tiempo. Con el carril izquierdo ahora despejado, Roanna dirigió su coche en esa dirección, cruzándolo en diagonal. Un trigal se extendía al otro lado de la carretera, placentero y llano. Abandonó la carretera y se lanzó a través del arcén, con la parte trasera del coche aún derrapando de un lado a otro. Se estampó contra el cercado, la madera se astilló, y una sección completa de la valla se vino abajo. El coche se llevó por delante los altos tallos del cereal mientras rebotaba y caía con un ruido sordo a través de los surcos y montones de tierra salían disparados en todas direcciones. Salió disparada hacia delante, y el cinturón de seguridad se le clavó con fuerza en las caderas y el torso, tirando bruscamente de ella hacia atrás mientras el coche se estremecía hasta detenerse.

Se quedó allí sentada, con la cabeza apoyada sobre el volante, demasiado débil y mareada para salir del coche. Aturdida se examinó. Todo parecía estar bien. Se dio cuenta que temblaba sin control. ¡Lo había conseguido!

Oyó a alguien gritar, y a continuación sonó un golpecito sobre su ventanilla. -¿Señora? ¿Señora? ¿Está bien?

Roanna levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente la cara asustada de una adolescente. Obligando a sus temblorosos miembros a obedecerla, se soltó el cinturón de seguridad y trató de salir. La puerta no quiso abrirse. Empujó, la chica tiró desde el exterior, y juntas consiguieron abrirla lo justo para que Roanna pudiera escapar hacia afuera.-Estoy bien-, logró decir.

– La vi salirse de la carretera. ¿Está segura de que está bien? Chocó contra el cercado muy fuerte.

– La cerca se llevó la peor parte-. Los dientes de Roanna comenzaron a castañetear, y tuvo que apoyarse contra el coche o se habría caído al suelo. -Me fallaron los frenos.

Los ojos de la muchacha se desorbitaron. -¡Oh, Dios mío! Se salió de la carretera para no golpearme, ¿verdad?

– Me pareció la mejor idea-, contestó, y se le doblaron las rodillas.

La chica saltó hacia adelante, deslizando un brazo alrededor de ella.- ¡Está herida!

Roanna negó con la cabeza, obligando a sus rodillas a ponerse derechas cuando la muchacha mostró señales de ir a echarse a llorar. -No, sólo asustada, eso es todo. Mis piernas parecen espaguetis-. Respiró profundamente un par de veces, para calmarse.-Llevo el móvil en el coche, llamaré a alguien para que venga…

_Yo se lo traigo-, dijo la chica, tirando de la puerta para abrirla más aún y lanzándose al interior para encontrar el teléfono. Tras una breve búsqueda lo localizó bajo el asiento derecho delantero.

Roanna tomó aire profundamente varias veces más para calmarse antes de llamar a casa. Lo último que ella quería era alarmar excesivamente a Webb o a Lucinda, lo que significaba que tenía que hablar con tono calmado. Bessie contestó la llamada, y Roanna preguntó por Webb. Se puso al teléfono un momento después. -No hace ni cinco minutos que te has ido-, bromeó él.- ¿De qué te has acordado?

– De nada-, dijo ella, y se sintió orgullosa de lo calmada que sonó.-Ven a recogerme al cruce. He tenido un problema con los frenos del coche y me he salido de la carretera.

No contestó. Ella escuchó una apagada y violenta maldición, después sonó un estruendoso golpe y la línea quedó muerta.

– Está en camino-, dijo a la muchacha, y pulsó el botón de colgar del teléfono.


Webb metió a Roanna en su camioneta como si fuera un paquete, le dio las gracias a la adolescente por preocuparse por ella, y condujo de vuelta a Davencourt tan rápido que Roanna se aferró a la abrazadera de encima de la ventanilla para no bambolearse. Cuando llegaron a la casa, él insistió en llevarla en brazos al interior.

– ¡Bájame! – Siseó ella cuando la tomó en brazos.- Vas a conseguir que se asusten mortalmente.

– Calla-, dijo él, y la besó, con fuerza. -Te amo y estás embarazada. Llevarte me hace sentir mejor.

Ella enroscó su brazo alrededor de su cuello y se calló. Tenía que confesar, que la calidez y la fuerza de su enorme cuerpo eran muy tranquilizadoras, como si pudiera absorber una parte de ello a través de su propia piel. Pero como había predicho, el hecho de que la entrara en brazos hizo que todos se apresuraran hacia ellos, haciendo preguntas con preocupación.

Webb la llevó hasta la sala de estar y la colocó sobre uno de los sofás con sumo cuidado, como si estuviera hecha del más delicado cristal. -Estoy bien, estoy bien-, aseguró una y otra vez, ante el coro de preguntas. -Ni siquiera estoy magullada.

– Tráele algo dulce y caliente para beber-, dijo Webb a Tansy, quien se apresuró a obedecer.

– ¡Descafeinado!- gritó Roanna a su espalda, pensando en el bebé.

Después de asegurarse por si mismo por décima vez de que estaba ilesa, Webb se levantó y le dijo que iba a echarle un vistazo a su coche.

– Voy contigo-, dijo ella, aliviada ante la perspectiva de escapar de tanto mimo, poniéndose en pie, pero fue inmediatamente sofocada por el coro de protestas de las féminas de la casa.

– Puedes estar segura de que no vas, jovencita-, dijo Lucinda, con su tono mas autocrático. -Has sufrido un accidente, y tienes que descansar.

– No estoy herida-, dijo Roanna, de nuevo, preguntándose si realmente alguien escuchaba lo que decía.

– Entonces yo necesito que descanses. Me quedaría terriblemente preocupada por ti si te dejara irte a correr por ahí, cuando el sentido común te dice que deberías darte tiempo para recuperarte de la impresión.

Roanna lanzó a Webb una elocuente mirada. Él alzó una ceja y se encogió de hombros, sin compasión. -No puedo llevarte-, le murmuró, y dejó que su mirada descendiera y se detuviera sobre su vientre.

Roanna se recostó, reconfortada por su silenciosa comunicación, por el pensamiento compartido sobre su hijo. Y aunque Lucinda utilizaba descaradamente el chantaje emocional para salirse con la suya, lo hacía por genuina preocupación, y Roanna decidió que no le haría ningún daño dejarse mimar en exceso durante el resto del día.

Webb salió para montar en su camioneta, y se quedó mirando pensativamente el lugar en el que el coche de Roanna había estado aparcado. Había una mancha oscura y húmeda sobre la tierra, visible incluso desde donde él estaba. Se acercó y se agachó, examinando la mancha durante un momento antes de tocarla con un dedo y luego olisquear el residuo aceitoso. Definitivamente era líquido de frenos, una parte. A ella debía de quedarle solo un poco de fluido en el coche, y habría sido expulsado hacia el exterior la primera vez que usó los frenos.

Podría haberse matado. Si se hubiese estrellado en medio de la carretera en vez de en un trigal, con toda probabilidad habría resultado seriamente herida, eso si no se mataba.

Una sensación helada lo recorrió. El escurridizo y desconocido atacante podría haber golpeado de nuevo, pero esta vez a Roanna. ¿Por qué no? ¿No lo había hecho antes con Jessie? Y con más éxito, también.

No quiso usar el móvil, pues no era seguro, ni entrar para enfrentarse a las inevitables preguntas. En su lugar, se dirigió a los establos y usó el teléfono de Loyal. El entrenador escuchó la conversación, y sus pobladas y canosas cejas se fruncieron en un ceño cuando sus ojos comenzaron a nublarse de cólera.

– ¿Cree que alguien trató de hacer daño a la señorita Roanna?- exigió tan pronto como Webb colgó.

– No lo sé. Es posible.

– ¿La misma persona que entró en la casa?

– Si los frenos de su coche han sido saboteados, entonces tendré que contestar que sí.

– Eso significaría que él estuvo aquí anoche, toqueteando su coche.

Webb asintió, con expresión inescrutable. Trató de no dejar que su imaginación echara a volar hasta que supiera con certeza si el coche de Roanna había sido manipulado, pero no podía liberarse del pánico que le estrujaba el estómago y de la cólera al pensar que el hombre habría estado tan cerca.

Condujo hasta la intersección, explorando cuidadosamente todo el camino alrededor. No creía que esta fuera una trampa diseñada para atraerlo al exterior, porque no había modo de predecir exactamente donde sucedería el accidente de Roanna. Aunque era intensamente consciente que este era aproximadamente el mismo lugar donde lo habían emboscado, su temor era que esto no hubiera estado dirigido contra él, sino expresamente contra Roanna. Tal vez no es que ella hubiera estado en el sitio incorrecto en el momento equivocado la noche en que la habían golpeado en la cabeza. Tal vez, por el contrario, había tenido suerte de haber logrado gritar y alertar a la casa antes de que el bastardo hubiera sido capaz de terminar el trabajo.