– Tengo insomnio, ¿recuerdas?- replicó ella. -Sólo duermo después de…

Calló, y él se rió entre dientes.-Podría contestar, pero me callaré. Me parece que le voy a coger el gusto a este extraño tipo de insomnio-, bromeó. -Me incentiva.

– No había notado que necesitaras ninguno.

– Puede que cuando llevemos casados treinta años más o menos, yo… -Se interrumpió a media frase, con todo el cuerpo en tensión.

Roanna no se acercó a la ventana, aunque este fue su primer impulso. Llevaba un camisón blanco; aparecer frente a la ventana podría delatar su posición. En cambio susurró, -¿Ves a alguien?

– El hijo de puta está subiendo por la escalera de atrás-, murmuró él. -No lo he visto hasta ahora mismo. Probablemente Loyal tampoco-. Saco el móvil del bolsillo y marcó el número privado de Loyal. Segundos más tarde dijo en voz baja, -Está aquí, subiendo a la galería superior por la escalera de atrás-. Eso fue todo. Cerró el teléfono y volvió a metérselo en el bolsillo.

– ¿Qué hacemos?- susurró ella.

– Esperar y ver lo que hace. Loyal está llamando al sheriff, y vendrá como refuerzo-. Cambió ligeramente de posición para tener mejor ángulo de vigilancia del silencioso intruso. La luz de la luna cruzó por su rostro. -Se dirige hacia la parte de delante… Ahora no puedo verlo.

Una luz roja parpadeó, llamando la atención de Roanna. Miró hacia el cajetín de la alarma. -¡Webb, ha entrado en la casa! -La luz parpadea.

El maldijo en voz baja y cruzó la habitación para coger el revolver de encima de la cómoda.

Aún mirando fijamente la luz, Roanna dijo, asustada, -Ha dejado de parpadear. Está verde otra vez.

Él se acercó a la alarma y contempló el cajetín. -Alguien lo ha dejado entrar-. Su voz era casi inaudible, pero cargada de una serena amenaza que no auguraba nada bueno para alguien.-Corliss.

Se quitó los zapatos y silenciosamente se dirigió hacia la puerta.

– ¿Qué vas a hacer?- le preguntó Roanna ferozmente, tratando de mantener la voz baja. Lo cual era difícil, ya que la cólera y el miedo se deslizaban por sus venas con cada latido de su corazón. Se estremeció por la necesidad de ir con él, pero se obligó a no moverse. No tenía nada con lo que protegerse, y lo último que él necesitaba era tener que preocuparse de ella.

– Trato de ir tras él-. Abrió la puerta apenas un centímetro, escrutando el pasillo en busca del intruso. No vio nada. Decidió esperar, con la esperanza de que el hombre delatara su posición. Creyó haber oído un débil sonido, como un susurro, pero no podía estar seguro.

Los segundos pasaban, y Webb se arriesgó a abrir la puerta un poco más. Ahora podía ver todo el pasillo de este lado que conducía a la parte delantera de la casa, y el vestíbulo estaba vacío. Se deslizó fuera de la habitación y bajó hacia el vestíbulo de atrás, sus pies desnudos no hacían ningún ruido sobre la alfombra, y se mantuvo pegado a la pared. Mientras se acercaba a la esquina redujo la marcha, levantó la pistola y le quitó el seguro. Con la espalda pegada contra la pared, echó un veloz vistazo a la vuelta de la esquina. Una oscura figura surgió al otro extremo del vestíbulo. Webb se hizo atrás, pero no a tiempo; lo habían visto. Un disparo atronador reverberó por la casa, y el yeso salió volando de la pared.

Webb blasfemó brutalmente al mismo tiempo que salía al descubierto, rodando sobre si mismo, y apuntando con su pistola. Apretó el gatillo, la pesada arma dio una sacudida en su mano, pero la oscura figura del otro extremo se lanzó hacia la puerta de Lucinda. El humo llenó el vestíbulo, y el hedor de la pólvora ardía en sus fosas nasales mientras Webb se ponía en pie y se lanzaba en aquella dirección.

Como esperaba, los disparos causaron que toda la familia abriera sus puertas y asomaran las cabezas. -Malditos seáis, volved a las habitaciones-, les gritó, con furia.

Gloria lo ignoró y salió al pasillo. -¡No me maldigas!- le espetó.- ¿Qué demonios ocurre?

A su espalda, el atacante apareció en el vestíbulo, pero Gloria se interponía entre ellos y Webb no podía disparar. Sin miramientos, la empujó, y con un grito cayó al suelo.

Y él se quedó congelado, repentinamente indefenso. El hombre tenía uno de los brazos alrededor del cuello de Lucinda, sosteniendo a la frágil anciana delante de él como un escudo. Sostenía el arma con su otra mano, apretando el cañón contra la sien de Lucinda, y lucía una salvaje sonrisa en su cara.

– Vacía el arma muy, muy lento-, le ordenó, retrocediendo hacia el vestíbulo delantero. Webb no vaciló. La expresión en la cara del hombre le dijo que Lucinda estaba muerta si no obedecía. Con movimientos deliberadamente tranquilos abrió el cilindro y sacó todas las balas.

– Tirados detrás de ti-, dijo el hombre, y Webb obedeció, tirando las balas al suelo del vestíbulo. -Ahora dale una patada al arma en mi dirección.

Con cuidado se agachó y colocó el arma vacía sobre la alfombra, luego con el pie la empujó hacia el hombre, que no hizo ningún movimiento para recogerla. No le hacía falta; el arma estaba descargada, así que no había forma de que nadie pudiera recoger una bala, hacerse con la pistola, recargarla, y disparar, antes de que él les pegara un tiro a ellos.

Lucinda seguía en pie aún atrapada en su abrazo, tan blanca como su camisón. Su pelo canoso estaba alborotado como si la hubiera sacado a rastras de la cama, y quizás lo había hecho, aunque era más probable que hubiera saltado de la misma al primer disparo y se dirigiera a ver lo que pasaba cuando él la atrapó.

El hombre miró alrededor, su salvaje sonrisa se hizo aún mayor cuando vio a todo el mundo congelado en las puertas de sus habitaciones, excepto Gloria, que todavía yacía sobre la alfombra y gemía suavemente.

– ¡Todo el mundo!- bramó de repente. -¡Quiero verlos a todos! Sé quienes sois, así que si alguien trata de esconderse, meteré una bala en la cabeza de la vieja. ¡Tenéis cinco segundos! Uno… dos… tres…

Harlan salió de la habitación y se inclinó para ayudar a Gloria a levantarse. Ella se pegó a él, aún gimiendo. Greg y Lanette salieron de sus habitaciones, con el rostro blanco.

– Cuatro…

Webb vio que Corliss y Brock aparecían desde el otro vestíbulo.

El hombre miró alrededor. -Falta una más-, dijo, mofándose. -Echamos de menos a tu pequeña yegua de cría, Tallant. ¿Dónde está? ¿Crees que bromeo sobre pegarle un tiro a la vieja bruja?

No, pensó Webb. No. Aún tanto como amaba a Lucinda, no podía soportar la idea de poner en peligro a Roanna. Corre, le suplicó en silencio. Corre, querida. Consigue ayuda. ¡Corre!

El hombre miró a la izquierda y sonrió feliz.-Aquí está. Ven con nosotros, querida. Únete a la feliz muchedumbre.

Roanna se deslizó hacia delante, hasta situarse de pie entre Corliss y las puertas dobles del porche. Estaba tan pálida como Lucinda, su delgada figura parecía casi fantasmal. Contempló al hombre y jadeó, palideciendo aún más.

– Bueno, ¿qué te parece?- se jactó el hombre, sonriendo ampliamente a Roanna.-Veo que me recuerdas.

– Sí-, contestó ella, casi inaudiblemente.

– Eso es bueno, porque yo te recuerdo verdaderamente bien. Tú y yo tenemos un asunto pendiente. Me diste un susto de muerte cuando te acercaste a mí por el pasillo esa noche, pero he oído que dicen que el golpecito en la cabeza te causó una conmoción cerebral, y que no recuerdas nada de ello. ¿Correcto?

– Sí-, dijo ella, de nuevo, sus ojos se veían enormes y oscuros en su pálido rostro.

Él se rió, evidentemente feliz por la ironía, Sus gélidos ojos los barrieron a todos ellos.-Una verdadera reunión familiar. Todos juntos, aquí en el vestíbulo, bajo la luz y así puedo ver que todos esta muy bien-. Se movió, fuera de su alcance, sosteniendo la cabeza de Lucinda arqueada hacia atrás mientras Webb silenciosamente conducía a los demás hacia delante, agrupándolos juntos con Corliss, Brock, y Roanna.

Webb dedicó una mirada asesina a Corliss. Miraba al hombre como si estuviera fascinada, pero no había ni un atisbo de miedo en su cara. Ella lo había dejado entrar, y era demasiado estúpida para darse cuenta de que él también la mataría. Todos estaban muertos, a menos que hiciera algo.

Trató de acercarse a Roanna, esperando tal vez poder protegerla con su cuerpo, que de alguna manera ella pudiera sobrevivir. -Uh-uh-, dijo el hombre, meneando la cabeza.-Quédate donde estás, bastardo.

– ¿Quién es usted?- exigió Gloria, con voz chillona.

– Cállate, perra, o la primera bala será para ti.

– Esa es una buena pregunta-, dijo Webb. Miró fijamente al hombre con una fría y agresiva mirada. -¿Quién demonios eres?

Lucinda habló, a través de sus labios exangües. -Su nombre-, dijo, con voz clara, -es Harper Neeley.

El hombre soltó una carcajada áspera y salvaje. -Veo que ha oído hablar de mí.

– Sé quién es. Me ocupé de averiguarlo.

– Lo hizo, ¿verdad? Esto es verdaderamente interesante. Me pregunto por qué nunca me visitó. Somos familia, después de todo-. Se rió de nuevo.

Webb no quería que centrara su atención en Lucinda, no quería que se fijara en ninguno de ellos, excepto en él. -¿Por qué, maldito seas?-gruñó. -¿Qué es lo que quieres? No te conozco, ni he oído hablar nunca de ti-. Si pudiera entretenerlo lo bastante, tal vez Loyal tuviera la oportunidad de posicionarse y hacer algo, le daría tiempo a que el sheriff llegara. Todo lo que tenía que hacer era aguantar.

– Porque tu la mataste-, dijo Neeley brutalmente.-Mataste a mi muchacha, jodido bastardo.

– ¿A Jessie?- Webb lo miró sorprendió. -Yo no maté a Jessie.

– ¡Dios te condene, no mientas! – rugió Neely, apartando la pistola de la sien de Lucinda para apuntar hacia Webb. -¡Averiguaste lo nuestro y la mataste!

– No-, dijo Webb bruscamente. -No lo hice. No tenía ni idea de que me estaba engañando. No me enteré hasta después de la autopsia cuando el sheriff me dijo que estaba embarazada. Sabía que no podía ser mío.

– ¡Lo sabías! ¡Lo sabías y la mataste! Mataste a mi muchacha y mataste a mi bebé, así que voy a hacerte mirar mientras yo mato a tu bebé. Voy a pegarle un tiro a esta zorrilla justo en el estómago y tú estarás ahí de pie viéndola morir, y luego voy a hacerte…

– ¡Él no mató a Jessie!-. La voz de Lucinda se impuso sobre la de Neeley. Irguió su nívea cabeza bien alta.-Lo hice yo.

La pistola vaciló ligeramente. -No trates de liarme, vieja-, resolló Neeley.

Webb mantuvo la atención pegada a Neeley; los ojos del hombre brillaban exaltados y su rostro brillaba de sudor mientras cada vez se ponía más frenético. Planeaba matar a nueve personas. Ya había efectuado un disparo. La pistola era una automática; ¿cuántas balas le quedarían en el cargador? Algunos tenían capacidad de hasta diecisiete, pero aún así, después del primer disparo no podía esperar que fueran a quedarse allí de pie sin hacer nada, como ovejas camino del matadero. Tenía que haberse dado cuenta de que era una situación casi imposible, lo cual lo volvía aún más inestable. No tenía nada que perder.

– Yo la maté-, repitió Lucinda.

– Mientes. Fue él, todo el mundo sabe que fue él.

– No era mi intención matarla-, dijo Lucinda tranquilamente. -Fue un accidente. Me asusté, no sabía que hacer. Si hubieran detenido a Webb, habría confesado, pero Booley no pudo encontrar ninguna prueba en su contra porque no las había. Webb no lo hizo-. Dirigió a Webb una mirada en la que se mezclaban la pena, el amor y el arrepentimiento. -Lo siento-, susurró.

– ¡Mientes!-aulló Neeley, sujetándola con más fuerza contra él y apretando aún más el brazo alrededor de su garganta.- ¡Te romperé tu maldito cuello si no te callas!

Greg saltó hacia él. El calmado y sencillo Greg, que había dejado a Lanette dirigir sus vidas sin abrir nunca la boca para dar su opinión. Lanette gritó, y Neeley retrocedió, disparando. Greg dio un traspié y cayó hacia delante, perdiendo repentinamente toda coordinación, sus piernas y sus brazos se agitaron espasmodicamente. Yacía en el suelo, respirando con dificultad y con los ojos desmesuradamente abiertos por la sorpresa. Entonces soltó una pequeña tos que se convirtió en un gemido, cuando la sangre comenzó a extenderse lentamente bajo él.

Lanette se tapó la boca con la mano, mientras miraba fijamente horrorizada a su marido. Comenzó a avanzar, dirigiéndose instintivamente hacia él. -¡No te muevas!- gritó Neeley, agitando la pistola de un lado a otro. -¡Mataré al próximo que se mueva!

Corliss continuaba con la vista clavada en su padre, con la boca abierta y expresión atontada. -Has disparado a mi papá- dijo atónita.

– Cállate, jodida zorra. Estúpida-, se mofó él. -Eres tan jodidamente estúpida.

Webb captó el más ligero de los movimientos con el rabillo del ojo. No se atrevió a moverse, no se atrevió a girar la cabeza, mientras el terror lo atenazaba. Roanna se desplazó de nuevo, apenas el más leve de los movimientos, lo que la acercó un milímetro más a las puertas.