En el cajetín del teclado de la alarma, a la izquierda de las puertas, Webb vio como la luz verde cambiaba a rojo. Roanna había abierto la puerta.
Quince segundos. El estruendo ensordecedor sería toda la distracción de la que dispondría. Comenzó a contar, esperando que fuera tiempo suficiente.
Las lágrimas corrían libremente por la cara de Corliss cuando apartó la vista de Greg, quien se estremecía sobre el suelo. -Papá-, dijo. Volvió la vista a Neeley y su cara estaba retorcida de rabia, y de algo más.- ¡Has disparado a mi papá!- gritó, embistiendo a Neeley, con las manos curvadas como garras.
Él apretó el gatillo otra vez.
Corliss patinó, su torso se sacudió hacia atrás aunque sus pies trataron de seguir en movimiento. Lanette gritó con voz ronca, y la pistola apuntó inestable hacia ella.
La alarma saltó, un sonido estridente y ensordecedor, doloroso por su intensidad. El dedo de Neeley apretó el gatillo justo cuando Webb se puso en movimiento, y la bala se estrelló contra la pared, directamente sobre la cabeza de Lanette. Neeley empujó a Lucinda a un lado, su mano libre se dirigió a cubrirse el oído mientras trataba de seguir apuntando con la pistola. Webb lo golpeó, incrustando con fuerza un hombro en el estómago del hombre, y estrellándolo de golpe contra la pared de detrás. Con su mano izquierda agarró la muñeca derecha de Neeley, inmovilizándosela en alto para que no pudiera disparar a nadie más aunque apretara el gatillo.
Neeley se revolvió, recuperándose. Estaba enfurecido, y era tan fuerte como un buey. Brock se unió a la lucha, añadiendo su fuerza a la Webb cuando ambos hicieron retroceder el brazo de Neeley, inmovilizándolo contra la pared, pero aún así el hombre continuó luchando contra ellos. Webb lanzó un rodillazo hacia arriba, que se clavó de golpe en la ingle de Neeley. Un sonido ahogado, gutural, estalló desde su posición, y después jadeó sin emitir ruido, moviendo sólo la boca. Comenzó a deslizarse hacia abajo por la pared, llevándolos con él, y el movimiento liberó su brazo del apretón.
Webb agarró el arma cuando los tres quedaron tumbados sobre el suelo enredados. Neeley recuperó el aliento con una aguda carcajada, y sólo entonces se dio cuenta Webb de que el chillido de la alarma se había detenido, de que Roanna la había hecho callar tan rápidamente como la había puesto en marcha.
Neeley se revolvía de un lado a otro, girando el cuerpo y todavía riéndose con ese tono chillón y maníaco que hizo que a Webb se le erizara el vello de la nuca. Miraba algo fijamente, y se reía mientras luchaba, retorciéndose sobre el suelo, tratando de coger la pistola una vez más…
Roanna.
Estaba arrodillada junto a Lucinda, las lágrimas corrían libremente por su cara mientras su mirada iba de su abuela a donde Webb luchaba con Neeley, obviamente debatiéndose entre ambos.
Roanna. Era un objetivo perfecto, un poco aislada de los demás porque Lanette, Gloria, y Harlan se habían precipitado hacia donde estaban Greg y Corliss. Su camisón era de un blanco prístino, perfecto, un disparo imposible de fallar.
El gris acero del revolver se inclinó poco a poco, a pesar de todos los esfuerzos suyos y de Brock para mantener inmóvil de brazo de Neeley, para alejar el arma de él.
Webb rugió rabioso, una enorme oleada de furia se expandió por sus músculos, por su cerebro, cubriéndolo de una nube rojiza. Embistió ese último centímetro, la mano que inmovilizaba a Neeley, hizo retroceder lentamente el arma, hacia atrás, hasta que al mismo tiempo que los gruesos dedos de la mano Neeley se rompían bajo la presión y la pistola quedaba libre.
Éste gritó, retorciéndose sobre el suelo, y con los ojos en blanco de dolor.
Webb se puso en pie, tambaleante, sujetando aún el arma. -Brock-, dijo con voz grave y áspera.-Muévete.
Brock se apartó velozmente de Neeley. El rostro de Webb era una gélida mascara, y Neeley debió leer allí su muerte. Trató de levantarse y arrebatarle el arma, y Webb apretó el gatillo.
Con un blanco casi perfecto, un único tiro era todo lo necesario.
La reverberación se desvaneció, y en la distancia pudo oír el débil gemido de las sirenas.
Lucinda trataba, sin fuerzas, de sentarse. Roanna le ayudó, sosteniendo a la anciana con su propio cuerpo. Lucinda jadeaba, su rostro estaba de color gris cuando presionó una mano contra su pecho.-Él… él era su padre-, jadeó desesperada, tendiendo una mano hacia Webb, tratando de hacer que entendiera. -No podía…no podía dejarla te-tener ese bebé-. Se quedó sin respiración se le torció la boca, apretándose el pecho con más fuerza con su otra mano. Ella se desmayó y cayó hacia atrás contra Roanna, su cuerpo quedó flácido y tendido sobre el suelo.
Webb miró alrededor, a su familia, la sangre, la destrucción y la pena. Por encima de los gemidos de dolor y los sollozos, dijo con voz acerada, -Esto queda en familia, ¿comprendido? Yo hablaré. Neeley era el padre de Jessie. Creyó que yo la maté, y quiso tomar venganza. Eso es todo, ¿entendido? Todos vosotros ¿entendido? Nadie sabe quién mató realmente a Jessie.
Todos volvieron la vista hacia él, los supervivientes, y entendieron. El terrible secreto de Lucinda sería exactamente eso, un secreto.
Tres días más tarde, Roanna estaba sentada junto a la cama de Lucinda en la unidad de cuidos intensivos de cardiología, sosteniendo la mano de la anciana dama y acariciándola suavemente, hablaba con ella. Su abuela había sufrido un colapso masivo, y su cuerpo estaba ya tan frágil que los doctores no esperaban que sobreviviera a la primera noche.
Roanna había permanecido a su lado toda esa noche, susurrándole, hablándole del bisnieto que estaba en su camino, y a pesar de la lógica y de todo el conocimiento médico, Lucinda se había repuesto. Roanna se quedó hasta que Webb la obligó a marcharse a casa a descansar, pero estuvo de vuelta tan pronto como él se lo permitió.
Todos obedecían las órdenes de Webb, la familia cerró filas tras de él. Quedaba tanto por pasar aún que todos estaban como entumecidos. Habían sepultado a Corliss el día anterior. Greg estaba en cuidados intensivos en Birmingham. La bala se le había incrustado en la columna y los doctores creyeron que sufriría algún grado de parálisis, aunque esperaban que fuera capaz de volver a andar con la ayuda de un bastón. Sólo el tiempo lo diría.
Lanette parecía un zombi, yendo silenciosamente del entierro de su hija a la cama del hospital de su marido. Gloria y Harlan estaban casi en el mismo estado, sobresaltados y aturdidos. Brock se ocupó de los arreglos del entierro y de cuidar de los demás, su apuesto rostro marcado con líneas de pena y fatiga, pero su novia permaneció a su lado todo el tiempo, y él se apoyó en ella.
Roanna alzó la vista cuando Webb entró en el pequeño cubículo. Los ojos de Lucinda se despejaron cuando lo vio, y después se velaron por las lágrimas. Era la primera vez que estaba despierta cuando la visitaba. Buscó a tientas su mano, y tendió la suya para sujetar suavemente sus dedos entre los suyos.
– Lo siento tanto-, susurró ella, jadeando.-Debería haber… dicho algo. Nunca fue mi intención que tú… soportaras la culpa.
– Lo sé-, murmuró él.
– Estaba tan asustada-, prosiguió ella, determinada a contarlo ahora, después todos los años de silencio. -Fui a vuestra habitación… después de que tú te marcharas… tratando inculcarle algo de sentido común. Estaba… como loca. No escuchaba. Me dijo que iba… que iba a darte… una lección-. La confesión salía a trompicones. Tenía que jadear para tomar aliento cada pocas palabras, y el esfuerzo le cubrió el rostro de una brillante capa de transpiración, pero mantuvo fija la mirada en la cara de Webb y se negó a descansar. -Dijo que… iba a tener el bebé de Harper Neeley… y hacerlo pasar… por tuyo. No podía… dejarla hacerlo. Sabía quién era él… su propio padre…una abominación.
Respiró profundamente, y se estremeció del esfuerzo. A su otro lado, Roanna sostenía con fuerza su mano.
– Le dije que… no. Le dije que tenía que… deshacerse de ello. Abortar. Ella se rió… y la abofeteé. Se puso como loca… me tiró al suelo… me dio una patada. Creo… que trataba de matarme. Me escapé…cogí el hierro de la chimenea… Vino otra vez hacia mí. Y la golpeé,- dijo, las lágrimas corrían libres por su cara. -Yo… la quería-, dijo sin fuerzas, cerrando los ojos. -Pero no podía… dejarla tener ese bebé.
Se oyó un suave sonido de deslizamiento de las puertas correderas de cristal. Webb giró la cabeza y vio a Booley parado allí de pie, con expresión cansada. Lo miró fijamente con dureza un segundo y se volvió hacia Lucinda.
– Lo sé-, murmuró inclinándose hacia ella.-Lo entiendo. Ahora sólo tienes que ponerte bien. Tienes que asistir a nuestra boda, o me sentiré muy decepcionado, y no te lo perdonaré nunca.
Echó un vistazo en dirección a Roanna. Ella también contemplaba a Booley, con una expresión helada en aquellos ojos oscuros que lo desafiaban a hacer o decir algo que trastornara a Lucinda.
Booley movió la cabeza hacia Webb, indicándole que quería hablar con él fuera. Webb acarició la mano de Lucinda, la colocó con cuidado sobre la cama, y se unió al antiguo sheriff.
Silenciosamente salieron de la UCI y caminaron por el largo pasillo, hasta llegar frente a la sala de espera donde los parientes soportaban interminables vigilias. Booley echó un vistazo a la atestada habitación y siguió caminando.
– Supongo que todo esto tiene sentido ahora-, dijo finalmente.
Webb permaneció en silencio.
– No hay ninguna razón para ir más lejos-, reflexionó Booley. – Neeley está muerto, y no tiene sentido presentar cargos contra Lucinda. No hay ninguna prueba de todos modos, tan solo las inconexas divagaciones de una anciana agonizante. No tiene sentido generar un montón de cotilleos, y todo para nada.
– Aprecio esto, Booley-, dijo Webb.
El anciano le palmeó la espalda y le dedicó una penetrante y sabia mirada. -Se acabó, hijo-, dijo. -Sigue con tu vida-. Después, dando media vuelta, caminó despacio hacia el ascensor y Webb volvió a la UCI. Sabía lo que Booley había querido decirle. Beshears no había hecho demasiadas preguntas sobre la muerte de Neeley, de hecho, había pasado de puntillas sobre algunas cosas que eran bastante obvias.
Beshears llevaba allí tiempo. Reconocía una ejecución cuando la veía.
Webb entró silenciosamente de nuevo en el cubículo, donde Roanna hablaba otra vez suavemente a Lucinda, que parecía dormitar. Ella alzó la vista, y él sintió que la respiración se le atascaba en el pecho cuando la contempló. Deseó sujetarla entre sus brazos y no soltarla nunca, porque había estado demasiado cerca de perderla. Cuando ella le había contado su enfrentamiento con Neeley acerca de cómo trataba a su caballo, a Webb se le había congelado la sangre en las venas. Tenía que haber sido justo después de que Neeley hubiera irrumpido en la casa por primera vez, y cuando Roanna se le acercó, tuvo que haber pensado que lo reconocería. La habría matado entonces, Webb estaba seguro, si Roanna no se hubiera despertado lo bastante para gritar cuando Neeley la golpeó. Su idea de hacer correr la voz sobre que la conmoción cerebral le había ocasionado una laguna en su memoria aquella noche, como precaución, indudablemente le había salvado la vida, porque en otro caso Neeley habría intentado deshacerse de ella inmediatamente, antes de que Webb lograra instalar la alarma.
Tal y como se desarrollaron las cosas, Neeley había estado a un pelo de tenerla al alcance de su arma, y eso había firmado su sentencia de muerte.
Webb se le acercó, rozando suavemente su pelo castaño, deslizando acariciadoramente un dedo por su mejilla. Ella descansó la cabeza sobre él, suspirando mientras frotaba su mejilla contra su camisa. Ella lo sabía. Había estado mirando. Y mientras permanecía arrodillada junto a Lucinda, cuando él se había vuelto hacia ella después de apretar el gatillo, ella había efectuado un diminuto asentimiento.
– Está dormida-, dijo Roanna, manteniendo la voz en un susurro. -Pero va a volver a casa otra vez. Lo sé-. Hizo una pausa. -Le hablé sobre el bebé.
Webb se arrodilló en el suelo y rodeó su cintura con sus brazos, ella reposó la cabeza sobre la suya, y él supo que abrazaba todo su mundo, justo allí, entre sus brazos.
Su boda fue muy tranquila, muy íntima, y tuvo lugar más de un mes después de lo que habían planeado al principio.
Se celebró en el jardín, justo después de la puesta de sol. Las suaves sombras del crepúsculo se posaban sobre la tierra. Las lucecitas de color melocotón brillaban en el cenador donde Webb esperaba junto al pastor.
Varias filas de sillas blancas habían sido organizadas a cada lado del pasillo, y todas las cabezas se giraron hacia Roanna cuando ella caminó sobre la alfombra extendida sobre la hierba. Cada uno de los rostros resplandecía.
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