– No lo he planeado-, protestó él, para luego admitir,-pero aproveché la oportunidad. Supongo que te pasarás todo el día en los establos”
Ella asintió. La hermana de la abuela y su marido, Tía Gloria y Tío Harlan, se iban a instalar hoy, y Roanna quería estar lo más lejos posible de la casa. Tía Gloria era, de todas sus tías, la que menos le gustaba, y tampoco apreciaba mucho más a su tío Harlan.
– El es un sabelotodo-, refunfuñó ella. “-Y ella es como un dolor en el cu…
– Ro-, le advirtió él, alargando esa única sílaba. Solo él la llamaba por su abreviatura. Era otro de los pequeños vínculos entre ellos que ella saboreaba, ya que pensaba en sí misma como Ro. Roanna era la chica delgaducha y poco atractiva, torpe e inoportuna. Ro era la parte de ella que cabalgaba como el viento, su delgado cuerpo fusionándose con el del caballo y convirtiéndose en parte de su ritmo; la chica que, mientras estaba en los establos, nunca daba un paso en falso. Si pudiera salirse con la suya, viviría para siempre en los establos.
– Cuello -, concluyó ella, con una mirada de inocencia que lo hizo sonreír.- ¿Cuándo Davencourt sea tuyo, los vas a echar?
– Desde luego que no, pequeña pagana. Son familia.
– Bueno, no es como si no tuvieran donde vivir. ¿Por qué no se quedan en su propia casa?
– Desde que el tío Harlan se jubiló, han tenido problemas para llegar a fin de mes. Hay suficiente espacio aquí, así que mudarse ha sido la solución más lógica, aunque a ti no te guste-, contestó alborotándole su desordenado pelo.
Ella suspiró. Era cierto que en Davencourt había diez dormitorios, y desde que Jessie y Webb se casaron y sólo usaban un dormitorio, y desde que Tía Ivonne decidió mudarse el año anterior y disfrutar de su propio hogar, eso significaba que siete de esos dormitorios estaban vacíos. Aún así, no le gustaba.-Bueno, ¿y cuando tú y Jessie tengáis niños? Entonces necesitaréis las otras habitaciones.
– No creo que necesitemos las siete-, dijo él ásperamente, y una mirada sombría apareció en sus ojos. -De todas formas, puede que no tengamos hijos.
Su corazón dio un vuelco. Desde que él y Jessie se casaron hacia dos años había estado deprimida, pero caramba, pensar en Jessie teniendo a sus hijos le daba pavor. Ese habría sido el golpe definitivo para un corazón que de por sí no tenía muchas esperanzas; sabía que nunca tuvo la más mínima oportunidad con Webb, pero aún así conservaba una ínfima ilusión. Siempre que él y Jessie no tuviesen hijos, es como si él en realidad no fuese totalmente de ella. Para Webb, pensó, los hijos serían un lazo indestructible. Mientras no hubiese niños, aún podía conservar la esperanza, aunque fuera vana.
No era ningún secreto en la casa que su matrimonio no era ningún lecho de rosas. Jessie nunca mantenía en secreto cuando se sentía infeliz, ya que se esforzaba en asegurarse de que todos los demás se sintiesen tan miserables como ella.
Conociendo a Jessie, y Roanna la conocía muy bien, probablemente había planeado utilizar el sexo, después de estar casados, para controlar a Webb. Roanna se habría sentido muy sorprendida si Jessie le hubiese permitido a Webb hacerle el amor antes de estar casados. Bueno, puede que una vez, para mantenerlo interesado. Roanna nunca había subestimado lo profundamente calculadora que Jessie podía llegar a ser. La cuestión era, que Webb tampoco, y el pequeño plan de Jessie no funcionó. Sin importar los trucos que intentara, Webb rara vez cambiaba de idea, y cuando lo hacía era por razones propias. No, Jessie no era feliz.
A Roanna le encantaba. No podía entender su relación, pero Jessie no tenía ni idea del tipo de hombre que era Webb. Podías apelar a él con lógica, pero la manipulación lo dejaba impertérrito. Esto proporcionó a Roanna durante años un montón de momentos de secreto regocijo, al observar a Jessie, tratando de poner en práctica sus artimañas femeninas con Webb y enfurecerse después cuando no funcionaban. Jessie no podía entenderlo; después de todo, funcionaban con todos los demás.
Webb miró su reloj. -Tengo que irme.- Se tomó de un trago el resto del café, y a continuación se agachó y la besó en la frente. -No te metas en líos hoy.
– Lo intentaré-, prometió ella, y luego añadió abatida, -Siempre lo intento.- Y por alguna razón inexplicable rara era la vez que lo conseguía. A pesar de sus mejores esfuerzos, siempre hacía algo que disgustaba a su Abuela.
Webb le dirigió una sonrisa pesarosa mientras se dirigía hacia la puerta, y sus ojos se encontraron por un instante de una forma que la hizo sentir como si fueran conspiradores. Entonces se marchó, cerrando la puerta tras de sí, y con un suspiro ella se dejó caer en una de las sillas para ponerse los calcetines y las botas. El amanecer se había ensombrecido con su partida.
En cierta forma, pensó, realmente eran cómplices. Con Webb se sentía relajada y despreocupada de una forma que nunca era como con el resto de la familia, y jamás veía desaprobación en sus ojos cuando la miraba. Webb la aceptaba tal como era y no intentaba convertirla en algo que no era.
Pero había otro lugar donde encontraba aceptación, y su corazón se aligeró mientras corría hacia los establos.
Cuando la furgoneta llegó a las ocho y media, Roanna apenas lo notó, Ella y Loyal estaban trabajando con un fogoso potro de un año, tratando, pacientemente, de acostumbrarlo al manejo humano. No tenía miedo, pero deseaba jugar más que aprender algo nuevo, y la amable lección requería mucha paciencia.
– Me estás agotando-, jadeó ella, acariciando cariñosamente el lustroso cuello del animal. El potro respondió empujándola con la cabeza y haciéndola retroceder trastabillando algunos pasos. -Debe de haber una manera más fácil-, le dijo a Loyal, que estaba sentado encima de la valla, dándole instrucciones, y sonriendo mientras el potro retozaba como un descomunal perrito.
– ¿Cómo qué?- le preguntó. Siempre estaba dispuesto a escuchar las ideas de Roanna.
– ¿Por qué no empezamos a entrenarlos en cuanto nacen? Entonces serían demasiados pequeños para empujarme por todo el corral-, se quejó ella. -Y crecerían acostumbrados a las personas y a lo que les hacemos.
– Vaya-, Loyal se acarició la mandíbula mientras pensaba en ello. Era un enjuto y áspero cincuentón y unos treinta de esos años los había pasado trabajando en Davencourt, las largas horas al aire libre habían convertido su moreno rostro en un mapa de finas arrugas. Comía, vivía, y respiraba caballos y no podía imaginar otro trabajo más acorde con él que el que tenía. Sólo porque era lo acostumbrado esperar a que los potros cumpliesen un año antes de empezar su entrenamiento no significaba que tuviera que hacerse así. Posiblemente Roanna tuviese razón. Los caballos tenían que acostumbrarse a que las personas tontearan a su alrededor con bocas y pies, y posiblemente sería más fácil, para ambos, caballos y humanos si el proceso empezaba cuando eran recién nacidos que después de un año corriendo salvajes. Aplacaría bastante su agitación y haría más fácil el trabajo del herrero y el veterinario.
– Te diré lo que haremos-, dijo él. -No tendremos otro potro hasta que Lightness para en Marzo. Empezaremos con ése y veremos como va.
La cara de Roanna se iluminó, sus ojos castaños se tornaron dorados de placer, y por un momento Loyal enmudeció de lo bonita que era. Estaba asombrado, porque en realidad Roanna era una pequeña cosita poco atractiva, sus facciones demasiado grandes y masculinas para su delgada cara, pero por un breve instante había vislumbrado como sería cuando la madurez hubiese obrado toda su magia sobre ella. Nunca sería una belleza como esa señorita Jessie, pensó con realismo, pero cuando se hiciese mayor, sorprendería a unas cuantas personas. La idea lo hizo feliz, porque Roanna era su favorita. La señorita Jessie era una amazona competente, pero no amaba a sus bebés de la forma en que Roanna lo hacía y por lo tanto no era tan cuidadosa con el bienestar de su montura como debía serlo. A los ojos de Loyal, ese era un pecado imperdonable.
A las once y media, Roanna regreso a regañadientes a casa para almorzar. No le hubiese importado saltarse la comida, pero la Abuela mandaría a alguien a buscarla si no se presentaba, así que pensó que podría ahorrarles a todos la molestia. Aunque, como siempre, había apurado demasiado, y no tuvo tiempo para nada más que una rápida ducha y un cambio de ropa. Se pasó un peine por el pelo mojado, y luego bajo corriendo las escaleras, parándose justo antes de abrir la puerta del comedor y entrar con un paso más decoroso.
Todos los demás estaban ya sentados. Tía Gloria se fijó en la entrada de Roanna, y su boca se contrajo en una habitual línea de desaprobación. La Abuela miró el pelo mojado de Roanna y suspiró pero no hizo ningún comentario. Tío Harlan la obsequió con una falsa sonrisa de vendedor de coches usados, pero al fin al cabo nunca la regañaba, así que Roanna lo disculpó por tener la profundidad de una cacerola. Sin embargo, Jessie, atacó directamente.
– Al menos podías haberte molestado en secarte el pelo-, dijo, arrastrando las palabras. -Aunque supongo que debemos estar agradecidos de que hayas aparecido y no te sientes la mesa oliendo a caballo.
Roanna se deslizó en su silla y clavó la mirada en su plato. No se molestó en responder a la malicia de Jessie, hacerlo sólo provocaría más rencor, y Tía Gloria aprovecharía la oportunidad para añadir su granito de arena. Roanna estaba acostumbrada a los comentarios de Jessie, pero no le gustaba nada que tía Gloria y tío Harlan se hubiesen mudado a Davencourt, y sabía que cualquier cosa que Tía Gloria dijese le molestaría el doble.
Tansy sirvió en primer plato, sopa fría de pepino. Roanna odiaba la sopa de pepino así que se limitó a juguetear con la cuchara, tratando de hundir los trocitos verdes de hierba que flotaban por encima. Sí que mordisqueó uno de los panecillos de semillas que había horneado Tansy y gustosamente apartó el tazón de sopa cuando llegó el segundo plato, tomates rellenos de atún. Le gustaban los tomates rellenos de atún. Los primeros minutos los dedicó a separar los trocitos de apio y cebolla de la mezcla con el atún, empujándolos en un montoncito en el borde del plato.
– Tus modales son deplorables-, declaró Tía Gloria mientras pinchaba con delicadeza un poco de atún. -Por Dios, Roanna, ya tienes diecisiete años, eres lo bastante mayor como para dejar de jugar con tu comida como una niña de dos.
El escaso apetito de Roanna desapareció, la familiar tensión y nausea anudaron su estómago, y lanzó a Tía Gloria una mirada resentida.
– Oh, siempre lo hace-, dijo airadamente Jessie. -Es como un cerdo escarbando para encontrar los mejores trozos de bazofia.
Sólo para demostrarles que no le importaba, Roanna se obligó a tragar dos bocados de atún, bebiéndose casi todo su vaso de té para asegurarse que no se quedasen a mitad de camino.
Dudaba de que fuese una muestra de tacto por parte del Tío Harlan, pero de todas formas le estuvo muy agradecida cuando empezó a hablar sobre la reparación que necesitaba su coche y a sopesar las ventajas de comprar uno nuevo. Si podían costearse uno nuevo, pensó Roanna, evidentemente podrían haberse permitido quedarse en su casa, y así no tendría que soportar todos los días a Tía Gloria. Jessie mencionó que también quería un coche nuevo, estaba cansada de ese Mercedes cuadrado de cuatro puertas que Webb había insistido en comprarle, cuando le había dicho unas mil veces que quería un coche deportivo, algo con estilo.
Roanna no tenía coche. Jessie tuvo su primer coche a los dieciséis años, pero Roanna era una conductora espantosa, perdida siempre en sus sueños, y la Abuela había decidido, que por el bien de los ciudadanos de Colbert County, era más seguro no dejar a Roanna pisar una carretera a solas. No le importó, preferiría cabalgar a conducir, pero ahora el diablillo que habitaba en ella despertó.
– A mi también me gustaría tener un coche deportivo-, dijo, las primeras palabras que había pronunciado desde que entró en el comedor. Abrió los ojos desmesuradamente, con inocencia. -Le he echado el ojo a uno de esos Pontiac Grand Pricks. [1]
Los ojos de Tía Gloria se agrandaron con horror, y su tenedor cayó sobre su plato con estrépito. Tío Harlan se atragantó con el atún, para después comenzar a reírse sin parar.
– ¡Jovencita!- La mano de la Abuela golpeó la mesa, haciendo dar un salto a Roanna de culpabilidad. Algunos creyeron que su errónea pronunciación de Gran Prix fue a consecuencia de la ignorancia, pero la Abuela no. -Tus modales no tienen excusa-, dijo la Abuela glacialmente, sus ojos azules centellearon. -Levántate de la mesa. Luego hablaré contigo.
Roanna se deslizó de la silla con las mejillas rojas de vergüenza. -Lo siento-, murmuró y salió corriendo del comedor, aunque no lo suficientemente rápido como para no escuchar la ocurrente y maliciosa pregunta de Jessie: -¿Creéis que algún día será lo suficientemente civilizada como para poder comer con otras personas?
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